El destino resuelto de Manuel Felguérez

Abstracciones culturales

 

Por Cristóbal
Torres

[Ante
el sensible fallecimiento del maestro
 Manuel Felguérez,
en la sección cultural de La Neta Neta decidimos volver a compartir con nuestros
lectores una entrevista que le realizamos hace unos pocos meses, la cual fue
publicada durante el mes de marzo de 2020; tal documento periodístico hoy se
convierte en una puerta para acceder a la cosmovisión del entrañable artista
oriundo de Zacatecas…
]

 

México, 8 de junio
(La Neta Neta).— Pionero del arte abstracto en el país, las circunstancias
biográficas le permitieron construir su perfil artístico lejos de México, donde
predominaba la corriente nacionalista de la cual su obra terminó distanciándose
formando parte de lo que sería conocido como la Generación de la Ruptura.

 

El
traslado a la capital

Manuel Felguérez (Zacatecas,
1928), con 91 años cumplidos el pasado 12 de diciembre, está rodeado de
pinceles y de lienzos:
      
—Siempre platico lo mismo, no me quiero repetir —dice con una sonrisa.
      Por eso narra su niñez en la
Hacienda de San Agustín del Vergel:
      —Más o menos era media hora a
caballo de la cabecera municipal. Me tocó vivir la época del agrarismo, de la
expropiación de tierras. Los que trabajaban la hacienda les tocó defenderla.
Había dos hileras de rifles parados y al toque de corneta todos para arriba. Mi
madre ponía colchones en las ventanas y nos tiraba abajo de la cama.  
      Expropiadas las tierras de su padre, la familia
viajó a la capital del país. 
      —Mi padre vino a entrevistarse
con las autoridades porque existían los bonos de la indemnización agraria. Como
le habían quitado tierras, pues venía a ver qué conseguía. Sin embargo, tuvo la
de malas que, llegando, se enfermó y antes de un año se murió. A mi madre le
dio mucho miedo regresar y ya nos quedamos aquí.
      De toda la hacienda otrora de la
familia “quedó una pequeña propiedad que se trabajaba con medieros”; es decir,
“se hacía un contrato con la gente de ahí: nosotros ponemos la tierra, ustedes
el trabajo, nosotros las semillas, era un arreglo de ese tipo. Cada año había
que ir a pesar cuántas toneladas habían salido de maíz, trigo, lo que fuera”.
      Nueve décadas de vivencias le han
brindado la facilidad de narrar acontecimientos partiendo de un punto que
podría parecer inverosímil, pero paulatinamente cae en el tema exacto del que
quiere hablar, permitiendo entender con lujo de detalle contextos y génesis:
      —Cuando había terminado la prepa
se me ocurrió irme al rancho, que se llamaba Providencia. Tuve un año y
fracasé. Sembré olivos, pero no se dieron. Fui un desastre. Además, al mismo
tiempo intenté pintar, pero había unas tolvaneras tremendas, o sea no pude ni
pintar, ni producir; fracaso total. Ya me regresé a México.

Grandote
y presumido

      Recuerda que en
aquel entonces “los pintores pertenecían a la Escuela Mexicana”:


      
—Era una escuela tremendamente nacionalista, que se apoyaba de los
gobiernos y los gobiernos se apoyaban en ellos, que también eran nacionalistas
y, entre comillas, “revolucionarios”. Necesitaban crear un arte nacionalista
que correspondiera a su idea de gobierno, como pasó en muchos países: los nazis
crearon el arte nacionalsocialista, los rusos crearon el realismo socialista…
como que por épocas los países procuraban hacer un arte diferente.
      Piensa contar la anécdota con
Jorge Ibargüengoitia —a quien conoció formando parte de los Scouts de México—
cuando, navegando con los scouts, hizo él, Felguérez, un dibujo y le mencionó al escritor que ya era
pintor…
      —Pero es que siempre cuento lo
mismo —dice mirando hacia arriba, pensando si continuar o no, y finalmente la
cuenta, acortada—. A partir de esa declaración tonta de que ya soy artista, que
era como un chiste, fue cuando dije: “Bueno, sí, ¿pero ahora cómo aprendo?”,
¡pues entrando a la escuela! ¿Y aquí en México dónde?, ¡pues en San Carlos!
      —¿Y por qué no le gustó la
educación recibida en San Carlos?, ¿fue por la tendencia nacionalista que había
en ese momento?
      —Sí y no. Fui ahí. Había la
circunstancia de que en ese tiempo recibían estudiantes de secundaria… que
entraran con prepa ya fue después. Pero en ese momento yo entré como el
grandote de la clase, lo cual fue muy molesto y, además de grandote,
¡presumido!, porque yo ya había visto la Capilla Sixtina, la Venus de Milo,
varios museos de Europa; entonces se me hizo muy elemental la enseñanza y
estuve dos meses.
      Recuerda que lo hicieron dibujar
“un jarrito que no me salía hasta que me salió”:
    —Entonces dije: ¡a este paso a ver
cuándo! Mejor me regreso a Europa, ¡como sea!, trabajando como pude me tardé
dos años y regresé.

 

El
conocimiento del arte moderno

Fue entonces cuando
conoció a Ossip Zadkine (Bielorrusia, 1890-Francia, 1967):
      
—Sin exagerar nada, fue uno de los dos o tres escultores cubistas más
importantes. Tenía un taller y daba una clase donde recibía poca gente porque
era un salón muy pequeño, casi todos extranjeros: ingleses, americanos, lo que
fuera. No daba clase diario, sino que iba un lunes y ponía un modelo; era como
una plática de cultura, se iba, nos dejaba trabajando y volvía el sábado dos o
tres horas y lo que habíamos hecho en barro en toda la semana llegaba a
corregirlo: eso está mal, quítale aquí, ponle aquí… en eso consistía la clase.
      —¿Cuál fue el principal aporte
que le dio Ossip Zadkine?
      —Al mismo tiempo que tomé su clase, aprendí
conceptos del arte moderno, del cubismo. Estuve en un grupo internacional con
los que platiqué e hice amigos; salí de ahí y encontré en el ambiente bastantes
latinoamericanos de mi edad que también buscaban lo mismo; se forjaron
colectivos, escuelas, corrientes. Esa fue mi formación. Me dio la apertura al
arte moderno.
     No olvida que por aquel entonces tuvo
oportunidad de conocer en vida y plenitud a diversas figuras importantes del
arte:
      —Ossip era amigo de otro escultor
más famoso que él: Constantin Brâncuși [Rumania, 1876-Francia, 1957]; lo iba a visitar y me dejaba verlo
trabajar. Así con otros, por ejemplo, era el gran tiempo de Picasso 
[España,
1881-Francia, 1973]. E
ntonces
fui a una inauguración y fue la única vez que lo vi en un rincón rodeado de
gente; por la timidez de ser joven, ni te le acercas, nada más era como ver el
monstruo ahí.
      
Mientras en París el artista zacatecano vivía “en el mundo del arte
moderno”, aquí lo único que existía era “la Escuela Mexicana”. Fue así como
“los jóvenes de mi generación, y el apoyo de muchos de los que habían llegado,
empezamos un arte diferente”:
      —En ese entonces éramos los
jóvenes pintores. Después, con el tiempo, empezaron los críticos de arte a
clasificarnos como Generación de la Ruptura. Me tocó ser uno de los iniciadores
de la corriente por casualidad, no por intención.

 

Tremendamente
multidisciplinarios

En Europa aprendió
“a trabajar de una manera diferente”, pues “empecé con el arte abstracto”:
      
—Aunque ese arte abstracto ahora es una cosa normal, en aquel tiempo
desató controversia porque el grupo que logramos hacer chocó ideológicamente
con la Escuela Mexicana y fueron unos años de mucha polémica, de pleitos.
      Sin embargo reconoce, “aquí
entre nos”, que en realidad “éramos amigos pero públicamente era una verdadera
guerra, cada quien tenía sus críticos; por ejemplo, la Escuela Mexicana tenía a
un crítico que se llama Antonio Rodríguez, también estaba Raquel Tibol,
críticos muy polémicos”.
      Felguérez estima a esa
generación como “tremendamente multidisciplinaria” porque ahí “nació la nueva
danza, el nuevo teatro” En cuanto a la literatura, considera que “nunca
volveremos a tener tantos escritores buenos al mismo tiempo”. El único que
permaneció igual fue el cine, “no pudieron porque el sindicato no los dejó”.

 

Un
museo para el arte abstracto

Durante el mes de mayo, Manuel Felguérez tuvo una retrospectiva en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC): Trayectorias, recinto al que donó 38
esculturas.
     
—¿Qué le gustaría que pasara con toda su obra? 
      —Soy de las personas que lo
tienen resuelto. Lo que más me gustaría es que todo se hubiera vendido y que se
pelearan por ella, pero ni va a pasar y ni lo voy a ver yo.
     Dice que ya lo tiene resuelto, porque
en 1998 el gobernador priista Arturo Romo Gutiérrez “me recibió en la puerta,
ni siquiera en la oficina”, y le dijo:
      —Quiero que hagas un museo…
      —¡Pero yo no tengo colección! —le
respondió.
      —Pues a ver qué haces, pon tus
cosas —dijo el gobernador.
      Felguérez le preguntó
en qué lugar: 
     —Y me presentó a un miembro de su gabinete: fulano te va
ayudar a encontrar casas. Y ahí andamos pensando en el museo. Me ayudó
muchísimo Meche 
[Mercedes de Oteyza], mi esposa, porque cuando escogimos la
casa, era la cárcel del siglo XIX; ahí había estado el seminario consular.


      Pensaron en
hacer un museo de arte moderno:


     —Pero no podíamos, porque no puede haber un museo de arte
moderno en México que no tenga a Tamayo, y para tener un Tamayo necesitamos
tener un millón de pesos para un cuadro… y no lo tenemos.
      Fue entonces que decidieron dar un giro gracias a su
esposa:
      —La idea fue de ella, dijo: “¿Por qué no un museo de
arte abstracto?, todos son tus amigos”, y me gustó la idea.
      Lo que inició como una serie de solicitudes a
diversos artistas para que prestaran su obra terminó en una constante donación
de obras:
      —Cuando iniciamos el museo pensamos hacer una
colección permanente y, como era para amigos, Meche hablaba por teléfono; pero
coincidían todos con el mismo chiste de: “Yo no te presto nada”, callaban un
rato y decían luego: “Quiero donar”. Entonces empezaron las donaciones y ya
cuando abrimos 
[el 8 de septiembre de ese mismo año
1998 ahí en lo que fuera la cárcel y luego el Seminario Consular en Zacatecas
el museo había ciento y pico de obras.


 

Una
inacabable donación

Paulatinamente el
Museo Manuel Felguérez dejó de ser para sus amigos. Hoy en día,
cuando el artista nonagenario acude a alguna exposición, “siempre me sale
alguien que quiere donar un cuadro”. Entonces les dice:
     
—Ándale, haz una foto, mándalo y haz tu solicitud, porque hay un comité
que decide si entra o no a la colección. Tiene que haber un consenso para que
el cuadro no tumbe la colección —riesgo que puede ocurrir “si empiezas a poner
lo que sea”.
      Ahora trabajan en la ampliación
del Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez
      —Seguro ya no me va dar tiempo de
vida para verlo acabado, pero vamos a llegar a la primera piedra y ya está el
terreno contiguo para poder poner muchas cosas que nos faltan en el actual, por
ejemplo no tenemos cafetería, no tenemos tienda, ¡sobre todo bodegas!, porque
lo más importante de un museo es la bodega.
      Hoy en día tienen una colección
de pintura que “fácil ya estamos llegando a los 600” cuadros:
      —También tenemos gráfica, más de
mil gráficas. Poco a poco el museo empieza a tener un acervo importante.
Entonces yo no tengo problema, porque digo: todo lo que me sobre lo voy a dar
al museo, porque tengo un área.
     —¿Qué desea que pase con su obra?
     —Pues no es deseo, ya todo está donado
de antemano.