España está dividida en dos: nueve comunidades vienen reduciendo su incidencia del coronavirus y en siete está aumentando. La segunda ola de la epidemia está siendo un tira y afloja de medidas y contramedidas, regiones en las que el virus se dispara, baja y, en ocasiones, volver a subir. O viceversa. Si algo ha quedado claro en estos tres meses largos de experiencia es que no hay recetas mágicas y que a estas alturas se están dando muchos palos de ciego: el virus no siempre hace lo que dictaría la lógica ni responde matemáticamente a las limitaciones que imponen los gobiernos.
A lo largo del mes de septiembre, nueve comunidades alcanzaron aparentemente un pico a partir del cual su incidencia acumulada en 14 días comenzó a bajar. Aparentemente, porque los datos no siempre están consolidados y las tendencias pueden cambiar. Son Baleares, Canarias, Cantabria, Castilla-La Mancha, Extremadura, Madrid, Murcia, País Vasco y La Rioja. Castilla y León está estabilizada, con un repunte en los últimos dos días. Según los reportes diarios del Ministerio de Sanidad, todas alcanzaron ese tope entre el 24 y el 29 del mes pasado, excepto País Vasco (el día 9) y Cantabria (el 16).
Hacer un análisis uniforme es inútil. El momento en que cambió la tendencia difiere entre los 170 casos por 100.000 habitantes de Baleares a los 784 de Madrid, aunque la mayoría está entre 300 y 400. También tiene poco que ver la realidad demográfica y socioeconómica. En nada se parece Cantabria —donde pocos casos disparan la incidencia, como sucedió en Santoña, que fue cercada 14 días antes de doblar la curva— a Madrid, que experimentó un crecimiento sostenido de positivos durante tres meses y comenzaron a bajar la misma semana en la que se impusieron medidas de aislamiento a los barrios con más incidencia.
“Hemos actuado de forma contundente y enérgica cuando no teníamos controlada la situación, con confinamientos de edificios o poblaciones enteras. Pero el comportamiento pandemia muy errático y puede cambiar en cualquier momento”, sostenía el lunes en RNE Miguel Rodríguez, consejero de Sanidad de Cantabria.
La imprevisibilidad del virus es algo en lo que coincide Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático en Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid. Pone el ejemplo de Navarra, una comunidad con unas características que a priori hacen más fácil el control del virus —enumera buena capacidad de rastreo, sistema sanitario potente, núcleos pequeños de población sin grandes desplazamientos, altas rentas y bajos niveles de hacinamiento— y donde está disparado.
“No es algo que podamos medir en un laboratorio, depende de muchos factores sociales y nosotros tenemos muy pocas herramientas para establecer por qué sube o baja, y las que tenemos son imprecisas”, señala el catedrático. En su opinión, es imposible achacar a unas u otras limitaciones los cambios de tendencia. “Se aplican en paquetes y parece que funcionan, pero nadie sabe exactamente cuáles son las que lo hacen mejor”, explica refiriéndose a las recetas que se están usando en España y que, de una u otra forma, más tarde o más temprano, han aplicado todas las comunidades que han conseguido bajar su incidencia: reducción de grupos sociales, limitación de horarios y aforos en locales y limitación de la movilidad, en los casos más extremos.
Pero este tipo de decisiones no llegan solas. Artalejo advierte de que al mismo tiempo, en la sociedad suceden acontecimientos que pueden ser incluso más importantes: la vuelta al colegio y al trabajo, la llegada del otoño y el mal tiempo, o la propia actitud ciudadana. “Es muy posible que cuando se alcanzan ciertos umbrales y se imponen algunas medidas, el comportamiento de la gente sea en general más cauteloso y también incida en la caída de las cifras”, concluye.
En esta evolución de la epidemia, varios expertos señalan Madrid como otro ejemplo de que las cosas no suceden siempre al ritmo esperado. La caída en las estadísticas se dio al tiempo que se imponían las medidas más duras en los distritos sanitarios, es decir, no hubo decalaje para que surtieran efecto. Y, aunque los casos de la comunidad están condicionados por un aumento del retraso en la notificación, cambios metodológicos que llevan a hacer menos pruebas, el ritmo de las hospitalizaciones también está bajando desde esa misma semana; y esta curva se debería doblar con todavía más demora, según lo que sabemos del virus.
Aunque ningún epidemiólogo consultado sabe explicar exactamente esta bajada, Carlos Chaccour, investigador del instituto de salud ISGlobal, apunta, por ejemplo, a que la movilidad en la ciudad, según los estudios que publica Google, comenzó a reducirse a mediados de septiembre, antes de las medidas más estrictas impuestas por la Comunidad, que llegaron el 21. Por entonces, solo habían acotado las reuniones sociales a 10 personas e impuesto algunos límites de aforos en velatorios y barras, pero seguía permitiendo la actividad hostelera al 75%.
Como explica a este periódico José María Vergeles, consejero de Sanidad de Extremadura, las medidas restrictivas también mandan un mensaje e inciden en la psicología de la ciudadanía. En su comunidad, a partir de 200 casos de incidencia acumulada comienzan a imponer medidas y a los 250 las endurecen, en forma de confinamientos en las localidades más pequeñas y con restricciones en reuniones familiares y hostelería en las más grandes. “Estamos viendo que rápidamente se nota una reducción”, señala. Extremadura alcanzó el pico el 24 de septiembre, con 298 positivos por 100.000 habitantes en los 14 días previos, prácticamente una semana después de imponer medidas restrictivas similares a las de la fase 2 en Badajoz.
Otro ejemplo de doblegar la curva es Murcia, que ha combinado medidas sociales restrictivas (fue la primera en limitar los grupos a seis personas), con medidas muy duras en los municipios con más incidencia. Tanto Castilla y León como Castilla-La Mancha fueron imponiendo progresivamente limitaciones y confinamientos, pero su máximo llegó al mismo tiempo que el de Madrid, que tiene una enorme influencia en lo que pasa en sus vecinas. En Baleares, su consejera de Salud, Patricia Gómez, se muestra prudente después de comprobar que comunidades que parecía que tenían los contagios controlados han sufrido repuntes. El Gobierno de las islas ha dictado 26 resoluciones en materia sanitaria desde la finalización del estado de alarma, desde limitación de aforos a cierres de barrios concretos. “Un hecho que creo que fue determinante es la prohibición del ocio nocturno, que ni siquiera se llegó a abrir tras el estado de alarma, y del botellón” señala Gómez.
De las nueve comunidades que parecen ir por buen camino, la mayoría lleva poco más de dos semanas de tendencia. Solo Cantabria y País Vasco muestran una evolución constante de más largo recorrido, aunque esta última ha repuntado este martes, por lo que habrá que comprobar con el tiempo si es un artefacto en la serie o un nuevo cambio de tendencia. Es pronto para cantar victoria. Incluso en estas, nadie descarta nuevas subidas en este tira y afloja con el coronavirus. Andrea Burón, vicepresidenta de la Sociedad Española de Salud Pública, incide en que los datos pueden ser inestables y que hay que poner muchos peros a la hora de evaluar qué medidas surten efecto: “Si es un lugar más o menos urbano, los sistemas de transporte públicos…”.
Si estamos en una segunda ola en la que estos picos son definitivos o estamos en una endemia en la que habrá fluctuaciones durante meses, hasta que llegue la vacuna o la inmunidad de grupo, es algo que solo el tiempo podrá decir. Mientras, aunque no hay receta mágica para bajar la incidencia, en lo que coinciden los expertos es que cuanto antes se actúe, más fácil es controlar al virus.
Con información de Lucía Bohórquez y Virginia Vadillo.
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