Con unas decenas de personas metidas en coches repartidos por el aparcamiento de un modesto centro de convenciones semivacío de Wilmington (Delaware), agitando banderas por las ventanillas y tocando el claxon, viendo unos fuegos artificiales junto a un candidato a presidente y su esposa, ambos cubiertos por mascarillas negras, ha concluido este jueves por la noche uno de los espectáculos televisivos más singulares que se recuerdan. Un programa de ocho horas, repartidas en cuatro noches, producido desde centenares de localizaciones repartidas por Estados Unidos, del que el Partido Demócrata sale con su candidatura oficial, compuesta por Joe Biden y Kamala Harris, para intentar impedir en las elecciones de noviembre un segundo mandato de Donald Trump.
Hace tiempo que el componente televisivo es clave en las convenciones nacionales de los partidos. Además de un evento interno para nombrar a su ticket presidencial y cerrar las heridas de las primarias, constituye una plataforma desde la que lanzar su mensaje al país a través de las televisiones. Pero nunca había sido un producto televisivo en sí mismo.
El partido llevaba más de un año preparando su convención. Pero la pandemia del coronavirus se fue cargando, uno a uno, todos los planes. Primero se decidió retrasarla un mes, después se dijo a los delegados que no viajaran, se trasladó todo a un auditorio más pequeño, y se concibieron estas ocho horas de espectáculo.
Nunca se pensó en una pandemia, pero otros imprevistos, como huracanes o terremotos, sí han estado desde hace tiempo en los planes b de los equipos de producción. Hay preparados vídeos para colocar si falla la señal en directo, hay equipos de grabación en otros lugares para improvisar una producción en remoto. Pero nada parecido a tener que emitir desde centenares de puntos repartidos por todo el país, idear alternativas a la interacción física con el público, o encontrar el formato, el tono y las propuestas de entretenimiento para un producto enteramente virtual.
Hubo que montar sets en salones, azoteas, calles, museos, monumentos. Se desplegó a 400 profesionales repartidos por centros de operaciones en Nueva York, Los Ángeles, Milwaukee y Wilmington (Delaware). Y se creó incluso un equipo de formación técnica, para enseñar a los participantes en las conexiones en directo con los seguidores en sus casas a iluminar, encuadrar, conectarse y activar o desactivar imagen y sonido, con el fin de evitar las clásicas torpezas de boomer en Zoom. Las hubo, pero extremadamente pocas teniendo en cuenta la magnitud del reto.
Quizá la pieza más ambiciosa fue el roll call del martes, la clásica ronda en la que los diferentes Estados y territorios entregan sus votos, como en un concurso de Eurovisión. En esta ocasión, el tradicional recorrido por el graderío del centro de convenciones se sustituyó por una sucesión de vídeos, desde 57 localizaciones icónicas del país, que contra todo pronóstico funcionó a la perfección. Y dejó para la historia la imagen surrealista del cocinero enmascarado, vestido de negro de guantes a sombrero en plan ninja, exhibiendo junto al presidente del partido en Rhode Island un apetitoso plato de calamares rebozados.
Un total de 19,7 millones de personas vieron la primera noche de la convención virtual en las 10 principales cadenas de televisión nacionales, según Nielsen, menos que los 26 millones que vieron la apertura de la convención hace cuatro años. Pero, según la campaña de Biden, el programa del martes lo vieron 28,9 millones de estadounidenses, si se incluyen los 10,2 millones de espectadores que lo consumieron en streaming (frente a tres millones que lo vieron por este sistema en 2016). El reto era que las cadenas nacionales de televisión, que se conectaban en la segunda hora de programa, resistieran lo máximo posible sin dar paso a los comentaristas en sus platós. Y se notaba: la calidad del producto mejoraba sustancialmente en esa segunda hora.
Tendían a desconectarse las televisiones en las actuaciones musicales. Y eso que, como señalaba un artículo en la revista Esquire, la Convención Nacional Demócrata ha sido el mejor festival de música de 2020. Cierto es que, al haberse cancelado todos, no ha tenido mucha competencia. En este festival virtual y sin público, el soul lo pusieron Leon Bridges y John Legend y la voz la puso Billie Eilish. Pero lo realmente curioso fue el country, representado por The Chicks (antiguas Dixie Chicks), que cantaron el himno nacional. Además de votantes y antiguos altos cargos, parece que en esta convención los demócratas han osado también robar a los republicanos su estilo musical de cabecera.
Las maestras de ceremonias del sarao han sido, una cada noche, cuatro actrices famosas y televisivas, todas de conocido activismo anti Trump. De lunes a jueves, Eva Longoria (Mujeres desesperadas), Kerry Washington (Scandal), Tracee Ellis Ross (Black-ish) y Julia Louis-Dreyfus. Esta última, que cambió el tono solemne por el humor marca de la casa, comparte con los dos protagonistas de la fiesta un apego a la vicepresidencia: Joe Biden lo fue, Kamala Harris lo quiere ser y Louis-Dreyfus fingió selo (en Veep).
Por lo demás, el comprensivo exceso de celo ante lo desconocido anuló un poco la espontaneidad del espectáculo y dejó escaso material para el meme. Solo el tiempo dirá si el plato de calamares resiste tan bien el paso del tiempo como el inolvidable baile coral de Macarena en la convención de 1996, liderado por la entonces primera dama Hillary Clinton.
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