Las ilustraciones originales de Tintín cotizan muy al alza. En los últimos años, planchas, borradores y viñetas inéditas de las aventuras del intrépido reportero belga han sido vendidas por cantidades que en ocasiones superan el millón de euros. Hace unas semanas, sin ir más lejos, un boceto de portada para el álbum El loto azul (editado en 1936) fue puesto a la venta en París por la casa de subastas Artcurial y se convirtió en la pieza de cómic más cara de la historia. Un coleccionista anónimo se llevó la puja poniendo sobre el tapete la cantidad récord de 3,2 millones de euros, alrededor de medio millón más de lo que los expertos esperaban que se pagase por la ella.
El encargado de empuñar el martillo, el subastador profesional Arnaud Oliveux, dijo que se trataba de “una obra de arte exquisita que vale hasta el último euro invertido en comprarla”. La cifra causa perplejidad, pero tiene un precedente: en 2014, Artcurial había vendido ya un original de Hergé por 2,65 millones de euros. Por entonces, se especulaba con que Steven Spielberg, fan de Tintín y director de la más fastuosa adaptación cinematográfica de sus aventuras (El secreto del unicornio, 2011), podría estar interesado en pujar por la obra. Si lo hizo, fue de manera anónima.
El caso es que la saga de cómics, que en su momento se consideró un fenómeno editorial de un valor cultural y artístico muy relativo, es hoy objeto de culto. Inspira exposiciones, ciclos de conferencias, tesis doctorales y retrospectivas, por no hablar de series de televisión o taquillazos de Hollywood, y ha entrado de manera muy firme en el radar de los coleccionistas de arte.
Como era de esperar, tanto dinero ha traído consigo una cierta controversia. La creada por los que piensan que semejantes dispendios son una excentricidad poco fundamentada, una simple moda pasajera, y que resulta ridículo que los originales de Hergé se coticen (casi) al nivel de obras de Andy Warhol o Jeff Koons. Y también la de los que creen que, en este caso al menos, la obra subastada nunca debió salir a la venta, porque en realidad pertenece a la familia Hergé y forma parte del patrimonio cultural belga.
Crónica periodística en tiempo real
En opinión de su biógrafo, Dominique Maricq, el belga George Remi Hergé es uno de los grandes creadores de ficciones literarias del siglo XX. Maricq considera que se trataba de un ilustrador genial y un narrador impecable, al que la pluma se le daba tan bien como el pincel. Hergé (1907-1983) apenas tuvo la oportunidad de hacer largos viajes hasta cumplidos los 60 años, pero se asomó al gran mundo gracias a la lectura y a lo que él llamaba su “red privada de corresponsales”: políticos, periodistas, diplomáticos y viajeros impenitentes a los que esta esponja humana, conversador infatigable, interrogaba a conciencia para empaparse de información sobre China, Congo, los atolones del Pacífico, Estados Unidos o la por entonces impenetrable Unión Soviética.
El historietista volcó todo ese conocimiento exhaustivo, pero de segunda mano, en la serie de novelas gráficas que protagoniza Tintín, el reportero de los pantalones bombachos y el mechón de pelo color zanahoria, una especie de héroe cotidiano, a lo James Stewart, que recorría el planeta deshaciendo entuertos y desentrañando misterios en compañía de su perro Milú. En el libro Hergé por él mismo, Maricq destaca que Remi hizo crónica periodística en tiempo real del mundo contemporáneo visto desde Bélgica.
De paso, creó mitología pop, rodeando a su héroe de una fascinante cohorte de secundarios digna de cualquier gran saga literaria: el borracho, colérico y siempre leal capitán Haddock; los policías gemelos Hernández y Fernández con su olímpico desprecio por el sentido común; el sordo, autista, y visionario profesor Tornasol; el rebelde (y déspota) caudillo latinoamericano coronel Tapioca; la cantante de ópera Bianca Castafiore, dueña de una prodigiosa garganta que hacía añicos el cristal y perforaba tímpanos…
Las aventuras del reportero empezaron a publicarse como viñetas episódicas en 1929, en el suplemento infantil del diario conservador y monárquico belga Le Vingtième Siècle. El último álbum se editó casi medio siglo más tarde, en 1976. Entre una y otra fecha, Hergé tuvo tiempo de crear su propio estudio y centrar en Tintín un total de 24 novelas gráficas traducidas a 70 idiomas y de las que se han vendido alrededor de 200 millones de copias. Llevó el tebeo popular infantil y juvenil a otra dimensión, creó un icono contemporáneo y es uno de los contados historietistas europeos capaces de competir en éxito, calidad y repercusión a largo plazo con las grandes leyendas del cómic estadounidense.
El periodista Álex Serrano, experto en cómic y dueño, según nos cuenta, de una modesta colección de originales relacionados con la novela gráfica, atribuye lo mucho que se cotizan las obras de Hergé a que “los tintinófilos son entusiastas y muy activos, sobre todo en Francia”. Además, “no hay tantas reliquias de este autor en circulación y disponibles, lo que hace que la expectación se dispare cuando aparece algo nuevo”. Para Serrano, “el mercado de originales de cómic es un ámbito de coleccionismo e inversión en crecimiento exponencial”. Los que aterrizan en él “apuestan por los grandes maestros porque los consideran un valor seguro, y ahí entra Hergé, que es uno de los más grandes”.
Por si fuera poco, todo el mundo conoce a Tintín, un producto o franquicia difícilmente comparable: “Un Miguel Ángel, un Picasso, un Warhol o un Bansky son algo al alcance de cada vez menos bolsillos, mientras que un original de Hergé, Jack Kirby o Richard Corben se mantiene, con alguna excepción como la portada de El loto azul, dentro de unos parámetros comparativamente razonables y, además, tiene el añadido del valor sentimental”. A fin de cuentas, “¿quién no ha crecido con un tebeo de Tintín, los Cuatro Fantásticos o la Patrulla-X?”. Por todo ello, la escalada de precios que se está produciendo en torno a Hergé y su mundo en los últimos años es, para Serrano, “un fenómeno tan llamativo como, en el fondo, lógico”. Él lo sigue con interés algo distante: “Reconozco que Tintín no me entusiasma”.
Tinta de dragón
La ilustración subastada hace dos semanas es una auténtica rareza, una versión bastante más pulcra y con mayor nivel de detalle de la que acabaría siendo la portada definitiva del álbum. En ella aparece Tintín, en compañía de su perro y con túnica de seda y bonete chino, contemplando perplejo a un enorme dragón desde el interior de un jarrón de cerámica. El soberbio reptil de fantasía, con cuerpo rojizo y cubierto de escamas, se proyecta en un espectacular arabesco sobre un fondo lleno de ideogramas chinos.
Según el experto en cómic Eric Leroy, se trata de un boceto enviado a la editorial Casterman para que hiciese con ella una prueba de imprenta. Su autor sugirió que la portada se imprimiese en tricotomía, lo que hubiese dado un colorido y una espectacularidad muy especiales al álbum que él, ya por entonces, consideraba su obra maestra, “lo mejor que he escrito y dibujado desde que me dedico a esto”. El editor pidió presupuesto y la imprenta le respondió que costaría 1.150 francos, más del doble de lo que estaban dispuestos a gastarse, por lo que la idea fue desechada. Se optó por una versión de acabado mucho más básico, con un dragón negro y sin apenas relieve sobre un fondo rojo del que se habían suprimido los ideogramas.
A partir de ahí, las historias difieren. Los herederos de Hergé insisten en que se acordó que el original desechado fuese devuelto a su autor, cosa que la editorial no hizo. Antes de la subasta, Artcurial publicó en su página web que el propio Hergé había optado ya en 1936 por regalárselo a Jean-Paul Casterman, el hijo de siete años de su editor, un fan de Tintín al que su padre llevaba de vez en cuando a visitar el estudio del dibujante. Eso explicaría también por qué la ilustración está doblada: el pequeño Jean-Paul agradeció el regalo y, sin la menor reverencia (aquello era para él un juguete, no una obra de arte), le hizo varios pliegues y lo guardó en las páginas de un bloc que llevaba en su cartera escolar.
¿Un regalo envenenado?
Philippe Goddin, autor de los siete volúmenes de la serie ilustrada El arte de Hergé, dice que esa versión de los hechos es “una bonita fábula, pero una fábula a fin de cuentas”. Lo que ocurrió en realidad, según la versión de Goddin, es que Casterman conservó el original “por negligencia o descuido” y Hergé, que no era aún el autor cotizadísimo y muy consciente del valor intrínseco de su obra que llegaría a ser con el tiempo, olvidó reclamarlo. Los dobladillos se explican porque al ilustrador no le daba tiempo de llevarlo personalmente a la editorial y lo envió por correo, así que tuvo que doblarlo para que cupiese en el sobre.
La revista Archyde ha dedicado un muy completo artículo a desentrañar tan espinoso asunto. En él se describe la portada de El loto azul como “un tesoro en disputa” y se afirma que la venta realizada por Artcurial se podría acabar anulando. Archyde cita fuentes como Nick Rodwell, marido de la que fue segunda esposa de Hergé, Fanny Vlamynck, y actual albacea del legado artístico y literario del dibujante belga.
Para Rodwell, el boceto debería ser devuelto, sin más, al museo Hergé de Louvain-la-Neuve, a 30 kilómetros de Bruselas. Ya fue exhibido allí en alguna ocasión anterior, en una época en que los herederos de Hergé y los de Casterman cooperaban de manera muy estrecha. La familia del editor no se planteaba por entonces vender un patrimonio del que, según Rodwell, no eran propietarios legales y que solo tenían “en custodia provisional”.
De ser eso cierto, los herederos de Casterman habrían vendido un objeto precioso que nunca les perteneció y que habrían conservado de manera irregular durante 84 años. Rodwell insiste en que la historia del regalo desinteresado al hijo de Casterman es una invención reciente, un intento a posteriori de apropiarse de la pieza de manera fraudulenta. Artcurial argumenta que el dibujo no solo ha sido exhibido en múltiples ocasiones, sino que también apareció citado o reproducido en varias recopilaciones de la obra de Hergé sin que ello motivase ninguna reacción por parte de Rodwell.
Los subastadores consideran evidente que el albacea está creando una polémica artificial para reclamar “su parte del pastel”. Sencillamente, no esperaba que esta lamina dibujada en unas pocas horas en febrero de 1936 y entregada a toda prisa para una prueba de imprenta fuera a venderse, a estas alturas, por 400.000 euros más que el que hasta entonces era el objeto relacionado con el cómic más caro del mundo, un tebeo de Superman subastado en 2011. Sea como sea, la venta millonaria de la cubierta abortada de El loto azul podría acabar en los tribunales. De momento, está ya en los libros de récords.