Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto todo el contenido de la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
En el año 2020, las latinoamericanas sufrieron un retroceso histórico en términos financieros y laborales frente a la pandemia global de la covid-19. En Brasil, el octavo país más desigual del mundo, los impactos fueron profundos: cerca de 8,5 millones de mujeres salieron del mercado de trabajo en el tercer trimestre y su participación descendió al 45,8% según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), el nivel más bajo en tres décadas. Dentro de ese universo femenino, las madres solteras, que suman más de 11,5 millones en Brasil, pasaron no solamente a enfrentar más riesgos y dificultades financieras por la pandemia, sino también soportaron una sobrecarga mental y un mayor cúmulo de tareas con el cierre de las escuelas y guarderías.
FOTOGALERÍA | Ser madre soltera y confinada en Brasil
Natália Cardoso, de 20 años y residente en Osasco, un municipio de la periferia de São Paulo, y Carlla Bianca Souza, de 21 y residente en São Luís, estado de Maranhão, en el norte del país, son dos ejemplos de madres solteras que no han recibido ninguna ayuda del Gobierno durante la pandemia. Cardoso tuvo que dejar su empleo después de agotar su permiso de maternidad, pues su jornada laboral impedía que ella pudiera dividir el cuidado de su hija con su madre, que vive en la casa al lado. El único trabajo que pudo conseguir después de ser despedida fue un puesto temporal en la campaña de un candidato en las elecciones municipales, en noviembre de 2020. Aparte de contar con la ayuda de su madre, que también sustenta a otra hija de 16 años, Cardoso recibió una canasta de alimentos de una red de productores orgánicos que durante la pandemia ha hecho donaciones quincenales a las madres solteras de Osasco.
Más información
Souza, por otro lado, vive con sus padres y, además de encargarse de su hija Ísis, de tres años, también ayuda cuidando a sus dos hermanas más jóvenes mientras completa sus estudios de la facultad de Derecho. Además, gestiona una tienda de ropa por internet. “Tuve crisis de ansiedad y depresión, porque te sientes muy presionada, muy exhausta y aún tienes que hacer tus cosas. Durante la pandemia me sentí muy sofocada”, dice ella.
En abril del año pasado, el Gobierno federal aprobó una renta mínima de emergencia de 600 reales (90 euros) al mes para trabajadores autónomos y desempleados durante la pandemia, siendo el doble de ese valor en el caso de las madres solteras, pero miles de mujeres encontraron que sus peticiones fueron rechazadas. Ya en 2021, y después de diversas alertas sobre el agravamiento de las dificultades económicas con el fin de la renta de emergencia, el congreso nacional aprobó una nueva ola de pagos reducidos que aún depende de la publicación de una medida provisoria por parte del poder Ejecutivo para definir reglas, plazos y valores, que serán de 150 a 375 reales (22 a 55 euros) a al mes.
Según datos recientes de un informe de los grupos Gênero y Numero y Siempreviva Organización Feminista (SOF), el 50% de las brasileñas pasaron a cuidar de otra persona durante la pandemia. Cerca de 40% de las entrevistadas en la investigación afirmaron que el aislamiento social puso en riesgo el sustento de su hogar; de esas mujeres, el 55% eran negras, generalmente las más afectadas.
En Río de Janeiro, uno de los epicentros de la pandemia en Brasil, Sofía Benjamín, de 30 años, diseñadora de vestuario y artista independiente, vive con su hija, Céu, de cuatro. De un día para otro, las dos se vieron completamente encerradas en su apartamento. Como autónoma, sus trabajos se redujeron y, para contar con el apoyo de su madre, parte del grupo de riesgo y su única red de apoyo, las dos pasaron ocho meses sin contacto con el mundo externo.
En Brasil hay más de 11 millones de mujeres que son madres solteras y, por más que sus realidades sean diversas , se asemejan en algunos aspectos
“Mientras que los adultos fingen que nada pasa y siguen la vida, ¿cómo está la salud mental de los niños y, consecuentemente, de sus cuidadores durante esta pandemia?”, cuestionaba Benjamín en diciembre, cuando miles de brasileños dejaron el aislamiento social para celebrar las fiestas de fin de año. El país ya suma más de 278.000 víctimas del coronavirus y los números siguen aumentando todos los días. La mayoría de las escuelas públicas y privadas ya han retomado las clases presenciales desde inicios de febrero, pero muchas de manera no obligatoria y con rotación de alumnos presenciales cada semana.
En Brasil hay más de 11 millones de mujeres que son madres solteras y, por más que sus realidades sean diversas y atravesadas por cuestiones regionales y de clase distintas, se asemejan en algunos aspectos. En Salvador, Isis Abena, de 35 años, y su hija Ainá, de tres, también vivían en un apartamento pequeño que durante la pandemia pareció achicarse aún más, afectando el estado emocional y mental de las dos durante los periodos de confinamiento.
En medio de la cuarentena decidieron mudarse a una casa dentro de una villa, donde, junto con otras familias que ya vivían allí, ellas se pudieron aquilombar. En Brasil, un quilombo es una comunidad tradicional afrodescendiente donde el convivir en grupo y en contacto con la ancestralidad como un acto de resistencia. “Seguimos, yo y ella (Ainá), en la construcción y busca de comunidad que nos acoja en esta diáspora para minimizar las secuelas del colonialismo y la fragmentación de las familias negras,” dice Abena. Para ella y su hija, el convivir con otras familias ha sido un proceso de transformación y cura.
Verônica da Costa, de 31 años y también de Río de Janeiro, donde vive con su hijo Théo, de seis, pasa por angustias parecidas. “No es poético mantener a un niño vivo sola en esta ciudad. La red, que ya era pequeña, se achica aún más en este tiempo de ‘sálvese quien pueda’. Cocinar, ordenar, lavar, trabajar, jugar, respirar… Poco tiempo para ser yo misma”, se queja ella, que también es autónoma y pasó a trabajar desde casa, haciendo productos naturales como jabones y equipos de autocuidado a base de plantas medicinales. Durante la pandemia, formó un grupo con dos otras madres solteras, también artistas independientes, para apoyarse y juntas buscar ese tiempo y espacio que, para ellas, se hizo tan escaso.
Transcurrido un año desde la irrupción de la pandemia y el inicio de la cuarentena, la situación en Brasil continúa grave. Con el aumento del número de casos en todo el país y el lento avance de la vacunación, ciudades y estados han vuelto atrás la flexibilización de los confinamientos y los planes de reapertura, cerrando de nuevo comercios y servicios que ya habían abierto al público. Para la mayoría de las madres, especialmente para las que son las únicas encargadas del hogar, las dificultades relacionadas con el cuidado y la sobrecarga de tareas persisten, profundizadas por la crisis, sin atención ni solución. “La verdad es que mientras que los hombres no sienten los impactos de tener a los niños en casa, [el bienestar de las madres y de los niños] no será una prioridad para el Gobierno. No es que estén haciendo políticas malas (…) es que no están haciendo. No piensan en eso”, reflexiona Benjamin.
Todas las historias documentadas en el proyecto Solo, realizado con apoyo del Fondo de Emergencia covid-19 de National Geographic Society, pueden ser vistas en la web y en las redes sociales del proyecto.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.