[Este artículo pertenece a La Matяioska, la newsletter quincenal de Verne. Si quieres suscribirte, puedes hacerlo a través de este enlace y si quieres hacernos llegar algún mensaje, puedes escribirnos a lamatrioska@verne.es].
No son dos vidas pero lo parecen: la de antes del confinamiento y la que llegó con él. En esa de antes yo tenía una agenda milimetrada y había revisado muchos de mis procesos domésticos y profesionales para tratar de simplificarlos y atesorar tiempo para las cosas de mi gusto. Leí que Mark Zuckerberg y Barack Obama habían abreviado la primera decisión de sus mañanas (“¿qué ropa me pongo?”) reduciendo su armario, respectivamente, a veinte camisetas iguales o a dos colores (azul y gris) para diez trajes de chaqueta iguales; me pareció una exageración limitarse tanto pero lo cierto es que yo misma había dispuesto hace años que los dos armarios de la casa que me correspondían se dividirían en ropa de ir a trabajar y ropa para todo lo demás, de manera que físicamente los atuendos separaban dos momentos distintos de la semana: la jornadas de impartir clase por las tardes en la universidad e investigar y los ratos de estudiar en casa, de salir con la familia y de hacer deporte.
Cuando irrumpió el coronavirus, cerré mi despacho en la Universidad y en la intimidad de mi habitación algo me dijo que el armario de dar clases tardaría en abrirse. Así fue. Toda esa ropa, las cajas de los tacones y los bolsos de acarrear el portátil se quedaron dentro confinados en un armario con la boca de sus puertas cerradas. Una de las dos vidas parecía quedarse guardada ahí dentro también. Desde entonces, cada mañana a las 6, al tiempo que bostezo, bostezan también para abrirse las puertas del armario de la ropa casera. Con ella hago las videollamadas, las clases virtuales, los seminarios en línea y… más horas de cocina que de costumbre. El abrazo textil del delantal se ha convertido en un gesto cotidiano y ponérmelo después de las ocho ha sido una rutina tan repetida como el propio aplauso en el balcón.
En algún momento con el delantal puesto me acordé de la filóloga Concha Casado Lobato (1920-2016). Leonesa de nacimiento y crianza, estudió en Madrid pero regresó a su tierra natal en los años 40 para hacer su tesis sobre el habla de la comarca leonesa de Cabrera, se asentó durante meses en un pueblo llamado Truchas y desde allí investigó el habla de sus gentes. Estudiar el habla viva de un lugar es más efectivo cuanto más discretamente se hace. Una forastera que llegaba a un pueblo en los años de la posguerra, en una zona de escondite de maquis, no podía pretender pasar desapercibida, pero, al menos, podía tratar de obtener datos reales. Es decir, nada de preguntar directamente por la lengua (prohibidas las preguntas “¿usted usa esta palabra?” o “¿aquí cómo llaman a…?”): ante la presencia de un intruso, el hablante tiende a reprimir sus rasgos lingüísticos, sobre todo si los considera rurales y distintos del estándar. Los métodos de pregunta en dialectología suelen ser indirectos: dejar hablar, anotar, preguntar con rodeos… En la época de Casado las grabadoras apenas se habían generalizado en España, y si se sacaba cuaderno y lápiz para apuntar una palabra o un giro de interés, la gente se callaba y desconfiaba. Concha Casado ideó la forma de lograr recabar datos fidedignos: se sentaba a coser entre las demás mujeres y cosía en su mandil papelitos con las palabras que quería anotar. Nada de cuadernos: delantales; nada de ropa de ir a trabajar: el atuendo más doméstico era la mejor grabadora profesional.
En esos papeles de los delantales fue apuntando palabras y en su memoria se fueron recogiendo también costumbres y usos que caracterizaban las zonas rurales leonesas. Por ello, cuando sus artículos y libros fueron saliendo a la luz, la llamaron la dama del patrimonio leonés, en referencia a ese patrimonio chico que es la etnografía rural: la vida doméstica tradicional, la forma y los modos de las chimeneas, la artesanía de la cestería, las danzas de palotes, la joyería popular, los ceramistas… Todo eso que es cultura y a la que nunca mayusculamos como Cultura, la cultura en la que nunca pensamos cuando nos llenamos la boca hablando de industria cultural, ocupó durante décadas los trabajos científicos de Concha Casado. [Aquí puedes ver una entrevista que le hicieron en el programa El Arcón, de Radio Televisión de Castilla y León].
Hombres y mujeres usan delantales; históricamente, el delantal era uniforme para zapateros, herreros o aprendices; hoy los siguen llevando en trabajos de hostelería hombres y mujeres; en la masonería el mandil masónico, atado a la cintura y con aspecto de sobre, es un símbolo muy relevante… Con todo, la prenda del delantal parece más típicamente asociada a lo femenino y a las tareas domésticas. Viajemos de León a Argentina; en 1920, cuando nació Concha Casado, ya estaba asentado en Buenos Aires el compositor madrileño Antonio Viérgol (1872-1935), responsable de alguno de los tangos de Gardel. Para una cantante argentina creó la canción El delantal de la china, señalando con ese nombre de china a la mujer de rasgos indios. La tonada sigue escuchándose aún; se cuenta en ella cómo la prenda del delantal es depositaria de los secretos de una muchacha en amores: “Nadie se imagina / de qué modo sin igual / ese trozo de percal / con su dueña se acompasa. / ¡Lo que a la china le pasa, / se lo dice al delantal!”.
Para algunos hablantes, mandil es el nombre del delantal de trabajo y delantal la forma de llamarlo cuando su uso es doméstico como el de la china de la canción; pero en general en español ambas voces han sido sinónimas y a menudo su uso depende meramente de la zona de procedencia; por ejemplo, en Andalucía occidental el uso de delantal es muy común mientras que Andalucía oriental (Jaén, parte de Granada y parte de Almería) emplea más la forma mandil, que yo, como sevillana, usaría poco, en cambio. Mandil es en Bolivia, Perú y Paraguay la bata que usan los estudiantes en los colegios o el personal sanitario en su trabajo; mandiles blancos son en Bolivia el sector sanitario de la medicina y la enfermería, o sea, justamente el de aquellos por quienes nos quitábamos los mandiles de cocina para salir a aplaudir eran también personal con mandil.
El delantal que para mí era la ropa más ajena a mi armario de ropa del trabajo fue para Concha Casado la mejor superficie de escritura y una herramienta fundamental de investigación; el delantal de guardar intimidades de la china es la bata blanca de trabajo con que se protegen quienes nos salvan del coronavirus. Cuando me ponga el delantal antes de cocinar la cena de hoy, seré consciente de que esa prenda humilde y útil forma parte de la vestimenta litúrgica de muchos profesionales que salvan vidas y salvaron palabras.
HEMOS ESTADO TRABAJANDO EN…
–Desbrozar o conservar, las respuestas de las ciudades a la flora ‘rebelde’ que brotó en el confinamiento. Muchos ciudadanos redescubrieron estas plantas espontáneas con la vuelta a las calles. Así responden Madrid y Barcelona.
-‘True Story’: Anabel Lorente lleva a un libro sus historias sobre machismo y salud mental. Lorente ha escrito, ilustrado y autoeditado el libro: “Era un proyecto muy íntimo y decidí que, aunque me llevará más tiempo, me ocuparía sola”
-El balcón más triste de Madrid tiene las plantas marchitas. Los propietarios del balcón, con decenas de flores secas, fallecieron a causa de la covid-19.
– Cómo cambia la amistad cuando tus amigas tienen hijos. La llegada de un bebé le cambia la vida al padre o a la madre, pero también reconfigura las relaciones con el entorno.
TRES RECOMENDACIONES DE LA AUTORA
-La canción El delantal de la china.
-Una web para leer y escuchar las historias de vida de nuestros hablantes del campo. El Corpus Sonoro del Español Rural (COSER) nació para recopilar datos sobre el habla rural española. Quien lo dirige y hace las campañas anuales de recogida de datos es la filóloga y académica Inés Fernández-Ordóñez. La dialectología de hoy no necesita ya los subterfugios de un delantal.
-Una palabra para el delantal pequeño: excusalí.
************
Al igual que las muñecas rusas esconden otras muñecas dentro, nuestra newsletter lleva en su interior historias de mujeres reales y diversas, debates, actividades y recomendaciones de lectura. La Matяioska es la newsletter quincenal de Verne en la que compartimos contigo todos estos temas.
Si alguien te ha reenviado esta carta y quieres suscribirte, puedes hacerlo a través de este enlace. Y si quieres cambiar tus suscripciones a las newsletters de EL PAÍS, puedes hacerlo desde aquí. Si nos quieres contar algo, decirnos qué te ha parecido nuestra carta o hacernos una sugerencia, puedes escribirnos a lamatrioska@verne.es. Y si quieres llamarnos feminazis, pincha aquí.
* También puedes seguirnos en Instagram y Flipboard. ¡No te pierdas lo mejor de Verne!