Amamantar entre canastas


Cuando el baloncesto es tu vida, lo normal es que la vida se cuele en el baloncesto. La jugadora Antonella González y sus dos hermanas se criaron en el pabellón de Concepción del Uruguay (provincia de Entre Ríos, Argentina), correteando entre los banquillos, mientras su madre ejercía de entrenadora del equipo femenino del Club Tomás de Rocamora. Y el domingo pudo comprobarse que la saga familiar de mujeres crece vigorosa y mantiene su pasión por el deporte.

La imagen de Antonella amamantando a su hija Madi, de 11 meses, en mitad de un partido de la Primera División argentina recorrió medio mundo para sorpresa de su protagonista. “Mi madre también nos dio la teta en una cancha de baloncesto. Para nosotras es algo natural. Por eso me cuesta entender la dimensión que ha tenido esto. Pero bienvenida sea la circunstancia para visibilizar nuestra condición de madres, para acercarnos al profesionalismo y para tener unas condiciones más igualitarias con respecto a los hombres”, explica Antonella, madre primeriza, de 30 años, que atiende a EL PAÍS desde Entre Ríos con un mensaje vitalista y reivindicativo. “Ojalá haya muchas madres más en las canchas. Cuánto tenemos que crecer aún para que esto deje de impactarnos”, señala.

El pasado fin de semana, el equipo de Antonella —el Rocamora que la vio crecer—, quinto en la tabla, afrontaba un partido clave ante Vélez Sarsfield, líder invicto de la competición. Ella acudió a la cita con su hija Madi, apócope de Madeleine, como hace habitualmente desde que comenzó la Liga en enero. “Tengo la suerte de estar en mi club de toda la vida y todo es muy familiar. La entrenadora ahora es mi hermana y todas me ayudan mucho. Madi puede estar conmigo en estas burbujas que tenemos porque han ampliado el cupo del equipo para poder contar siempre con algún acompañante que me ayude con la niña. Cuentan casi con una pequeña jugadora más”, detalla la base del equipo. Antonella jugó 25 minutos y aportó ocho puntos, dos asistencias, tres recuperaciones y dos rebotes en la valiosa victoria del Rocamora por 61-44. Pero la trascendencia le llegó por el episodio que sucedió en el entreacto, justo antes del comienzo de la segunda mitad. “Normalmente, doy de comer a la niña camino del pabellón y, después, puedo estar tranquila. En esta ocasión, le di de una sola mama y, a mitad del partido, casi recurrimos la una a la otra. Ella tenía hambre, estaba inquieta, tenía calor… y yo tenía la mama muy cargada. Así que era el momento”, relata Antonella.

La vida paró el tiempo. En mitad de las instrucciones tácticas y las arengas motivacionales, Antonella se bajó de la tensión para “conectar con la gorda”. “Lo disfruté muchísimo. Estaba con las pulsaciones a mil y con ella pisé tierra. Bajé las revoluciones. Perdía un ratito de juego, pero ganaba mucho más. Me tocaba ser madre antes que deportista. Esto es la vida. Que todas las madres sientan que se puede. Yo las digo que se animen. La vida y el deporte se ven diferentes después de la maternidad”, reflexiona.

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En Argentina, la liga femenina de baloncesto no es profesional. Los contratos son temporales, abarcan solo los periodos de competición, y apenas uno de los 10 clubes paga sueldos profesionales y, en el resto, las jugadoras compaginan su dedicación al equipo con estudios o trabajos, sin amparo legal ni contractual para el embarazo y la maternidad. “Hace unos días hablamos con unos diputados de aquí de Entre Ríos para ver cómo se podría legislar para que el embarazo tenga la cobertura de los clubes o del Estado, igual que ocurre en otros trabajos o en circunstancias como las lesiones. Las madres deportistas no pueden quedar en la nada. Hay mucho camino por mejorar”, expone Antonella, licenciada en Psicomotricidad y profesional autónoma en ese ámbito desde hace años. “Ninguna deportista quiere quedar embarazada estando en competición, pero puede suceder y debería estar contemplado. Hay que legislar para evitar ese desamparo”, incide. “En mi caso, me quedé embarazada al término de la pasada liga, fue deseado y planificado. La pandemia alargó los tiempos y me pude organizar con mayor progresividad. Estuve seis o siete meses dedicada a mi hija y después comencé a entrenar para incorporarme al equipo. En diciembre, ya comenzamos a planificar la liga a tope”, completa.

Ahí comenzaron los malabares de Antonella. “Trabajo, juego y soy madre. La red y el sostén familiar son fundamentales para llegar a todo. Corro de aquí para allá y mi hija, por suerte, va conmigo muchas veces. Es una niña muy buena que se adapta a todo. Hay días que viene conmigo a entrenar, otros se queda con los abuelos o con las tías”, explica.

Su hermana Laura es la entrenadora del equipo. Su otra hermana, Vale, trabaja en la comunicación del club y es su gran ayuda con Madi estas semanas en viajes y pabellones. Ella fue quien le avisó el domingo pasado de la demanda de la niña. Y Antonella acudió a amamantarla, naturalmente. “Es una imagen que no se suele ver en el deporte, pero para una madre es lo más natural y cotidiano del mundo. Da qué pensar, lo poco que se ve y lo mucho que nos impacta. Ojalá sirva para hacernos un poco más humanos. Y para que los contratos recojan la realidad de la vida”, suma Antonella. “Cuando Madi sea más grande le enseñaremos la foto que se ha hecho viral y los recortes de prensa que han guardado las abuelas”, cierra.


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