“En esta pandemia no se ha tratado a los niños como ciudadanos de derecho”


Con la maternidad y la paternidad ocurre un poco como con la selección de fútbol. De la misma forma en que cuando llega un Mundial o una Eurocopa todos sabemos más que el seleccionador, cuando uno se convierte en padre o madre todos saben más que él o ella sobre cómo educar, cuidar y criar a sus hijos. Hasta los que ni siquiera son padres o madres. Esos son los que más saben. Como también somos los que más sabemos de fútbol quienes no hemos pasado de categoría cadete o de jugar unas pachangas con amigos. Con nosotros España luciría al menos cinco estrellas en su camiseta.

El psicólogo Alberto Soler, psicólogo de Valencia que presenta nuevo libro junto a Concepción Roger, Niños sin etiquetas (Paidós), habla del efecto Dunning-Kruger para explicar esta reacción aparentemente tan humana. Según esta teoría, las personas que somos menos competentes en una determinada área de conocimiento solemos estimar al alza nuestras capacidades, hasta el punto de creernos saber incluso más que los expertos en la materia. En esta crisis provocada por el coronavirus ha vuelto a pasar. Todos sabemos más que los científicos que asesoran al Gobierno. “Como decía mi abuela, la ignorancia es muy atrevida. Desde la barrera y con poca información todo parece más sencillo de lo que en realidad suele ser. Es necesario meterse en harina para darse cuenta de la complejidad del tema y de tus propias limitaciones”, asegura Soler.

Este efecto Dunning-Kruger ha experimentado una nueva variante durante el confinamiento. Al menos en lo que al ejercicio de la maternidad y la paternidad se refiere. A la par que los policías de balcón, han surgido también los policías de la maternidad y la paternidad, auténticos garantes de la moral y del ideal imposible de la buena madre (y el buen padre). Basta lanzar una queja sibilina en Twitter del hastío que sientes por tener que trabajar escuchando gritos o de lo incomprensible que es que tus hijos jueguen solos mientras barres o limpias el baño pero que te ataquen en cuanto te sientas ante el ordenador, para que alguno de estos policías te reprenda por quejarte (al parecer, los padres no tenemos derecho a la queja) o te dé consejos no pedidos con un tono que desprende mucha superioridad moral.

A mí me sale responder a esos reproches o consejos con un GIF de alguien fingiendo un desmayo. Citar a Massimo Recalcati, y por ende a Freud, sería demasiado largo, pero aquí tengo espacio y puedo permitírmelo: “Todo padre está perdido. Y esos son los mejores. Los peores son aquellos que creen que saben lo que es un padre y lo encarnan en su persona, que se creen que son modelos parentales ejemplares. Freud declaró que la profesión de los padres es una profesión imposible. En otras palabras, es imposible que un padre no se equivoque como padre; pero también nos dio buenas noticias: los mejores padres son aquellos que saben que esta es una profesión imposible”. Un gif con esta frase, por favor.

El efecto Instagram

Para Alberto Soler, redes sociales como Instagram, donde se difunde una imagen muy idílica de todo, pero especialmente de lo que implica ser madre o padre, tienen mucho que ver en esta explosión de policías de la maternidad y la paternidad y en ese paradójico y creciente moralismo representado por el ideal de la buena madre. “Lo veo en la consulta, madres (y padres, pero especialmente madres) que se sienten abrumadas por la perfección que ven a su alrededor y la sensación de que nunca van a estar a la altura”, reconoce el psicólogo.

Los filtros de Instagram se han superpuesto a la vida real hasta el punto de que nos hemos llegado a creer que la realidad es esa sucesión de imágenes que vemos en nuestro timeline. El problema es que la realidad tiende a ser muy diferente al rosa que todo lo baña en la red social de la fotografía. “No puede ser todo perfecto, de color de rosa y bonito siempre. Hay familias o personas de influencia que han convertido esa proyección de su yo ideal en una forma de vida (en todos los sentidos), y hay mucha gente que se lo compra sin querer ser muy conscientes de que esas imágenes e stories no son más que una versión filtrada y edulcorada de sus vidas. No digo que sea un montaje. Digo que es parcial. Nos creemos que cuando bloquean de nuevo el móvil su vida sigue siendo igual, pero no es así”, argumenta Soler.

Entre esas y esos influencers se cuela mucho lo que la crítica literaria, feminista y miembro de la British Academy Jacqueline Rose, autora de Madres: un ensayo sobre la crueldad y el amor (Siruela), denomina el “enfermizo reflejo de la idea neoliberal del logro material individual como único objetivo y valor en la vida”. Hombre o mujer perfecta, pareja perfecta, hijos perfectos, casa perfecta, apariencia física perfecta. Un ideal que, para Rose, “ignora a todas las madres de diferentes razas y clases que llevan vidas más complejas y difíciles (lo que creo que nos incluye a todas), para quienes tal ideal está absolutamente fuera de alcance y es de esperar que no se desee por el completo fraude que es”.

Pero se desea. Aunque se sepa que es un fraude. Y genera culpa no llegar a ser como una de esas madres o padres que al menos al principio de la crisis (luego dejé de seguirles la pista) mostraban en sus perfiles de redes sociales su vida idílica y lo bien que habían educado a sus hijos, que tras dos semanas encerrados aún no les habían pedido la tele. La foto que acompañaba al texto mostraba un jardín del tamaño del Camp Nou con más atracciones que un parque temático. “Es algo que también he visto y me ha llamado mucho la atención”, concede Soler, que considera que en tiempos de pandemia y confinamiento, mostrar ciertas escenas “no deja de ser una ostentación y una preocupante desconexión con la realidad”.

“Para ser madre sin ser cómplice de la falsa fachada de nuestros arreglos sociales y psíquicos, se debe ser, a riesgo de parecer prescriptiva, un poco revolucionaria y/o anarquista”, decía Jacqueline Rose. Contra la falsa perfección y los policías de la moral, revolución y anarquía. Ya lo afirmaba la propia Rose: Ojalá, más pronto que tarde, la maternidad (y la paternidad) sea reconocida “como una forma de sabotaje a la hipocresía del mundo”.

 

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