Dos arietes sintetizaron un derbi madrileño que no alivió del todo a ningún vecino, y sí dio gasolina al Barça. Cuando el Atlético se olvidó de Luis Suárez, regidor absoluto del primer desarrollo del partido, el Madrid se acordó de Benzema, administrador total del último acto del choque. Ellos simbolizaron el guion del partido. De un Atlético autoritario y decidido a un Atlético acostado cerca de Oblak. De un Madrid obligado a un papel de resistente a un Madrid final a toque de tambor.
Esta vez, con la pelota como equipaje, el Atlético gobernó de entrada. Enfrente, un Madrid aparatoso, sosaina. Un Real espectador de su vecino, tertuliano con el balón y con mejor ocupación de los espacios. Hasta que tiró de la manta hacia Oblak, ese Atlético que, aunque de forma espasmódica, este curso ha sido más capaz que nunca en tiempos del cholismo de darse cháchara con la pelota. Lo demandaba su alineación, con mucho rojiblanco con vocación ofensiva y con talante ofensivo. Pero la lista de los reclutas no siempre ha sido acorde con la pizarra, como sucediera ante el Chelsea.
Expansivo durante casi una hora, el cuadro de Simeone pivotó sobre Koke y dio alas para Lemar, Llorente, Correa y Carrasco. Todos con un punto final: Luis Suárez. Vacilante el Madrid, iba e iba el Atlético. Y con resultado. Llorente, que tiene más de un turbo, dejó por los suelos a Nacho y la sincronía que le ofreció Suárez mereció un simposio de fútbol. El uruguayo se citó con su camarada justo una cuarta antes de estar fuera de lugar. Un Suárez milimétrico para arrancar y un Suárez tan estilista como eficaz para el pase a la red. Courtois, con su corpachón y brazos en molinillo, ciega la portería a cualquiera. Pero el charrúa lleva siglos con retos semejantes. Solución al alcance de pocos: un golpeo con el empeine exterior del pie derecho, un toque con tres dedos para evitar al voluminoso Courtois. Un golazo: por la zancada con hélices de Llorente, el regate de Suárez al fuera de juego y su tiro de gracia.
Mano polémica
El gol no produjo ninguna sacudida inmediata en el discurrir del juego. Sin apenas avisos en las áreas, se gustaba más el Atlético, mucho menos previsible. Más tieso el Madrid, sin marcha, sin desborde, con Rodrygo y Asensio sin mayor intención que tramitar el juego. Solo se percibía fogueo visitante. Lo contrario que en las filas colchoneras. Suárez era una alarma constante para los blancos. No daba el Madrid con quien pusiera en alerta al Atlético. Solo apurado por un disparo de Casemiro bloqueado por Oblak. Eso sí, sin querer, su mejor oportunidad casi se la proporciona Felipe.
Hasta entonces, más que apelar al juego, al Real le quedó el debate más recurrente y tedioso de estos días. Las dichosas manos, ese sánscrito arbitral. Felipe no llegó a un despeje de cabeza y la pelota resbaló sobre su brazo izquierdo, del que no pareció ocupado el zaguero brasileño. El árbitro del chivatazo le dio el soplo al juez de campo, lo que suele derivar en un colegueo. No esta vez. El colegiado revisó la jugada y dijo nones. En los cien primeros años del fútbol no se hubiera pitado tal involuntariedad. Hoy, sí. O no. Según llueva o haga sol, sea de día o de noche… Vaya usted a saber. Un galimatías.
No hubo más argumento visitante ante Oblak en todo el primer tramo que la bronca por el presunto penalti. De vuelta de la tregua, otra vez Suárez como bandera. Un desfogue impagable para sus compañeros. Incansable, el viejo (decían) Suárez tanto agitaba a los suyos como a los otros. Nunca fue un blanco fijo. De esos tipos que agravan para el adversario hasta un melonazo que le llegue. Socio de todos, dejó a Carrasco frente a Courtois, otra vez Courtois en mayúsculas. El propio uruguayo comprobó un par de veces más el rango del portero belga. Pero poco a poco el Atlético se empeñó en disputar dos partidos: el resultadista y el de Suárez. Tuvo horizontes, pero le faltó decisión y precisión.
Los cambios blancos
No emergía el Real, así que Zidane de nuevo mandó al cuarto oscuro a los extremos —esta jornada los insustanciales Rodrygo y Asensio— y se decantó por Valverde y Vinicius. Ganó cuajo el Madrid, apremiado por el marcador e invitado al área de Oblak por un rival cada vez más opaco, más atornillado cerca de su portero.
Ni la entrada de João Félix le dio otro estirón a los de Simeone. Sí lo hizo Vinicius, con el desparpajo que no habían tenido Rodrygo y Asensio. Una pifia de Correa permitió al brasileño esprintar hacia la meta local y cincelar un pase versallesco para Benzema. Por fin, Benzema en el derbi. Pero Oblak, pese al poco tajo hasta ese instante, no estaba de merienda. A bocajarro, el esloveno le sacó un doble remate al capitán madridista. Un parpadeo después, también se hizo grande en una falta ejecutada por el galo.
El encuentro ya rodaba a pies de Benzema cuando el francés enhebró una acción con el otro goleador del equipo, Casemiro. El brasileño, defensa en ocasiones, pivote en otras y cada vez delantero más vocacional, hizo una carambola con Benzema y a la cazuela. Arcanos del fútbol. Cuando más metralla tenían los rojiblancos cerca de su portería, dos madridistas le asaltaron el rancho por el carril central. Tras el empate de Benzema quedaban un par de suspiros, pero el Real acabó a pecho descubierto. Hacía tiempo que el Atlético suplicaba por el pitido final.
De Luis Suárez a Benzema, el cambio de agujas dejó al Barça más cerca del Atlético —a tres puntos— y al Real Madrid más lejos de los azulgrana —a dos—. Eso sí, a los del Cholo Simeone les queda una bala de más, esta semana frente al Athletic. LaLiga aún tiene intrigas. Y no solo por las dichosas manos.
Source link