En dirección a los 40 años —los cumplirá el próximo 8 de agosto—, tras una doble artroscopia en la rodilla derecha y después de 405 días sin pisar oficialmente una pista, Roger Federer demostró por qué es Federer. Como si hubiera echado mano de la máquina del tiempo, el campeón de 20 grandes regresó con una victoria frente al británico Daniel Evans en Doha (7-6(8), 3-6 y 7-5, en 2h 24m) e hizo buena la frase que deslizó dos días atrás, antes de reemprender la marcha tras más de un año en la reserva como consecuencia de la lesión articular que sufrió en las semifinales de la penúltima edición del Open de Australia: “Para mí, el tenis siempre ha sido como andar en bicicleta”. Visto lo visto, el suizo no se ha olvidado de pelotear.
Entrada la noche ya en Doha y ante los 1.000 privilegiados que pudieron presenciarlo desde la grada, Federer irrumpió con una sonrisilla y abordó con la decisión habitual a Evans, con quien curiosamente había compartido las dos semanas de entrenamientos previos. Lo que en otras circunstancias hubiera resultado un duelo más bien rutinario para él, se tradujo en un arduo ejercicio físico de ir y venir porque al inglés, 28º del mundo, no le faltan golpes y le exigió combinar la elegancia del esmoquin tradicional con el mono azul de la albañilería. En su retorno, Federer tuvo que arremangarse y remar. Y así lo hizo, hasta desenmarañarse y firmar su victoria 1.243 en la élite.
A comienzos de año, el de Basilea planeaba volver en el mismo escenario que le había despedido, Melbourne, pero la respuesta de su rodilla no era la deseada y su cuerpo, según admitió su preparador físico, Pierre Paganini, necesitaba una última fase de trabajo para desprenderse del óxido y ofrecer garantías en una situación de fuego real. Le queda un buen trecho al suizo para recuperar esa versión fascinante que perdura pese a que se asome a la cuarentena, pero ante Evans dejó trazos más bien optimistas y demostró que sus virtudes siguen intactas: la derecha y el revés son los que eran, y el servicio pica como siempre. A excepción de un par de bolas mordidas, nada chirrió. Y eso, después de 13 meses, lo dice todo en un deporte tan mecánico como el tenis.
“Ha sido un buen partido, de 2h 24m. Al final estaba un poco cansado y Dan tenía más energía, pero estoy increíblemente feliz con mi juego. Volver a mi edad no es algo fácil, es un desafío enorme, pero ha merecido la pena solo para jugar un partido como el de hoy [por este miércoles]”, valoró, sabiendo ya que el presente no concede tregua y que hoy mismo chocará con otro jugador que suele plantear duelos de pico y pala, Nikoloz Basilashvili. Dice también Federer que su historia “todavía no ha acabado” y que la retirada “no ha estado en ningún momento sobre la mesa”, y que el gran objetivo de este año para él será el de siempre: Wimbledon, aunque sin perder de vista los Juegos de Tokio.
“Estoy contento por cómo he gestionado los momentos difíciles”, afirmó en la conferencia de prensa telemática. “Los nervios estaban ahí, pero jugué como quería jugar, y eso es bueno. Lo importante no era perder en dos o tres sets, o ganar en dos o tres, porque cualquier resultado iba a darme muchas respuestas. Estoy muy satisfecho. Son más de 400 días fuera, y eso es mucho tiempo… Debo ajustar cosas, pero es normal”, continuó. “Soy de la vieja escuela, así que todo es bastante sencillo: me di un baño de hielo tras el partido y la verdad es que no es demasiado agradable, no lo volveré a hacer”, zanjó con su habitual sentido del humor.
En cualquier caso, Federer, 25 temporadas como profesional y con 103 títulos en la mochila, ya está de vuelta y el aficionado vuelve a disfrutar de sus trucos. Regresó pincel en mano, con detalles técnicos inimaginables para el resto de los mortales. Y selló a su manera: revés paralelo al ángulo. La mecha va agotándose, pero Federer siempre será Federer.
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