25 de mayo de 1987. El estadio del Partizan de Belgrado –entonces llamado del Ejército Popular Yugoslavo– alberga el que acabaría siendo el penúltimo Día de la Juventud, la pomposa celebración anual en coincidencia con la fecha falsa del cumpleaños del mariscal Tito, fallecido siete años antes, con la que se culminaba una carrera de relevos de tres meses para festejar con música y baile un proyecto socialista cuyo derrumbe, sin embargo, ya se vislumbraba.
GALERIA | Arte y rock comprometido: la tercera vía de la Yugoslavia socialista
Los bailarines hacen un corro sobre el césped al ritmo de una canción tradicional. Poco a poco, empiezan a separarse a propósito. “¿Qué está pasando?”, se pregunta el locutor televisivo. “El corro no baila unido. Serbia baila por su parte, luego Croacia y lo mismo Bosnia Herzegovina. Cada grupo a lo suyo. ¿Por qué hay ocho danzas diferentes? ¿Por qué cada una con su propia melodía nacional? Parece que no estamos unidos como deberíamos. Esto es una advertencia”, se lamenta en referencia a las seis repúblicas y dos provincias autónomas que conformaban entonces Yugoslavia. La misma melodía se transforma entonces en un rock & roll, los grupos se sincronizan y el locutor señala satisfecho: “El rock es lo que nos une en el día a día”.
El episodio refleja la importancia que la Yugoslavia socialista concedió a la música —y su abrazo a la que llegaba de fuera— no solo como forma de creación artística, sino también como instrumento ideológico y de cohesión social y territorial. La apuesta dio además origen a un subgénero: los discos que loaban a Tito, al Partido Comunista, al proyecto de construcción yugoslavo, a la resistencia partisana, a los brigadistas en la Guerra Civil Española… y que fueron ilustrados por destacados diseñadores y artistas de vanguardia de la época. Una exposición rescata ahora estas creativas portadas, ilustradas con imágenes del mítico líder yugoslavo o símbolos comunistas, pero lejos de la acartonada y anticuada estética que se veía en aquellos años en el espacio soviético. La muestra, que recalará en los próximos meses en Belgrado (Serbia), Split (Croacia) y Banja Luka (Bosnia) tras su estreno el año pasado en la Asociación de Diseñadores Croatas de Zagreb, está comisariada por Zeljko Luketic y Leri Ahel, propietarios de la discográfica croata Fox & His Friends Records, de la plataforma de investigación audiovisual sin ánimo de lucro Jucer Danas Sutra y de una colección de más de 10.000 discos, cintas y materiales periodísticos.
Hace cinco años, Luketic y Ahel seleccionaban material para una muestra sobre el fenómeno de la música disco en la antigua Yugoslavia cuando se dieron cuenta de que había “pilas de álbumes que nadie quería y que no estaban reconocidos en las historiografías oficiales”, explica el primero por correo electrónico. “Mientras que los elepés de música disco importaron la nueva cultura de los clubes y el baile, el sexo libre y los valores capitalistas en la economía […], esta música tenía el efecto opuesto en términos políticos. Eran trabajos de estilo propagandístico que alababan el socialismo, admiraban a Tito y al Partido Comunista, y usaban la cultura popular para compartir valores definidos por el Estado. No eran del estilo coreano, chino o ruso de propaganda exagerada, sino más bien al revés. Como Yugoslavia era la tercera vía, el país no alineado que rechazaba los bloques occidental y oriental, los resultados eran interesantes y sutiles”, agrega.
Es el caso de una portada en la que la repetición constante y en dos tonos de azul de la palabra Tito forma la silueta del mariscal. El disco, de 1980, recoge poemas del famoso escritor croata Miroslav Krleza. El rostro de Tito es a su vez protagonista en el trabajo colectivo Da Svet Svetliji Bude (Que el mundo sea más brillante), publicado con motivo de uno de los Días de la Juventud, así como de la colorida portada por la que optó en 1973 la banda de rock progresivo Korni Grupa para ilustrar Ivo Lola – Znam Za Kime Zvono Zvoni (Ivo Lola – Sé por quién doblan las campanas). Se trata de un homenaje a un conocido líder partisano y el relato de una mujer que se enamora de un soldado que va a la batalla, parafraseando la novela de Ernest Hemingway ambientada en la Guerra Civil española. Este conflicto, en el que cerca de 2.000 voluntarios yugoslavos combatieron en defensa de la República, inspiró varias canciones en la época y el disco Spanija Moje Mladosti (España de mi juventud), de 1986, con versiones del Himno de Riego, Ay, Carmela o Si me quieres escribir.
Distintos estilos musicales que muestran que el subgénero revolucionario no tenía un sonido concreto. Pop, dance, rock, clásica, infantil o tradicional… El aparato de poder aplaudía estas muestras de modernidad, pero veía con peores ojos las versiones folclóricas, asociadas al mal gusto y a las actuaciones en las kafanas, las tabernas locales.
“Desde principios de los cincuenta los temas revolucionarios ya no estaban reservados únicamente para actos formales, sino que habían penetrado, con la ayuda de la industria de la música popular, en el día a día y pasaba a las nuevas generaciones”, explica Ana Hofman, etnomusicóloga e investigadora senior en la Academia eslovena de ciencias y artes.
En los discos revolucionarios se buscaba juntar a buenos compositores, intérpretes y diseñadores gráficos para dotar a las portadas de soluciones visuales modernas. Yugoslavia era una dictadura en la que se perseguía la disidencia, pero gozaba de mucha más apertura al exterior que los países de la órbita soviética: rompió con la URSS de Stalin en 1948, el suyo era el pasaporte que permitía a los ciudadanos cruzar más fronteras sin visado (sin que apenas se registrasen peticiones de asilo político) y las influencias culturales foráneas eran incluso bienvenidas.
Hay versiones de himnos de los partisanos o de la II Guerra Mundial, pero también muchas canciones escritas ex profeso, como el Druze Tito mi ti se kunemo (Camarada Tito, juramos por ti), que le dedicó al dirigente el popular cantante Zdravko Colic. Generalmente eran promovidas por el Estado, las autoridades locales o el Partido Comunista, pero varios músicos las compusieron por iniciativa propia y lograron singles de éxito. Hofman recalca que la música popular yugoslava fue siempre más que un medio de propaganda alimentado por las autoridades.
La paradoja, puntualiza Luketic, es que estos discos son hoy “realmente únicos y difíciles de encontrar” porque fueron “considerados ideológicamente corruptos y sistemáticamente destruidos y tirados a la basura” en los noventa, cuando Yugoslavia se desintegró en sucesivas guerras. “Los tratamos”, precisa, “como documentos culturales históricos que deben ser contextualizados”.
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