Lecciones y desafíos de un año de educación en pandemia


Cuando la rápida expansión de la pandemia empujó, el 11 de marzo de 2020, a la Comunidad de Madrid a decretar la suspensión de toda actividad educativa presencial (y al Gobierno de España a aprobar un Estado de Alarma tres días después), nadie estaba preparado para lo que vendría. La suspensión de clases que iba a durar 15 días se transformó en más de tres meses, y pilló a todos (profesores, alumnos, administraciones y familias) con el pie cambiado. La transformación digital era, hasta entonces, un objetivo a medio plazo que nadie negaba pero que se iba implantando a distintas velocidades, sin prisas. Hasta que apareció la covid-19.

De la noche a la mañana, todos migraron a un entorno virtual. Los problemas de conciliación tomaron un cariz radicalmente diferente y escuelas, colegios y universidades se adaptaron como pudieron. “Cuando surge todo esto, nos vamos a casa con mucho miedo y desconcertados. No sabíamos muy bien a qué situación nos enfrentábamos, aunque yo llevaba mucho tiempo trabajando con aulas virtuales y herramientas tecnológicas”, explica por videoconferencia Conchi Fernández, docente experta en Competencia Digital, asesora de formación del profesorado en Galicia y ponente en el encuentro ¡Grandes Profes! 2021, que se celebrará el próximo 13 de marzo. Como profesora de Tecnología, su adaptación fue sencilla: “Lo único a lo que tuvimos que darle una vuelta fue a lo de las videoconferencias”. Pero el panorama general apuntaba más bien en dirección contraria.

“Hubo colegios mejor preparados que pudieron ponerse en modo online en solo unas semanas y mantuvieron clases con mayor o menor normalidad, pero se estima que no fueron más de un 20 o 30 % de los casos”, afirma José María de Moya, director del periódico Magisterio, medio colaborador de La feria de los colegios. No fue mucho mejor en las universidades: solo una de cada tres (un 38 %) cuenta o está desarrollando una estrategia de transformación digital, según un estudio publicado en julio de 2020 por la Conferencia de Consejos Sociales de las Universidades Españolas (CCS) y la Red de Fundaciones Universidad-Empresa. Aquellos docentes más familiarizados con las nuevas tecnologías pudieron hacer una transición más efectiva, mientras que otros impartieron docencia online en directo o colgaron vídeos u otros materiales.

El esfuerzo por digitalizarse

De entre todos los obstáculos que tuvieron que superarse, el de la formación del profesorado era el más acuciante, y a lo largo de 2020 se multiplicaron las iniciativas para proporcionar a los docentes las competencias digitales necesarias para impartir clase de manera virtual. Universidades, centros educativos y de formación del profesorado y otras entidades impartieron también múltiples webinarios sobre el uso de herramientas colaborativas y de preparación de contenidos digitales; plataformas como Google Classroom o Teams; programas para videoconferencias y habilidades relacionadas con cómo hablar delante de una cámara, cómo dar una clase en línea e incluso cómo preparar los escenarios para las comunicaciones. Sin olvidar, por supuesto, otras barreras como la falta de dispositivos, de conectividad y de contenidos específicamente digitales.

El esfuerzo, en cualquier caso, fue mayúsculo, y la adaptación, complicada, porque no era lo mismo hacerlo para un alumno de infantil que para otro de último curso de Primaria. “Aunque habíamos recibido formación, no es lo mismo conocer una herramienta que usarla a diario”, afirma Mónica Álvarez, profesora de 5º y 6º de Primaria en el Colegio Patrocinio de San José de Madrid. “Fueron necesarias muchísimas horas de trabajo, unido a un cambio de mentalidad y de metodología de un día para otro. Obstáculos hubo muchos… A la sobrecarga de trabajo derivada de tener que replantear toda la planificación y la atención al alumnado online, se unió el hecho de tener que gestionar el teletrabajo como cualquier otra persona, en mi caso con dos hijos”.

Para María Pilar Pérez, profesora de Matemáticas en el grado de ADE de la Universidad de Valladolid, el impacto en la metodología de enseñanza ha dependido mucho del centro. “En la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales los grupos son muy numerosos, incluso de más de 80 matriculados. Y aunque nuestras aulas son grandes, la distancia de seguridad hizo que no todos puedan asistir a la vez a clase en la mayoría de las asignaturas, por lo que muchos asisten presencialmente una semana sí y otra no”, lo que necesariamente impacta en las metodologías empleadas.

En todo este proceso de adaptación, varios son los expertos que coinciden en la importancia de mantener una comunicación fluida con las familias, como parte fundamental del proceso educativo. Así lo hizo Fernández: “Todas las semanas les comunicaba lo que íbamos a hacer: esta semana tu hijo o hija va a hacer este reto; la información la encuentras aquí…”. La flexibilidad era la norma (llegó a recibir tareas por WhatsApp o Telegram), y luego se encontró inesperadamente con determinados alumnos “a los que en clase les costaba mucho trabajo y que no se relacionaban con los demás, pero que cuando se encontraron en ese entorno virtual despegaron”. Una apreciación que también observó Mónica Álvarez: “Ha habido alumnos (por ejemplo, alguno de altas capacidades) que, libres de la presión del grupo, se han sentido mucho más seguros y han desarrollado muchísimo su potencial, ganando incluso en autonomía”.

¿Cómo ha de ser el aula virtual?

El miedo, el desconocimiento o la falta de los recursos adecuados puede haber empujado a algunos profesores a conformarse con una forma de docencia virtual básica “con clases síncronas, lecciones magistrales, apuntes en formato PDF, deberes o tareas clónicas y exámenes finales”, sostiene Joaquín Rodríguez, director de diseño, innovación y tecnología educativa de la Institución Educativa SEK. “Pero poco a poco nos fuimos dando cuenta de que la clase online no puede limitarse a ser una clase presencial retransmitida por Internet”, añade Carmen Sánchez Ovcharov, decana de la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela. “Hablar a una pantalla desorienta al docente, pues necesita recibir el feedback del comportamiento de los estudiantes para reorientar la explicación, poner ejemplos distintos o parar y empezar de cero”, si esto fuera necesario. “Sin la presencialidad, didácticamente, el profesor está ciego”, una situación que se ve empeorada en aquellas comunidades donde se ha producido incluso una controversia sobre si los docentes pueden o no exigir que sus alumnos tengan la cámara encendida.

Al reflexionar sobre lo que era más importante en aquel momento, llegaron a la conclusión de que necesitaban rutina y seguir aprendiendo, “pero al mismo tiempo también mantener el contacto con ellos, porque encerrados en casa y sin poder salir, se perdían una parte importante de su desarrollo, la de la socialización”, argumenta Álvarez. “Había, además, que llegar a las familias que no tenían recursos ni medios digitales; hacer el seguimiento con familias que iban teniendo personas enfermas, o con recursos económicos tan bajos que no tenían sus necesidades básicas cubiertas; llegar a un equilibrio entre la necesidad de seguir aprendiendo y la salud mental de los menores; y atender a los alumnos con necesidades específicas de apoyo educativo”, esgrime José Carlos Pérez, tutor de tercer ciclo y maestro especialista en Educación Física en el CEIP El Trocadero (Puerto Real, Cádiz).

“En mi caso, al ser tutor de un grupo que terminaba la Educación Primaria, tuvimos que seleccionar, en contacto con el IES de referencia, los contenidos prioritarios y básicos para el siguiente curso escolar”, recuerda Pérez. “Durante el confinamiento, priorizamos una metodología lúdica, que a través de juegos y actividades divertidas sirvieran no solo para trabajar contenidos, sino para que ellos pudieran desconectar del día a día que vivían en casa”, utilizando además retos que incluían actividades físicas y de habilidad. Para Rodríguez, generar un entorno virtual requiere además tener en cuenta una serie de cuestiones fundamentales, como por ejemplo “generar un ambiente de aprendizaje cooperativo; promover un aprendizaje significativo, vinculado a situaciones y contextos reales; prestar apoyo sistemático y personalizado a cada alumno e impulsar un aprendizaje autodirigido, basado en la indagación y la resolución de retos” que ayude al estudiante a tomar una mayor responsabilidad sobre su propio proceso de aprendizaje.

Otro de los aspectos que han supuesto un gran desafío durante la pandemia ha sido el de las evaluaciones. La enseñanza a distancia obligó a repensar los procesos evaluativos, como apunta Sánchez Ovcharov: “Tuvimos que asumir que tendrían apuntes, libros y móviles a mano durante el examen. Una parte del profesorado optó entonces por programas diseñados para la identificación física del estudiante, así como de sus movimientos de manos y oculares durante el examen online. Pero otros preferimos rediseñar pedagógicamente las propias pruebas, enfocándonos en la evaluación de procesos y razonamientos”, y herramientas como el Aula Virtual de Exámenes de la UNED disponen de un amplio banco de preguntas para generar exámenes únicos a cada estudiante.

El futuro, para las metodologías activas

Es indudable que la aceleración digital ha puesto en el centro del escenario a las llamadas metodologías activas: el aprendizaje basado en retos o proyectos, el método del caso, el aprendizaje basado en juegos y, sobre todo, el aula invertida o flipped classroom, que consiste en ofrecerle al estudiante ciertos contenidos (estratégicamente seleccionados) “para que los lea, analice y estudie de manera autónoma y previa a la clase síncrona (presencial o virtual) con el profesor. Y, en esa clase síncrona, el profesor guía al estudiante, en la aplicación de lo aprendido, a casos prácticos, ejercicios y problemas, detectando lagunas, errores o resolviendo dudas”, ilustra Sánchez Ovcharov.

“Hay que tener presente que el principal agente educativo es el alumno, que [en estas metodologías activas] trabaja de forma colaborativa en las aulas, y tiene una participación activa a la hora de exponer e interactuar”, afirma Conchi Fernández. “Hay que darles protagonismo y que lleven las riendas de su propio aprendizaje, de una forma más flexible y mostrándoles los contenidos de otra manera”. Para esta experta, las metodologías que vienen asociadas con material audiovisual funcionan muy bien en el aula, pero incide a su vez en la necesidad de combinar esa flipped classroom con otras “como la ludificación, el aprendizaje basado en proyectos o el aprendizaje servicio”, tanto en lo presencial como en lo virtual.

¿Hay marcha atrás?

Al igual que sucedió con el teletrabajo, es probable que muchas de las innovaciones introducidas a lo largo de este último año hayan llegado para quedarse. Aunque prima la presencialidad, los modelos híbridos alcanzan hasta un 30 % de los centros de Secundaria, según un estudio de Qustodio. Una nueva normalidad educativa en la que “lo virtual y lo presencial convivirán con normalidad. Los contenidos digitales incrementarán su presencia; todos los colegios tendrán plataformas de aprendizaje y todo el profesorado sabrá manejar una videoclase o videotutoría”, afirma De Moya. Y Fernández añade: “Yo creo que, una vez que el docente conoce esta forma de dar clase, no hay vuelta atrás. Una vez que empiezas a dejar atrás los papeles, los exámenes tradicionales (…), el docente va a coger carrerilla y formarse en aquellas áreas digitales que le faltan”.

El docente, asegura, ya no podrá ser simplemente un especialista en su propia materia, sino que ha de tener una base de pedagogía, metodología, competencia digital… Y hasta convertirse en una suerte de sastre al llegar al aula: “Ha de llevar varios trajes. Es competente en lo suyo pero también digitalmente; es un docente psicólogo, capaz de estar con sus alumnos, apoyarlos y entenderlos; es un docente que conecta con las familias y que trabaja administrativamente con todos los documentos asociados que se le presentan, y es un docente que se maneja bien en cualquier circunstancia”.

El uso intensivo de los dispositivos digitales en casa y en el aula ha puesto de manifiesto una necesidad más: la importancia de formar a profesores, familias y sobre todo alumnos en el uso moderado y responsable de la tecnología. “Según diversos estudios, antes de la pandemia los alumnos usaban las pantallas entre seis y siete horas diarias, pero en este nuevo escenario Covid, probablemente esté por encima de las 10”, afirma De Moya, que recuerda cómo los psicopedagogos y psiquiatras vienen alertando, desde hace tiempo, del incremento de las adicciones digitales y del consumo de pornografía entre menores. “Muchos de ellos suben vídeos y hacen comentarios entre ellos sin darse cuenta de que hay que cuidar los contenidos que suben a las redes”, añade José Carlos Pérez. “Y estamos observando que incluso tienen dificultades para resolver sus problemas de relaciones interpersonales, porque se han habituado a estar a solas frente a una pantalla”.

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