Llevar libros a quien no los tiene a mano. Es el sencillo encanto de los bibliobuses de España, un servicio municipal que desde 1953 proporciona cultura en todos los rincones del país, especialmente en aquellos territorios que no gozan de una biblioteca fija cercana. De lunes a viernes, un equipo de 200 bibliotecarios y conductores se sube a 75 vehículos equipados con unos 2.000 fondos y recorre la geografía peninsular satisfaciendo la sed de literatura de más de 11 millones de ciudadanos, el número de beneficiarios acumulado a día de hoy, según los últimos datos del Ministerio de Cultura.
La naturaleza de este oficio romántico se ha extendido en tiempos de pandemia y despoblación rural. Los empleados del bibliobús aconsejan autores, introducen a la lectura a niños y mayores, atienden peticiones, promueven actividades culturales; escuchan, prescriben, hacen de confesores y se erigen como una presencia inalterable en los municipios remotos de la España vacía. El bibliobús es para muchos el único acceso posible a la literatura. En tristes ocasiones encarna también el contacto social más recurrente. “Es un gran ejemplo de la humanización que debería tener cualquier servicio público”, afirma Roberto Soto, presidente de la Asociación de Profesionales de Bibliotecas Móviles (Aclebim). “Algo cercano, con capacidad para cambiar realidades y con una relación de prestaciones-coste difícil de igualar”. Así funciona este servicio en las provincias de Segovia, Lleida y León.
Segovia
El mayor dinamizador
cultural de la comarca
El edificio de la Diputación Provincial de Segovia es una construcción rosada con aire de palacio versallesco. Dentro, a cubierto del frío y la neblina, trabajan desde las ocho de la mañana las bibliotecarias Pilar Martín, María Jesús Artalejo y Esmeralda Arribas. Tan pronto hacen inventario de los libros que repartirán en la jornada que se avecina como se enorgullecen de las últimas aventuras que han emprendido: un club de lectura virtual, una sección violeta con libros sobre feminismo, una campaña en la que varios autores recitan y ponen en escena cuentos originales destinados a los colegios… Su entusiasmo es contagioso. “Lo dijo Miguel Delibes: la cultura se crea en los pueblos. Somos el mayor dinamizador cultural de la comarca”, afirma Pilar Martín. En poco más de media hora, las tres mujeres se subirán a los tres bibliobuses de la provincia de Segovia, una flota que recorre 145 pueblos prestando unos 60.000 libros al año y satisfaciendo el 85% de la demanda de literatura.
El grueso de los usuarios del bibliobús en Segovia son mujeres. Muchas de ellas se han apuntado al club de lectura virtual que organizan Martín y sus compañeras. Ahora están con La trenza, de Laetitia Colombani, un libro que ha propiciado conversaciones en torno a África, la inmigración y los estereotipos femeninos. “Tenemos tanto arquitectas e ingenieras como personas sin estudios superiores. Y siempre se dan grandes debates. El nivel es brutal, alucinas con los comentarios”, termina Martín.
Si el trabajo de los bibliobuses de España te ha hecho pensar y quieres conocerlo en profundidad
ACTÚA
LLEIDA
Aleix, 40 años
recorriendo el Pirineo
Antes de la digitalización, hasta hace 15 años, Aleix Gistau, de 59, comandaba el bibliobús leridano Pere Quart -un poeta catalán republicano- como si fuera una biblioteca de las de antes: con fichas para los libros y papel y boli para los registros. “A la antigua”, califica. Pero para él a la antigua es un concepto relativo. Gistau es uno de los trabajadores más veteranos de este gremio: empezó a rodar por las carreteras de la provincia de Lleida en 1983. Al poco tiempo se dio cuenta de que la cosa iba para rato. “Tenía la sensación de ser simbiótico con este trabajo, que se adapta mucho a mi manera de ser. Me gusta la naturaleza, ver paisajes y moverme de un sitio a otro”, explica.
Gistau trabaja de lunes a viernes y pernocta en los pueblos que recorre. Ya se ha hecho a ese ritmo de vida, aunque al principio le costó. “No puedes apuntarte al gimnasio, por ejemplo”, ríe. Durante muchos años se ocupaba de todo: conducía, hacía los préstamos, atendía al usuario… Desde hace un tiempo tiene a su lado a su compañera Leo Canut, bibliotecaria de 48 años y habitante de zona rural. “Hay que entender que los bibliobuses van a áreas poco pobladas donde suele haber gente mayor que paga sus impuestos como cualquier otra persona. A veces somos el único agente cultural”, asegura desde Talarn, un pueblecito de la comarca de Pallars Jussà en el que hoy han atendido a 10 personas.
Muchos de los pueblos que visitan Gistau y Canut tienen una población envejecida a la que no le resulta fácil desplazarse o manejarse en la red para hacer préstamos virtuales. En estas ocasiones aún cobra más valor la presencialidad. “Aunque estamos poco tiempo en la parada, da para hablar y conocerte. Es un servicio tan directo que parecemos familia. Esta parte no se puede hacer telemáticamente. Hay gente que ni busca: ‘Ya sabes, mis novelas’, nos dicen”, amplía Canut. Gistau, por su parte, dice haber hecho varios amigos durante tantas visitas a tantos pueblos. Sin ir más lejos, una de esas amistades es hoy el padrino de su hija. Eso sin contar los cientos de conocidos que le saludan por la carretera.
El veterano Gistau percibe un cambio en los hábitos de los usuarios. “Ahora la gente va con prisa. Antes había ambientillo, los lectores se quedaban mirando y hablando, iban más despacio. Por ejemplo, los críos estaban toda la tarde. Pero ahora están más ocupados”, reflexiona. En cuanto a las preferencias, sigue triunfando la novela, la cosa no ha cambiado mucho. Gistau sí observa una evolución en la calidad de los libros, tanto en fondo como en forma. “Los de materias diversas para los estudiantes son impresionantes”, afirma este lector voraz que, preguntado por sus gustos, lo tiene claro: “Hay tantas cosas bonitas en los clásicos que siempre vuelvo”.
LEÓN
“Dame una novela con enjundia”
En una de sus primeras salidas, Sara Calvo, bibliotecaria y responsable desde hace pocos meses de una de las líneas de bibliobuses de León, recibió la siguiente petición de una señora mayor: “Dame una novela con enjundia”. “Me quedé alucinada. Me dio una idea clara de la confianza que tienen los usuarios en nosotros”, afirma. Calvo, de 39 años, accedió al puesto por oposiciones. “Somos pocos y hay pocas plazas. Me tiré a por ella”. Junto a su compañero Sergio cubren unas 68 localidades de la provincia de León. Atraviesan campos, páramos y montañas: llegan hasta Picos de Europa. El pueblo más pequeño que han visitado es Oseja de Zajambre, de solo 40 personas. Acudieron a la llamada de una mujer que no podía moverse a la pedanía de al lado, donde sí paraba el bibliobús. “Ahora ya tenemos dos usuarios”, afirma.
Otro ejemplo de esa confianza cotidiana: a través de la aplicación digital, a Sara Calvo le entran pedidos de títulos con solo el nombre de pila del ordenante. Sin apellido. “Y mis compañeros saben ya quiénes son, les conocen de sobra de la ruta”, ríe. En el tiempo que lleva ha observado que se pide mucha ficción y algo de religión y narrativa local. “Con Juan Gómez-Jurado tengo problemas. Está agotadísimo”, apuntala.
Calvo acaba de comenzar su andadura, pero el servicio cumple 47 años en León. “Conocemos usuarios que empezaron a leer de pequeños y luego vienen, ya mayores y con familias, y nos dicen: ‘Yo soy lo que soy gracias a bibliobús’. Te conviertes en cómplice de muchas vidas”, interviene Roberto Soto, que antes de ser presidente de Aclebim y responsable de Bibliotecas de la Diputación de León pasó 13 años haciendo carretera. Afirma que esos lectores a los que ha visto crecer, muchas veces heredados de compañeros que le precedieron, son especiales. “Quizá sin este servicio hubieran tenido ocupaciones más deterministas, más marcadas por su entorno. Este contacto abre nuevas posibilidades en una vida”.
Como demuestra la experiencia de Sara, el oficio está más vivo que nunca y goza de gran futuro. En un mundo en el que se mide el retorno de cualquier inversión, los bibliobuses, coinciden los protagonistas, dan mucho rédito. Entonces, se preguntará cualquiera que quiera probar suerte en esta tarea tan magnética, ¿está hecho el bibliobusista de una pasta especial? ¿Qué hay que tener? “Más que una gran erudición, para este trabajo se necesita empatía, paciencia y capacidad de escucha”, explica Soto. “Puede ser duro, no nos engañemos. Pero la respuesta es tan cálida que te retroalimenta. La responsabilidad es mucha: te están esperando a ti para continuar su vida cultural”, reflexiona.
La voz de los cuentos perdidos
Los relatos, las fábulas y las leyendas son el material predilecto de Ana Cristina Herreros (León, 1965), la filóloga y emprendedora detrás de Libros de las Malas Compañías, una editorial que convierte en papel impreso las tradiciones orales de pueblos africanos y que reinvierte los beneficios de las tiradas en las comunidades en las que se inspira. El trabajo de Herreros, que alterna su rol de editora con el de la cuentacuentos Ana Griott, cristalizó en una colección llamada Serie Negra: “No es novela policiaca, son cuentos de negros”, matiza. En ellos, entre otros, se narran historias de los usai de Senegal, los saharauis de Tinduf o lo albinos de Mozambique, pueblos en los que, gracias a las ventas de estos libros, se financia la alfabetización de las mujeres o la importación de máquinas de coser.
Su historia forma parte de Pienso, Luego Actúo, la plataforma social de Yoigo que da voz a personas que están cambiando el mundo a mejor y que ha colaborado en la divulgación de su tarea.
CRÉDITOS
Guion y redacción: Jaime Ripa
Fotografías galería: Jacobo Medrano
Coordinación editorial: Francis Pachá
Coordinación diseño: Adolfo Domenech
Diseño y desarrollo: Eduardo Ferrer
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