La jurista que lucha para que haya más mujeres jueces en Egipto


El grito es unánime: se ha agotado el tiempo. No hay sitio para agresiones hacia las mujeres. Ni sexuales, ni físicas, ni verbales. La conciencia ciudadana parece haber reaccionado. El 8 de marzo del año pasado se convirtió en un hito de la revolución feminista y en una muestra imparable de fuerza contra el machismo, aún imperante. Las etiquetas #TimesUp o #MeToo, extendidas en redes sociales, también han reflejado ese latir actual. Impulsados desde círculos occidentales, estos movimientos han sacado a la luz el acoso o las diferencias salariales por cuestiones de género.

Queda mucho camino por recorrer. Basta con mirar las cifras más recientes de nuestro entorno más próximo. O echar un vistazo a lugares menos mediáticos. Egipto se lleva, en este terreno, una plaza en el podio de los peores países para caminar libremente si eres mujer. El hostigamiento callejero hacia ellas es el pan de cada día. En 2017, por ejemplo, El Cairo lideró un ranquin elaborado por la agencia Thomson Reuters como ciudad del mundo con mayor violencia sexual, por delante de Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, o Karachi, en Pakistán. Y más atrás, en 2013, un 99,3% de las mujeres egipcias reconocía haber sufrido acoso en un estudio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Allí las voces no se han apaciguado. La activista Yasmine El-Baramawy relató en público una violación múltiple en la plaza Tahrir. Fue atacada en 2012, cuando protestaban contra Mohammed Morsi, el presidente elegido tras la denominada Primavera Árabe. Las documentalistas Colette Ghunim y Tinne Van Loon —estadounidense y belga, respectivamente— dejaron constancia en 2015 con una grabación de su paso por la capital. Y la exmodelo Amal Fathy ha sido recientemente encarcelada por denunciar en su página de Facebook que la ley contra el acoso (firmada en 2014 y endurecida en 2017) estaba resultando inútil.

Lejos de llamamientos con resonancia internacional, miles de egipcias expresan a diario este malestar. Lo hacen de una forma más anónima y directa: el mapa del acoso o Harass Map, una página web donde cada persona puede contar su experiencia marcando el lugar y las circunstancias en que sucedió. Lo inició un grupo de cuatro mujeres antes de que el yo también fuera un lamento universal. “Fue lanzada en diciembre de 2010 junto con socios informáticos, asesores y voluntarios”, detallan las responsables por correo electrónico.

En la sociedad egipcia, las acciones de los hombres no son cuestionadas. Por tanto, cualquiera podrá tocar a una mujer que camina tranquilamente por la calle y no preocuparse, porque sus actos no tendrán consecuencias en el ámbito social o legal

No es complicado conocer el germen. “Todas nos sentimos abrumadas por el acoso sexual al que somos expuestas y vemos diariamente. Sentimos que no podíamos continuar al margen y tolerar silenciosamente el efecto dañino que tal hostigamiento estaba teniendo en nuestra vida cotidiana”, razonan. “Queríamos hacer un mapa de los tipos de acoso y comprobar cómo se puede detener su aceptación social, que enturbia el orgullo del país”, añaden. La plataforma diferencia entre un incidente sin ninguna ayuda o uno con la intervención de alguien y ha empezado a sumar testimonios de otros países como Marruecos, Arabia Saudí o Polonia.

Para ellas, el acoso sexual es “cualquier acción indeseada, verbal o física, de naturaleza sexual, que viole el cuerpo, la privacidad o los sentimientos de una persona, le falte al respeto o le haga sentir incómoda, amenazada, insegura, asustada, sobresaltada, insultada, intimidada, maltratada, ofendida u objetivada”. Bajo esos parámetros se encuadran los comentarios, que van desde una simple señal en la dirección donde aconteció hasta una breve descripción de los hechos, incluyendo gestos faciales o roces malintencionados. “El propietario de una tienda tocó todas las partes de mi cuerpo”, escribe una usuaria en un barrio del sur de El Cairo.

“Varios factores explican que todavía tengamos este problema”, advierten. “El principal, por las relaciones de poder”, adelantan. “En la sociedad egipcia, las acciones de los hombres no son cuestionadas. Por tanto, cualquiera podrá tocar a una mujer que camina tranquilamente por la calle y no preocuparse, porque sus actos no tendrán consecuencias en el ámbito social o legal”, sostienen. Esta falta de sanciones “siempre está respaldada por los mitos sobre el acoso sexual”, esgrimen. “Por ejemplo, se dice que solo las mujeres que no usan el velo son acosadas sexualmente o que el acoso sexual ocurre en áreas pobres, lo que está totalmente alejado de la realidad”.

Su diagnóstico es que “la sociedad egipcia debería pasar por un cambio cultural gradual” hacia el reconocimiento pleno de la mujer. Pasa, además, por el modo en impartir educación sexual en las escuelas. “No es nuestro campo de trabajo, pero se necesita conciencia en todas las escuelas sobre el acoso sexual”, señalan. E inciden: “El sexismo se desvanecería con un sistema de denuncia y una política de acoso antisexual en las instituciones con un enfoque participativo, donde la gente se involucre en la toma de conciencia y en cómo se manejan las leyes, así como eliminando los mitos que rodean al acoso”.

Es el momento de las mujeres, pero también es importante involucrar a los hombres y hacerles saber sobre los derechos de las mujeres

Harass Map ha sido galardonado en estos años por diversas entidades, como la Universidad de El Cairo. Ha inspirado obras de teatro o ha hecho eco del compromiso de compañías como Uber de luchar contra el acoso. Algunas personas, sin embargo, protestan por dar espacio a la opinión masculina. “Existe el argumento de que los hombres deberían estar fuera de la ecuación, pero no es eficiente, ya que ellos necesitan saber a qué están expuestas las mujeres y cómo deberían detenerlo”, apuntan al respecto.

“Es el momento de las mujeres, pero también es importante involucrar a los hombres y hacerles saber sobre los derechos de las mujeres”, continúan, “tener la audiencia correcta es tener ambos sexos presentes, porque ignorar a los hombres significa que suponemos que todos los hombres son hostigadores y que ellos mismos no están expuestos al acoso sexual”. “El acoso sexual no es un asunto relacionado con las mujeres. Vale que en Egipto la mayoría de los que lo sufren se corresponde con mujeres y niñas, pero los hombres también son hostigados. Por lo tanto, es necesario enseñar tanto sobre sus derechos como sobre la importancia de la igualdad de género”, concluyen.

Unidas en reivindicaciones al #MeToo, desaprueban las manifestaciones en su contra por su supuesto elitismo. “No creemos que sea así. Un movimiento elitista no tendría este impacto en todo el mundo. Las historias fueron compartidas de todos los contextos y culturas. Tuvo su efecto hasta en Oriente Medio, donde hombres y mujeres expresaron sus historias. Es un hito en la expresión de la violencia sexual y arroja luz sobre la idea de que cualquier persona puede ser sometida a cualquier forma de violencia sexual”, sentencian. Jornadas antes de lo que se prevé como otra gran victoria del feminismo, las portavoces de Harass Map celebran el cambio, pero tampoco lanzan cohetes. “No hay datos específicos disponibles para hablar de una mejora en la situación de la mujer”, arguyen, blandiendo los casi 1.600 casos que tienen indicados solo en sus mapas de El Cairo hasta la fecha. “Sin embargo, ahora se puede oír sobre el acoso habitualmente, cuando antes era un tabú. La gente discute en las redes sociales e informan sobre avances positivos”, afirman, insistiendo en que el tiempo se ha acabado, pero “queda mucho por hacer”.

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