Esta semana pude ir a cortarme el pelo y tanto la peluquera como yo llevábamos mascarilla. Charlando frente al espejo, me di cuenta de que a menudo le respondía solo con una sonrisa (no hablo mucho) y, como es natural, esta sonrisa quedaba tapada por la mascarilla. Así que era como si la estuviera ignorando. Para no quedar como un maleducado, comencé a compensar el hecho de llevar la cara medio tapada moviendo más la cabeza y, claro, respondiendo en voz alta.
La mascarilla, recomendada para evitar los contagios de Covid-19, nos puede parecer un impedimento a la hora de comunicarnos: ¿se ha visto mi mueca? ¿Debería mover más las cejas para que se me entienda mejor? ¿Me habrá oído bien? Pero no hay que preocuparse demasiado: aunque el rostro es importante a la hora de comunicarnos, disponemos de otros recursos que nos ayudan a hacernos entender y que estamos usando (o aprendiendo a usar) estos días. Por ejemplo, los gestos con manos y el tono de voz. Y si somos receptores y no emisores, podemos fijarnos en otras partes de la cara: cuando sonreímos de forma natural y no forzada, también se forman arrugas alrededor de los ojos, en la llamada sonrisa de Duchenne.
La comunicación no verbal tiene un peso muy importante en nuestras conversaciones. Como explica a Verne Daniela Paolieri, psicóloga y profesora de la Universidad de Granada, en la comunicación cara a cara “nos apoyamos en un amplio rango de señales”, como gestos o miradas que acompañan al lenguaje oral. Normalmente no somos conscientes de la influencia de estas señales visuales, “excepto en situaciones de desfase, como en el caso de las películas extranjeras mal dobladas”.
La mascarilla supone una pequeña barrera a esta comunicación, ya que tapa una parte muy importante de la cara “para la expresión e interpretación de las emociones (ira, miedo, sorpresa, asco, alegría, tristeza…)”. Según nos explica Lluís Payrató, lingüista y catedrático de la Universidad de Barcelona, esta es la función principal de las expresiones faciales en la comunicación.
Muchas de estas expresiones son además comprensibles en todo el mundo, como sonreír, o cerrar los labios y fruncir el ceño en señal de ira, o dejar caer la mandíbula y alzar las cejas al sorprendernos. Aunque, como apunta José Miguel Fernández Dols, catedrático de psicología social en la Universidad Autónoma de Madrid, el rostro no transmite mensajes que se puedan traducir por frases concretas como “estoy enfadado” o “soy feliz” (muchas veces se mezclan varias emociones, por ejemplo, o las intentamos disimular). En su opinión, “la cara es más bien una poderosa herramienta interactiva para seducir o amenazar, por ejemplo (lo que no es poco)”.
Otras carencias comunicativas
Las precauciones necesarias para prevenir contagios también dificultan otros dos recursos de la comunicación no verbal: la distancia y el tacto. En circunstancias normales, nos acercamos y tocamos más o menos a nuestros interlocutores, dependiendo de nuestra relación con ellos, de la cultura en la que vivamos y, también, de nuestras preferencias personales.
Fernández Dols cree que esta distancia es un elemento más disruptivo que la mascarilla. “Hablar a demasiada distancia en ciertas situaciones puede resultarnos enormemente molesto o incluso estresante porque la intimidad y el afecto se expresan, especialmente en la cultura mediterránea, con la proximidad física”.
Por ejemplo, en España y según un estudio publicado en 2017, preferimos una distancia media algo inferior al metro cuando interactuamos con un extraño. La distancia se reduce a algo más de 60 centímetros con alguien íntimo. Actualmente y cuando estamos en la calle o haciendo la compra, la distancia mínima recomendada es de 1,5 metros (y eso, si estamos quietos).
Mecanismos de compensación
Sin embargo y a pesar de todas las dificultades, lo cierto es que no encontramos mucho problema en nuestro día a día: en la peluquería me hicieron el corte que pedí (lo que a veces es difícil incluso sin mascarilla) y no hay grandes dramas a la hora de comprar pescado en el súper.
Hay que recordar que “la mascarilla no impide la comunicación a través de la mirada”, que cumple sobre todo la función de mantener el contacto, explica Payrató. Tampoco oculta “el movimiento de las cejas (con significados varios: saludo, sorpresa, incredulidad…)”, o “los movimientos y gestos simbólicos de la cabeza”, como asentir o negar.
Además de eso, el lingüista recuerda que en algunas culturas, “al margen de mascarillas, hay numerosas prendas que tapan parte de la cara (o su totalidad)”, por lo que se han desarrollado “mecanismos de adaptación, compensación o sustitución de algún tipo”. Añade: “Seguramente estamos haciendo lo mismo en nuestra cultura actual, en estas circunstancias que vivimos”.
Coincide Paolieri, que también apunta que estos días aprenderemos a enfatizar nuestros mensajes con “otras señales comunicativas para compensar las dificultades de comprensión y expresión”. Por ejemplo, “utilizando un mayor número de gestos icónicos -como el pulgar hacia arriba o encogerse de hombros- y siendo más expresivos, especialmente en interacciones que se realicen en situaciones de mayor ruido y distancia”. A lo mejor, moveremos más las cejas o las manos, o puede que verbalicemos más.
Fernández Dols recuerda que el rostro es una herramienta no verbal muy importante pero no la única: “Tenemos multitud de recursos, la voz, las manos, las posturas de nuestro cuerpo… que pueden suplir de forma natural la parte del rostro que esté oculta”. De hecho, para Fernández Dols las mascarillas pueden dificultar más la comunicación verbal que la no verbal, al amortiguar la voz.
Y no solo se trata de que nos esforcemos a la hora de emitir un mensaje para que se comprenda, también puede que cambie nuestra forma de interpretarlo. Paolieri sugiere, por ejemplo, que podríamos centrar más nuestra atención “en los ojos de la persona con la que estamos hablando, una zona muy relevante de nuestra cara para las percepción de emociones más auténticas”. Recuerda que la expresión de muchas emociones no queda circunscrita a los labios, como en el ya mencionado ejemplo de la sonrisa.
A modo de entrenamiento, proponemos un test con escenas de series y películas a cuyos protagonistas hemos puesto mascarilla. Hasta que no aciertes la emoción o el gesto, no te dejará seguir adelante.
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