Cuidado con la ley de Murphy

Halston mató a Halston. Que el brillo de Studio 54 y sus habituales no nos impida ver el bosque: la miniserie sobre el primer gran diseñador norteamericano producida por Ryan Murphy y estrenada en Netflix el pasado viernes se centra en el sacrificio profesional del modista a manos de su propia marca, un fenómeno hoy naturalizado en la industria de la moda del que él fue un triste pionero.

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Tras la venta de su marca y sus servicios a Norton Simon, Halston se vio obligado a someter su creatividad a una rentabilidad ajena a ella. Tuvo que aumentar su producción y conceder licencias para que todo tipo de productos llevaran su nombre. Su falta de implicación en un negocio tan diversificado como poco estimulante contribuyó a devaluar su firma, y sus lógicas pérdidas la abarataron hasta que acabó vendiéndose en la cadena de tiendas J.C. Penney. Entre todos la mataron y ella sola devoró a su creador.

Ryan Murphy también es una marca. Su nombre importa tanto que se asume que Halston es suya aunque no la haya creado él, igual que ha sucedido, entre otras, con la extraordinaria American Crime Story. Se estima que el sello Murphy le costó a Netflix 300 millones de dólares, el fichaje más caro de un creador por la compañía. Desde su llegada a la plataforma en 2018, ha estrenado The Politician, Ratched, Hollywood, The Prom, Los chicos de la banda, Halston y los documentales Circus of Books y A Secret Love. No son sábanas o maletas como las que llevaron el nombre de Halston, pero también han bajado su listón. El dilema entre calidad y rentabilidad es falso, pero a Ryan Murphy le ha pasado como a Halston. Él lo sabe, pero ser consciente de su realidad no salvó al diseñador, ¿le salvará a él? La fábula Halston va camino de convertirse en ley de Murphy.

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