María Clara Calle Aguirre
La noche del 26 de abril de 1986, el reactor número 4 de la planta de energía de Chernóbil se salió de control durante una prueba a baja potencia: así comenzó el peor accidente nuclear que ha habido hasta ahora en el mundo.
La planta explotó y el edificio se incendió. La edificación quedó en ruinas y una nube de material radioactivo iluminó el cielo. Aun así, las autoridades soviéticas ni siquiera avisaron a los habitantes de la ciudad más cercana a la planta, Pripyat, y estos siguieron durmiendo sin tener certeza de qué habían visto.
Las primeras reacciones llegaron en la tarde del día siguiente, cuando los trabajadores de la planta y los cerca de 50 mil habitantes de Pripyat fueron evacuados.
Pero los 2 millones de residentes de Kiev, hoy la capital de Ucrania, seguían sin tener idea de qué estaba pasando.
De hecho, la primera alerta de los altos niveles de radiación llegó desde el norte de Suecia, concretamente desde la planta de Forsmark, a más de mil 100 kilómetros de Chernóbil. Como si fuera el guión de una película, el 28 de abril de 1986, uno de los empleados de la planta de energía nuclear regresaba del baño cuando pasó junto a uno de los monitores de radiación y vio los niveles alterados. Los números aumentaban más cuando monitoreaban los zapatos del trabajador.
Inicialmente, creyeron que había un accidente en Forsmark, pero después de analizar las partículas determinaron que esta era la clase de radiación que había en las plantas nucleares soviéticas. La información coincidía con el comportamiento del clima: justo ese fin de semana el viento había soplado desde el sureste y había llovido, por lo que las partículas terminaron en el suelo y se concentraron en los zapatos del empleado.
“Gracias a nuestra detección temprana, pudimos informar a las autoridades suecas, quienes luego informaron al mundo sobre la contaminación radioactiva proveniente del desastre en la Unión Soviética”, dijo Claes-Göran Runermark, el gerente de operaciones a cargo en ese momento, en una entrevista con el medio oficial del Parlamento Europeo.
Finlandia y Alemania también reportaron altos niveles de radioactividad. Y solo después de eso, el mismo 28 de abril, las autoridades soviéticas informaron escuetamente a través de los canales oficiales de televisión lo que había ocurrido.
“Hubo un accidente en la central de energía de Chernóbil y uno de los reactores resultó dañado”, rezaba el comunicado.
Los intentos por contener la radiación
Finalmente, más de 100 mil personas fueron evacuadas de los alrededores y se estableció una zona de exclusión de 2 mil 600 kilómetros cuadrados. Los únicos que podían entrar eran los trabajadores que desechaban el material radioactivo y construían lo que se conoció como el “sarcófago” para cubrir el reactor dañado, todo en una carrera a contra reloj para evitar que la radiación se propagara aún más.
La idea era que la estructura de hormigón y acero contuviera dentro todo el material radioactivo que no pudieran depositar en los desechos que construyeron después del accidente. Pero para muchos ya era tarde. Por lo menos 38 personas, entre trabajadores de la planta y los bomberos que acudieron al lugar, murieron durante los tres meses posteriores al desastre. Casi todos fallecieron por enfermedades agudas causadas por la radiación y uno a causa de un paro cardiaco, según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Todavía se debate cuántas personas resultaron afectadas después por la radiación a la que estuvieron expuestos y que provocaron enfermedades como cáncer. El OIEA estima que hay al menos mil 800 casos documentados de niños con cáncer de tiroides que tenían entre 0 y 14 años cuando ocurrió el accidente.
Esto sin contar los suicidios y los problemas de alcoholismo, que se incrementaron después del accidente.
“Los efectos psicológicos de Chernóbil fueron y siguen siendo generalizados y profundos”, aseguró la OIEA.
Además, es una incógnita cuántas personas por fuera del territorio ucraniano pudieron verse afectadas, pues la radiación se extendió por varios países soviéticos e incluso llegó hasta naciones escandinavas, como Suecia y Finlandia. En las tres primeras semanas después del accidente, allí se encontró cesio y otros isótopos radioactivos que fueron arrastrados por el viento desde Chernóbil.
Además, 150 mil kilómetros cuadrados en Belarús, Rusia y Ucrania están contaminados, según la OIEA.
A pesar de lo mucho que se dispersó la radiación, ningún estudio ha podido señalar un vínculo directo entre Chernóbil y un mayor riesgo de cáncer u otros problemas de salud fuera de las repúblicas inmediatamente afectadas de Ucrania, Belarús y la Federación de Rusia, puntualizó el organismo nuclear.
Hasta 2019, hubo filtraciones de radiación. La única manera de contenerlas fue la nueva estructura que crearon para reemplazar el “sarcófago”, que se deterioró con los años, generando una situación potencialmente peligrosa, en palabras de la OIEA.
Por eso, las autoridades y los expertos diseñaron un plan para reemplazar la cobertura por una nueva estructura, llamada “el arca”. Esta fue construida a 180 metros de la planta y una vez que la mole de 110 metros de alto estuvo lista, la transportaron en unos rieles para cubrir el antiguo caparazón, labor que terminó a finales de 2018. Todo el proyecto costó al Fondo Internacional de Protección de Chernóbil unos mil 500 millones de euros.
Hogar para unos pocos habitantes y un sitio codiciado por el turismo
Desde el accidente de Chernóbil, un área que abarca 30 kilómetros alrededor de la antigua planta se considera la “zona de exclusión” que, en teoría, no puede ser habitada. Las autoridades soviéticas reubicaron a por lo menos 200 mil personas que vivían cerca de la planta. Incluso, Ucrania decidió que a partir de 2021 utilizará la zona desierta para almacenar el combustible que gasta en las cuatro plantas de energía nuclear que tiene.
Así, el país se puede ahorrar hasta 200 millones de dólares al año porque no tiene que exportar el combustible gastado a Rusia, como lo hace hasta ahora.
Por todo esto, la residencia permanente en Chernóbil está prohibida, aunque más de 100 personas todavía viven en la zona de exclusión que rodea la antigua planta nuclear.
“Es una gran felicidad vivir en casa, pero es triste que no sea como solía ser”, aseguró a AP Yevgeny Markevich, un profesor de 85 años que todavía vive cerca de Chernóbil.
Incluso, él cultiva papas y pepinos en la tierra que fue contaminada.
Un poco más usuales son los turistas. Uno de los principales atractivos es ver las ruinas de Pripyat, la antigua ciudad que ahora está siendo invadida por la decadencia y la vegetación. Los viajeros interesados son tantos que los ucranianos están trabajando para construir caminos que faciliten a los visitantes navegar por las ruinas.
“Este es un lugar de tragedia y memoria, pero también es un lugar donde se puede ver cómo una persona puede superar las consecuencias de una catástrofe global”, aseguró a AP Bohdan Borukhovskyi, viceministro de Medio Ambiente de Ucrania.
En efecto, Chernóbil sigue siendo la huella del peor accidente nuclear de la historia y de lo que ha hecho la humanidad para recuperarse de él en estos 35 años.
France 24 con información de AP
Source link