“Cuando era una niña, en las clases de natación subió a un trampolín de cinco metros y fue la última en saltar, justo en el último momento. Saltó, pero solo cuando tenía que hacerlo”. Pocas anécdotas sobre Angela Merkel desvelan tanto sobre el carácter de la canciller alemana como ésta recordada por Wolfgang Schäuble, ministro clave de su Gobierno durante 12 años. “Tiene un estilo de liderazgo que se caracteriza, como ella misma ha dicho alguna vez, por no comprometerse hasta el último momento. Mantiene abiertas todas las posibilidades”, explica Schäuble, una de las personas que más ha trabajado con la canciller, en su despacho de presidente del Bundestag en Berlín.
Enigmática y rodeada de un círculo muy reducido de confianza, Merkel se aproxima al final de una trayectoria política excepcional, que la ha convertido en la líder europea más importante del siglo XXI. El año que viene, salvo sorpresas, concluirá su cuarto y último mandato consecutivo, una etapa clave en la que ha dado forma a la Europa que conocemos. Berlín ha sido la potencia de facto de la Unión durante estos 15 años, en los que difícilmente se ha podido hacer nada sin el visto bueno de Alemania. Ningún otro país tiene tanto poder en Europa. Cómo ejerza el poder quien gobierne en Berlín resulta decisivo. Comprender a Merkel resulta imprescindible para entender la Unión que ha modelado por acción y, también, por omisión.
Merkel ha ejercido ese liderazgo sin haberse dejado deslumbrar por el poder ni haber cedido un ápice en la protección de su personalidad más íntima. Son muchos los líderes mundiales que han tratado de desentrañar el pensamiento de esta política flemática, que conjuga una capacidad de análisis y de escucha fuera de lo común con un aguante físico y psicológico capaz de tumbar al político más veterano.
Vídeo ‘La Europa de Merkel’. En la imagen, Angela Merkel, durante una visita el Memorial de Auschwitz, en Polonia, en diciembre de 2019. / GETTY IMAGES
Su formación científica y sus artes divulgadoras han embelesado a medio mundo con la llegada del maldito virus, cuyos estragos económicos amenazan con sembrar Europa de cadáveres sociales. La semana pasada, Merkel, de la mano de Emmanuel Macron, se atrevió a imprimir un giro histórico de la política alemana en Europa al permitir la financiación de la reconstrucción con deuda europea. “La respuesta es que Europa tiene que actuar junta. El Estado nación por sí solo no tiene futuro […]. A Alemania solo le irá bien si a Europa le va bien”, sentenció, tras presentar un plan, bautizado ya en la prensa mundial como el “momento Hamilton”, en alusión al secretario del Tesoro estadounidense que forjó la unión fiscal tras la revolución americana. El 1 de julio, Alemania asume la presidencia semestral de la Unión, con la que Merkel tiene su última gran oportunidad para sellar su legado.
Los que la conocen hablan de un particular sentido del humor, más allá de su imagen de política austera e implacable. En su agenda buscó un hueco en 2015 para sentarse a la mesa con Mariano Rajoy. “Estuvimos unas tres horitas de sobremesa. Lo pasamos muy bien, nos reímos mucho, hablamos de fútbol, le gusta mucho el fútbol”, recuerda ahora divertido el expresidente del Gobierno.
Rajoy y más de una docena de actores políticos de primera fila trazan en este reportaje el retrato europeo de un hacer político extraordinario, a través de entrevistas realizadas en Berlín, Bruselas, Madrid, Múnich y Milán. Algunos han querido que se publique su nombre y otros no. Personas que la conocen, que han negociado y viajado con ella, que la han tratado en público y en privado, en la sala del Consejo Europeo, en un avión o en el comedor de un pequeño restaurante. Su relato ofrece a la vez una mirada atípica a los pasillos del poder en Bruselas.
Fotogalería: El legado de Merkel
Recorrido visual por la trayectoria de la figura más importante de la política europea de los últimos 15 años
La Alemania de Merkel tocará previsiblemente pronto a su fin coincidiendo con el final de una era en la que el multilateralismo, la integración europea, el euro se daban por hecho. Su salida, prevista para el otoño de 2021, marcará el ocaso de un tiempo político que empieza a percibirse como lejano y abrirá paso a uno nuevo, plagado de interrogantes existenciales para la Unión.
Arranca a la vez, el juicio histórico sobre la figura de Merkel. Las entrevistas arrojan un retrato con bastantes luces y algunas sombras. Sus cuatro mandatos han marcado la trayectoria del Viejo Continente durante tres lustros, cuajados de debacles políticas y económicas. La popularidad de la canciller dentro y fuera de sus fronteras contrasta con el calamitoso estado de la Unión que deja en herencia, una Unión llena de controles fronterizos, con derivas autoritarias en varias capitales y con una Unión Monetaria aún incompleta.
La irrupción del coronavirus, el mayor reto desde la II Guerra Mundial, en palabras de Merkel, le ha brindado una inesperada oportunidad para reivindicarse como gran líder europea. Y su reciente entendimiento con Francia muestra que la dirigente alemana parece dispuesta a jugársela para rematar su legado con un importante salto en la integración europea tan importante como la emisión de deuda conjunta.
Jean-
Claude
Juncker
Ex primer ministro de Luxemburgo / Expresidente de la Comisión Europea
La historia la juzgará como una europeísta
Juncker es uno de los líderes europeos que durante más tiempo ha tratado a la canciller alemana. Fue testigo de la llegada al poder de Merkel y de su estreno en las cumbres europeas en 2005. Y ha presenciado en primera persona la gestión de la política alemana durante las turbulencias que, en lo que va de siglo, han puesto a prueba la supervivencia de la Unión.
Los hagiógrafos de la canciller le atribuyen la salvación del euro y de la unidad de Europa. Sus críticos la acusan de haber acentuado la división y la desconfianza durante la crisis económica, primero, la migratoria, después y ahora la del coronavirus. Su liderazgo quedará irremediablemente ligado a una era en la que Europa ha superado crisis existenciales, pero también ha sufrido la mayor recesión de la UE, el Brexit y el ascenso del populismo. Los historiadores juzgarán si Merkel fue en parte la espoleta de esos fenómenos o el antídoto que los amortiguó y retrasó. Sea cual sea el veredicto, las huellas de Merkel aparecen por todas partes en ese período crítico de la UE.
“Ha sido un ancla para Europa”, valora el ex primer ministro de Italia, Mario Monti, que llegó al cargo gracias, en gran parte a Merkel y al presidente francés, Nicolas Sarkozy, que forzaron la dimisión de Silvio Berlusconi para intentar apaciguar la tormenta financiera que se abatía sobre Italia. El magnate italiano fue uno de los muchos primeros ministros que cayeron durante una crisis de la zona euro de la que Merkel sobrevivió a duras penas. El vendaval también se llevó por delante al español Rodríguez Zapatero, al portugués Socrates, al griego Papandreou y hasta al propio Sarkozy.
En Europa, su fortaleza se ha sustentado en parte en la debilidad de los otros. De los franceses y de los británicos sumergiéndose progresivamente en su propio caos. En Alemania, heredó una serie de reformas de su predecesor, Gerhard Schröder, que marcaron el inicio del declive socialdemócrata, pero supusieron un balón de oxígeno para la canciller. El análisis de su legado europeo pasa por comprender hasta qué punto Merkel ha sabido aprovechar los casi 15 años de prosperidad alemana para transformar Europa y garantizar su futuro.
Arancha
González
Laya
Ministra española de Exteriores
Tiene unos principios muy serios, sobre los que no admite compromisos
González Laya ha trabajado con Merkel en numerosos foros internacionales. De ella destaca la firmeza de sus convicciones, que ha demostrndo incluso ahora, “al final de su carrera”; recientemente, la canciller intervino para abortar en Turingia el primer coqueteo de un ala de su partido, la CDU, con la extrema derecha de la AfD.
González Laya cree que “queda el legado de una persona europeísta convencida y una gran brújula moral para Europa”. “Y que sea Alemania es muy importante, porque es el centro de gravedad de Europa”, interpretó la ministra en los márgenes de la conferencia de seguridad de Múnich, en febrero de este año, donde la fragilidad de Occidente y de la UE ocuparon un lugar central.
Pero cree también que a la canciller “le ha faltado quizás un poco de creatividad y de audacia en momentos difíciles, por ejemplo, en la gestión de la crisis financiera a partir de 2008”. La crisis de la zona euro fue un momento definitorio de una canciller cuyo mandato ha combinado un éxito económico en Alemania prácticamente sin precedentes con una fractura social en buena parte de la Unión, sobre todo, en Grecia.
La crisis del coronavirus abre, de nuevo, numerosos interrogantes sobre el futuro de Alemania y también el de la Unión. “Cómo salga Europa de esta crisis dependerá, no solo, pero sí en gran medida de la canciller Angela Merkel. Ella sabe que esta crisis es sistémica y que lo que está en juego es el mercado único europeo. Cuanto más ambiciosa sea la respuesta europea más rápido saldremos todos. Cuanto más titubeemos, más corremos el riesgo de fragmentar el mercado europeo y quedar rezagados en la creciente competición geopolítica entre China y Estados Unidos. Su posición en las próximas semanas será crucial”, estima la ministra española.
Javier Solana, exjefe de la diplomacia europea, considera también el momento actual decisivo. “Alemania debe ser capaz de aceptar que [el fondo de reconstrucción] no es un regalo para los países pobres; es una cuestión de justicia. Me gustaría que Merkel pase a la historia habiendo dejado esa puerta abierta para Alemania y que lo haga con claridad pedagógica, porque el que venga detrás, la va a cerrar”, interpreta Solana, ya recuperado de una grave infección del coronavirus de la covid-19. “Con su popularidad reforzada gracias a una buena gestión de la pandemia, Merkel ha decidido invertirla en un enfoque más visionario para la UE. Hay que reconocerle el mérito, junto a Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen, del audaz paquete de recuperación propuesto por la Comisión”, opina Monti. Y añade: “Por primera vez, el presupuesto de la UE, gracias en particular a las contribuciones de Alemania, será más parecido al presupuesto de un Estado federal, para impulsar la recuperación y transformación de Europa después de la covid-19”.
Merkel se convirtió en ciudadana de la UE poco después de caer el muro de Berlín en 1989. Su fe en el proyecto de integración europea se acrecentó poco a poco, a base de unas cumbres en Bruselas que, contra pronóstico, la erigieron como la canciller de Europa. “Al principio era más reacia”, asegura Juncker. El luxemburgués cree que el predecesor de Merkel, Helmut Kohl, “tenía Europa en las entrañas y a veces en la cabeza; Merkel tiene Europa en la cabeza y a veces le baja a las entrañas”.
La transformación personal, en todo caso, fue meteórica. Su entrada en política nada más caer el Muro en noviembre de 1991, la llevó pronto al Bundestag y al Gobierno de Kohl, bajo cuya protección escaló puestos rápidamente. Diez años después de la reunificación, Merkel era elegida presidenta de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y su sombra ya empezaba a proyectarse sobre la Unión.
Tanto en la oposición como una vez en el poder, Merkel ha huido de las grandes visiones a largo plazo, convencida de que el mundo cambia muy rápido y es mejor adaptarse en cada momento. No es propensa a los discursos grandilocuentes, ni insiste en las cuestiones estratégicas macro. Más bien construye a través de la gestión; la política de los pasos pequeños, dicen a veces de ella. “El problema es que el coste político a largo plazo se incrementa porque, al final, se acaba caminando en zigzag”, considera una fuente europea.
Su primera tarea fue sacar a la UE del marasmo institucional tras el fracaso de la Constitución, y la llevó a cabo sin alharacas ni aspavientos. Impuso el pragmatismo y, en coordinación con Sarkzoy, sacó adelante el Tratado de Lisboa que desde 2009 rige el funcionamiento del club. “Con ella se creó la estabilidad. Salvó el tratado constitucional durante su presidencia. Es la madre de los tratados de Lisboa”, comparte en un café berlinés Elmar Brok, antiguo eurodiputado y destacado miembro de la CDU, que conoce a Merkel desde principios de los noventa. Durante todos estos años, se ha sentado con ella en los encuentros del Partido Popular Europeo previos a las cumbres en Bruselas.
Tras su rotundo éxito con el Tratado de Lisboa, la canciller se aventuró a dar un paso más arriesgado. Merkel propuso en 2010, en un discurso en el Colegio de Europa en Brujas, adoptar el llamado “método de la Unión”, es decir, traspasar el motor del club de la Comisión Europea al Consejo. La propuesta causó espanto en las fuerzas más federalistas de Bruselas. Pero lo cierto es que las cumbres trimestrales, donde negocian los jefes de Estado y de Gobierno, pasaron a ser cada vez más frecuentes, hasta dos en una semana en momentos graves, y en todas la voz de Merkel marcó de manera inexorable. De facto, la canciller impuso su método basado en la fuerza de las capitales.
Allí, entre las cuatro paredes del Consejo es donde Merkel ha ejercitado un método que le ha reportado grandes éxitos. Porque si en la calle, con la gente de a pie, a menudo da la impresión de estar incómoda, en Bruselas Merkel brilla. Es el lugar que domina como ningún otro líder. Merkel viajaba (en la era precovid-19) a Bruselas para los Consejos Europeos cada vez con más frecuencia. Otra cosa es el tiempo que tiene Bruselas en la cabeza. Cada día es un día europeo en Berlín. En tiempos normales, Merkel habla con colegas de la UE al menos una vez al día, varias veces a la semana. Europa es el escenario en el que trabaja y en Bruselas se siente como en casa.
“Era impresionante verla trabajando en esos Consejos extenuantes, no se distrae ni un minuto”, recuerda Monti. “Cuando la negociación se atasca y hay un receso, Merkel se llevaba a los implicados a un rincón y allí trataba de desbloquear la situación”, añade.
Cuando viaja a Bruselas lo hace acompañada de un grupo reducido, en el que está su portavoz, su asesor de política exterior y el vicejefe de su gabinete. Siempre se queda en el mismo hotel. Allí, después de las interminables reuniones, hace un relato meticuloso de lo sucedido en la negociación a los miembros de su delegación, sea la hora que sea.
Tal vez su mayor habilidad sea estar en buenos términos con cada miembro del Consejo. Lleva mucho tiempo allí y sabe perfectamente que cada voz, es decir, cada voto cuenta en un sistema que requiere la unanimidad. “Sabe ser ambigua. Es además muy abierta y atenta con los Estados pequeños, algo que por ejemplo Macron no hace. Sabe que los pequeños, igual que los grandes, tienen un voto y muchos además dependen económicamente de Alemania. Su mundo es complejo, basado en las interdependencias”, comparte Stefan Kornelius, jefe de internacional del Süddeutsche Zeitung y autor de una biografía de la canciller, Angela Merkel, la canciller y su mundo. Kornelius habla en el atrio de la Bundespressekonferenz, el edificio al que tres veces por semana acuden los portavoces del Gobierno y periódicamente ministros y la propia Merkel, a responder sin filtro a las preguntas de los periodistas.
Los que la conocen destacan un aspecto que a primera vista podría parecer accesorio, pero que en los maratones negociadores bruselenses se convierte en decisivo en la defensa de los intereses alemanes. Dicen que Merkel tiene un aguante físico fuera de lo común y que sabe que la propuesta buena siempre aparece al final, en mitad de la noche. Esa capacidad para negociar noches enteras ha dado sus frutos a los largo de los años en el Consejo Europeo, en esas cumbres que irremediablemente terminan con los rostros agotados de políticos y periodistas en las conferencias de prensa al amanecer.
También en Berlín. Las negociaciones para formar la última coalición de Gobierno fueron maratonianas, con políticos durmiendo tirados por el suelo y alertas en los móviles a las cinco o las seis de la mañana anunciando progresos. Lo mismo sucedió con la negociación del gran paquete del clima alemán el año pasado. Después de una noche sin dormir, negociando a puerta cerrada, hubo una conferencia de prensa a media mañana y uno por uno, los ministros fueron desgranando el resultado. En aquella ocasión, Merkel cabeceó, para sorna de los tabloides. Pero el paquete climático había salido adelante.
WOLFGANG
SCHAÜBLE
Presidente del Bundestag / Exministro de Finanzas e Interior de Alemania
Ella jamás abandona la mesa de negociaciones
Con Schäuble, el que fuera su ministro de Finanzas durante ocho años, la relación de Merkel no siempre ha sido fácil. Especialmente durante la crisis griega, cuando las tensiones estuvieron a punto de desbordarse.
Schäuble quiso que Grecia abandonara el euro por un tiempo. Merkel se negó y Schäuble ha confesado después que estuvo cerca de dimitir. Aun así, el presidente del Bundestag muestra admiración ante el modus operandi de Merkel en Europa. “Tiene una inusual capacidad para almacenar todos los hechos y las informaciones. Es extraordinariamente inteligente, tiene una increíble fuerza intelectual, también física y psíquica. Sin olvidar que tiene una paciencia interminable”, explica Schäuble, postrado en una silla de ruedas desde que un enfermo mental hace 30 años le disparara en un acto público.
El análisis casi científico de los argumentos y la búsqueda obsesiva del consenso es su manera de operar. Una figura política que compartió mesa de negociación con Merkel la describe: “En las reuniones, ella siempre empezaba escuchando a la otra parte, respondía y se entablaba una discusión. Al final de esa discusión preguntaba ¿qué hemos aprendido hoy? y resumía qué había ocurrido en esa reunión, 1, 2 y 3”.
Coinciden los consultados en que antes de decidir siempre trata de analizar toda la información disponible. Llama a científicos, empresarios y a las personas afectadas más relevantes. Atribuyen a la canciller una excepcional capacidad para escuchar y tomar en cuenta los puntos de vista de todos los posibles interlocutores. Nunca son decisiones emocionales.
Esa manera de operar estuvo a punto de resultar letal durante la crisis de la zona euro. Su parsimonia y sus titubeos desesperaron a los socios europeos, en particular, los que caían en el rescate financiero uno tras otro. Y desconcertaron a unos mercados que llegaron a apostar por la ruptura del euro a la vista del inmovilismo de la canciller.
La prudencia calculada y la pausada reflexión, en cambio, le están resultando especialmente acertadas en la crisis del coronavirus. Es doctora en química cuántica y se maneja con facilidad entre números y fórmulas científicas. Esta crisis está de alguna manera hecha a su medida, a su aproximación pragmática y minuciosa de los problemas. De la mano de los expertos más prestigiosos de Alemania, ha tomado decisiones que ha sabido comunicar a una población que sigue confiando en ella, especialmente en momentos difíciles. El vídeo en el que Merkel explica la tasa de reproducción del virus se viralizó en las redes sociales, como si se tratara de una estrella del rock and roll. Su gestión de esta crisis, ha disparado los niveles de aprobación en su partido —ronda el 40%—, lo que a su vez le concede una clara holgura y ventaja a la hora de adoptar decisiones necesarias en Bruselas, pero de difícil digestión para muchos alemanes.
“Analiza los asuntos con una brillantez analítica. Es muy buena anticipando los resultados, las consecuencias de una decisión. Tiene táctica, sabe leer la situación y reacciona rápido”, opina en el café que frecuentan los políticos alemanes junto a la puerta de Brandeburgo Günter Verheugen, excomisario alemán de Industria (2004-2010) y veterano de la política alemana. El sensacionalista Bild recordaba hace unos años una frase pronunciada por la entonces Merkel joven científica y que constituye una defensa de la toma de decisiones sosegada frente a la impulsividad. “Los hombres en el laboratorio siempre tenían puestos los dedos en todos los botones a la vez. Yo no podía seguir el ritmo, porque estaba pensando. Y en un momento dado, aquello explotaba y el equipo se rompía”.
Tiene, además, una gran habilidad para esperar, destaca el periodista Stefan Kornelius: “Sabe quedarse callada durante mucho tiempo”. Piensa el biógrafo que esa actitud tal vez esté relacionada con su infancia. “Su educación, como hija de un pastor protestante en el este de Alemania, le enseñó a estar sentada en la mesa, a esperar y a ser consciente de que en cualquier momento podían ser espiados”.
Pero tal vez sea su conocimiento exhaustivo de los temas lo que más sorprenda a todo el que aterriza en el Consejo Europeo.
Mariano
Rajoy
Expresidente de España
Intervenía en todos los asuntos que se planteaban en los Consejos Europeos
Con Rajoy coincidió en numerosas cumbres europeas. También compartió mantel en más de una ocasión, caminaron parte del Camino de Santiago y hablaron de fútbol, una pasión que les une.
Rajoy explica que la participación de Merkel en los Consejos abarcaba “cuestiones mayores, menores y también las que no afectaban a Alemania. Se estudiaba todos los temas, algo que parece que va de soi, pero hay mucha gente allí que, en fin, podía dedicarle un poquito más de tiempo a los asuntos”, considera. “Cuando te sientas en la UE, de 28 líderes, como mucho 12 saben realmente de lo que hablan. Cuando la negociación se complica, Macron, Rutte, Merkel y otros pocos son los que saben de qué se está hablando”, asegura una fuente europea. “Escuchaba, lo cual es importante en una dirigente que toma decisiones importantes. Y tiene palabra, cumple, lo cual da mucha seguridad”, añade el expresidente del Gobierno.
Rajoy rememoraba poco antes del confinamiento, en su oficina en el barrio de Salamanca de Madrid, algunos de sus encuentros. “La llevé a cenar a la zona antigua de Santiago, un rodaballo que estaba apoteósico”, recuerda el gallego con fruición. En el partido de vuelta en Meseberg (Alemania), “estuvimos unas tres horitas de sobremesa y no bebíamos agua”. La buena relación no fue óbice para el choque político en un período tremendamente turbulento en la zona euro. Esas turbulencias han vuelto a brotar con fuerza de la mano de la covid-19 y los planes de reconstrucción económica de la UE.
MARIO
MONTI
Ex primer ministro de Italia
Obama quería saber cómo tratar con Merkel en asuntos económicos
Cuenta Monti que una semana antes de visitar a Obama en febrero de 2012, el embajador americano en Roma le advirtió de que cuando fuera a la Casa Blanca, antes de entrar en los asuntos bilaterales, el presidente de Estados Unidos le preguntaría sobre la canciller alemana.
Una vez en Washington, durante el encuentro de Monti con el presidente estadounidense dedicaron 20 minutos a la cuestión alemana. “Yo le expliqué que hay que tener en cuenta que para los alemanes la economía es una rama de la filosofía moral y que el crecimiento es una recompensa ética por un buen comportamiento económico, que sus asesores keynesianos no la iban a convencer defendiendo un déficit presupuestario”, recuerda el exmandatario italiano en el despacho de la Universidad Bocconi, en Milán, que preside.
Obama y Merkel aprendieron a tejer una excelente relación. Pero el americano, seriamente preocupado por la continua inestabilidad de la zona euro, no acertaba a comprender la lógica de la canciller en un momento en que el euro podía saltar por los aires. Buena parte de Europa consideraba que su interpretación del problema como una pelea entre virtuosos cumplidores (acreedores) y derrochadores (deudores) había contribuido a agravar la caída de la zona euro en el último continente en salir de la Gran Recesión. En su país sin embargo, arreciaba la presión y le llovían las críticas por considerarla demasiado generosa con los socios europeos.
Monti y Rajoy infligieron a Merkel su primera derrota en el Consejo Europeo, donde ella imponía unas recetas para salir de la crisis, basadas en la austeridad y las reformas estructurales. “En Italia, en una semana habíamos hecho una reforma del sistema de pensiones como la que ahora trae de cabeza a Macron. Pero, ¿cómo va a confiar la gente si la prima de riesgo no se reducía?”, recuerda Monti. Y Rajoy añade que “España había hecho reformas muy importantes y la prima de riesgo seguía subiendo. Llegamos a la conclusión de que no era tanto un problema de España como de toda la UE. Hubo un momento en el que Europa también estuvo en riesgo”.
Ambos se plantaron en la cumbre europea de junio de 2012. Un jueves a las cinco de la tarde se convocó el Consejo Europeo. Los mercados esperaban atentos. A las 19.00, cuando se daba por concluido el Consejo, saltó la liebre. “Lo siento, Italia veta este pacto de crecimiento. Estamos totalmente de acuerdo con el contenido, pero no será percibido como un mensaje importante si no podemos solucionar el tema de la gobernanza de la eurozona”, asegura Monti que dijo entre esas cuatro paredes. Rajoy reclama que fue él el que habló primero para decir que no habría acuerdo si no se tenía en cuenta a los países del sur. “Merkel salió como una fiera, pero en vez de arrearme a mí, le arreó a Monti”, recuerda el español.
Autorías aparte, lo cierto es que Italia y España exigieron que la cumbre de la zona euro enviase un mensaje claro a los mercados de que el Banco Central Europeo (BCE) intervendría en defensa de la moneda común. La victoria en realidad, no fue tan rotunda porque la recapitalización directa de los bancos nunca llegó a aprobarse y la unión bancaria tampoco ha llegado a concretarse.
Aquella noche, al filo de las cuatro de la madrugada, Merkel cedió. “Estaba muy afectada, era su primera derrota”, recuerda una fuente europea. La reunión coincidió con un partido de la Eurocopa de fútbol entre Alemania e Italia en el que los del sur también se impusieron. Y Monti echó aún más sal a la herida, al romper el compromiso de guardar silencio hasta la mañana siguiente y anunciar a bombo y platillo que Italia se había librado de la troika y que la crisis del euro entraba en vías de solución.
Merkel, después de apenas descansar dos o tres horas en el hotel, se desayunó con los titulares de la prensa anunciando la doble y humillante derrota: en el fútbol y en la cumbre europea. “No estaba solo sorprendida, estaba muy, muy enfadada”, rememora Juncker. “A partir de entonces, nunca salió de una cumbre sin dar inmediatamente su versión a la prensa”. Aquella cumbre marcó un punto de inflexión en la crisis del euro y en la trayectoria de Merkel. Poco después, el presidente del BCE, Mario Draghi, pronunciaba su famoso conjuro –whatever it takes– y los mercados retiraban asustados sus apuestas sobre la ruptura del euro.
HELLE
THORNING-
SCHMIDT
Ex primera ministra de Dinamarca
Alemania debería haber aplicado más políticas de crecimiento, no solo austeridad
La socialdemócrata compartió con Merkel los peores momentos de la recesión, y atribuye al conservadurismo alemán secuelas que hoy perduran: “Por eso todavía no nos hemos liberado completamente de aquella crisis”. Sin embargo, reconoce el gran trabajo de la canciller para evitar el desastre.
“El camino que abrimos en esos meses y años, diseñando nuevos mecanismos para salvar el euro, fue en muy buena medida obra de Merkel”, reconoce Thorning-Schmidt, presidenta semestral de la UE en la primera mitad de 2012.
Pero la gestión de la crisis reveló uno de los peligros del método político de Merkel, basado en atar todos los cabos, durante semanas o meses si hace falta, antes de adoptar una decisión. “Ella es de ciencias y piensa las cosas empezando por el final, por el punto de llegada”, describe Juncker, que como presidente del Eurogrupo, primero, y de la Comisión, después, sufrió el permanente Nein de Berlín a las propuestas más ambiciosas. “Dudó y no se atrevió a decirles a sus votantes que había llegado el momento de que Alemania ejerciera un liderazgo en Europa. En su lugar, pospuso una solución a la crisis griega que acabó por contagiar a toda Europa”, considera González Laya.
“En Alemania no lo tenía fácil, estaba siendo criticada incluso por su propio partido por mantener a Grecia dentro del euro”, asegura Brok. Recuerda este veterano de los pasillos de Bruselas que durante una de las muchas broncas con el grupo parlamentario de la CDU en el Bundestag, Merkel les advirtió: “Nunca voy a dar la espalda a Europa incluso si tengo que votar en contra de mi partido y al lado del SPD [socialdemócratas]”.
El presidente francés, François Hollande, recuerda que en el verano de 2015, con todos los puentes rotos entre Bruselas y el Gobierno griego de Alexis Tsipras y Yanis Varoufakis, Merkel sopesó la expulsión de Grecia de la zona euro. “Por primera vez, me dijo que era nuestro deber trabajar sobre un escenario de salida de la zona euro”, afirma Hollande en su obra Les leçons du pouvoir (las lecciones del poder). Su entonces ministro de Finanzas, Schaüble, firme defensor del Grexit, la animaba a dar el tremendo paso. Pero Merkel no saltó. Evitó la tragedia del Grexit, que hubiera supuesto el mayor pasivo del legado de su mandato.
La crisis del euro pasó factura a todos. También a Merkel, que llegó a su tercera legislatura (2013-2017) con la autoridad intacta, pero el prestigio cuestionado dentro y fuera de su país. En Berlín comenzaron a surgir voces a favor de empezar a preparar el relevo. En Bruselas, el hartazgo por la austeridad y los corralitos (en Grecia y Chipre) era evidente y tanto el FMI como el BCE empezaban a distanciarse de las recetas de la troika.
Pero la canciller hizo una vez más alarde de unas de sus dos principales características: la resistencia y la paciencia a la hora de tomar decisiones. Mientras otros empezaban a darla por amortizada, ella se disponía a atravesar otro lustro como máxima referencia de un Consejo Europeo donde había pasado de líder recién llegada a ser la más veterana tras la criba de la crisis.
En diciembre de 2005 desembarcó en el Consejo Europeo, un foro de líderes en el que, desde su fundación en 1974, solo había contado con un puñado de mujeres, con Margaret Thatcher como la más destacada. Merkel, que huye de cualquier etiqueta, tampoco se define como feminista. Sin embargo, en los últimos tiempos ha exhibido en varias ocasiones una mayor conciencia de género. La danesa Thorning-Schmidt, una de las líderes que se ha sentado en el Consejo durante la era Merkel, cree que entre ellas “había un cierto vínculo” porque las dos eran mujeres. La ex primera ministra danesa recuerda un encuentro con Merkel en el aseo de mujeres del edificio Justus Lipsius (sede del Consejo en Bruselas) durante una de tantas cumbres. “Estábamos lavándonos las manos juntas y a la vez discutiendo el presupuesto europeo. Al salir nos reíamos comentando que ‘ahora las negociaciones se han trasladado al baño de mujeres”.
González Laya cree que, “aunque Merkel no quiera insistir en ello, quizá haya un componente femenino en su forma de hacer política, un poder que no se ejerce con gritos ni expresiones altisonantes, sino con el intelecto y la escucha”. Lo explicaba la propia canciller el año pasado en una entrevista atípica con Die Zeit: “La voz de una mujer no es tan fuerte ni tan grave como la de un hombre. Para una mujer, irradiar autoridad es algo que hay que aprender”.
Otro de sus puntos fuertes es, sin duda, el ya célebre teflón. Ese impermeable grueso e invisible, casi inhumano, que hace que le resbale todo lo susceptible de ser tomado como algo personal y con capacidad de distraer en la toma de decisiones. “Tiene la piel dura y no deja que las cosas le afecten personalmente”, asegura una persona que la conoce. Thorning-Schmidt recuerda los años de la crisis del euro en los que había manifestaciones en las que se quemaban fotos de la canciller alemana en las calles griegas. “Le expliqué a Merkel que mi hija de 13 años, al ver cómo la atacaban, estaba en shock. Pude ver cómo le afectó a Merkel, pero también sentí que la única manera para ella de poder tomar decisiones difíciles era manteniendo la distancia de las críticas a su persona y viéndolo como una crítica a su figura pública”.
El reconocido instinto y el olfato que le han permitido sobrevivir en medio del vendaval político, que se ha llevado a tantos de sus homólogos, le falló en 2015, tal vez en la única ocasión que abordó un tema europeo con la pasión de las entrañas y dejando aparte el frío cálculo cerebral.
Aquel final del verano marcó la carrera de la canciller. Las imágenes de miles de refugiados agolpados en la estación de trenes de Budapest y embarcados a pie en la “marcha de la esperanza” rumbo a Alemania obligaron a Berlín a adoptar una decisión trascendental para evitar una tragedia humanitaria aún mayor. El Reglamento de Dublín obliga al país por el que los demandantes de asilo han entrado a la UE a tramitar el asilo, pero Hungría no quería saber nada de ellos y fletó autobuses para llevarlos hasta la frontera austriaca. Los huidos de la guerra solo tenían un destino en la cabeza: “Germany, Germany, yala, yala [Alemania, vamos]”, gritaban.
Merkel optó por no cerrar las puertas y más de un millón de refugiados recaló ese año en Alemania, gracias a una decisión muy criticada en algunos sectores de su país y de su partido, pero que la canciller aún hoy defiende. “Wir schaffen das” (lo conseguiremos), proclamó Merkel. La alentadora frase y las fotos pretendían ser un símbolo de la generosidad y la apertura de Alemania en medio de la enorme oleada de refugiados procedentes de Siria que había desbordado a socios europeos como Grecia, Austria o Hungría. En las estaciones de tren, los alemanes corrieron a dar la bienvenida a los recién llegados con globos y peluches para los pequeños.
La llamada “cultura de bienvenida” de los que al principio aplaudieron en los andenes a los recién llegados se fue eclipsando, al tiempo que fue ganando terreno el discurso xenófobo. Merkel no podía imaginar que la política de puertas temporalmente abierta estaría a punto de acabar con su carrera política y contribuiría a que la extrema derecha engordara hasta entrar en el Parlamento alemán con 92 diputados.
Mucho se ha especulado sobre la verdadera motivación de aquella decisión que transformó Alemania y Europa para siempre. De si Merkel actuó como siempre, movida por la razón, o por el corazón. Pero lo cierto es que por primera vez, Merkel se tambaleó. En Europa, la fractura sigue viva.
En Bruselas y en algunas capitales europeas la decisión de Merkel fue interpretada como un peligroso efecto llamada por muchos de sus, hasta entonces, aliados.
Donald
Tusk
Ex primer ministro de Polionia /
Expresidente del Consejo Europeo
Me dijo que la oleada de refugiados era demasiado grande para frenarla
Tusk, que había llegado a la presidencia del Consejo Europeo en gran parte gracias al apoyo de Merkel, tuvo el primer gran encontronazo con ella a raíz de este lance, señalaba en una entrevista reciente en Bruselas
Donald Tusk, que había llegado a la presidencia del Consejo Europeo en gran parte gracias a su apoyo, tuvo el primer gran encontronazo a raíz de este lance. “Me dijo que la oleada de refugiados era demasiado grande para frenarla; yo le dije que todo lo contrario: era demasiado grande como para no frenarla”, señaló en una entrevista el pasado diciembre en Bruselas. Quien la conoce asegura que esta política, que pasó su niñez y juventud detrás del telón de acero, se ha prometido a sí misma, luchar para que no se levanten más muros.
“Alemania actuó de manera responsable porque la situación podía estallar en varios países”, opina el exeurodiputado de la CDU Elmar Brok. “No quería ver a las madres con sus hijas a la intemperie. Puede que sea su compasión. Esa gente ya estaba en Europa. Sí, luego vinieron más, pero muchos menos de los que ha acogido por ejemplo Turquía”. Juncker también considera injusto el linchamiento al que fue sometida Merkel dentro, sobre todo, de sus propias filas del Partido Popular Europeo.
La avalancha de críticas arreció a medida que el flujo de refugiados aumentaba. Thorning-Schmidt cree que “fue un error dar la bienvenida a los refugiados sin haberse coordinado previamente con el resto de socios europeos”. El excomisario Günter Verheugen, socialista, es más duro aún con la decisión de Merkel. “Alemania no podía decidir por sí sola, Merkel rompió las reglas. No trató de buscar una decisión común y nadie entendió lo que hizo. Al final, acabó dando munición a los brexiteros de Nigel Farage y alimentó Alternativa para Alemania (AfD), que había nacido para atacar el euro y se reconvirtió en partido antiinmigración”.
En Alemania, el ala derecha de su partido aún no le ha perdonado aquella decisión, que considera que ha abierto un espacio excesivo a la derecha del partido y ha dado alas a la ultraderecha. Tampoco la prensa conservadora y sensacionalista que arrecia desde entonces. “Me reuní varias veces con ella y hablamos a menudo por teléfono en aquellos meses de 2015. Y se sentía herida por el injusto proceso al que fue sometida”, relata el entonces presidente de la Comisión. “La prensa de derechas y algunos partidos”, añade Juncker, “hicieron creer a la opinión pública que Merkel abrió las puertas de par en par, cuando lo único que hizo fue no cerrarlas para evitar un drama humanitario”. La canciller alemana salió muy debilitada de aquel episodio en el que invirtió buena parte de su capital político.
La debilidad y la avalancha de voces de quienes empezaron a considerarla poco más que un pato cojo se escuchan ahora con sordina. El monumental reto del coronavirus ha vuelto situar a la canciller en primera línea de la política alemana y europea. El virus ha puesto a prueba como nunca antes la cohesión de la UE. Ha reflotado tensiones y agravios mal digeridos durante décadas, con un vigor preocupante. La decisión alemana al principio de la crisis, y luego revertida, de no exportar material sanitario levantó sarpullidos en los países que contaban sus muertos por millares.
La fisura entre el norte adinerado y el sur mortalmente golpeado por el virus y necesitado de financiación europea, amenaza derribo. Merkel ha comprendido que esta crisis es mucho más que un revival de la del euro y que a diferencia de aquella esta es simétrica, es decir, ataca a todos los países por igual al margen de sus virtudes fiscales. Pero a la vez, la canciller se ha mostrado inflexible a la hora de ceder en un línea roja, labrada a golpe de historia y de portadas de tabloides en la psique alemana: la mutualización de la deuda que el sur exige.
“Merkel tiene claro que Europa conjuntamente debe financiar la reconstrucción, que no es un problema nacional y que Alemania tiene que pagar más que otros y este es un riesgo político interno que deberá asumir”, estima Kornelius. Pero a la vez, continúa, “Merkel no traspasará los límites alemanes porque no podemos mutualizar la deuda, en el sentido que lo prohíbe nuestra Constitución y, si lo aceptara, provocaría un gran problema en política interna”.
Coincide excomisario de Industria Verheugen. “Se la considera responsable, especialmente en el sur, de la resistencia a los coronabonos, pero no es justo porque requeriría un cambio de la Constitución e incluso un referéndum”, argumenta Verheugen, quien muestra una “profunda preocupación” por el futuro de la Unión. “Nos enfrentamos al mayor shock externo imaginable y necesitaríamos un liderazgo decisivo y un compromiso firme de solidaridad europea, pero no lo tenemos”, se lamenta.
El impulso franco-alemán de esta semana, por el que Berlín y París proponen crear un fondo de subsidios de 500.000 millones de euros, pero con el que sobre todo abren la puerta a la financiación con deuda europea, supone un hito histórico, que aún debe hacerse realidad. Los más optimistas creen que Merkel y Macron han puesto la semilla de los futuros eurobonos, pero la canciller alemana ya ha demostrado otras veces que sus pasos son muy medidos y ha dejado claro que se trata de una solución ad hoc para esta crisis.
En cualquier caso, es pronto. Queda todavía mucha crisis de covid-19 por delante. La buena gestión resultará más imprescindible que nunca en este momento histórico, en el que Europa se juega su futuro y Merkel su legado.
Numerosos rivales, comenzando por el antiguo canciller socialista, Gerhard Schröder, han minusvalorado y ninguneado a lo largo de los años a la canciller, sin percatarse de su tenacidad y perseverancia. Merkel, una política que acostumbra a sobrevivir a sus obituarios políticos, ha aguantado durante cuatro legislaturas al frente de Alemania, mientras que en Francia por el camino se han quedado tres presidentes: Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy y François Hollande. Con ninguno llegó a entenderse de verdad y la falta de sintonía entre París y Berlín durante los últimos 15 años ha impedido grandes avances en una Unión que, durante la era Merkel, se ha limitado a achicar agua para evitar el naufragio total.
La llegada de Macron anunció inicialmente aire fresco para el eje franco-alemán, pero el impetuoso francés se encontró con una Merkel debilitada, pendiente de formar un Gobierno que tardó casi seis meses en consolidarse y que nació falto de tracción y siempre pendiente de la frágil salud de la gran coalición y de las citas electorales en los Länder. Cuando no era Renania del Norte-Westfalia era Hesse y después Turingia.
javier
Solana
Ex secretario general de la OTAN /
Exjefe de la diplomacia europea
Las relaciones con Francia son maravillosas y se dan besos, pero no son fáciles
Javier Solana trabajó durante años en Bruselas codo con codo con Merkel, con quien comparte formación: estudios de Física y Química. Explica que la convivencia entre Alemania y Francia, con sus altos y sus bajos, es fundamental para entender el legado de la canciller.
“Ella cree que el pacto franco-alemán es fundamental para la UE, pero no acaba de entender el modelo francés. No acaba de entender por qué Francia no se reforma”, asegura Solana en su despacho de Esade-Geo en Madrid. Entre los dos países, “los grandes choques fueron económicos”, añade.
A las diferencias con París se unieron los malentendidos con Londres. El primer ministro británico David Cameron nunca supo interpretar correctamente las señales que le llegaban de Berlín y en más de una ocasión intentó aprovechar la afinidad de Alemania con el Reino Unido para chantajear a la UE vía Berlín. Merkel rechazó más de una vez esas tentativas, como cuando Cameron intentó un trato especial para la City londinense como centro financiero al margen de las normas de la zona euro.
La UE de Merkel sí que cedió parcialmente al deseo de Cameron de poder discriminar temporalmente a los trabajadores comunitarios desplazados a Reino Unido. Una concesión que pretendía ayudar al primer ministro a ganar el referéndum sobre la salida del club. Pero el plan no funcionó. Y el 23 de junio de 2016 la victoria del Brexit condenó a la UE a la primera amputación de su historia. El voto provocó un electrochoque en todas las capitales europeas. La prioridad de Bruselas y de Berlín pasó a ser que el Brexit no se convirtiera en el principio del fin de la UE. “Merkel estaba muy preocupada por la sucesivas crisis. Y, sobre todo, después del Brexit, su máxima prioridad fue mantener la unidad de la Unión”, recuerda Juncker. “Ella se convirtió en una especie de garantía europea frente a todas las crisis”, añade el luxemburgués.
La sucesora de Cameron, Theresa May, mantendría la misma estrategia del divide y vencerás, buscando en Berlín la cuña con la que sajar la UE. También sin éxito. Merkel se mantuvo durante toda la negociación del Brexit fiel al equipo europeo, liderado por Michel Barnier, a pesar de que en ciertos momentos sufrió la presión de la industria alemana para acomodar algunas de las exigencias de Londres.
El otro desafío mayúsculo a la cohesión de la Unión llegó desde el este, desde un territorio teóricamente tan familiar para la canciller como Moscú. “Merkel no es prorrusa, pero tampoco puede ser antirrusa”, explica Solana, que recuerda la frecuencia con que trató con la canciller las crisis de Rusia o Irán. “Ella sabe que la geografía es la que es y que Rusia está ahí: y confía en llegar a acuerdos favorables para las dos partes”, señala el español, antiguo responsable de la diplomacia comunitaria. Solana recuerda que los grandes roces con Moscú se produjeron en Ucrania. “En 2004 se resolvieron bien. En 2014, no tan bien”, añade.
El líder ruso, Vladimir Putin, puso en marcha una guerra híbrida que desestabilizó Ucrania en un momento en que ese país se acercaba a la UE y a la OTAN. El conflicto se saldó con la anexión rusa de Crimea, la primera ocupación territorial dentro de Europa desde el final de la II Guerra Mundial. Los equilibrios de Merkel con Putin entraban en aguas turbulentas.
Una vez más, la canciller dio prioridad a la unidad de la UE y secundó las sanciones contra Rusia, renovadas una vez tras otra desde entonces. Aun así, Merkel ha procurado no romper lazos con el Kremlin. Ella sigue enviando a Putin cada año unas cajas de cerveza alemana como regalo (Radeberger) y recibe de vuelta pescado ahumado ruso. Y a pesar de las críticas europeas y estadounidenses, Berlín ha mantenido la construcción del segundo gasoducto por el Báltico (Nordstream 2) para garantizar el suministro de gas ruso en Alemania sin pasar por zonas intermedias como Ucrania.
En los últimos tiempos, la tensión con Rusia no ha dejado de aumentar. Recientemente, en el Parlamento, Merkel calificó de “escándalo” las revelaciones de que un espía ruso estaría detrás del hackeo al Bundestag en 2015. La canciller aseguró que trabaja “a diario para tener una mejor relación con Rusia”, pero consideró que episodios como el de 2015 “no lo ponen fácil”.
Su relación con los países del Este de Europa ha estado marcada por una experiencia vital que no es la ordinaria de un político occidental. Merkel llegó tarde a la UE, una vez derribado el muro de Berlín. Nació en Hamburgo hace 65 años, pero se crio en Alemania del Este, después de que su padre, un pastor protestante, emigrara en misión evangelizadora. El traslado le permitió aprender ruso y estudió ciencias en la universidad. Pasó los primeros 35 años de su vida tras el telón de acero, mirando al Este. Venía de otro mundo.
Por eso, cuando Merkel viaja a Bulgaria, conoce las estaciones de tren y los barrios, y sabe dónde hay osos en las montañas. Y por eso, Merkel nunca cuestionaría el destino europeo de países como Hungría, porque esa es la Europa que conoció hasta el 89. Para Merkel siguen siendo muy importantes los países del Este, con quienes mantiene intensos contactos, así como con los Balcanes. También porque piensa en la UE como una fuerza pacificadora, capaz de resolver conflictos. Berlín siempre estuvo muy a favor de la ampliación y sintió que Europa se completaba. La crisis de los refugiados abrió sin embargo una profunda brecha entre Berlín y los países de Europa oriental, que difícilmente podrá cerrarla Merkel, una política demasiado marcada en las capitales de estos países.
Su perfil atípico hace que en el fondo, el club de hombres del oeste de Europa y también de Alemania no haya acabado de considerarla uno de los suyos. Lo explica en un café de la capital alemana el excomisario Günter Verhuegen: “Para la gente que vivimos la posguerra, gente como Kohl, por ejemplo, las relaciones con Francia son una condición sine qua non, es algo enraizado en la historia, es algo muy emocional para los que sabemos lo que es un país destrozado por la guerra. Ella es más joven y del este de Alemania. No tiene esa experiencia emocional con la Unión Europea. Ella tiene una visión muy técnica de la UE”.
Solana trabajó con ella en numerosas ocasiones y fue el encargado de pronunciar la laudatio cuando Merkel recibió en 2008 el título de doctora honoris causa en Leipzig y tuvo además ocasión de comer después con ella y con su familia. El exjefe de la diplomacia europea no duda de que “ella cree en la UE y le preocupa el bienestar social, es una cristianodemócrata clásica a lo Lubbers [Ruud]. Es más social que algún socialdemócrata. Es muy muy austera en todo. En el vivir, en la palabra. Quiere hacer cosas por la sociedad”. Durante sus cuatro mandatos, Alemania ha profesionalizado el Ejército, aprobado el salario mínimo y decretado el cierre de las nucleares, además de permitir al entrada de más de un millón de refugiados.
Juncker, que la trató al poco de que entrara en política después de la reunificación de Alemania (1990), no cree sin embargo que esa trayectoria personal haya sido clave en su papel posterior como canciller. “Es verdad que la biografía de un líder es importante y que ella venía de Alemania oriental y no tenía experiencia en la política occidental, pero aprendió muy rápido”, recuerda el ex primer ministro de Luxemburgo.
Lo cierto es que la UE que Merkel dejará se parece bien poco a la que vio llegar a la joven científica, por aquel entonces ministra de Medio Ambiente del Gobierno de Kohl. El mundo y la UE han cambiado mucho y muy rápido. Merkel también. A la canciller le preocupa el futuro. Teme que los valores y consensos labrados con mimo durante décadas en Europa y en la comunidad internacional acaben derribados a manos de la ofensiva neopopulista y nacionalista. Lo dijo el año pasado en su discurso en la Universidad de Harvard: “La democracia no es algo que podamos dar por hecho, tampoco la paz ni la prosperidad”.
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Maquetación: Alejandro Gallardo
Vídeo: Daniel Castresana
Edición gráfica: Carlos Rosillo
Retratos de los perfiles: John Thys (AFP), Samuel Sánchez,
Gregor Fischer (EFE), Jaime Villanueva y Manuel Vázquez
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