La psique y el cuerpo
Por Rossi Blengio
[Su libro habla de la compleja situación de la depresión. Se introdujo en las neurociencias justamente para explorar los misterios más profundos de la humanidad radicados en el cuerpo. Hijo del novelista José Agustín, el médico Jesús Ramírez-Bermúdez nos habla de los complicados pormenores de su profesión…]
México, 6 de junio (La Neta Neta).— “Encontré en la medicina psiquiátrica un puente para conectar la ciencia con la literatura”, dice Jesús Ramírez-Bermúdez (Ciudad de México, 1973), autor de Depresión / La noche más oscura (Debate), especialista en neuropsiquiatría y doctor en ciencias médicas, quien está al frente de la Unidad de Neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía, donde trabaja desde 1998.
El médico, egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana, se formó como escritor en los talleres literarios de José Agustín (su padre), María Luisa Puga y Juan Villoro. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y merecedor del Premio Nacional de Ensayo Literario del Instituto de Bellas Artes de México, opina que, pese a ser disciplinas diferentes, la ciencia y la literatura son complementarias:
—Pues los textos literarios están hechos con base en historias. Y la ciencia también, sólo que con otro tipo de personajes. Por ejemplo, los protagonistas pueden ser un anticuerpo que ataca las células u otras cosas.
El médico Jesús Ramírez-Bermudez
Educación, pobreza, cultura…
—¿Qué nos puede decir, doctor Ramírez-Bermúdez, sobre lo que ocurre actualmente con las personas que padecen depresión mayor y ahora se hallan en aislamiento? ¿Tiene qué ver con la comorbilidad, es decir que la población con depresión mayor sea más propensa a contraer Covid-19?
—Afortunadamente no hay ninguna evidencia en ese sentido, lo que parece ser que tiene que ver con contraer o no el Coronavirus es con ciertos receptores que se encuentran en las células de la nariz y que van creciendo con la edad, una de las razones por la cual los niños y las personas más jóvenes no sólo se complican menos sino se infectan menos. Es una buena noticia para los que somos papás, porque afortunadamente esta epidemia no les pega tanto a ellos. Estos receptores van aumentando con la edad, por lo que sobre todo son los adultos mayores los más propensos a infectarse. Y luego tienen mayor propensión a complicarse por las diferentes comorbilidades, como usted dice, como pueden ser problemas respiratorios preexistentes, obesidad, hipertensión, diabetes, tabaquismo y demás.
—¿La depresión mayor es un problema biológico o social?
—Hay investigaciones en diferentes partes del mundo. Una, en Nueva Zelanda, lleva más de 30 años de seguimiento a unas mil personas nacidas en el Puerto de Dunedin a las que se les invitó a participar (lógicamente a través de sus padres) en el estudio, de ninguna manera experimental. Sólo les pedirían una muestra para analizar genética, con las que fueron haciendo registros de los sucesos en sus vidas. Así se fue viendo que algunas personas tenían “experiencias adversas” en la infancia, como el divorcio de los padres, la pérdida de un ser querido o de la salud. El estudio fue dando cuenta de cuántas “experiencias adversas” en la infancia se producían y qué consecuencias tenían 30 y tantos años después.
“No hace mucho se publicaron los resultados, por cierto, y se supo que las personas que habían sufrido maltrato en la infancia, ya sea físico por la mamá o el papá, y sobre todo maltrato repetido, tenían mayor riesgo de sufrir depresión, de tener adicciones e incluso de optar por el suicidio. También había el riesgo de tener inflamación en sus cuerpos, que era medida por una proteína llamada C Reactiva que se eleva mucho por infecciones o por enfermedades reumatológicas como la artritis y la fibromialgia. Por otra parte, estas personas tenían más propensión a padecer problemas metabólicos, como diabetes, hipertensión, elevación de colesterol o triglicéridos.
“Lo que a mí me interesa comunicar en este libro, entre otras cosas, es cómo un factor social como es el maltrato infantil, que tiene a su vez muchos problemas asociados, tiene consecuencias para la salud mental, específicamente para la parte afectiva de los adultos jóvenes, pero además mostrar cómo tenía consecuencias físicas también. Porque había inflamación y problemas metabólicos. Los problemas de salud física y mental iban todos juntos. Y nuestra cultura separa lo mental de lo físico, cuando en la salud va todo junto”.
—Ese maltrato infantil se genera en el ambiente social o escolar, dentro de una cultura que lo hace posible. ¿Cómo surge una cultura que permite el maltrato infantil, el abuso sexual, la misma pobreza, fuente primordial de privación provocando trastornos cognitivos y emocionales?
—Sí, es cierto. Fíjese que yo también me interesé por esa parte al igual que usted, porque a veces esos problemas se abordan únicamente desde el punto de vista biológico o sólo desde el punto de vista psicológico, pero en realidad hay muchos puentes que se pueden establecer. O sea, la cultura también afecta nuestros cuerpos y, a su vez, a la fisiología de nuestros cuerpos, que tiene efectos sobre la psicología y la cultura. Entonces en realidad es una interacción, una dialéctica que se va dando.
“Y específicamente, con relación a lo que me pregunta de la pobreza, encontré investigaciones muy interesantes que, otra vez, después de muchos años de seguimiento, y ese es el mérito de esas investigaciones (que toman una población y la siguen por muchos años), la pobreza se relacionó con una deficiencia de volumen cerebral, la corteza prefrontal, que tiene mucho que ver con funciones cognitivas, como la resolución de problemas. Y aquí me importa señalar que esa condición de desigualdad económica, aparte de que moralmente es inaceptable, tiene consecuencias reales sobre nuestros cuerpos que pueden ser incluso duraderas.
“Yo quiero creer, aunque el estudio no lo mostraba, que, por ejemplo, una persona con pobreza si recibe la educación adecuada le permite dar el salto, pero si no la recibe y no tiene un ambiente enriquecedor culturalmente, las consecuencias son peores”.
Religión, jerarquías, salud mental…
—En su conjunto, las condiciones neuropsiquiátricas representan el 28 por ciento de la carga mundial por problemas de salud mental. ¿Cuál es el origen de la depresión, además de la pobreza o el maltrato?
—Lo que planteo yo en este libro es que hay causas genéticas y ambientales. Dentro de las causas genéticas hay más o menos un 40 por ciento de heredabilidad y luego hay muchas causas sociales como puede ser el abuso, el maltrato, la desigualdad, que ahí rastreo en el libro con las investigaciones que lo demuestran.
—¿Qué papeles juegan las religiones en estas conductas culturales que hacen posible estos factores de violencia?
—Yo creo que, desafortunadamente, hay muchos factores sociales, culturales, que han permitido y han sido cómplices o francamente actores en una cultura donde, efectivamente, las instituciones, organizaciones, rituales, mitos, hacen posible esta especie de exaltación de la violencia, relacionada con esta idea absurda que, por supuesto, va asociada al machismo en nuestras culturas, en donde un hombre demuestra su valor mediante la violencia y el sometimiento. Yo le llamo darwinismo social. Es como la pirámide social de los primates o de otros mamíferos, sólo que llevado a la escala humana… y, bueno, los primates son animales y no tienen herramientas para transformar su propio comportamiento social. Pero nosotros sí.
“Lo que me parece muy grave en el caso de las religiones en particular (quizá no de todas, pues lógicamente siempre hay excepciones) es que, como instituciones culturales, han sido tolerantes e incluso cómplices de muchas formas de violencia a lo largo de los siglos. Todavía en fechas recientes sabemos que, en el siglo XX, muchos sectores de la iglesia católica toleraron, en forma prácticamente cómplice, muchas de las atrocidades de los nazis, lo mismo que todos los fenómenos de abuso sexual que se han dado en muchas de las iglesias cristianas
“Eso no quiere decir que no sean comunitarias, y en muchas de ellas se pueda encontrar alivio. El caso es complejo. En el tema específico que concierne a la complicidad con formas de violencia especialmente hacia seres vulnerables como niños, ahí yo creo que tenemos que cerrar filas en cuanto a que debe haber tolerancia cero. Y las iglesias harían muy bien condenándolo, porque son factores de riesgo no sólo para la depresión sino incluso para formas más graves de psicopatología”.
—Hay una incapacidad para reconocer el problema de salud mental, dice usted, entre otras razones por falta de una cultura científica.
—Por desgracia nuestras sociedades contemporáneas han dado un valor extraordinario a las jerarquías, donde lo que importa es esta cuestión aspiracional en la cual lo que importa es nada más estar en lo más alto de la pirámide social y todo lo demás parece indeseable. De esa manera se van postergando, se van soslayando, problemas detectados por los sectores sensibles de la sociedad. Y todos los problemas de salud mental están ahí. Existen, que nadie los inventó ni nadie quería que estuvieran ahí. Es como si fuera un guión que nadie escribió y nadie quería vivir; sin embargo, sucede. Esos problemas se ven en culturas que forman parte de todas las sociedades del mundo.
“Entonces son parte de nuestra experiencia vital; pero en pocos lugares se reconoce el problema en toda su magnitud. Incluso en el propio sistema médico existen los problemas de salud mental. Por ejemplo, reciben un bajo presupuesto, que no es acorde con ese 28 por ciento que hablábamos hace rato. La discapacidad por salud, cuando se mide en términos globales, hasta el 28 por ciento de la carga global de la enfermedad en términos de discapacidad, es por condiciones neuropsiquiátricas, pero el presupuesto que se recibe para atender e investigar estos problemas no es el 28 por ciento, lo que se recibe es un pedacito, muy pequeño, del pastel. Y uno no se explica eso más que por cuestiones de estigma y discriminación, muy insertos en la sociedad en su conjunto, aun dentro del propio sistema médico.
“En este aspecto, las labores de los comunicadores y periodistas como usted son muy importantes para darle visibilidad a estos problemas, para formar una gran alianza social que mejore las condiciones. Y nada menos ahora, que estamos viviendo la pandemia, mucha gente está experimentando esas pérdidas, esas amenazas. Yo me pregunto qué tipo de recursos se requerirán el día de mañana para lidiar con todos esos problemas, pero en realidad los que se requieren son muchos recursos humanos que den psicoterapias, mas no están incorporados al sistema de salud. Yo creo que no hay ni la décima parte de los psicoterapeutas que se necesitan para atender todos estos problemas. Tampoco el Estado invierte mucho en comprar los medicamentos que hacen falta. Entonces si no tenemos ni una cosa ni la otra, la gente tendrá que hacer gastos desde su propio bolsillo para buscar psicoterapeutas, lo cual puede estar fuera del acceso económico de mucha gente”.
Escuelas, Huxley, Orwell…
—Hay más de 500 escuelas distintas de psicoterapia, cada una de las cuales considera que posee la teoría correcta para el tratamiento de la psique humana ¿Quién tiene la última palabra?
—Es como si fuera una Torre de Babel donde hay demasiadas escuelas y lo que hace falta es saber cuáles son los factores comunes a todas ellas que hacen posible una adecuada recuperación. Las escuelas más conocidas son las de psicoanálisis, las de terapia cognitivo conductual, las de psicoterapia humanista, las de psicoterapia existencial. Soy de la opinión que cada una de ellas tiene lecciones importantes que ofrecer para la recuperación de estos problemas, pero hace falta, ahí sí, una investigación científica que nos diga qué parte de cada tipo de psicoterapia es la necesaria para producir la recuperación. El psicoanálisis trabaja mucho con el supuesto de que la presencia del terapeuta genera una relación simbólica que ayuda a reparar vínculos dañados, entonces la psicoterapia se convierte en una especie de educación emocional profunda para reparar el daño producidos por esos vínculos previos. Esa idea es interesante y puede tener mucho valor, pero a lo mejor la medicina conductista tiene otras técnicas que también pueden ser valiosas, como lo puede ser también la psicoterapia cognitivo conductual que enfatiza el rol que puede tener la activación conductual como hacer ejercicio, salir a caminar, etcétera.
“Probablemente lo que necesitamos es una combinación de todos esos tipos de psicoterapia para no tener 500 escuelas sino una escuela de psicoterapia que haya demostrado su eficacia con todos los valores humanísticos a profundidad para el tratamiento de la depresión”.
—Para ejemplificar la resiliencia, usted acude a Aldous Huxley, quien a lo largo de su vida sufrió adversidades constantemente, como su discapacidad visual que no le impidió ser un prolífico escritor, coherente y entregado a su profesión. ¿Estaremos arribando a ese mundo feliz que él anticipó, controlado con medicamentos?
—Sí. Yo lo menciono, porque me parece un caso extraordinario de una persona que pasó por cualquier cantidad de situaciones terribles. Prácticamente perdió la vista, perdió a su madre a edad temprana, su hermano se suicidó, su esposa y él mismo tuvieron problemas de salud gravísimos. Sin embargo, a pesar de todo eso, él siempre se recuperó. Por eso su historia es también importante no sólo para dar esperanza, sino para explorar esos caminos que pueden llevar a la recuperación. Su libro Un mundo feliz se relaciona mucho con 1984 de Orwell, donde habla de una vigilancia constante como un modo de control social: en el mundo feliz es una especie de aparente libertad, pero es una trampa porque esa falsa libertad nos hace adictos a muchas cosas a través de las cuales se logra el control social.
“Creo que hoy en día estamos en una especie de mundo que se acerca un poco a los escenarios de ambos libros. Quizás Estados Unidos se acerca más al mundo feliz de Huxley, y quizás también China se acerque un poco más a 1984. Porque el control social ahí es tremendo, casi se saben el DNA de cada individuo para estarlo rastreando o, por lo menos, con su huella digital. Creo que en el mundo contemporáneo se dan de pronto ejercicios de Un mundo feliz y de 1984. Y me recordó usted otra idea que proviene de la ciencia ficción: es la novela Neuromancer de William Gibson quien dice que las distopías y las utopías ya están aquí… pero sucede que no están repartidas de manera equitativa”.
El escritor Aldous Huxley
Panksepp, neurociencias, consultas por Internet
—El maltrato no excluye a los animales; sin embargo, usted nos presenta a Jaak Panksepp, conocido como el Padre de la Neurociencia Afectiva o como el científico que hacía reír a las ratas. Es interesante lo que menciona acerca de esos ocho sistemas emocionales primordiales en los mamíferos que distinguió Panksepp. ¿Cómo ocurre este balance afectivo?
—Panksepp [Estonia, 1943-2017] era un investigador, e incluso un gran hombre en el aspecto personal, que se metió a ese tema de hacer reír a las ratas demostrando cómo hacían vocalizaciones, medidas por él. La gente decía que, en efecto, podía ser la risa, pero no se explicaba, la gente, cómo era posible que las ratas se estuvieran riendo. Se pueden ver los videos en YouTube donde les hacía cosquillas a las ratas y ellas reían. Les producía un efecto afectivo a las ratas, que lo seguían como si fuera su gran amigo, con suma familiaridad.
“Fue un científico que se preocupó mucho por la comunicación entre especies, por los derechos de los animales, etcétera; pero, sobre todo, se enfocó al estudio de las emociones en los animales y de la continuidad de las emociones entre los animales y los seres humanos. Fue un tema que también interesó a Darwin, quien escribió el libro La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, de 1872. Pero Panksepp lo llevó a una investigación mucho más profunda en la que, en efecto, ya hablaba de ciertos sistemas emocionales básicos que en teoría serían comunes entre diferentes especies de mamíferos. Ahí, por ejemplo, estaba el sistema que nos hace ir a buscar satisfacción, deseo, placer, que tendría que ver con la señalización de dopamina. Luego está el sistema de pánico, que tenía que ver cuando las crías se separan de sus madres de forma temprana teniendo un cierto tipo de llanto, de vocalizaciones que señalan cierto sentimiento de desprotección.
“Entonces Panksepp pensaba que esa vocalización primitiva relacionada con ese sentimiento de perder a la madre, en el caso de las crías, era como un correlato de lo que sucedía en los seres humanos con la depresión”.
—¿Por qué estudiar las neurociencias?
—Siempre me pareció un puente fascinante para entender justamente lo que en la antigüedad era la relación entre la psique y el cuerpo, luego el cerebro y la mente, un terreno realmente lleno de misterios. Nosotros decimos que es un poco como Strangers things o The twilight zone, porque son territorios plenos de misterio que todos los días nos permiten explorar esas profundidades de la condición humana. Algún filósofo decía que era como intentar recuperar la lógica del reino ilógico.
—¿A los pacientes diagnosticados con depresión se les debe catalogar de alto riesgo durante esta pandemia?
—Sí, pero no porque corran el riesgo de contraer el virus o complicarse desde el punto respiratorio, sino porque sí considero que es una población vulnerable durante la pandemia. Pienso que ha hecho falta darle más visibilidad a ese riesgo en el sentido de las complicaciones de salud mental que vendrán después. Creo que hace falta no sólo visibilizar el problema, sino dar alternativas desde el punto de vista de la salud pública e incorporar más psicoterapeutas al sistema de salud.
“Es lo primero que se debe hacer, porque si no lo hacemos en realidad todo lo demás es decorativo. Hoy se requiere una inversión real en recursos humanos, pues para problemas de salud mental se requieren personas atendiendo personas”.
—¿La medicación y atención psicoterapéutica por las redes no es lo óptimo?
—La medicación es algo delicado que requiere muy buen juicio y se debe de usar sólo en los casos necesarios, pero no se puede usar a ciegas, ni como un escopetazo a todo el mundo. En cambio, la psicoterapia sí puede ser recomendable para todos porque todos necesitamos procesos de reflexión, de autoconocimiento. Todos podemos mejorar muchos de nuestros hábitos que nos mantienen a veces metidos en la psicopatología.
El científico Jaak Pankseep