Lecciones de Valverde y Froome en el viento

Ataque de Valverde en la ascensión a Orduña.
Ataque de Valverde en la ascensión a Orduña.Kiko Huesca / EFE

El puerto de Orduña es una pared de piedra y bosques verticales, orado abajo y páramo arriba, donde sopla el viento y hay vistas, un acantilado sobre los valles verdes. Los ciclistas se acercan como cabras saltando caprichosamente, alegres buscando la aventura.

Valverde, delante, guía a los más decididos, a los más de 30 que tienen ganas de fuga. Froome, detrás, tira del pelotón, arropa a Carapaz, que es de su equipo y es líder de la Vuelta. Los más viejos vigilan y cuidan a los más jóvenes, y les protegen del viento que frena a todos en el aire y a veces parecen muñecos de dibujos animados marchando a cámara lenta, la cabeza bien baja. Saben que los jóvenes, chavalillos impetuosos, a veces pierden la perspectiva y, como hasta los más novatos ganan el Tour o el Giro y se sienten protagonistas todos los días, también el respeto y hasta les quieren negar el derecho a los sitios más cómodos del pelotón. Todo lo que puedan hacer en la vida ya lo ha hecho alguno antes que ellos, y quizás algunos hasta creen que Eddy Merckx es solo la marca de la bicicleta que monta Nans Peters en la fuga, y no el nombre del mejor ciclista de la historia que en el mismo Orduña, hace casi 50 años, tuvo que inclinarse ante los ataques repetidos del rival que más ganas le tenía, que era de Cuenca y se llamaba Luis Ocaña. Cuando se retiró, Merckx montó una fábrica de bicicletas y cuando un niño le compraba una salía con él a la Gran Plaza de Bruselas para ver cómo le quedaba de talla y si rodaba bien.

Los viejos de la Vuelta, también, como todos los abuelos en la vida, se rinden a su necesidad de dar lecciones. Valverde lo hace con un movimiento táctico: entrando en la fuga, de 33 ciclistas nada menos, no solo obliga a trabajar al equipo de Carapaz, que no le pude dejar mucho espacio (iba décimo, a tres minutos del ecuatoriano líder), también actúa como cabeza de puente por si Soler o Mas, los dos de su equipo que están mejor sitiados, atacan en Orduña, y, por si fuera poco, hasta puede ganar la etapa, que es una miniclásica en el fondo, lo que más le gusta, y busca la victoria como lo hacen los mejores, y los chavalillos impetuosos también, atacando de lejos, pero no hace camino.

La lección de Froome, cuatro Tours, dos Vueltas, un Giro ganados, comienza cuando se remanga el maillot y tira como un gregario sabio en la parte más desagradable, la de los falsos llanos que desgastan, y donde es fácil perder la paciencia y romper la continuidad de hormiga con la que hay que comportarse, y a su espalda Carapaz, un joven con los ojos y los oídos bien abiertos, se siente dichoso, y así lo dice luego, qué lujo tener a este hombre trabajando para mí, uno que ha hecho tanto y ha ganado tanto, y yo estoy todavía aprendiendo y él me enseña y nos transmite mucha confianza al equipo su sabiduría.

Y un tercer viejo, Michael Woods, se suma al máster de ciclismo en que se ha convertido el día con la mejor lección, la del ataque en el último kilómetro que descoloca a sus compañeros y le da la victoria en la carretera de Villanueva de Valdegovía, donde el País Vasco es ya casi Burgos, y huele a meseta, aunque a Woods y también Valverde, que marchaba a su lado hasta entonces, y no pierde el deseo de ganar, quizás les parezca que están en Innsbruck, repitiendo la llegada el Mundial del 18 en sprint a cuatro. Entonces ganó el murciano y el canadiense quedó tercero. Pero Woods no falla esta vez, y Valverde lamenta no haber salido a su ataque, y Woods aprovecha para cantar las bellezas del País Vasco y la bondad de su afición, a la que tanto echa de menos. Y muchos recuerdan que Woods fue también un joven prodigioso, aunque no como ciclista sino como mediofondista, un aristócrata del atletismo que a los 18 años corría la milla en menos de cuatro minutos y los 1.500m en menos de 3m 40s. Cuando se lesionó en la rodilla descubrió el ciclismo, con el que pudo seguir gozando del placer de competir y ganar.


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