En la apertura de la Asamblea General de la ONU, honor que desde 1955 la tradición reserva al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro ha defendido que la Amazonia no es “patrimonio de la humanidad”, sino de los países que abarca. El controvertido presidente del gigante suramericano defiende así su derecho a explotar las reservas naturales, incluidas las tierras indígenas, de un territorio azotado en los últimos meses por los incendios que han destruido millones de hectáreas de naturaleza.
“Es una falacia decir que la Amazonia es patrimonio de la humanidad y es un error, como atestiguan los científicos, decir que nuestros bosques son el pulmón del mundo”, ha dicho el líder ultraderechista, que ha arremetido contra los medios de comunicación internacionales, a los que ha acusado de estar guiados por un “espíritu colonialista”.
En alusión a Francia, Bolsonaro ha denunciado que “un país, en la última cumbre del G7, el mes pasado en Biarritz, se atrevió a sugerir la imposición de sanciones contra Brasil sin ni siquiera escucharnos”. Y ha agradecido al presidente de Estados Unidos, Donald Trump —líder que supone un modelo de conducta para el brasileño— por negarse a dicha “absurda propuesta” y por simbolizar “el respeto a la soberanía”. “Cualquier iniciativa para proteger la Amazonia debe incluir un total respeto a la soberanía de Brasil”, ha zanjado.
Bolsonaro llegaba a Nueva York con una agenda reducida al mínimo y rodeado de un aura poco menos que de apestado, debido a sus tendencias autoritarias, su añoranza de la dictadura y su política ambiental. Lejos de esforzarse por romper el creciente aislamiento internacional al que sus nueve meses de mandato han sometido a Brasil, el presidente ha evitado en su discurso tender puentes, ni hacia inversores ni hacia otros líderes, más allá de Trump.
Frente a las críticas por su gestión de los devastadores incendios en la Amazonia, Bolsonaro ha defendido que su Gobierno “está profundamente comprometido con la preservación del medio ambiente y el desarrollo sostenible”. Ha atribuido los incendios al “clima seco y los vientos”, y ha recordado que “las poblaciones indígenas y locales también usan el fuego como parte de su cultura”.
Bolsonaro ha defendido que mantener intacto el territorio indígena, que ocupa el 14% del suelo del país, solo aumenta la pobreza y el aislamiento de dichas comunidades. Y ha rechazado “cualquier intento de instrumentalizar las cuestiones medioambientales o las políticas indígenas a favor de los intereses políticos y económicos extranjeros disfrazados de buenas intenciones”. “Lamentablemente, algunas personas, tanto dentro como fuera de Brasil, con el apoyo de las ONG, insisten en tratar y mantener a nuestros pueblos indígenas como cavernícolas”, ha denunciado.
Las críticas al socialismo han dominado buena parte del discurso de Bolsonaro, igual que sucedería a continuación con el discurso del presidente Trump. El militar retirado ha defendido “el nuevo Brasil que resurge del abismo del socialismo”. Una ideología que, según el presidente, sumió al país en “un estado de masiva corrupción, recesión económica, alta criminalidad e incesantes ataques contra la familia y los valores religiosos”.
El socialismo, ha insistido Bolsonaro, “sigue vigente y hay que derrotarlo”. Y ha recurrido al ejemplo de Venezuela, que “fue una vibrante democracia y hoy sufre la crueldad del socialismo”. El presidente ha rechazado la “corrección política” y llamado a la ONU a combatir “este ambiente ideológico que socava los principios básicos de la dignidad humana”.
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