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2025, el año en el que la IA se quitó la capa de invisibilidad


La progresiva, pero silenciosa incursión de la inteligencia artificial durante los últimos años (navegadores, buscadores, escritura predictiva o plataformas que sugieren contenidos o compras) ha dado un importante salto cualitativo durante 2025 para irrumpir de una forma repentina en tareas cotidianas, pero con una notable diferencia: ahora los usuarios son plenamente conscientes de cuándo la utilizan.

La IA ha dejado de ser una disruptiva promesa tecnológica y su presencia se ha convertido en cotidiana, pero ya no es invisible, y muchos de los servicios más básicos y extendidos de la era digital (el correo electrónico, las aplicaciones de mensajería, los buscadores de internet o las redes sociales) han incorporado su ‘modo IA‘ al que los usuarios recurren de una manera plenamente voluntaria.

Y todo y a pesar de los recelos y de la desconfianza que los ciudadanos revelan todavía hacia la inteligencia artificial, que se ha vuelto a poner de relieve en los numerosos trabajos sociológicos y estudios científicos que revelan la preocupación por si es utilizada para difundir bulos y desinformación, para cometer actos ilícitos, por los sesgos, por el posible uso indebido en procesos de selección, por la utilización y filtración de datos personales o por la posibilidad de que sustituya determinados empleos.

Pero 2025 quedará en la intrahistoria de la tecnología como el año en el que los usuarios comenzaron a utilizar de una forma plenamente consciente y voluntaria la IA, en el que se recurre a los asistentes virtuales (Alexa, Siri o ChatGPT) para redactar textos, para organizar agendas o planificar viajes o en el que los diferentes sistemas, incorporados ya como herramientas de trabajo, generan informes, resumen los correos electrónicos, las reuniones virtuales o sugieren múltiples respuestas.

IA, a la vista en Google, X o WhatsApp

Las plataformas educativas ofrecen ejercicios personalizados, sistemas que se adaptan a los diferentes ritmos de aprendizaje, que permiten practicar idiomas, y el uso de la IA se ha generalizado en numerosos sectores y profesiones: médicos, abogados, programadores usan las múltiples herramientas basadas en esta tecnología para recopilar información, para generar gemelos digitales, para analizar datos o para preparar documentos y presentaciones.

El buscador más popular del mundo (Google) ha incorporado este año su herramienta de inteligencia artificial (Gemini) y el ‘modo IA’ como una de las opciones más destacadas de su presentación; la aplicación de mensajería WhatsApp (del grupo Meta) incluye desde marzo la posibilidad de interactuar directamente y desde la página de inicio con su propia IA; y las principales redes sociales (TikTok, Instagram, Facebook o X) ofrecen herramientas similares con accesos directos que permiten no sólo hacer recomendaciones, también ayudan a los usuarios a crear muchos contenidos.

Los diferentes sistemas de IA han aprendido y mucho durante los últimos años hasta personalizar al máximo sus recomendaciones a los usuarios – en plataformas de compras como Amazon, eBay o AliExtress o de entretenimiento y ocio como Netflix, Spotify) , y muchos de los más extendidos del mundo (ChatGPT, Perplexity, Grok o el ‘AI Assistant’ de Adobe) ayudan y asisten ya a millones de trabajadores en sus labores cotidianas y están contribuyendo a aumentar la eficiencia y la productividad.

Por un uso ético y responsable

El cambio radical que se ha producido durante el año que termina es que ahora lo hacen además de una forma absolutamente visible y el usuario es plenamente consciente de utilizar de una forma voluntaria y deliberada la inteligencia artificial, aunque se han extendido también los sistemas que lo siguen haciendo de una forma “invisible”.

Teléfonos y dispositivos con escritura predictiva o sistemas de autocorrección, que hasta aprenden del usuario y se adaptan a su estilo; navegadores que calculan las mejores rutas en función del estado de las carreteras o el tráfico; electrodomésticos que ajustan su funcionamiento a las rutinas del hogar; son también ejemplos de cómo la IA actúa también en un segundo plano sin que los usuarios sean conscientes de que la están empleando.

O los dispositivos que analizan diferentes patrones de salud y bienestar (sueño, estrés o anomalías cardíacas), que monitorizan el ejercicio y la actividad física; asistentes virtuales con los que las conversaciones y las interacciones son cada vez más fluidas; los ‘chatbots’ que ofrecen atención al cliente veinticuatro horas siete días a la semana; o las predicciones meteorológicas cada vez más precisas gracias a los sistemas que incorporan millones de datos (de satélites, radares o estaciones terrestres).

Pero además, la nueva herramienta se ha convertido en motor de crecimiento para las grandes tecnológicas, que presentaron resultados financieros sólidos y megainversiones en infraestructura en medio de alertas de una posible burbuja en el sector.

2025 queda así como el año en el que la IA deja de ser una promesa y se convierte en compañero de muchas rutinas; a veces de manera visible desde las herramientas que se activan voluntariamente y otras desde los algoritmos que trabajan en segundo plano y moldean la forma de informarse, consumir, de trabajar o de relacionarse, pero también como el año desde el que numerosos foros inciden en la importancia de regular y de garantizar un uso ético y responsable.



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