El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, está a punto de ofrecer un gesto inusual, políticamente, para un hombre que casi nunca reconoce un error: pedirá disculpas. Una ofrenda de perdón histórica y simbólica a los pueblos mayas, pero también hecha a su medida: señalará a los que él considera son los culpables, designará a los que él considera son las víctimas, y hablará de reconciliación pero menos de reparación. Una disculpa muy política para sanar una herida muy profunda.
El lunes el presidente viajará a la península de Yucatán –al municipio Felipe Carrillo Puerto– para pedirle perdón a los pueblos mayas del sur del país. “Lo que predominó en nuestro país, desgraciadamente, fue el exterminio para despojar a los pueblos indígenas de sus tierras”, dijo en una de sus conferencias matutinas sobre la disculpa que ningún mandatario mexicano ha ofrecido antes. Pero López Obrador no viaja a pedir perdón por algo que su presidencia haya hecho sino por sucesos ocurridos en la segunda mitad del siglo XIX, durante la llamada ‘Guerra de Castas’, y por lo que hicieron en Yucatán sus enemigos en la historia como el presidente conservador Porfirio Díaz. Va a pedir perdón por esos otros porque, dice, quiere que 2021 “sea el año de la reconciliación”.
La disculpa a los pueblos mayas se anunció hace dos años, cuando se supo que López Obrador había exigido al rey de España que “pida perdón a los pueblos originarios por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos”. El Gobierno español rechazó la iniciativa (“nuestros pueblos hermanos han sabido siempre leer nuestro pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva”, fue parte de la respuesta) pero la misiva abrió una grieta entre los dos gobiernos que aún no se ha cerrado. El presidente de México no ha vuelto a sacar a relucir la carta, pero no oculta que sigue firme en su afán de que el Rey se disculpe. La posición de España es tajante: Juan Carlos I, padre de Felipe VI, ya se disculpó en 1990 por las atrocidades cometidas durante la conquista. La petición de López Obrador fue incluso rechazada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional que vio más oportunismo político en el presidente que una petición sincera. “Ni el Estado español ni la Iglesia Católica tienen que pedirnos perdón de nada”, escribieron después. “Ya basta de jugar con el pasado lejano para justificar, con demagogia e hipocresía, los crímenes actuales y en curso”.
Dos años después, un grupo de mayas zapatistas zarpó el domingo hacia Europa a un viaje que “mucho tiene de desafío y nada de reproche”, mientras otros mayas en Yucatán aún ven el oportunismo político del presidente, sobre todo cuando ha continuado con su megaproyecto del Tren Maya en el sur del país en contra de la voluntad de muchas comunidades indígenas. “López Obrador quiere mostrar: ‘Miren, yo, Estado, pido perdón. Reconozco lo que hicimos como nación mexicana, y ahora tengo la autoridad moral de decirle al Gobierno de España que pida perdón a los pueblos originarios’ “, asegura Ezer May May, antropólogo e historiador maya que hace parte del colectivo de difusión histórica Maya K’ajlay. “El problema es que la nación mexicana pretende ser todavía el intermediario de ese perdón, y querer ser la voz de los pueblos originarios para exigir perdón”.
La presidencia de México organizó esta disculpa como parte de los 15 eventos con motivo de los los 500 años de la caída de Tenochtitlán y 200 años desde la independencia. El del lunes es el primero de tres eventos de perdón contra grupos indígenas (en septiembre se disculpará con el pueblo yaqui), o minorías étnicas (a mitad de mayo la disculpa es para la comunidad china, perseguida a principios de siglo).
“Hay una tradición muy judeocristiana del perdón: viene muy relacionado con la culpa, pero poco con la restitución del daño”, afirma la lingüista mixe Yásnaya Elena Aguilar. “Por un lado creo que una vez que un Estado reconoce el daño a una población, como España cuando reconoció expulsión de los judíos, eso sí marca una promesa de que eso no debe volver a ocurrir, y creo que el reconocimiento sí tiene una gran potencia”, opina. En 2015, el Gobierno español reconoció la expulsión del pueblo judío sefardí en el siglo XV, y aprobó un proyecto para que sus descendientes pudieran solicitar la nacionalidad española como forma de reparación. “Pero lo que es problemático para mí acá es que no se corresponda con el resarcimiento”, dice Aguilar sobre las disculpas de López Obrador. “El proceso de consulta del Tren Maya es una gran evidencia: dicen que los gobiernos anteriores fueron malos, que nosotros no, pero no vuelven a discutir el modelo de desarrollo. Queda como un perdón sin resarcimiento y sin reconocimiento del daño, y eso no tiene mayor peso”.
El daño de la Guerra de Castas y la historia à la López Obrador
El presidente que llegó al poder en 2018 diciendo que él representa la Cuarta Transformación histórica del país, un hecho que equipara a la independencia o la revolución, ha hecho de sus 15 eventos conmemorativos una oportunidad para volver a contar la historia de México desde el punto de vista de los que hubieran sido sus amigos o sus enemigos en siglos anteriores –el conservador Porfirio Díaz: gran enemigo; el liberal Benito Juárez: gran amigo; los grupos indígenas: todos víctimas y resistentes. Una visión simplista de la historia que encaja perfectamente para un discurso político, pero menos entre los que investigan los matices de la historia, los que reconocen la violencia tanto de gobiernos liberales como conservadores, así como los distintos roles que jugaron grupos indígenas después de la independencia. En el caso de los mayas durante la Guerra de Castas, explican, algunos de esos grupos fueron aliados del ejército yucateco y mexicano, y pelearon medio siglo contra otros rebeldes mayas.
“Este perdón simplemente termina siendo un acto del Estado mexicano por mantener unas relaciones con un sector del pueblo maya que, desde principios del siglo XX, incluso en los años del porfiriato, se aliaron con el estado”, dice May May, el historiador de Maya K’ajlay. “Yo creo que hablar de la Guerra de Castas es hablar de la diversidad de los guerreros mayas, porque siempre hubo caciques muy distintos y no un bloque homogéneo”, considera otro de los miembros del colectivo, el investigador José Ángel Koyoc Ku.
La Guerra de Castas empezó oficialmente en 1847, cuando criollos españoles asesinaron al cacique Manuel Antonio Ay, y terminó a principios del siglo XX, cuando las tropas federales lideradas por Porfirio Díaz tomaron el control de la península. Yucatán era independiente a principios del siglo XIX y algunos Mayas habían peleado junto a los separatistas, bajo la promesa de que estos eliminaran impuestos abusivos que debían pagar (llamados obvenciones y contribuciones personales). La promesa no se cumplió y, además, aumentó el conflicto por el acaparamiento de tierras selváticas de Yucatán, donde los criollos buscaban expandir haciendas de azúcar, de henequén o ganaderas. Al asesinar a Manuel Antonio Ay y otros caciques indígenas como Cecilio Chi y Jacinto Pat, un grupo de la península se levantó en armas, pero no fue una guerra de indígenas contra blancos, o en otras palabras, no fue realmente una ‘guerra de castas’.
“Lo que reprodujo la versión de los criollos, en mitad siglo XIX, fue que los mayas querían matar a los blancos”, explica Koyoc Ku. “Los blancos yucatecos tenían terror, desde inicios de la colonización, de una rebelión enorme, era un imaginario muy poderoso. Cuando se enteraron que mayas orientales se levantaron, caudillos mayas que habían luchado en guerra contra México, pensaron que se materializaba una de sus más grandes pesadillas”.
Murieron miles de indígenas en medio siglo de guerra y, aunque en un momento los rebeldes lograron conquistar dos tercios de la península, la revuelta acabó a principios del siglo XX cuando Porfirio Díaz entró a “pacificar” Yucatán. “El porfiriato marca la llegada del ejército con un elemento muy oscuro, muy cruel”, asegura la investigadora Martha Herminia Villalobos del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. “El porfiriato también era un grupo social que veía que los otros tenían que integrarse a la civilización, era parte de las corrientes evolucionistas. Esta forma de pensar fue lo que generó leyes y políticas de explotación que finalmente despojaron al indígena de tierras. Por eso también se hizo leyenda negra del porfiriato, pero la explotación se dio todo a lo largo del siglo XIX”.
La violencia del porfiriato al final de la guerra seguramente se llevará el protagonismo en el discurso de López Obrador el lunes, más que los matices de la guerra durante los gobiernos liberales o conservadores. Las divisiones entre los mayas durante la guerra, en parte, también se reflejan en las distintas posiciones en la península frente a la Cuarta Transformación, frente al megaproyecto del Tren Maya, o frente al evento de perdón.
Homero Novelo Burgos, hijo de un maestro maya de lingüística e historia, es hoy candidato de Morena para la alcaldía de Valladolid en la península, y de los que ven el evento de perdón con emoción. “Para mí es un acto sin precedentes y de solemnidad, de solidaridad, con la comunidad maya”, dijo el candidato, quien también es profesor. “La realidad es que nunca habíamos tenido un presidente que ponga los ojos en el sur del país. Todos los presidentes han sido del centro o del norte, y los recursos han sido para esas regiones. Hoy, la llegada del Tren Maya va a generar algo sin precedentes en tema de oportunidades laborales. Claro que hay un sector en Chiapas donde los ejidatarios se sienten golpeados por esta obra. Pero acá, en Valladolid, se van a generar 1.500 empleos directos con esta obra. Creo que es más el beneficio que el perjuicio que va a tener esta comunidad”.
Para el investigador José Ángel Koyoc Ku, más que pedir perdón, el evento de López Obrador podría ser la oportunidad de reconocer esas alianzas que tuvo el Gobierno del centro con algunos grupos indígenas en detrimento de otros, para darle fin a una guerra que sigue teniendo ecos en la actualidad. “Hay descendientes que dicen que nunca se habló de un cese formal de la guerra, y que lo que mantuvo continuidad fue esa convivencia de unos pocos con el Estado mexicano” dice Koyoc Ku. “Esa relación sigue siendo hacia abajo, tutelar, sin los derechos plenos que marca la legislación internacional. Esas son las reflexiones que nos gustarían con este evento”.
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