La familia en la sombra de Vladímir Putin


Hace un tiempo que las imágenes no muestran a ese Vladímir Putin de torso descubierto, cabalgando, nadando a mariposa, poniendo cebo a la caña de pescar en algún río de Siberia o disparando un kaláshnikov. El presidente ruso, de 66 años, ha cambiado su estudiada apariencia ante los medios. Ese superhéroe macho se está esfumando para dar paso a la estudiada imagen de un patriarca y consejero respetable. Pero al líder ruso, que pasa la crisis sanitaria por el coronavirus recluido en una de sus residencias oficiales a las afueras de Moscú, también se le ve cansado. A veces incluso aburrido. Y bastante solitario. Durante dos décadas, Vladímir Putin ha mantenido a su familia alejada de los focos públicos. Una cuidadosa estrategia política del Kremlin. Divorciado en 2013 de Liudmila Putina (de soltera Shkrebneva), con la que estuvo casado tres décadas, el líder ruso se ha dedicado aún más a cultivar esa imagen pública de hombre casado con Rusia; comprometido solo con el trabajo. Casi como un misionero.

Pero lo que algunos denominan la “marca Putin” queda ahí, estampada en tazas, camisetas o calendarios del presidente ruso, en fundas para móviles, en stickers de Telegram. Y todavía le renta. El misterioso “hombre fuerte” —como le describió su portavoz, Dmitri Peskov— que evitó el colapso total de Rusia y acabó con los turbulentos años noventa. “El deseo universal de mostrarse como un héroe es bien conocido. Y la inflexibilidad y la agresividad despiadada de Putin se interpretan como fortalezas. En una época de jefes de Estado menos coloridos, su imagen sugiere un heroísmo épico; mientras que es un modo desagradable de aplastar a los menos poderosos”, opina Helena Goscilo, profesora universitaria y autora de Putin como celebridad e icono cultural, que señala que una vez se ha fijado ese icono, el líder ruso ya no necesita ser percibido como ese héroe activo físicamente. “Especialmente dada su edad”, comenta por correo electrónico.

La analista Tatyana Stanovaya propone una metáfora con chispa: “A principios de los 2000 se mostraba a Putin como un deportista que pasaba horas en el gimnasio, un campeón del mundo. Aparecía como una persona fuerte, que manejaba y resolvía muchos problemas, que estaba envuelto en los detalles. Después, el deportista de gimnasio se transformó en entrenador, paró de ejercitarse cada día y contó con que su equipo haría ese trabajo; tomó distancia. En 2014, después de [que Rusisa se anexionase] Crimea, volvió a coger velocidad. Ahora, el entrenador se ha transformado en hombre de negocios, en el propietario del club deportivo, que no sigue de cerca las cosas sino que se enfoca en los asuntos financieros y en los resultados”.

El Kremlin ya intentó, sin demasiado éxito, construir esa imagen de patriarca-consejero en 2017, cuando Putin debía enfrentarse a otras elecciones presidenciales. Ahora esa evolución puede ser algo más natural. Aunque tanto Stanovaya como Goscilo creen que tiene mucho que ver con sus planes de perpetuarse en el poder a través de una reforma constitucional que ya está en marcha, y a la que solo le falta la respuesta definitiva de los rusos en forma de consulta popular. Una maniobra que ha quedado trastocada por la pandemia.

De vez en cuando Vladímir Vladimírovich Putin se salta esa distancia que ha construido y muestra algún resquicio de su vida personal. Hace unos meses contó en una entrevista que a principios de los 2000 su equipo de seguridad le propuso tener un doble, un sosias que le sustituyese en lugares peligrosos. “La idea se puso encima de la mesa, pero la rechacé”, comentó a la agencia Tass sobre el rumor que llevaba años dando vueltas en los medios.

Se sabe que es octavo dan de kárate, maestro sambo —un arte marcial ruso— y de judo, que adora a los perros, que le encanta el hockey y cada vez que puede juega partidos en los que involucra a miembros del Gobierno, a aliados cercanos y a funcionarios a los que quiere poner a prueba. Que bebe constantemente infusiones de hierbas de Altai, como reveló hace unos meses. La prensa rusa lleva rumoreando años —aunque veladamente— que tiene una relación con la exgimnasta Alina Kabaeba. Tiene dos hijas adultas y dos nietos.

Y poco más. Desde el Kremlin se ha insistido constantemente en que Putin no tiene tiempo para la vida privada. “Su vida no está vinculada de ninguna manera con los asuntos familiares”, ha comentado su portavoz en numerosas ocasiones. “Es su cultura política y humana, en la que se refleja también sus años de servicio en el KGB (los servicios secretos rusos en los tiempos soviéticos). Cree que es necesario ocultar completamente su vida privada”, apunta por mail Andrei Kolesnikov, analista y periodista veterano y uno de los autores de En primera persona: un autorretrato asombrosamente franco del presidente de Rusia Vladimir Putin, un libro a partir de entrevistas hechas hace dos décadas que probablemente hoy no sería posible. “¿Y si sus hijas hacen algo que pueda restarle valor a su imagen, ¿por qué querría que la población lo supiera? ¡Como Stalin, es el padre de Rusia, no de las mujeres jóvenes!”, plantea Goscilo.

Aunque pocos, ya se conocen algunos detalles de sus supuestas hijas. Ekaterina Tijónova, de 33 años, encabezará un instituto de inteligencia artificial de una prestigiosa universidad de Moscú que está previsto abrir este año. Mientras, la endocrina infantil Maria Vorontsova, de 35 años, a quien los medios han identificado como su hija mayor, desarrollará un proyecto de tecnologías genéticas y es propietaria de parte del mayor proyecto de inversión privada de atención médica rusa.

Sin embargo ni el Kremlin ni, mucho menos, Putin han reconocido que Tijónova y Vorontsova son hijas del líder ruso. “Tarde o temprano la realidad le llevará a admitir algo”, señala por teléfono la analista Stanovaya. Aunque zanja: “Es difícil imaginar ahora que vaya a hablar alguna vez de su vida privada. De hecho parece que se ve a sí mismo como un misionero. Ya no es humano, es parte de la historia”.


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