Azzedine Alaïa y Peter Lindbergh tenían un aspecto tan opuesto que hubieran formado una buena pareja cómica, en la mejor tradición de Laurel y Hardy o Schwarzenegger y DeVito. Un diminuto tunecino y un alemán grandote construían un dúo con potencial para la sonrisa. Y, sin embargo, estos dos hombres tan aparentemente distintos estaban unidos por una misma forma de entender la belleza y, sobre todo, de servir a las mujeres.
La larga y estrecha colaboración entre el maestro del diseño de moda y el de la fotografía es objeto de una exposición en la Fundación Azzedine Alaïa de París. Una muestra que, además, nos deja un libro que reúne algunas de las más emblemáticas imágenes que crearon durante casi tres décadas. Son instantáneas que forman parte de la historia de la moda contemporánea y que muestran la enorme sintonía personal y profesional que mantenían desde que se conocieron al final de los años setenta. Compartieron mesa, círculo, ciudad, industria y conversaciones. Tenían la misma forma gozosa de reírse, idéntico apetito por la vida y una mirada común llena de humanidad. También les unía la amistad de Franca Sozzani (1950-2016), legendaria directora de Vogue Italia y presencia fundamental en la vida de ambos, a quien está dedicado el libro, editado por su hermana Carla.
Aunque ambos fueron autores muy originales en su punto de vista, pueden establecerse numerosos vínculos entre sus cuerpos de trabajo. No solo cuando Peter Lindbergh retrataba la ropa de Alaïa, o al propio diseñador. Más allá de sus colaboraciones, la obra de ambos está estrechamente relacionada. Les une una fijación por el color negro, como señala el comisario de la exposición, Olivier Saillard, y por musas como Naomi Campbell y Tatjana Patitz, como demuestran sus desfiles y sesiones. Pero hay un hilo invisible más profundo y significativo entre ellos. El propio Lindbergh, que falleció en 2019 a los 74 años, lo resumió en una de sus frases más célebres: “La responsabilidad de los fotógrafos debería ser liberar a las mujeres, y a todo el mundo, del terror de la juventud y la perfección”. En parecidos términos lo expresó Alaïa, que murió en 2017 con 82 años, en un enunciado que aparece recogido en la muestra: “Siempre he querido que las mujeres fueran libres. Espero que mis vestidos les den esa ligereza. El mayor cumplido es cuando se miran a sí mismas y me dicen: ‘Me siento libre”.
Esta clase de intersección entre diseñador y fotógrafo resulta habitual en la historia de la moda y, en cierta forma, marca y señala su época. Si el tándem de Richard Avedon y Dior es esencial para entender la década de los cincuenta y la era dorada de la alta costura, la asociación de Mario Testino y Tom Ford explica los años noventa y la globalización de la industria en el cambio de siglo. Aunque Alaïa y Lindbergh mantuvieron fructíferas colaboraciones con otros artistas —Jean-Paul Goude en el caso de Alaïa o Karl Lagerfeld en el de Lindbergh—, su unión quedará como testimonio de la estética y filosofía de los años ochenta. De un tiempo fuerte, atlético e individualista. La instantánea que Lindbergh tomó de seis modelos jugando con camisas blancas en una playa, publicada en la edición estadounidense de Vogue en 1988 tras varios meses en un cajón, resume el cambio de paradigma de la década. Y anticipa el nacimiento de una generación de modelos que, con su carisma y estratosférica fama, trascendía con mucho el papel del maniquí. No es que esas camisas las hubiera diseñado Alaïa, pero la imagen encarna la misma forma de pensar y crear que convirtió al diseñador en el favorito de esas mujeres y de tantas otras. Aunque es perfectamente reconocible, su ropa siempre deja espacio para mostrar la personalidad de quien la lleva. “Me gustan las mujeres. Nunca pienso en hacer algo nuevo o en ser creativo, sino en hacer ropa que haga que las mujeres estén guapas”, asegura en otra cita que forma parte de la publicación Azzedine Alaïa. Peter Lindbergh.
El trabajo de Alaïa se asemeja a veces al de un escultor y, de hecho, una exposición en la Galleria Borghese de Roma, en 2015, equiparaba sus diseños a una estatua de Bernini. Y los préstamos cinematográficos se subrayan con frecuencia en las imágenes de Lindbergh. Pero acaso ninguno brilló tanto en su propio oficio como cuando se cruzó con el otro. Ocurre en las mejores parejas, sean cómicas o no.
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