Así ha sido López Obrador en sus primeros 100 días de gobierno: el impulso transformado en decreto presidencial, la intuición traducida en política pública, el prejuicio convertido en recorte presupuestal, el deseo hecho acto de gobierno.
Por Ernesto Núñez Albarrán/ @chamanesco
El 27 de febrero, faltando semana y media para llegar al simbólico día 100 de gobierno, Andrés Manuel López Obrador reunió a sus principales funcionarios en el Palacio Nacional, para hacer una valoración preliminar del arranque del sexenio. Ahí, frente al gabinete legal y ampliado, dejó una cosa muy clara: todo lo que pase en su gobierno será supervisado por el Presidente.
Reunidos en el Salón Tesorería –el mismo escenario de las conferencias mañaneras–, los miembros del gabinete legal y ampliado escucharon a un López Obrador serio, que con gesto adusto y palabras firmes fue haciendo un recorrido tema por tema del inicio de la Cuarta Transformación.
“Fue una reprimenda”, dijo un miembro del gabinete al salir de la reunión, según consignó la reportera Claudia Guerrero en el diario Reforma (Regaña AMLO a su gabinete, 28 de febrero de 2019).
De acuerdo con los testimonios recabados por la periodista, López Obrador les reclamó lentitud en la ejecución de programas, en el levantamiento de censos de beneficiarios y en la entrega de apoyos a jóvenes, adultos mayores y personas con discapacidad.
Otros funcionarios asistentes a la reunión del 27 de febrero confirman que el tono fue de regaño. AMLO reclamó los goles recibidos e incluso los autogoles derivados de pifias de comunicación y nombramientos polémicos en diversas áreas de la administración pública.
En la intimidad del balance interno, el Presidente advirtió que no defenderá lo indefendible, y que seguirá utilizando las “mañaneras” para aclarar todo lo que haya que aclarar, e incluso para que los funcionarios a los que agarren fuera de base comparezcan ante la prensa a dar sus propias explicaciones. “No sudaré calenturas ajenas”, resumió.
De temperamento y sangre calientes, el tabasqueño les reprochó que, de cara a su informe de 100 días, no tuviera suficientes cosas qué informar.
Pero, una semana después, cuando un reportero del sitio El Deforma le pidió hacer un balance de su administración en clave beisbolera, el Presidente respondió: “el equipo va muy bien, tenemos nueve elementos y tenemos buena banca, buen picheo de relevo y buen manager. Vamos bien y vamos a ganar la temporada, vamos a estar en las finales”.
Los que trabajan cerca de López Obrador, saben muy bien que qué clase de manager es el Presidente y que, al mismo tiempo, le gusta hacerla de pícher, cácher, bateador, short stop, jardinero y hasta de ampáyer.
En tres meses, López Obrador ha delineado un “estilo personal de gobernar” en el que es presidente, vocero, Comandante Supremo, legislador y líder del partido-movimiento.
Ha sido omnipresente y avasallante. Un jefe abrumador para un grupo de secretarios de Estado que actúa con sigilo, temerosos ante la posibilidad del regaño presidencial.
Bajo la premisa de que su pecho “no es bodega”, AMLO luce como el opositor que fue: retador, indignado, justiciero. Un político que dice lo que piensa y, sobre todo, que expresa lo que siente.
Respaldado en sus 30.1 millones de votos, su mayoría en las dos Cámaras del Congreso de la Unión, sus 19 Congresos locales afines y su popularidad de entre 60 y 80 por ciento de aprobación, López Obrador ocupa todos los espacios mediáticos, dejando pocos huecos a otros actores; su omnipresencia desafía a sus opositores, descalifica a las calificadoras, critica a los órganos autónomos y se burla de los contrapesos.
Su gran poder, que no admite controles ni equilibrios, es semejante al descrito por Daniel Cosío Villegas hace 45 años, en su célebre ensayo “El estilo personal de gobernar”. Un régimen en el que el poder se concentra en una sola persona, en el que resulta inevitable que el temperamento, el carácter, las simpatías y la experiencia vital del Presidente influyan en su vida pública y en todos los actos de gobierno.
“Puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente”, advirtió Cosío.
Ése ha sido López Obrador en estos 100 días: el impulso transformado en decreto presidencial, la intuición traducida en política pública, el prejuicio convertido en recorte presupuestal, el deseo hecho acto de gobierno.
Su desdén por el lujo y el despilfarro, su desprecio hacia lo fifí, se convirtieron en un plan y una Ley de Austeridad Republicana. Su convicción de que “el que nada debe nada teme” se transformó en un decreto para desaparecer el Estado Mayor Presidencial y rematar en subastas las camionetas blindadas. Su promesa al pueblo de que jamás se subiría a un “palacio en los aires” tiene al Presidente viajando en vuelo comercial y en clase turista, y al avión TP01 en una venta de garaje en Estados Unidos.
El “estilo AMLO de gobernar” toca todas las decisiones de la administración. Lo bueno y lo malo. Los logros y las pifias. Desde la apertura de Los Pinos hasta el aviso de que la Batalla de Puebla se conmemoraría el 5 de febrero; desde la voluntad de consultarle todo al pueblo, hasta la cancelación del Nuevo Aeropuerto; desde el deseo de no cobrar venganza, hasta el perdón a Peña Nieto y todos los funcionarios corruptos; desde el Jetta blanco hasta la termoeléctrica de Huexca; del Tren Maya a la cancelación de la Fórmula Uno; de la guerra contra el Huachicol a los 132 muertos en la explosión de Tlahuelilpan; del consenso para aprobar la Guardia Nacional a los más de 7 mil homicidios dolosos en tres meses de gobierno; del primer gabinete 50/50 de la historia al cierre de los refugios para mujeres víctimas de violencia intrafamiliar. Luces y sombras naturales en un arranque de sexenio, pero todas achacables al personaje que las ideó e incluso ejecutó.
A la larga, López Obrador se llevará el crédito de los logros y cargará con la responsabilidad de los fracasos.
Mientras tanto, habrá que seguir buscando en su estilo personal el sentido a su proyecto de gobierno.
Advertía Cosío Villegas en 1974: “Como en México no funciona la opinión pública, ni los partidos políticos, ni el parlamento, ni los sindicatos, ni la prensa, ni el radio, ni la televisión, un presidente de la República puede obrar, y obra tranquilamente, de un modo personal y aun caprichoso”.
Pero estamos en 2019.
Y apenas van 100 días.