Nos encanta explicar la historia a partir de hechos dramáticos. Se asume que las utopías hippies de los sesenta agonizaron tras el festival de Altamont (6 de diciembre de 1969) o que el grunge terminó con el estúpido suicidio de Kurt Cobain (5 de abril de 1994). Otro lugar común sitúa el hundimiento de la disco music el 12 de julio de 1979.
Ese día se celebró en un estadio de Chicago la Disco Demolition Night. ¿Mandeee? Una ocurrencia de Steve Dahl, locutor que pinchaba rock en la radio y que, por motivos más o menos confesables, odiaba la música de discoteca. Dahl invitaba al encuentro de béisbol de un equipo local, los White Sox; entregando un vinilo de disco music, cualquiera podría entrar pagando 98 centavos; los discos serían destruidos en el intermedio.
Dahl tocaba un nervio sensible: bullía un movimiento de puritanos aficionados al rock que aseguraban que Disco sucks, que la disco apestaba. El resultado: unos 70.000 espectadores llenaron el recinto y sus alrededores. En el descanso, cuando Dahl explosionó los discos recogidos, el público enloqueció, asaltó el campo e impidió la continuación del partido. Los disturbios, recogidos por la televisión, han entrado en la leyenda.
Abundan los documentales al respecto. El producido por la Red Bull Music Academy tiene el mejor acabado, aunque lleva una dudosa carga ideológica y aporta una conclusión miope. Asume que el público que acudió a la convocatoria de Steve Dahl sublimaba, con el odio a la disco music, su homofobia y su racismo. Puede que hubiera sentimientos turbios en el fondo pero recuerden que la disco no era música automáticamente identificada con la negritud: aunque heredera del Sonido de Filadelfia y del funk de James Brown, en los medios estaba representada por blancos como John Travolta o los Bee Gees. Solo algunos especialistas sabían de sus orígenes en el submundo gay de Nueva York. Aún más: en otras filmaciones de los follones de 1979 se distingue a alborotadores negros.
Sospecho que aquello fue un tumulto genuinamente americano: testosterona, estudiantes de vacaciones, calor y la excusa, proporcionada por Dahl, un demagogo que se quejaba de no encontrar “trajes Travolta de mi talla; de todas formas, no sé bailar”. Tengo bastantes dudas respecto a la conclusión del documental de Red Bull: que la Disco Demolition Night acabó con la música de discotecas.
Va a ser que no. Como toda moda, la disco music sufrió por la saturación del mercado. Empresas punteras –RSO, Casablanca Records- se habituaron al endiscado, técnica comercial que llenaba las tiendas con sus novedades (aunque luego se devolvieran toneladas de ejemplares no vendidos). Pero esas trampas no impidieron que otras compañías siguieran facturando éxitos bailables.
Nada de declive: en los meses siguientes a la Disco Demolition Night, en la lista de Billboard alcanzaron el número 1 formidables llenapistas como Good times (Chic), Don’t stop ‘til you get enough (Michael Jackson), Funkytown (Lipps Inc), Upside down (Diana Ross), Celebration (Kool & the Gang) y On the radio (Donna Summer). Luego, cambió la etiqueta, se simplificó el sonido, mudaron las caras. Y surgió la artista que defendería hasta nuestros días la estética de la disco music: una tal Madonna.
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