Sal para Johann Sebastian Bach

Bach fue un cabrón resistente.

Tuvo 20 hijos, la mitad de los cuales no pasaron de la infancia. Su madre murió cuando él tenía nueve años; su padre, un año después. Muchos de sus hermanos desaparecieron en la niñez. Luego, su esposa, el amor de su vida, se fue repentinamente de este mundo cuando Bach andaba de viaje de negocios. Para cuando se apresuró a volver a casa, ya la habían enterrado. Ni siquiera le pudo decir adiós.

Sufrió acoso y abusos en la escuela. Lo enviaron a vivir con un hermano mayor que lo despreciaba y no le permitía estudiar la música que ansiaba tan desesperadamente.

Su historia se resume en horror tras horror.

Para la mayoría de nosotros, seguramente, la mejor opción, en casos parecidos, sería rendirse y arrastrar los pies a través de una pálida imitación de lo que es la vida. Pero no fue el caso de Bach. Él luchó. O, tal vez, sencillamente, aceptó plenamente su situación. De cualquier manera, hay una razón por la que, 300 años después, escuchamos con asombro sus inmortales composiciones.

Escribió más de 1.000 obras musicales que aún existen y muchas más que se han perdido. Enseñó. Dirigió. Preparó varios coros. Folló, bebió, luchó y vertió palabras invisibles de genio en sus partituras, compás tras compás. Se volvió a casar, viajó, exploró, empujó los límites musicales de la época hasta sus fronteras más lejanas.

Para Bach, su inspiración parecía ser Dios. Muchas de las obras que compuso llevaban las iniciales JJ (Jesus Juva, Jesús ayuda) y escribió: “El objetivo final y la razón de toda música no es otra cosa que la glorificación de Dios y el regocijo del espíritu”.

El regocijo del espíritu… ¿Existió alguna vez en la historia reciente que nuestros espíritus necesitaran regocijarse más que ahora? A pesar del dolor, las espantosas condiciones que sufrió en vida, las crisis, la enfermedad, la muerte y la tortura que lo atormentaban, decidió dedicarse a mejorar la existencia de los demás.

Me reconforta enormemente saber que Bach, de alguna manera, tenía una elección. Por implicación, todos tenemos una elección. Él eligió seguir. Como escribió Beckett: “Debes seguir. No puedo seguir. Seguiré”.

Bach siguió. Como debemos hacerlo nosotros. Sí, fue un genio. Se movía dentro de un nivel al que los simples humanos ni siquiera pueden comenzar a aspirar. ¿Pero podríamos retarnos al menos y ver si somos capaces de alcanzarlo?

Como él mismo escribió: “Lo que he logrado con los medios y la práctica, cualquier otra persona con un don natural y una habilidad tolerables también puede conseguirlo”.

Quizás todos tengamos un don natural y una habilidad tolerable que nos permite seguir adelante, atravesar, emerger y, si Dios quiere, prosperar.


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