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11-S: Los atentados cambiaron la vida de Nueva York

11-S: Los atentados cambiaron la vida de Nueva York

Silvina Sterin Pensel
@SilSterinPensel

 

El golpe recibido ese 11 de septiembre de 2001 fue por demás letal y Nueva York, la ciudad que nunca duerme, comenzó a vivir intranquila, en un estado de neurosis y sospecha de todo y de todos. La diabólica ejecución de los ataques terroristas en la Gran Manzana dejó expuestos innumerables flancos débiles y vulnerabilidades en materia de seguridad.

Esto resultó en la inmediata toma de medidas tanto a nivel local como federal. Los cambios fueron radicales y la ciudad se convirtió en una fortaleza con una presencia militar nunca vista antes del 11-S.

 

Una fortaleza constantemente vigilada
Miembros de las fuerzas armadas vigilan las 24 horas del día, los siete días de la semana y los 12 meses del año, los puntos neurálgicos de la metrópolis. Fuertemente armados, monitorean terminales de transporte con gran flujo de pasajeros como Grand Central y Penn Station, el Bajo Manhattan cerca del World Trade Center y el Oculus, y, por supuesto, los aeropuertos JFK, La Guardia y Newark.

Con sus rifles de asalto y sus uniformes camuflados, estos soldados, marinos y personal de la fuerza aérea son hoy, a 20 años de los ataques terroristas, parte integral del paisaje y la cotidianidad de Nueva York. Todos ellos son miembros de la Guardia Nacional y pertenecen a la Misión Conjunta Escudo del Imperio, en inglés, Joint Task Force Empire Shield.

El coronel Paul Salas es el comandante de esta fuerza que fue activada en octubre del 2001 para prevenir, detectar y sofocar futuros ataques terroristas.

“La Misión Conjunta Escudo del Imperio nació el 11 de septiembre. Como resultado de los ataques en la ciudad de Nueva York, el gobernador del estado de Nueva York decidió asignar fuerzas militares, entonces somos una fuerza estatal con la tarea de proveer seguridad a la ciudad de Nueva York. Las autoridades estatales decidieron que la Guardia Nacional esté en la ciudad de forma permanente”, explica.

En el hall principal de Grand Central, dos militares, Ortiz y Dasilva, pasan con sus rifles de largo alcance al lado de una parejita que se toma selfies, cerca del imponente reloj ubicado en el centro de la estación. ¿Están tomando fotos de potenciales blancos? ¿Están demasiado abrigados para el clima de verano? Esas son algunas de las situaciones que pondrían en alerta a los militares.

El coronel Salas explica cuál es la dinámica de trabajo de los soldados: “A medida que pasa el tiempo, vamos generando experiencia en los distintos sitios de la misión y así identificamos lo que se considera un comportamiento normal para un pasajero, y después si vemos a alguien comportándose un poco diferente, es ese comportamiento anormal lo que va a llamar la atención de los miembros de la fuerza”.

“La prioridad es que siempre funcionemos en grupos de al menos dos militares por motivos de seguridad. Los propios miembros están súper bien entrenados, rigurosamente entrenados, y listos para usar sus armas, y cada 10 o 15 minutos rotan en todos los puestos para no perder la vigilancia. Es muy importante que siempre estén alerta, pero a la vez que sean accesibles al público”, añade.


 

‘Un factor disuasorio’
La sargento Amanda Ortiz está en su puesto desde las 5:00 de la mañana. Tenía 11 años cuando las Torres fueron atravesadas por los aviones y las vio colapsar en vivo en un televisor que había en su escuela.

“Yo estaba en quinto grado cuando fueron los ataques. Vi muchas cosas y honestamente fue algo realmente muy duro que nos destrozó el corazón acá en Nueva York. Hace ya siete años que estoy con las Fuerzas Armadas, pasamos por un entrenamiento riguroso y prestamos atención a cómo se comporta la gente. Uno puede notar las pequeñas diferencias entre alguien que es normal, comparado con alguien que no está haciendo lo correcto. Realmente adoro mi trabajo, es increíble y la gente nos agradece a menudo por estar acá protegiendo a Nueva York”, cuenta.

Para el mayor Michael O’Hagan, un militar de alto rango en la misión, la mera presencia física de los uniformados funciona como un freno a potenciales actividades terroristas.

“Simplemente que estén presentes en todos estos lugares alrededor de Nueva York es un factor disuasorio. La gente que nos quiere hacer daño se da cuenta de que hay un equipo impresionante que está acá para prevenir ataques, para frenarlos y para proteger a los ciudadanos. Pienso que la mera presencia física de los militares brinda cierto nivel de seguridad para los ciudadanos y hace que nuestros enemigos sepan que no estamos bajando la guardia, estamos siempre listos, estamos siempre ahí y estamos acá para defender nuestro territorio”, comenta.

Pero para algunos civiles, en particular turistas, tener tan cerca este tipo de armamento pesado causa sensaciones encontradas. Es el caso para Daniela Godoy y Piera Valdivia, que vienen de Santiago de Chile.

“Por un lado, a mí me da tranquilidad porque igual ante cualquier cosa sabemos que va a haber respuesta inmediata, pero igual como que me da miedo porque es sentir que en cualquier momento va a pasar algo. Es como un pro y un contra que estén aquí en la estación central”, expresan.

Las jóvenes vinieron justo para el aniversario de los 20 años del horror del World Trade Center y visitaron el Museo de la Memoria.

“Vamos a ver el homenaje que van a hacer y fuimos al Memorial del 11 de Septiembre y como que su historia nos llega a nosotros igual de cierta forma… como que sentimos el dolor de lo que pasó ese día y fue muy nostálgico”.


 

‘Estar lo más cerca posible de mi papá’
Para Rebecca Ortiz, esa nostalgia no resurge únicamente cada 11 de septiembre, sino que convive con ella todo el tiempo. Era una bebita de apenas 9 meses cuando su padre, Paul Ortiz Jr., quedó atrapado en el piso más alto de la Torre Norte, el 107. Hoy Rebecca vive junto a su madre en Florida y tiene 20 años, la misma edad que tenía su papá cuando falleció.

Cada aniversario, regresan a New York. En lo que supo ser la zona cero, escuchan el potente sonido del agua cayendo al vacío en las fuentes del memorial. Para Rebecca, estas huellas inmensas ubicadas exactamente donde estaban las Gemelas, son especiales.

“Significan mucho para mí, emocionalmente y físicamente. Me dan una sensación de paz y es un lugar donde puedo estar tranquila y realmente estar lo más cerca posible de mi papá, porque sus restos nunca se encontraron, ni nada, entonces estar acá es un poco como visitar su tumba”.

Su nombre, Paul Ortiz Jr., inscripto en bronce junto a las otras casi 3 mil víctimas que murieron en los atentados, está muy cerca del agua. Algo que, según su esposa, Estrellita, lo hubiera hecho inmensamente feliz: “Paulie era un fanático de la playa, le fascinaba el agua, el mar. Entonces, yo siento el presentimiento de él ahí”.

A pesar de no haber compartido tiempo con su padre, Rebecca lo conoce a fondo gracias a la dedicación de sus abuelos paternos que se entregaron a la tarea de enseñarle a su nieta sus gustos, sus anécdotas, las cosas que lo hacían reír, todo sobre ese joven chispeante que se fue demasiado pronto.

“Ellos siempre me mostraron fotos de él, siempre mirábamos videos caseros de cuando mi papá era chico y cuando iban de campamento, o videos de viajes con la familia. A él le encantaba estar al aire libre, en la naturaleza, y hay videos de él empujando la carriola conmigo cuando yo era bebé y yo estoy ahí incluida, y es muy lindo para mí poder ver cómo era él conmigo”, explica la joven.

Una jugarreta del destino quiso que Paul Ortiz estuviera en el lugar equivocado en el momento equivocado. Era técnico en redes y trabajaba para la compañía Bloomberg, en otro edificio fuera del World Trade Center. Esa mañana fatal le habían asignado estar desde muy temprano en el restaurante ubicado en la cima de la Torre Norte, preparando los equipos para un desayuno empresarial.

En el último piso que era el Windows On The World, incluso ahí fue que cenamos el día que nos casamos. Él estaba ahí y me llamaron de Bloomberg diciéndome que estaban en comunicación con ellos vía computadora y que… cuando…  el edificio cayó… se había perdido toda comunicación”, cuenta Estrellita.


Missing Person
Rebecca aún conserva en su cuarto la foto de Missing Person, persona desaparecida, con la que sus parientes empapelaron distintas estaciones del subterráneo neoyorquino uniéndose a los anhelos de miles de familias aferradas a la posibilidad de encontrar a sus seres queridos con vida.

“Mi familia pegó fotos y carteles cuando fue el ataque, eran carteles de Persona Desaparecida; uno era una foto de él conmigo, nosotros juntos, con su descripción y todo. Me acuerdo que en la foto, en el cartel describían lo que él tenía puesto, un colgante con su nombre, Paulie, un reloj, su anillo, el uniforme del trabajo y después decía que él tenía una familia que lo esperaba y que si alguien lo había visto”, recuerda la joven.

Estrellita, acompañada únicamente por la esperanza, pasó un largo tiempo pendiente del teléfono: “Yo estuve meses no queriendo aceptar la realidad… Yo esperaba que me iban a llamar y me iban a decir él está bien, lo sacamos, está en tal sitio… La esperanza siempre estuvo ahí”.

El día continúa acompañado por la potencia del agua y cada vez llega más gente a visitar las reflecting pools, las fuentes del memorial y el Museo del 11 de Septiembre. Muchos se toman retratos con las piscinas y la Freedom Tower de fondo. Rebecca alza los ojos –esos que muchos le dicen son idénticos a los de su padre– y contempla en silencio la masa espejada del One World Trade Center y su aguja.

“Es medio loco que una torre pueda ser así de alta, sobre todo considerando todo lo que pasó, la Freedom Tower básicamente es otro blanco de ataque porque es un tributo a la memoria de los que no están y además es superalta… Eso me da un poco de miedo, pero… pienso que el aura de esta torre… con las fuentes es lindo y todo en conjunto es como un símbolo de cómo eran las cosas antes”.


En los aires
Cada vez que un avión surca el cielo de Manhattan, se eriza la piel de los neoyorquinos que inmediatamente intercambian miradas llenas de ansiedad. Es allí, en la esfera del transporte aéreo donde se han registrado los cambios más importantes para prevenir otro ataque.

Bart Johnson es responsable de la seguridad en 13 aeropuertos del estado de Nueva York y trabaja bajo la órbita de la TSA, la Administración de Seguridad para el Transporte, una agencia federal con 65 mil empleados, creada dos meses después de los atentados en noviembre del 2001. Algunos de estos cambios son obvios, como tener que sacarse los zapatos, las chaquetas, no llevar líquidos y separar las computadoras, pero muchos otros son menos visibles y controlados exclusivamente por la tripulación de vuelo.

“No quieren que la gente se reúna en la parte de adelante del avión, es únicamente de a una persona por vez y ahora, además, las puertas de la cabina están totalmente reforzadas para prevenir cualquier agresión, y eso se puso en práctica inmediatamente después del 11 de septiembre cuando fortalecieron todas las puertas. Y no solamente eso, también se adoptó el servicio federal de los Marshalls, que van armados a bordo de vuelos domésticos y también internacionales basado en información de inteligencia. Tenemos también, a nivel federal, un programa por el que los pilotos van armados y son entrenados especialmente en cómo usar esas armas”, explica Bart Johnson.

Más allá de estos cambios y de la constante incorporación de nuevas tecnologías preventivas, Johnson es honesto en su análisis.

“Antes que nada, la amenaza todavía está presente. Yo creo que estamos haciendo un trabajo excelente en detectar esa amenaza, usando equipamiento, usando entrenamiento, con la ayuda de los oficiales y agentes, pero como dice el viejo refrán… nosotros tenemos que hacer todo perfecto todo el tiempo, y para los terroristas basta con que sean perfectos una única vez. Entonces, tenemos a cargo una misión sumamente importante, somos los últimos en la línea de defensa, y estamos acá haciendo nuestro trabajo para garantizar que los pasajeros estén fuera de peligro”.

En estos tiempos más que volátiles y, sobre todo en la Gran Manzana, todos esperan que lo sucedido jamás se repita.

RFI


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