Siete partidos belgas logran unirse en coalición 16 meses después de las últimas elecciones

El líder nacionalista flamenco Bart de Wever (centro), junto al socialista Paul Magnette (a su derecha), tras presentar su dimisión al rey Felipe de Bélgica (a su izquierda).
El líder nacionalista flamenco Bart de Wever (centro), junto al socialista Paul Magnette (a su derecha), tras presentar su dimisión al rey Felipe de Bélgica (a su izquierda).OLIVIER HOSLET / EFE

Nacionalista en Flandes. Socialista en Valonia. Ecologista en Bruselas. Tres almas tiene Bélgica. Y nadie se ha demostrado capaz de unirlas en un mismo cuerpo. Más de 600 días después de la ruptura del Gobierno del liberal francófono Charles Michel, los partidos siguen sin ponerse de acuerdo para articular un Ejecutivo estable. Atrás quedó el récord mundial de 541 días sin Gobierno entre 2010 y 2011. La liberal francófona Sophie Wilmès lidera el país desde marzo gracias a un mandato de emergencia para afrontar la pandemia, pero los seis meses que se le concedieron para evitar el pavoroso escenario de un vacío de poder en plena expansión del virus están próximos a expirar. Ni la presión del tiempo, ni el inquietante ascenso hasta el primer lugar en las encuestas del Vlaams Belang, una de las formaciones de extrema derecha más radicales de Europa, han sido aliciente suficiente por ahora para limar asperezas.

“¿Vivir sin Gobierno? El belga de a pie ha optado por tomárselo a risa, el único recurso válido en estos tiempos”, lamentaba en un artículo en el diario La Libre el jurista Simon Lefebvre. La imaginación con que los hacedores de hipotéticas alianzas multipartido las bautizan también invita a la chanza. La negociación gira ahora en torno a la coalición Vivaldi, por el compositor de las Cuatro Estaciones: el azul invernal de los liberales, el rojo veraniego de los socialistas, el naranja otoñal de democristianos y el verde primaveral de los ecologistas.

En un país sin partidos nacionales, fragmentado hasta el punto de incluir en el rompecabezas de candidatos a integrar la coalición de gobierno a una decena de formaciones, se lleva 20 meses trabajando en acuerdos así de complejos. Negociadores, mediadores, informantes o jefes de misión —por citar parte del ingente vocabulario engendrado en torno a los responsables de unir a fuerzas dispares— han pisado Palacio para reunirse con el rey Felipe de Bélgica hasta colmar su paciencia.

¿Por qué es tan difícil generar mayorías? “Hay dos razones principales. Por un lado, la fragmentación es tan grande que la derecha y la izquierda radical suman el 20% de los diputados. Como no participan de los pactos, la base para formar una mayoría se reduce mucho. La segunda razón está ligada al federalismo belga. Hay dos sociedades que viven en paralelo, con pocos espacios de encuentro. Sus ciudadanos, interlocutores sociales y políticos reflexionan a la manera de su comunidad lingüística (francófona o neerlandófona)”, explica Pascal Delwit, politólogo de la Universidad Libre de Bruselas.

Los llamamientos públicos y privados del monarca a instalar un Gobierno de pleno ejercicio y abandonar la provisionalidad siguen sin ser escuchados. El liberal Egbert Lachaert y el socialista Conner Rousseau, ambos flamencos, son los últimos a los que ha encargado dialogar para cuadrar las matemáticas. La enésima misión y puede que la última si todo sale bien.

El pedido llega tras naufragar uno de los intentos más ambiciosos, el protagonizado por los jefes de filas de los dos mayores partidos del país, una dupla aparentemente incompatible. Por un lado, el socialista francófono Paul Magnette, un negociador inmune a las presiones, como demostró en 2016, cuando presidiendo la región valona estuvo a punto de tumbar el tratado europeo de libre comercio con Canadá que respaldaban todos los países de la UE. Junto a él, un histórico líder de los nacionalistas flamencos de la N-VA, Bart de Wever, alcalde de Amberes. El primero partidario de medidas sociales para contener el impacto de la pandemia. El segundo, de restringir la inmigración y seguir despojando de competencias al Estado para convertirlo en una confederación.

Si vuelve a haber un fracaso, nada, tampoco ese acuerdo contra natura, o la repetición electoral, parece descartable para salir del entuerto. El país ha vivido en la última década más de tres años sin Gobierno, un tercio del tiempo. Un periodo en el que se ha ahondado el abismo entre la rica Flandes, de 6,5 millones de habitantes, neerlandófona y cada vez más conservadora, y la decadente Valonia, de 3,6 millones, francófona, escorada a la izquierda y muy tocada por la desindustrialización. En medio, Bruselas, con poco más de un millón de residentes, aparece como la isla cosmopolita que hace de pegamento entre ambas comunidades. La Jerusalén belga.

¿Dónde quiere ir Bélgica? El Estado ha vivido seis reformas institucionales en 50 años, la última para transferir más competencias a las regiones. La confederación, palabra mágica nacionalista, es tan deseada en Flandes como temida entre los valedores de la Bélgica unida, preocupados ante nuevas cesiones de poder que vacíen el Estado. “La formación del Gobierno no debe estar condicionada a un acuerdo sobre una reforma institucional. Lo deseable sería comprometerse a abrir un debate en profundidad sobre el futuro institucional del país”, afirma el filósofo Philippe van Parijs.

El ensayista es uno de los hombres que más ha tratado de aventurarse en idear cómo debe ser el porvenir de un país que a veces parece imposible que siga existiendo. Como escribió en 1912 el político francófono Jules Destrée en una carta al rey Alberto I: “En Bélgica hay valones y flamencos, sir, ya no hay belgas”.


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