El 1 de septiembre de 1996, después de un disputadísimo Oviedo-Barcelona que se cerró en el descuento con un gol de Luis Enrique a pase de Guardiola (2-4), alguien llamó a la puerta del vestuario local del Carlos Tartiere. Era Guardiola, que decía que quería conocer a Juanma Lillo (Tolosa, 1965), por entonces entrenador del Oviedo. La respuesta del anfitrión forma parte de la leyenda: “¡Cómo no voy a querer conocer al mejor mediocentro de la historia!”. Desde entonces, Lillo y Guardiola forjaron una gran amistad. Pero probablemente nunca estarán tan unidos como en los próximos meses. Este viernes, desde Manchester, fuentes oficiosas anunciaron que Guardiola ha llamado otra vez a Lillo. Esta vez, para que se una a su cuerpo técnico en calidad de ayudante de campo del MAnchester City, función que había quedado vacante tras la marcha de Mikel Arteta al Arsenal el pasado diciembre.
Condenados a volver a sentarse en el mismo banquillo desde que en 2005 ambos coincidieron en el Dorados de Sinaloa —Lillo como técnico y Guardiola en el último capítulo de su trayectoria como futbolista—, el reencuentro en Inglaterra corresponde con una relación de profundas afinidades ideológicas que, contra lo que parecía evidente, nunca acabó por concretarse en una relación profesional formal. La reunión se produce tras una etapa especialmente difícil para el técnico vasco.
El 17 de marzo Lillo se debatía entre subirse o no subirse al avión que le llevaría de Barajas a Pekín en plena pandemia del nuevo coronavirus. En China le esperaba —tras la cuarentena prescriptiva— el equipo que él había ascendido a la Superliga en octubre, el Qingdao Huanghai, para continuar con una incierta pretemporada. Domiciliado desde hace años en Alcalá, foco de una de las zonas del mundo con más infecciones per cápita de covid-19, el técnico estaba abrumado. En su familia habían aparecido casos. Él mismo no sabía si tenía la enfermedad. Ante la posibilidad de subirse a un avión y contagiar a otro pasajero, resolvió no viajar cuando el vuelo se suspendió.
Las largas semanas de confinamiento cayeron sobre Lillo como una losa. Preocupado por la salud de su familia y al borde de perder un trabajo al que acabaría renunciando, se encontró ante una situación desconocida. Desde que ascendió a Primera División con la UD Salamanca en 1995 convirtiéndose con 29 años en el entrenador más joven en dirigir en LaLiga —un récord que todavía ostenta— no había podido disponer de tanto tiempo libre.
Después de años anhelando reunir tiempo para examinar partidos pendientes y leer libros guardados, este hombre enamorado de la filosofía y la historia del fútbol se encontró espiritualmente vacío. “No estoy haciendo nada”, bromeaba, melancólico. “Que igual, es cuando más se hace, como dice Krishnamurti”.
En 2005 Guardiola fichó por el Dorados, dijo, para aprender de Lillo. “Su prioridad era estar muy cerca de Juan Manuel”, recuerda Juan Antonio García, expresidente del club mexicano. “Pep intervino para decirle a su representante: ‘Oye, esto es lo que voy a cobrar’. Definitivamente, el sueldo histórico más bajo de Guardiola en su carrera”.
En Culiacán les recuerdan a los dos dando indicaciones desde la zona técnica. Como un dueto de entrenadores. Ahora, después de 15 años de vueltas y tres meses de vacío, pueden volver a juntarse en la Premier.
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