Con su economía volcada en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos desarrollaba, uno tras o otro, proyectos militares secretos. Los dólares regaban cualquier iniciativa que ayudara a derrocar al nazismo y doblegar al Japón. Uno de los principales problemas con los que se encontraba el ejército era la lentitud en el cálculo de trayectorias balísticas y de artillería. Solo podía hacerse manualmente. Los conocidos como computers, una suerte de calculadoras humanas, realizaban día y noche, durante semanas y meses, miles de operaciones matemáticas. Hasta que en 1943, el Gobierno lanzó un concurso —obviamente reservado— con la idea de sustituir a estas personas por máquinas. Comenzaba la creación de ENIAC, el primer ordenador puramente electrónico de la historia, así como la primera computadora vista por la sociedad.
Este domingo se cumplen 75 años desde que ese ordenador primigenio fuera presentado ante el gran público. Aquel 14 de febrero de 1946 abandonaba el oscurantismo de los cálculos militares para abrirse un hueco entre el mundo civil. Y no precisamente por voluntad propia, sino por necesidad. Con la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, la barra libre de financiación cayó casi a cero. Los creadores de ENIAC, John Presper Eckert y John William Mauchly, veían cómo el futuro de su dispositivo tocaba a su fin. La posible solución estaba en las relaciones públicas.
Como explica Javier García, director académico del área de ingeniería y ciencias en el Centro Universitario U-tad, los creadores de ENIAC elaboraron y exhibieron una película sobre su funcionamiento que cautivó a quienes la vieron. Para dar más lustre a su invento, incorporaron unos paneles con luces y números que, mientras ejecutaba alguna operación, se iluminaban. “No servían para nada. Mera estética. Pero en el imaginario popular ha quedado como imagen de los primeros ordenadores. Basta con fijarse en los filmes de ciencia ficción. De hecho, para llegar a más gente, a estas bombillas las definen como un cerebro electrónico. Un éxito de marketing absoluto”, precisa.
Si nos detenemos en la parte técnica, el ENIAC revolucionó la informática en los cuarenta. Eckert y Mauchly, ingenieros de la Universidad de Pensilvania, desarrollaron la primera máquina completamente electrónica. Todo el proceso de computación, que operaba unas 500 sumas y 300 multiplicaciones por segundo —en 20 minutos conseguía los mismos resultados que un humano en tres días—, surgía en las cerca de 18.000 válvulas electrónicas que lo integraban. En comparación con las calculadoras electromecánicas de la época, multiplicaba por mil la rapidez de cálculo. “El consumo de electricidad era industrial. Era como poner en funcionamiento 18.000 bombillas incandescentes al mismo tiempo. Parecía una estufa gigante”, añade García.
Tanto demandaba del sistema eléctrico, que se echó la culpa al ENIAC de los apagones que sufrió en aquellos años Filadelfia, ciudad en la que estaba instalado este monstruo de 170 metros cuadrados, con un peso de 27 toneladas. El consumo se disparaba cada vez que lo encendían. El proyecto estuvo en marcha casi una década. El 2 de octubre de 1955, a las 23.45, sus creadores decidieron apagarlo definitivamente, poniendo fin a uno de los dispositivos pioneros en el desarrollo de la informática.
Mujeres programadoras olvidadas
La historia de ENIAC también es una historia de machismo. Pese a que han transcurrido tres cuartos de siglo, la discriminación de género sigue presente en el sector. Hasta finales de los 80, todo el mérito quedó bajo los nombres de Eckert y Mauchly. Ni la más mínima mención a las seis programadoras que hacían funcionar el ordenador. Una programación para nada relacionada con escribir líneas de código. Cada vez que querían modificar las operaciones, estas seis mujeres —todas matemáticas y físicas— movían a mano un entramado de cables que reconfiguraba el dispositivo. Sabían qué tocar, cuál era la disposición adecuada para lograr los nuevos cálculos.
Betty Snyder Holberton, Jean Jennings Bartik, Kathleen McNulty Mauchly Antonelli, Marlyn Wescoff Meltzer, Ruth Lichterman Teitelbaum y Frances Bilas Spence vivieron en el anonimato. De ellas se llegó a decir que eran modelos que posaban junto al ENIAC y que estaban encargadas de la refrigeración. Sin embargo, sentaron las bases para que la programación fuera sencilla y accesible para todos. Crearon el primer conjunto de rutinas, las primeras aplicaciones de software y las primeras clases en programación. Su trabajo modificó drásticamente la evolución de esta parte de la informática entre las décadas del 40 y el 50. En cierta medida, hablamos de las madres de lenguajes como Java o Python.
Sin ENIAC cuesta comprender la aparición en los cincuenta de los primeros ordenadores comerciales, UNIVAC —creado por Eckert y Mauchly—, Z3 y Ferranti Mark 1, o el salto dado en esa misma época por John von Neumann con respecto a su arquitectura, inspiradora de los dispositivos actuales. “Su trascendencia en la informática moderna resulta innegable, tanto en la parte técnica como en las campañas de relaciones públicas”, concluye García. Por si alguien se lo pregunta, el nombre no responde a ningún alarde publicitario ni tampoco a una referencia histórica. Simplemente es el acrónimo en inglés de Computador e Integrador Numérico Electrónico (Electronic Numerical Integrator And Computer).
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