Ahí está la escultura Der Rufer (el que llama), con sus tres metros de altura, en medio de la avenida del 17 de Junio de Berlín, gritando en dirección a la Puerta de Brandeburgo. La obra, de Gerhard Marcks, de 1966, con sus manos en embudo sobre la boca para amplificar la voz, se funde con el color del asfalto entre el habitual ajetreo de esta zona cero de la capital alemana. Cientos de veces pasé a su lado. Cientos. Y solo hoy, al dirigirme hacia la cercana estación de metro Brandenburger Tor para recorrer las tres nuevas paradas de la línea U5, objetivo inicial de esta ruta, descubrí las palabras grabadas a sus pies. Las escribió el poeta italiano Petrarca: “Voy por el mundo gritando paz, paz, paz”.
¡Y qué lugar mejor que este para clamarlo a los cuatro vientos! El Reichstag y los más importantes edificios políticos a un lado; la Embajada de Estados Unidos, el Memorial del Holocausto judío y la Potsdamer Platz, al otro; los inmensos jardines de Tiergarten y la burguesa zona occidental de Berlín a sus espaldas y, de frente, la avenida Unter den Linden que invita a perderse más allá, en la Isla de los Museos… Aquí, donde en el reloj metafórico del tiempo un día se armó un imperio, el alemán, que nos ha marcado a todos, y al día siguiente un bloque del comunismo universal, que también.
No hay apenas turistas hoy. Ni ayer. Ni desde hace meses. Berlín vive en estado de pandemia. Y al cruzar casi a solas bajo los arcos de la Puerta de Brandeburgo y su cuadriga —símbolo del poder que hasta Napoleón quiso para sí cuando anduvo por aquí a principios del siglo XIX— casi se puede escuchar el fragor de tantos y tantos acontecimientos fundamentales que eligieron este lugar como escenario… Aquí se levantó y se derribó un muro en apenas dos suspiros de la historia (1961 y 1989), partiendo en dos una ciudad, un continente y un mundo entero, y arrasando las vidas de millones de seres humanos. ¿Cómo pueden las piedras hablar tanto?
Ni en años ha conseguido quien esto escribe conocer Berlín. ¿Quién podría osar tal cosa con más de ocho siglos ya de convulsa e insomne existencia? Cuanto más recorres la ciudad, más te sorprende, y con más rincones desconocidos o insólitos te topas; detalles urbanos inadvertidos, como mi nueva amiga, la estatua voceadora. Brotan a borbotones historias extraordinarias de imperios, de revoluciones o guerras, de exploraciones científicas, arqueológicas, artísticas o literarias; de personajes famosos o anónimos; de ismos varios que acaban por desviarte del camino. En Berlín te pierdes. Y te pierde.
Pero hoy no; hoy vamos encaminados hacia otro descubrimiento: las nuevas estaciones de metro (U-Bahn, en alemán) que han venido a coser, al fin, los bajos del traje urbano más preciado de Berlín: su corazón histórico, su cuna. Un hilo subterráneo desde la Puerta de Brandeburgo hasta Alexanderplatz (o viceversa), a través de cuatro paradas de la línea U5, tres de ellas de nueva construcción, y dos ya inauguradas: Unter den Linden, Museumsinsel y Rotes Rathaus. Unos tres kilómetros de distancia —dos millas de oro— que cobijan los mayores tesoros artísticos e históricos de la capital alemana, y más allá.
Un trayecto en modo alpino, aunque la ciudad sea plana, porque abunda en descensos (al subsuelo y al pasado histórico) y ascensos (a la superficie y al presente). Implica asomarse, descubrir, andar por el exterior (o por la pantalla, pues mucho se puede visitar en modo virtual), admirar lo visto y volver a bajar, recorrer en el U-Bahn otro tramo, y vuelta a empezar.
Antes, un aviso para navegantes: en este abril coronavírico de 2021 resulta obligado tener a mano un test de antígenos negativo y una reserva por internet si se quieren visitar interiores, tanto de museos como de comercios o establecimientos no esenciales (hoteles, cafés, bares y restaurantes siguen de momento cerrados). Y si no está en la ciudad, no desespere, habrá ocasión: los monumentos suelen derrochar paciencia secular y este nuevo tramo de metro berlinés está hecho para durar; especialmente, la estación de Museumsinsel, cuya espectacular construcción bajo los cimientos de edificios protegidos y de las aguas del río Spree precisó de la mayor perforadora del mercado, la Bärlinde, y de congelar la zona con 28.000 metros cúbicos de hielo para poder trabajar en los túneles.
Avenida de
Unter den
Linden
COVA FERNANDEZ / EL PAÍS
Avenida de
Unter den
Linden
COVA FERNÁNDEZ / EL PAÍS
Avenida de
Unter den
Linden
COVA FERNÁNDEZ / EL PAÍS
Sea cual sea el tiempo disponible, resultará escaso para abarcar el botín acumulado entre estas cuatro estaciones. Berlín es una ciudad cebolla, con sus mil capas adheridas a una identidad entre provinciana y metropolitana, clásica y vanguardista, prusiana y despendolada, que nació de aquel pueblo pantanoso y recio del siglo XIII y XIV, unido a otro llamado Cölln (en la isla del Spree), y creció después a golpe de azar, carácter indomable y vaivenes sociales.
De su prolífico pasado queda en su almendra central una profunda huella. Por citar solo lo más cercano en el tiempo: pocos lugares hay con tanto equipaje durante el siglo XIX y XX, y tan influyentes y atractivos en este XXI. El tirón de la marca Berlín es enorme, y un baremo para comprobarlo es la cantidad de publicaciones que protagoniza en las librerías. En la Dussmann, por ejemplo, ubicada en Friedrichstrasse —que también cabe en esta ruta—, lucen cientos de obras dedicadas a esta metrópoli camaleónica, hundida y levantada sobre sí misma tantas veces, en eterno subibaja.
Conviene, pues, hacer una selección antes de aventurarse al paseo; elegir qué se quiere ver en esta travesía monumental. ¿Quizá visitar a la hermosa Nefertiti y a sus colegas egipcios o recorrer las colecciones de arte o arqueología en alguno de los cinco centros de la Isla de los Museos que son patrimonio mundial desde 1999? ¿Conocer Alemania a través del Deutsches Historisches Museum o detenerse en el monumento a las víctimas de guerra y dictaduras, la Neue Wache? ¿La arquitectura de la ahora peatonal y comercial Friedrichstrasse, las embajadas… o un símbolo prusiano como el Berliner Schloss (el palacio barroco)? ¿Detenerse ante las estatuas que pespuntean cada plaza o parque, entrar, cuando reabran, en la Staatsoper o en la Universidad Humboldt y su maravillosa biblioteca? ¿O prefiere contemplar el agua en los canales y tumbarse en el césped del Lustgarten a los pies del Dom, la mayor iglesia de Berlín?
A tal concentrado de historia alemana, europea y mundial le faltaba el metro como hilo conductor. Y ese es el eslogan del nuevo tramo de la U5. Cada estación, con el sello de un arquitecto y un motivo de inspiración.
1. Estación Brandenburger Tor
Un metro es siempre una herramienta de cambio urbano. En Berlín fue una gran revolución en su origen, a finales del siglo XIX, con empresas famosas de por medio (Siemens y AEG) en encarnizada carrera por ser pioneros de su construcción en sus distintas versiones (bajo y sobre tierra, U-Bahn y S-Bahn). La primera línea, la U1, se inauguró en 1902 y discurría entre Potsdamer Platz y las estaciones de Zoologischer Garten y Stralauer Tor (Osthafen). Las guerras mundiales y sus destrozos fueron un obstáculo importante para el transporte subterráneo y el levantamiento del muro en agosto de 1961 dio la puntilla a muchos tramos que pasaron a convertirse en estaciones fantasma. La U5 ahora completada, tras más de un lustro de obras, conecta el este de la ciudad con el centro, y recorre, desde la Hauptbahnhof (la Estación Central) hasta Hönow, un total de 22 kilómetros que no tienen desperdicio turístico; especialmente, el Tierpark y los llamados Jardines del Mundo, en Kienberg.
En esta antigua parada se unen la U5 y el S-Bahn. La bienvenida al bajar sus escaleras desde Pariser Platz la ofrecen grandes carteles con frases célebres de líderes políticos alemanes: “El muro permanecerá otros 50 o 100 años”, decía Erich Honecker desde el este (República Democrática Alemana, RDA). “Mientras la Puerta de Brandeburgo permanezca cerrada, la cuestión alemana seguirá abierta”, opinaba Richard von Weizsäcker, desde el oeste (RFA).
Una exposición en los andenes muestra el papel simbólico de este monumento para la unificación alemana (en 1990) y la historia del muro. Fuera, alrededor de ella, se encuentran los metros cuadrados más codiciados de la ciudad. El hotel Adlon, la sede del Deutsche Bank o la Akademie der Künste (Academia de las Artes) son piezas destacadas.
2. Estación Unter den Linden
Esta monumental e histórica avenida, Unter den Linden, lo ha visto todo y a todos en esta ciudad desde que se convirtiera en eje principal allá por el siglo XIX. Incluso antes, como simple camino real de caza en dirección a Tiergarten. Por ella y sus alrededores han pasado y dejado marca desde inmigrantes, como los hugonotes (calvinistas franceses), que llegaron a sumar el 25% de la población de la ciudad en el siglo XVII —ahí está su catedral, el Französischer Dom, en la hermosa Gendarmenmarkt, construida justo frente a la alemana—, hasta dinastías nobiliarias como la de los Hohenzollern, que convirtieron a Berlín en capital de Prusia. Desde la mismísima creación del imperio alemán en 1871 hasta el impacto socioeconómico de los incontables conflictos armados europeos o coloniales. Desde las demostraciones callejeras de júbilo por los grandes viajes de exploradores a las manifestaciones de revoluciones obreras. Y luego, la locura escapista de los dorados años veinte del siglo pasado, el fulgor de la República de Weimar, las marchas nazis, la persecución de los judíos, los horrores de la II Guerra Mundial o los bombardeos… Ahí estaba siempre esta calle como protagonista. En la década de 1960, un Berlín destrozado, dividido en porciones y enfrentado se despertó un mal día con un muro y dos Alemanias… Unter den Linden quedó en la República Democrática (RDA), en el lado oriental, convertida en callejón sin salida.
Hoy, muchos gritos de paz, paz, paz y volteos de la historia después, esta nueva estación, a la que llaman “de la ciencia”, es muy celebrada, por necesaria. Cuenta con tres accesos, como brazos que intentan acoger todo el conocimiento agolpado en su territorio. Los arquitectos Ingrid Hentschel y Axel Oestreich han usado diseño y materiales similares a los de la vecina Brandenburger Tor: piedra caliza, suelos revestidos con terrazo blanco y elegantes pilares negros. En los andenes cuelga ya una exposición de la Universidad Humboldt cuyo título viene muy a cuento: El Antropoceno, la edad geológica humana.
3. Estación Museuminsel (Isla de los Museos)
La estación estrella. Y de momento, fantasma: no se va a inaugurar hasta el próximo verano, y los trenes de la U5 la atraviesan ahora muy despacio, silenciosamente. A través de los cristales de los vagones se vislumbra el avance de las obras y el azul del techo, que promete ser la sensación. Su autor, el arquitecto Max Dudler. Tiene 180 metros de largo y atraviesa el Schlossbrücke, el puente del palacio, y el río Spree. Cuenta con más de 6.000 puntos de luz “que transforman la plataforma abovedada de color ultramar en un cielo nocturno resplandeciente, basado en el famoso diseño de Friedrich Schinkel para la escenografía de La flauta mágica, de Mozart, en 1816”, informan desde Visit Berlín.
Llamarse “estación fantasma” es un término cargado de connotaciones en Berlín. Y más en el lado oriental. Durante más de dos décadas, cuando un viajero del oeste berlinés usaba determinadas líneas del U-Bahn, tenía que atravesar estaciones que habían quedado ubicadas en la zona comunista… Cruzarlas impresionaba: cerradas, silenciosas, oscuras, abandonadas, vigiladas.
Cuando este nuevo acceso esté lista, permitirá a los viajeros emerger a la altura del Spree y admirar los cinco museos de la isla (Pérgamo, Bode, Altes y Neues Museum, y Antigua Galería Nacional), y la Galería James Simon, de David Chipperfield, de 2019, como antesala. También visitar el nuevo Humboldt Forum, con sus exposiciones de cultura, ciencia y etnología, situado en el Schloss, con fachada de un blanco mate impoluto que contrasta con la pátina oscura del Dom. La reconstrucción —casi ya finiquitada— de este palacio prusiano siguiendo los cánones barrocos e imperiales de la época, y sobre el edificio del Palacio de la República de la RDA, ha generado gran debate en la ciudad. Reconstruir como antaño es añoranza y es política, vienen a decir los críticos. Y salta a la vista.
4. Estación Rotes Rathaus (Ayuntamiento Rojo).
Ha sido instalada en la misma puerta del Consistorio de Berlín, un imponente edificio de ladrillo rojo, en una esquina de Alexanderplatz. Esta es la plaza de las plazas berlinesas, un nudo de comunicaciones con líneas de U-Bahn, S-Bahn y tranvías las 24 horas. Por no hablar de autobuses, coches, bicis, monopatines, humanos y perros. Este mítico centro de Berlín este, que se llama así por el zar Alexander I desde 1805, tiene unas ocho hectáreas de zona peatonal (casi ocho campos de fútbol) y por eso quizá la frecuentan tanto los manifestantes de toda causa y los productores de ficción. Alexanderplatz nunca ha dejado de ser literaria o cinematográfica (la famosa serie Babylon Berlin la usa como escenario), no en vano escupe pasajeros sin pausa, como un puerto adonde arriban barcos y personas de toda condición: policías y, seguramente, ladrones; mendigos, agitadores sociopolíticos de amplio espectro, consumidores bolsa de franquicia en mano y contempladores de la vida sin más. Todos resultones. Es el centro más descentrado y desestructurado del mundo, y quizá por eso, los amantes de lo imperfecto la adoran. En la ciudad solo tiene una competidora digna: Potsdamer Platz, levantada a golpe de impacto arquitectónico en el año 2000 sobre el erial que quedó tras la II Guerra Mundial.
Domina Alexanderplatz la torre de la televisión, con sus 368 metros de altura, sus vistas panorámicas de la metrópoli y su mítico restaurante giratorio. La fuente de Neptuno y la Marienkirche (la iglesia parroquial más antigua) son otras dos atracciones entre las vías férreas en lo alto, los centros comerciales, el reloj mundial (marca la hora de 146 lugares) o el Park Inn, hotel que mira de frente a la torre.
La nueva estación Rotes Rathaus viene a reforzar a su hermana mayor, y es elegantísima, con dos niveles y tres escaleras de acceso a un vestíbulo muy espacioso con baldosas de terrazo. Los arquitectos berlineses del estudio Collignon Architektur eligieron el blanco y negro, y columnas en forma de hongos para el diseño, inspirados en la bóveda gótica del antiguo Ayuntamiento descubierto durante las excavaciones.
Allí mismo, al salir del U-Bahn, se encuentra el Nikolaiviertel, barrio reconstruido de casas históricas y turísticas asomadas al agua y al trasiego de barcos (ahora detenido). Hay mucho más, pero la cercana Leipzigerstrasse pone el punto Good bye, Lenin! al cuadro, con bloques de viviendas prefabricadas, llamadas Plattenbauten, donde residían muchos funcionarios de la RDA y extranjeros invitados y vigilados. Una calle amplia y muy ruidosa que no ha encontrado aún su acomodo en este siglo. Otearla a lo lejos remite a ese universo Stasi, de espionaje y control, bajo el régimen comunista en este lado oriental (recomendable la serie Deustchland 83). Las huellas de otro periodo histórico que se difumina con el paso del tiempo; otra capa de cebolla más añadida a Berlín. Por si acaso, el DDR Museum está ahí, a unos pasos, para recordar cómo un pequeño giro de guion puede cambiar el mundo en un segundo.
Regreso a los museos
Requiere presentar una prueba de antígenos negativa y reserva día y hora previamente por internet, pero los museos de Berlín han vuelto a reabrir sus puertas tras meses cerrados. Estas son algunas de las exposiciones que se pueden disfrutar actualmente en la ciudad alemana.
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