Una adolescente francesa vive desde hace más de un año en la clandestinidad y bajo la amenaza de torturas, violación y muerte por haber dedicado palabras gruesas a la religión musulmana. Se llama Mila y tiene 17 años. Le gusta escribir, cantar y maquillarse. En una entrevista reciente en el semanario Le Point, explica que sufre un trastorno de déficit de atención, se define como pansexual y se declara adicta a las redes sociales.
En una de ellas, Instagram, muestra a veces su rostro con maquillaje de fantasía; otras, de película de terror. En esta red social empezó la pesadilla que la ha llevado a cambiar dos veces de escuela y a vivir bajo la protección permanente de la policía. Su caso evidencia el riesgo que puede acarrear el derecho a blasfemar en la patria de la Ilustración y los derechos humanos.
En Francia, no es un riesgo anecdótico. Hace seis años, periodistas y dibujantes del semanario Charlie Hebdo fueron asesinados a tiros por publicar caricaturas de Mahoma. Y el pasado otoño, un islamista decapitó al profesor de instituto Samuel Paty por mostrar estos dibujos en una clase sobre la libertad de expresión.
“Odio la religión, el Corán es una religión de odio, el islam es una mierda”, dijo Mila, cuyo apellido no se ha revelado, durante una discusión acalorada en un vídeo en Instagram el 18 de enero de 2020.
La discusión había empezado cuando, en la misma red social, Mila y otra chica comentaban sus preferencias en cuanto a mujeres y coincidieron en que las árabes no eran su estilo. Alguien empezó a insultarlas y a tratarlas, “en nombre de Alá”, de “sucias racistas” y “sucias lesbianas”, según recordaría la joven después. El intercambio derivó en una pelea verbal sobre la religión. Mila, en el lenguaje crudo y provocador de otros usuarios de las redes, expresó su punto de vista sobre el islam. Su vida dio un vuelco.
Ahora se encuentra sometida a un bombardeo diario de amenazas de muerte, más de 50.000 desde entonces, según su abogado, Richard Malka, quien también es el abogado de Charlie Hebdo.
“Lo que esta muchacha hizo no fue más que ejercer su derecho a criticar la religión. Nunca pronunció palabras racistas. Solo utilizó palabras un poco vulgares, de adolescente”, explicó Malka hace unas semanas a EL PAÍS y otros medios. “Se ha creado una Salman Rushdie de 17 años”, añadió, en alusión a la condena de muerte que cayó sobre el autor de Los versos satánicos, contra quien el ayatolá Jomeini lanzó una fetua en 1989 al juzgar que el libro era una blasfemia contra el islam.
En un primer momento, las palabras de Mila y la campaña de acoso contra ella suscitaron incomodidad entre algunos comentaristas y políticos. Hubo división entre los que proclamaban “Yo soy Mila” y quienes replicaban “Yo no soy Mila”.
“Una joven que quizá todavía esté en la crisis de la adolescencia, si hubiese dicho lo mismo sobre sus profesores, sobre sus padres, su vecina, sobre su amiga, ¿qué habríamos dicho? Habríamos dicho: ‘¡Un poco de respeto!”, opinó sobre el asunto la exministra socialista Ségolène Royal, quien en 2007 fue candidata a la presidencia de la República. Royal lamentó que se “[erigiese] a una adolescente irrespetuosa en modelo de la libertad de expresión”.
Mila ya ha cambiado dos veces de escuela. Primero abandonó a la que hasta enero de 2020 asistía en la región de Lyon, su lugar de residencia. Después pasó a un instituto militar, del que tuvo que marcharse al revelarse que estudiaba allí. Ahora está escolarizada en su domicilio.
“¿Cómo vivir con policías a esta edad? Hay que evitar los mínimos desplazamientos. Ir siempre acompañado. ¿Cómo conjugar esto con una vida de adolescente?”, dice el abogado Malka. “Y piense en su madre, que cada día ve las amenazas a su hija: ‘Te violaremos, te despedazaremos’. Es un cataclismo”, añade sobre este caso.
Cuando se le pregunta qué aconseja a Mila, el abogado replica: “Pienso que no se la puede condenar al silencio de por vida. Yo puedo vivir sin las redes sociales. Una adolescente, no. No podemos hacerla desaparecer, no ha hecho nada”. Y añade que, como en el caso de las caricaturas de la revista satírica Charlie Hebdo, hay quien tiende a señalar que nadie les mandaba buscarse problemas metiéndose con esta religión. “Sí. Se dice: ‘Es culpa de ellos’. Pero si nadie reivindica nuestros derechos, estos desaparecen. Si nadie ejerce la crítica religiosa, esta desaparece. ¿Por qué razón no iba yo a decir lo que quiera sobre Dios y la religión? ¿En nombre de qué debería respetar la idea de que 70 vírgenes esperan a los kamikazes? ¿No puedo burlarme de ello?”, sostiene el letrado.
El pasado agosto, Mila viajó a Malta para seguir un curso de idiomas, según Le Point. Una noche, mientras cenaba con una compañera, se le acercó un tipo y le preguntó si ella era Mila. “Sí”, respondió ella. Él le preguntó si se sentía orgullosa de lo que había hecho. “Sí, muy orgullosa”, dijo ella. El tipo la amenazó con estrangularla, según denunció la adolescente. Fue detenido y condenado a un año de prisión. En noviembre pasado, un hombre de 23 años fue condenado a un año y medio de prisión firme por simular en Facebook que degollaba a Mila y por amenazarla. Medio centenar de casos están en manos de la justicia, explica el abogado Malka. Y recuerda que, incluso en los periodos que Mila se ha ausentado de las redes, las amenazas no han cejado.
“Es 18 de enero de 2021 y hoy hace un año que me acosan en Internet y que corro el riesgo de morir degollada cada día en el mundo real. Un año en el que he aprendido que mi vida no volverá a ser igual”, escribió la joven en Twitter el día que se cumplía un año del inicio de su confinamiento particular, impuesto no por la pandemia, sino por el peligro de un atentado. Y añadió: “¡Pero dadle al vodka, hay que celebrarlo!”.
El dilema de llamar un colegio Samuel Paty
La noticia saltó unos días después de que un islamista decapitase al profesor Samuel Paty al salir de la escuela donde daba clases de historia y geografía en Conflans-Sainte-Honorine, cerca de París. El departamento administrativo de Yvelines, donde se encuentra este municipio de 35.000 habitantes, proponía rebautizar el colegio Bois d’Aulne, su nombre actual, por colegio Samuel Paty. El cambio de nombre debe pasar por el centro educativo, el consejo municipal de Conflans-Sainte-Honorine y el consejo departamental de Yvelines, un proceso que puede concluir en abril, explica una portavoz del departamento.
El colegio donde enseñaba Paty no es el único de los 60.000 centros educativos en Francia que, tras el asesinato del profesor el 16 de octubre pasado, se plantearon el cambio de nombre. En algunos casos, no ha surgido ningún problema. En otros, como la escuela infantil en Cap d’Ail, en el departamento de los Alpes Marítimos, la iniciativa suscitó dudas entre algunas familias. Temían que rebautizar la escuela la situase en el punto de mira de los yihadistas y que obligase a instalar medidas de seguridad estrictas para protegerse. El alcalde, el conservador Xavier Beck, ha declarado que mantendrá la decisión de rebautizar la escuela, según la revista Marianne.
El caso más llamativo, hasta ahora, ha sido el del colegio Los Eucaliptus de Ollioules, un municipio de 13.000 habitantes en el sur de Francia. El alcalde, el también conservador Robert Beneventi, propuso rebautizar el centro como Samuel Paty. La escuela consultó a docentes, padres y alumnos. Un 100% de profesores, un 89% de padres y un 69% de alumnos se opusieron, según la emisora pública France Bleu. Beneventi retiró la propuesta. “Es el estado de ánimo general en nuestro país. Es la pusilanimidad que reina hoy, y es preocupante”, dijo el alcalde. Sandra Olivier, profesora de matemáticas y representante del sindicato SNES, se declaró favorable a homenajear a Paty, pero consideró que rebautizar la escuela no era una buena idea, según France Bleu. “Nos ponía en la diana y no lo necesitamos”, dijo Olivier. “Es tomar un riesgo que podía ser evitado”, añadió.
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