La muerte sin cadáver (ni certezas) del guerrillero Jesús Santrich

Jesús Santrich en 2019, escoltado por guardias de la prisión de Bogotá donde permaneció recluido por tráfico de droga.
Jesús Santrich en 2019, escoltado por guardias de la prisión de Bogotá donde permaneció recluido por tráfico de droga.Fernando Vergara / AP

La muerte del guerrillero Jesús Santrich continúa rodeada de misterio 24 horas después de que se diera a conocer al mundo. No hay ni cadáver, ni lugar exacto del ataque ni grupo armado que por el momento reivindique su autoría. La caída del disidente de las FARC que con su fuga en 2019 puso en entredicho el proceso de paz de Colombia alberga ahora mismo más incógnitas que certezas.

Los únicos que han puesto fecha, hora y modus operandi a la muerte de Santrich, a los 53 años, son los propios disidentes. En un comunicado que colgaron en su página web cuentan que el comandante murió el lunes pasado durante una emboscada. “Ejecutada por comandos del Ejército de Colombia”, según esta versión, ocurrió en la Serranía del Perijá, en el territorio venezolano, siempre de acuerdo a los disidentes. La camioneta en la que viajaba Santrich habría sido atacada con fusilería y granadas. Consumado el crimen, los asaltantes le cortaron el dedo meñique de su mano izquierda, se entiende que para facilitar su identificación. “Unos minutos después, los comandos fueron extraídos en helicóptero de color amarillo rumbo a Colombia”.

Una fotografía de Santrich encabeza el comunicado. Aparece con una gorra, un saxofón entre las manos y unas gafas negras que esconden sus problemas de vista. Tenía serias dificultades para ver. La versión de la disidencia, que se hace llamar la Nueva Marquetalia, integrada por guerrilleros que participaron en el proceso de paz en La Habana y finalmente traicionaron el acuerdo y volvieron a las armas, genera muchas dudas. En el pasado, el grupo armado no ha dudado en mentir en beneficio de sus intereses. El Gobierno colombiano, por ahora, niega su participación en el operativo. Una incursión en territorio venezolano podría generar un conflicto diplomático entre dos países que en este momento no tienen ninguna relación. El Gobierno de Iván Duque acusa a menudo al presidente Nicolás Maduro de permitir de forma tácita la presencia de grupos guerrilleros y carteles del narcotráfico –en ocasiones en connivencia unos y otros– en esa área fronteriza, un corredor por el que se mueven toneladas de cocaína cada mes.

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Venezuela, como viene siendo habitual cuando se trata de los temas de la frontera, ha guardado silencio. Analistas de ese país especulaban con que unos mercenarios fueron los autores del asesinato de Santrich. Estados Unidos ofrecía una recompensa por su captura de diez millones de dólares y Colombia otros 620.000. El disidente se refugió en Venezuela al poco de salir de la cárcel y tomar posesión de su escaño en el Congreso colombiano, como estaba escrito en el acuerdo de paz. Allí podría haber peleado legalmente para evitar su extradición a Estados Unidos, que le acusaba de enviar 10 toneladas de cocaína a su país. Santrich lo dejó todo hace dos años, huyó a Venezuela y allí volvió a su antigua vida clandestina.

La inteligencia colombiana cree que primero se mudó a Caracas, donde recibió la protección de grupos de choque chavistas. Más tarde se trasladó a ese lugar limítrofe, un territorio sin ley y donde apenas hay presencia del Estado, operan varios grupos armados que tejen alianzas y se traicionan llegado el momento. Esa es la versión que sostiene Javier Tarazona, director de la ONG FundaRedes, que suele informar de asuntos de los insurgentes. Cree que la localización exacta de Santrich solo podía saberla Caracas y que tuvo que facilitársela a los atacantes.

Esa hipótesis genera todavía más preguntas. Porque el Gobierno venezolano, según los analistas, ha consentido a la Nueva Marquetalia y el ELN su presencia en el país, pero ha combatido a otra disidencia de las FARC, la que comanda Gentil Duarte. La Marquetalia y Duarte buscaron negociar para entenderse y tratar de conformar un grupo menos atomizado. No lo lograron. El ejército venezolano, en su mayor despliegue en décadas, ha perseguido durante los dos últimos meses a la gente de Duarte, resguardada junto al río Arauca, en otro punto de la porosa frontera con Colombia. Allí los insurrectos, en venganza, han secuestrado a ocho militares venezolanos que Caracas trata ahora de recuperar. Es difícil de saber qué papel ha jugado ese secuestro en la muerte de Santrich o qué efecto ha podido desencadenar, pero no es descartable que ambos hechos estén conectados de alguna forma.

Tampoco que Duarte esté tras lo ocurrido. Tanto él como Iván Márquez, otro exmiembro FARC que traicionó el proceso de paz al que se unió Santrich, tenían ambición de comandar el resurgimiento de una guerrilla que con el tratado de 2016 desmovilizó a 13.000 combatientes y se integró en la vida política. Ellos tres tomaron otro camino. El final de Santrich es coherente con esa decisión.

Sin embargo, apenas se sabe cómo fue. La falta de imágenes del momento o los momentos posteriores resulta llamativa. En esa zona hay cobertura de Internet que llega del lado colombiano. El hecho de que no haya más víctimas en una operación de esa escala también sorprende. Santrich debía de ir rodeado de al menos una docena de hombres armados. Son muchas las incógnitas. La verdad de la muerte del guerrillero ciego todavía está por escribirse.

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