Descifrando Vitoria-Gasteiz

Vitoria-Gasteiz habita entre la memoria de una ciudad medieval y un presente comprometido con la naturaleza. Su trazado, casi intacto desde que se fundó en el siglo XII, marcó el crecimiento de la ciudad y el resultado es un ejemplo de urbanismo. En pleno centro se disfruta de bellas caminatas, como el centenario paseo de La Senda, y abrazando la localidad se despliega el Anillo Verde, una proeza de 30 kilómetros de parques, senderos y humedales a media hora a pie del centro, y con la que logró ya en 2012 ser designada Capital Verde Europea. No es costera, pero tiene dos playas en el pantano de Ullíbarri-Gamboa (Landa y Garaio) donde se puede surfear, practicar vela o piragüismo. Su gastronomía (y su café) está entre las más celebradas de España. Sobrada de reconocimientos, el último es haber sido la única ciudad española elegida entre los 25 mejores destinos para viajar este 2021 por la revista National Geographic.

Un arquitecto, Patxi Cortazar; la escritora Karmele Jaio, premio Euskadi de Literatura 2020; y Patricia López Arnaiz y David Pérez Sañudo, protagonista y director —respectivamente— de Ane, película rodada en la ciudad vasca y con cinco nominaciones a los Goya, enseñan su ciudad. Además, el cocinero Unai Fernández de Retana, al frente del clásico restaurante El Clarete, cuenta dónde come en Vitoria el día que no lo hace en su casa.

Riqueza medieval

La torre de la iglesia de San Vicente, en la proa del casco viejo, es el mejor mirador para divisar Vitoria. Subir ahí era un plan muy solicitado, y ahora con la pandemia es posible contactando con su párroco, Juan Carlos Pinedo (juancarlospinedoibez9@gmail.com), quien nos abre camino por unas empinadas escaleras con parada obligada en la cubierta original de madera, con forma de nave invertida, que cubre las bóvedas. “Es la joya de la corona. Muchos vitorianos no la conocen, porque hay que subir ex profeso, y es de las pocas en España que se puede visitar”, presume. A pesar de ser un día típico de lluvia, desde el campanario se impone la inmensa llanada agrícola que envuelve la ciudad rodeada a su vez de montañas.

Y a los pies, como una maqueta, la zona antigua. “Lo más importante es su trazado sobre la aldea de Gasteiz, en lo alto de una colina, que se ha mantenido a lo largo de los siglos, lo que hace que Vitoria sea una de las pocas urbes planificadas desde su origen”, interviene el arquitecto Patxi Cortazar. “Es muy interesante su forma de almendra, con las calles curvas al irse adaptando a la pendiente de la ladera. Esas vías se unen verticalmente por los cantones que al tener un gran desnivel cuentan con escaleras mecánicas, por algo Vitoria es puntera en accesibilidad. Y al otro extremo de la colina sobresale la catedral de Santa María (del siglo XIII), inmersa en un largo proceso de rehabilitación pionero, Abierto por obras, que permite al visitante asistir a los entresijos de la restauración”. La parte vieja es zona de vinos, comercios y edificios históricos, como el palacio de Escoriaza-Esquivel (calle de Fray Zacarías Martínez, 7), la Casa del Cordón (Cuchillería, 24) o la Torre de los Anda (Correría, 110), “en cuyos bajos está el bar La Torre, para tomar una tabla de quesos del mundo”, recomienda Cortazar.

El arquitecto se detiene en dos referentes, el palacio Montehermoso (Fray Zacarías Martínez, 2) y el Museo Bibat. Ambos cumplen una de sus máximas: “La arquitectura se tiene que fechar en el tiempo y ambos edificios fueron rehabilitados con criterios totalmente contemporáneos. El primero, hoy un centro cultural, es la unión del palacio del siglo XVI con el antiguo Depósito de Aguas del XIX; y el segundo está formado por el palacio renacentista de Bendaña, restaurado para el Museo de Naipes, y un edificio nuevo, el Museo de Arqueología, de 2009”. Cortazar anota otro detalle: las calles del casco antiguo conservan los nombres de los oficios que se asentaban ahí. Y anima a parar en un bar de toda la vida “con comida rica”, El Tabanko (Correría, 46), y dos bares con música en vivo: Extitxu (Pintorería, 3) y Dazz (Cuchillería, 60).

La plaza de la Virgen Blanca de Vitoria.
La plaza de la Virgen Blanca de Vitoria.

Esta urbe medieval se ampliaría posteriormente con el Ensanche, núcleo de actividad y ajetreo, donde se encuentran plazas y terrazas típicas para quedar: la plaza de la Virgen Blanca, la de España y la del Machete, la favorita del arquitecto. “Es un lugar de gran riqueza espacial, compuesto por un palacio renacentista, Villa Suso, y el ábside de la iglesia de San Miguel, con las escaleras que interconectan la ciudad vieja con la nueva, y donde además está el restaurante del mismo nombre con una materia prima excelente”. Esta plaza se eleva sobre los Arquillos, “una obra neoclásica de Justo Antonio Olaguibel muy valorada por los urbanistas porque permite superar el gran desnivel que existía entre la zona vieja y nueva”, la describe. Justo enfrente, el último proyecto aún sin inaugurar, un espacio abierto donde se han recuperado los restos del antiguo convento de San Francisco del siglo XIII, que se derribó en 1930. Las bases de las columnas del pórtico se han dejado a la vista para que la gente pueda reconocer cómo era ese entorno antes de construirse las nuevas edificaciones, entre ellas, el que fue Banco de España y futuro Memorial de las Víctimas del Terrorismo (Olaguibel, 1).

Seguimos hacia otras dos plazas de nuevo cuño. La de los Fueros, un proyecto de 1982 de Eduardo Chillida y Luis Peña Ganchegui acompañado de polémica porque hubo que derribar la antigua plaza de Abastos. “Creo que es un magnífico proyecto que necesita perspectiva para disfrutarlo plenamente”, opina Cortazar. Y a cinco minutos a pie, el Mercado de Abastos (Jesús Guridi, 1), recién rehabilitado y “donde hay que probar la tortilla del bar Txiki”. Buen preámbulo, asegura, para cambiar de aires y explotar esa gran vocación naturalista que ha tenido siempre Vitoria.

“Ya desde el siglo XIX se plantearon parques como La Florida, El Prado y, más adelante, Arriaga o Judizmendi, cualidad que ha culminado en el Anillo Verde. El paseo de La Senda, de finales del XIX, es especialmente atractivo, entre árboles con más de cien años y arquitectura burguesa. Yo suelo acceder a él por otro que me trae muchos recuerdos de la niñez, el paseo del cuarto de hora (paseo de la Universidad), entre cuarteles que se convirtieron en edificios universitarios y archivos que guardan la memoria de la ciudad”. Enseguida aparecen el palacio de Ajuria Enea, residencia del lehendakari, y la Casa de las Jaquecas, con sus cariátides en la fachada sujetándose la cabeza y casa natal de la poeta Ernestina de Champourcin. El predilecto del arquitecto es el palacio de Zulueta (paseo de la Senda, 2). “Me gusta su historia y el personaje, Julián de Zulueta, un negrero que llegó a ser uno de los empresarios más ricos de Europa en el XIX. De un pueblo pequeño alavés, marchó a Cuba y logró ser alcalde de La Habana. Modernizó todos los ingenios para hacer azúcar, pero claro, fue olvidado por su pasado. Y tiene relación también con el palacio de Augusti; un abogado madrileño se casa con una hija de Zulueta y construyen su residencia en el que hoy es el Museo de Bellas Artes (arteederrenmuseoa.eus), con pintura vasca de los siglos XVIII y XIX”. Antes de agotar el patrimonio arquitectónico, Cortazar anima a visitar un edificio contemporáneo de Miguel Fisac, la iglesia de La Coronación, de 1960, (Eulogio Serdán, s/n), votado por los arquitectos alaveses como el mejor de la provincia.

El parque de La Florida, en Vitoria.
El parque de La Florida, en Vitoria.

Paisajes salvajes pegados a la ciudad

Un paseo por La Senda puede culminar en el parque de Armentia, célebre porque acoge la basílica de San Prudencio, patrón de Álava, que celebra su día el 28 de abril subiendo a las campas. Este bosque natural de quejigo conforma, junto con los parques de Olarizu, Salburua, Zabalgana, Zadorra y Errekaleor, el gran perímetro del Anillo Verde, que rodea Vitoria con unos accesos muy cómodos a pie, en bicicleta —cuenta con 150 kilómetros de carriles bici (bidegorris)— o autobús urbano. La mirada de la actriz Patricia López Arnaiz sobre su ciudad natal está vinculada a su afición a la lectura y a estos parques. “Disfruto mucho de Armentia, del pueblo y su bosque, y he ido mucho a leer a Olarizu, con grandes vistas panorámicas a Vitoria, una luz muy especial y unos atardeceres espectaculares. Y el parque de Arriaga es el de mi infancia, con mucha vida, con un estanque y una ermita, perfecto para niños porque es enorme”. Para la lectura reivindica, ya en la ciudad, la plaza de los Fueros. “Es verdad que es incomprendida, pero sentarse en sus escaleras, en esa especie de anfiteatro, mientras al lado juegan al frontón es una maravilla. Y creo que representa muy bien la plaza vasca, no romántica, sino ruda”.

Por su faceta como intérprete está muy vinculada a la sala Baratza. “Tiene muy buena programación con performances, un teatro muy pequeño pero muy interesante, experimental, y allí he participado en talleres de danza”. Cuando quiere ir a un concierto de rock o soul apuesta por la sala Hell Dorado y para un café, su sitio es Amatter (San Francisco, 5).

Ataria, el Centro de Interpretación los humedales de Salburua.
Ataria, el Centro de Interpretación los humedales de Salburua.

Salburua, el núcleo principal de extensión de la capital alavesa aún sin acabar, es el barrio “altamente recomendable” del director David Pérez Sañudo. Aquí están los humedales, una gran obra de recuperación de una zona húmeda natural que se desecó en el siglo XIX para cultivos, y hoy un espacio para perderse entre arbolados y lagunas con tal variedad de aves que acuden ornitólogos de toda España. En el Centro de Interpretación de Ataria se organizan todo tipo de actividades. “Con un solo paseo desde el centro los vecinos tienen estos humedales a su disposición, pero también un bosque en el que aves, ciervos o jabalíes habitan tranquilos”, dice (tanto, que a quien escribe esto se le cruzó uno a menos de 10 metros). “Es el punto fuerte de Vitoria, aquí dando una vuelta cambias de la ciudad al bosque, de la urbe a la llanada, de lo edificado a la más frondosa naturaleza. Esta es una localidad apacible, en la que el peatón y la bicicleta tienen un espacio asumido y reconocido socialmente. Y Salburua, como punto fronterizo entre lo natural y lo urbano, representa esto perfectamente”, resume. El barrio, habitado en gran parte por jóvenes, “es, a primera vista, un entorno residencial de edificios de reciente construcción, pero también la última frontera de la arquitectura, el límite de lo urbano y la entrada al campo”. Para tomar algo por la zona recomienda el café Viena (Viena, 1) y, a un paseo, La Pintozzeria (Pintorería, 1), “donde hacen unas pizzas espectaculares, con una gran relación calidad-precio, y además es el lugar adecuado para continuar después tomando algo por el casco viejo”. Imprescindible también para el director de Ane tomarse un café en el bar Aldapa (Cuesta de San Vicente, 2).

El Mercado de Abastos de Vitoria.
El Mercado de Abastos de Vitoria.

Festivales y ‘poteo’ de arte

Aparte de la escritura, Karmele Jaio tiene una vertiente festivalera y su debilidad son los conciertos en vivo. “Me encanta el Azkena Rock Festival, que se celebra en junio en las campas de Mendizabala, un revulsivo en los últimos años. Para mí fue la oportunidad de ver a Pearl Jam al lado de casa y este año están anunciados Iggy Pop y Patti Smith. Esos días hay mucho ambiente, con actuaciones al mediodía en la calle, y la ciudad se tiñe de negro y cuero. Es una de las grandes cosas que nos han pasado”, explica la autora de La casa del padre (Planeta). Otro fijo es el Festival de Jazz. “Parece mentira que por una ciudad tan pequeña haya pasado hasta Miles Davis. Y se añade el ciclo Jazz en el Siglo XXI, menos conocido, pero que trae joyas que luego acaban siendo grandes descubrimientos”. Y, cómo no, la también imprescindible sala Jimmy Jazz Gasteiz (Coronación, 4).

Casi tan veterano, y por el que también hay que correr para coger entradas, es el Festival de Teatro, que el próximo mes de octubre tiene previsto celebrar su 46ª edición. “Y todo este tiempo con una programación estable y mucho éxito. Esos días Vitoria es otra, con números callejeros de magia, los escaparates a tono…”. Parecida mutación ocurre en junio con Kaldearte: “El arte sale a la calle con teatro, música, danza, circo… y se convierte en una especie de poteo del arte; en lugar de ir de bar en bar vas con el programa en la mano de espectáculo en espectáculo”.

Un lugar que siempre está ahí es el Museo Artium. Además de su colección de arte contemporáneo, para ella merece la pena por sus actividades paralelas. “Su Centro de Documentación y la biblioteca son fantásticos, con mucha luz y vistas a la plaza, y tiene una colección de libros de arte para consultar muy interesante. Le tengo especial cariño porque ahí solía ir a escribir y me sorprende que hay gente que aún no sabe que existe”. Para coger muchos libros Jaio va a la biblioteca de la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa, en el parque de La Florida, un romántico jardín de aires parisienses metido en la ciudad. Sugiere seguir después en un corto paseo hasta el Museo Diocesano de Arte Sacro, en la Catedral Nueva, “no muy conocido y con auténticas joyas, como la escultura original de la Virgen Blanca, patrona de Vitoria”.

A alguien de fuera que quiera probar la gastronomía local, dice que le llevaría a los restaurantes The Bost, “muy agradable y con muchos platos para compartir”; a El Clarete para picar, y para carne o pescado a la brasa a La Sidre, en Armentia (Larrintzar, 3). Si además quiere llevarse unas alubias de Álava, conservas artesanas, sal de Añana u otras delicias, cita Victofer (Cuchillería, 14). En la agenda, el jueves es el día del pintxo-pote, al que Jaio suele apuntarse: un pintxo y una bebida a mitad de precio “con mucho ambiente”. Y para quien quiera acabar con un dulce, tres pastelerías históricas: Sosoaga, de 1868; Goya, desde 1886, y La Peña Dulce, de 1939, cuyo fundador, dicen, inventó el goxua en 1968: un postre de bizcocho, nata al caramelo y crema tostada. Su afán innovador sigue hoy con unas trufas cúbicas de té que triunfan en Japón.

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