José Rojo Martín, Pacheta, entrenador de la SD Huesca, ha pasado la semana pegado a un informe con el escudo del Real Madrid en la portada. “Me lo llevo… hasta al baño. Va conmigo todo el día, me da confianza. Por las noches lo tengo en la mesilla, y a veces lo abro y escribo algo que se me ha ocurrido”, cuenta mientras deja el documento de unas 100 páginas al lado del ordenador a través del que se conecta para la charla por videollamada. “Qué diferencia. Cuando hace tres años llegué al Elche [en Segunda B], el primer informe fue el del Llagostera. Hemos pasado del Llagostera al Real Madrid”.
Pacheta es un tipo que vive en una especie de asombro entusiasmado, con frecuentes menciones a lo insólito de su viaje, de un pueblo de 1.500 habitantes, Salas de los Infantes, en Burgos, al banquillo del Huesca. Ahí relevó a Míchel el 12 de enero y desde entonces el equipo, colista, ha sumado cuatro puntos en tres partidos. “Yo he llegado a Primera con 52 años. Lo que me ha costado…”.
En realidad, Pacheta ya había entrenado en Primera. Pero para él aquello no cuenta. Fue al Numancia, 15 partidos de la temporada 2008-09, cuando con el equipo último despidieron a Kresic y le encargaron a él, director deportivo, que se hiciera cargo. Descendieron. “Aquello viene más por una situación de equipo que por que yo me haya ganado entrenar en Primera. Hoy sí que me había ganado entrenar en Primera, porque había ascendido con un equipo. Hoy sí me siento responsable de haber llegado aquí”. Aunque esa llegada, como casi todo en su vida, no se produjera en línea recta. Pacheta ascendió la temporada pasada desde el banquillo, pero el de otro equipo. Dos años y medio después de hacerse cargo del Elche en Segunda B, el verano pasado lo depositó en Primera y se tuvo que volver al pueblo. Su sitio lo ocupa Jorge Almirón.
“Cuando llego a Primera a jugar en el Espanyol, llego con menos diez y le pido a Fernando Lara ayuda para la fianza del piso. Tuve que comer de mis padres y de mi suegro”
Pacheta ya sabía que, independientemente de cómo le fuera en el playoff de ascenso, no seguiría, pero eso solo funcionó como consuelo intermitente. “En estos cuatro meses que he estado en el paro, claro que piensas ‘¿qué cojones pasa?’. Tenía la sensación de que me lo había ganado. Pero la propiedad fue honesta conmigo. Y yo me convencí de que había que ascender. Así se acaba un proyecto. Aunque desde dentro no es fácil. Y cuando asciendes en Girona, solo te falta llorar”.
El técnico del Huesca siempre ha estado a punto del descalabro antes de hacer cumbre. Con 22 años, recién casado, trabajaba en una carpintería en Quintanar de la Sierra, el pueblo de su mujer, a unos 25 kilómetros del suyo. Producían mesas, bancos, elementos de madera para exteriores… Entonces le llegó una oferta del Marbella, en Segunda B, y se lanzó cobrando la mitad que como carpintero. “Salió bien, porque ascendimos a Segunda, pero luego me pasó la primera desgracia gorda en el fútbol: estuve ocho meses sin cobrar. De ahí me fui a Mérida, pero ahí tampoco cobramos y hay un momento en que nos planteamos volvernos a casa”.
Entonces, con Pacheta al límite ya del abandono, aparece Camacho y le recluta para el Espanyol, en la máxima categoría. “Llego a Primera División y llego con menos diez. Le pido al difunto Fernando Lara [vicepresidente] ayuda para la fianza del piso. No tenía dinero. Tuve que estar comiendo de mis padres y de mi suegro”. Aunque allí estaba: 26 años para jugar en Primera y otros 26 para entrenar en Primera.
Sin embargo, casi como podría anticiparse en esta colección de meandros, aquello se tuerce enseguida. A los tres días sufre una rotura de fibras y tarda mes y medio en recuperarse, a mediados de septiembre de 1994. “Esa semana se jugaba contra el Barça en Sarrià. Al que Camacho daba el peto el jueves, jugaba el domingo, y cuál es mi sorpresa cuando me da el peto. Y digo ‘hostia’. Estuve cuatro días sin dormir. Debuto contra el Barça. Sarrià hasta la bandera, ambiente de fútbol… Bueno, bueno. La rivalidad Espanyol-Barça. Ahí empecé a saber lo que era el Espanyol. Yo no había jugado con 40.000 espectadores en mi vida. Nunca. En el minuto siete u ocho, hay una falta, que la tira Arteaga. Tira la falta y meto un golazo de cabeza… Buah. Tremendo. Oye, celebrándolo, todo el campo patas arriba. No sé ni lo que hago. Porque lo veo en televisión después, pero no me acordaba de nada. Un gol de la leche a Busquets, con Guardiola, con Koeman… Y lo anuló. Lo anuló el árbitro. Si me pinchan no sale sangre. Había hecho falta Pochettino a Koeman. Y a los 40 minutos me rompí un metatarsiano para cuatro meses. Estoy seguro de que fue de todo el estrés de esos días”.
“En Tailandia sentí una soledad con la que hay que tener cuidado, porque esa soledad te lleva por delante”
Jugó cinco temporadas en el Espanyol y cinco en el Numancia. Hasta los 35. “No echo de menos jugar. Disfruté mucho, pero también sufrí mucho, porque siempre me di cuenta de que el que jugaba en mi sitio era mejor que yo. No podía competir con Arteaga, ni con Francisco, ni con Pochettino. Y con Camacho jugué en los 10 sitios del campo. Menos de portero, en todos. Pero si el que jugaba en mi puesto estaba bien yo no podía jugar, porque eran mejores que yo. Soy muchísimo más feliz como entrenador”.
Aunque eso, por supuesto, después de atravesar la tristeza extrema. En 2016, Pacheta aterrizó en Tailandia para entrenar al Ratchaburi. Antes, de equipo en equipo de Segunda B —Oviedo, Cartagena, Hércules— su carrera no despegaba. “Mis hijos me decían: ‘Lo que nosotros hacemos con 20 años tú lo haces con 48; te vas de erasmus”. Con un inglés rudimentario, dejó a su familia en España y se instaló en un banquillo en el que a su lado se sentaba el dueño. “No me condicionó nunca, ni alineaciones ni cambios. Lo que dije que se tenía que hacer se hizo y lo que dije que no, no se hizo. Ahora bien: todo lo que hay entre el sí y el no, lo decidía él”. No terminó por el dueño, sino por la soledad. “Esa soledad de cuando se muere una persona con 90 años y su mujer o su marido se queda aquí y se muere en quince días. De esa soledad hablo. Esa soledad yo la he sentido en Tailandia. Por eso no volveré a salir solo… Hay que tener mucho cuidado porque esa soledad te lleva por delante…”.
Volvió y emprendió otro asalto al sueño desde Segunda B, con el Elche; un asalto que lo ha llevado por fin a Primera, pero en el Huesca. “A los jugadores les digo: ‘No sé lo que os habrá costado llegar, pero sé lo que me ha costado a mí. Y a mí no se me escapa, eh”.
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