Los majestuosos acantilados de Noruega, las selvas prehistóricas del Pacífico Sur, la vitalidad caótica de Bombay, el Perú más alternativo o una ruta sentimental por Teruel y El Maestrazgo. Varios personajes nos relatan sus viajes largamente aplazados y que confían realizar próximamente.
Fernando González Sitges. Entre plantas en Nueva Caledonia
180 documentales que atrapan la belleza de la vida salvaje en la Tierra no parecen suficiente bagaje para Fernando González Sitges (Madrid, 1961). Este veterano realizador tiene una deuda pendiente con su oficio: “documentar el que probablemente fue el peor día que ha tenido la vida en la Tierra”, el impacto del meteorito que hace 66 millones de años acabó con los grandes dinosaurios y con el 75% de las especies pero que permitió el surgimiento de nuevos ecosistemas y, de paso, “nos dio a nosotros la oportunidad de existir”. Ese misterioso mundo del Mesozoico aún perdura en lugares como Nueva Caledonia, donde tiene previsto viajar en cuanto esté vacunado y las autoridades de este remoto archipiélago del Pacífico Sur, donde apenas se ha dejado sentir la covid, permitan su acceso.
En estas islas tropicales montañosas descubiertas por el explorador británico James Cook en 1774 y colonizadas 80 años después por Francia —que las usó como presidio para los delincuentes más peligrosos—, trabajan ahora científicos “que investigan cuándo y cómo aparecieron las plantas con flor, una revolución en la historia de la biología y uno de los grandes enigmas de la evolución”. González Sitges quiere que estos expertos le ilustren sobre la exuberancia vegetal de este territorio que con la mitad del tamaño de Suiza alberga más de 3.000 especies, casi tantas como toda Europa. “Es un proyecto de conservación no tan visible como el de los grandes mamíferos pero imprescindible para mantener la biodiversidad del planeta”, objetivo que comparte con Bioparc, la fundación que él mismo preside y que gestiona los bioparques de Fuengirola (Málaga), Valencia y el acuario de Gijón.
Las selvas prehistóricas de este auténtico arca de Noé biológico son, junto al parque nacional australiano de Daintree, que ya exploró en otros documentales, lo más parecido al mundo jurásico que se extinguió hace 145 millones de años. En la frondosidad de este vergel neocaledonio, ajeno a la acción del hombre, también habitan el kagu, especie endémica en peligro de extinción, y otras aves ignotas para cuya identificación tendrá que pedir ayuda a los científicos sobre el terreno. Hallazgos que este biólogo madrileño tiene la costumbre de plasmar en cuadernos de viaje en los que, además de anotaciones a mano, dibuja en plumilla y acuarela la flora y la fauna que se encuentra a su paso. Más de 60 diarios de campo que documentan de manera meticulosa sus periplos alrededor del mundo y su afán por aprender, el verdadero motor que le impulsa a viajar. “Me encanta la idea de irme a un lugar remoto en el que apenas hay turismo y donde puedo ver el origen de una parte importante de la vida”. Porque en el fondo, como dice González Sitges: “se vive cuatro días, y antes de morirme quiero llevarme una idea de cómo funciona el mundo”. En Nueva Caledonia confía en encontrar la respuesta.
Dani Mateo. Una aventura en autocaravana por los fiordos noruegos
Antes era muy urbanita, pero reconoce que con la edad cada vez tira más al monte. La llamada de lo salvaje, dice, la sintió por vez primera en su visita los parques de Yosemite y Sonoma, en Estados Unidos. Al volver a España su cuerpo le pedía más naturaleza. Entonces le dijeron que si quería saciarse de paisajes de postal tenía que ir a Noruega. El destino nórdico también le tienta porque allí no le conoce “ni Cristo” y es “un campista más”, evitando así selfis de extraños, que siempre le cazan “recién levantado y con aspecto de Bigfoot”.
En una semana pasará fugazmente por Oslo, donde visitará Vigeland Park, un parque con más de más de 200 esculturas de bronce, granito y hierro forjado, y la antigua zona portuaria de Tjvuholmen, donde está el futurista museo de arte contemporáneo diseñado por Renzo Piano. Luego se pondrá en ruta hacia Bergen, la capital de los fiordos, con sus casas de colores colgadas sobre las laderas y sus coquetos restaurantes. “Cada vez soy más tripón y de paladar fino”, confiesa, por lo que no se resistirá a probar el persetorsk, un plato típico de bacalao al vapor.
Para llegar a Stavanger —el otro gran núcleo habitado del sur de Noruega, que cuenta con un cuidadísimo casco antiguo con casitas de madera blanca— tomará las carreteras interiores que serpentean entre cascadas, glaciares, lagos y granjas de salmones. En partes del recorrido tendrá que coger algún ferri para sortear los fiordos que dentellean cada poco la tierra. Sobre uno ellos, el de Sorfjroden, se yergue, a 1.100 metros de altura, una plataforma de granito denominada Trolltunga (La lengua del troll), una de las atalayas naturales más espectaculares de Noruega. Subirá a ella para acostumbrar su cuerpo al vértigo que seguro sentirá al coronar la mole de piedra de Preikestolen (El púlpito), “el mirador donde todo el mundo se hace la foto para Instagram, con el fiordo Lysefjord de perfecto decorado”. Para recuperarse de la descarga de adrenalina, tiene previsto dar un salto en avión a la región de los lagos de Finlandia, donde hará kayak y senderismo, además de entregarse a la icónica triada del país escandinavo: cabaña, sauna y agua. Solo teme una cosa: los mosquitos. “Me van a freír a picaduras, a juzgar por el grosor de las mosquiteras del refugio”.
Pepa Roma. Un retorno a la India más mística
Esta vez cogerá un billete de ida y vuelta a Bombay, con una diferencia de cinco semanas y siempre con las fechas abiertas: “por si me enamoro de algún sitio por el camino”. “No me gusta ir en viaje organizado a ninguna parte. Mucho menos a la India, un país que pide ser descubierto a otro ritmo”. En Bombay —“un lugar donde siempre me siento acogida”—, paseará desde la Puerta de la India hasta la playa de Chowpatty, sobrevolada por cometas, con una parada en Malabar Hill, la colina desde donde se otean las dakmas o torres del silencio, edificaciones funerarias de la religión zoroástrica. También hará un alto en la estación Victoria, un icono de la ciudad con su arquitectura de cúpulas afiladas y toques coloniales, para sentirse “inmersa entre el gentío” antes de su visita obligada al legendario Leopold Café, donde se reunían los hippies “y lugar de encuentro de viajeros desde tiempos del imperio británico”. El lujoso Hotel Taj Mahal será el único dispendio que se permitirá en su estancia en la ciudad.
Después cogerá un tren, su transporte “lento” favorito, rumbo a Konarak y Calcuta, “dos asignaturas pendientes en la costa este del Índico”. Es un largo recorrido que cruza de oeste a este la India y que le permitirá revisitar las cuevas budistas de Ajanta y Ellora, famosas por sus frescos y relieves esculpidos. Una vez arribe a la ciudad de Nashik, en el Estado central de Maharashtra, seguirá en tren hasta Nagpur, para desde allí dar el salto a la India más salvaje del parque nacional de Kanha y las gargantas de mármol blanco de Marble Rocks. En Bhunaneshwar, la capital del pradesh (Estado) de Odisha, visitará Puri, ciudad santa del hinduismo, para continuar hasta Konarak, en la costa del golfo de Bengala, que cuenta con unos de los santuarios brahmánicos más famosos del país, el Templo del Sol.
Iosu López. Slow travel por el Camino de Santiago
Como buen trotamundos, Iosu López (43 años, Pamplona) gusta de viajar cuanto más lejos mejor. Desde que en 2006 completó los 45.000 kilómetros que separan Alaska (Estados Unidos) de Tierra del Fuego (Argentina), su vida ha sido un frenesí, “siempre fuera de ruta, saltando de continente en continente” y sin apenas tiempo de recalar en casa. Y de golpe llegó el coronavirus, la peor noticia para un aventurero inquieto como él. Sin apenas contenido con que alimentar Mochileros TV, el canal de Youtube que creó en 2011 para “dar consejos a viajeros que buscan maximizar su presupuesto”, tuvo tiempo para reflexionar y recuperar proyectos largamente aplazados. De manera natural, surgió la idea de calzarse las botas de peregrino y hacer el Camino de Santiago, aprovechando que 2021 es Año Jacobeo por partida doble (hasta 2022), precisamente por la pandemia. Se acordó entonces de su amiga Ria Ahmed, a la que conoció en su etapa de corresponsal en la India y que desde hace años es una experta guía local que “conoce todos los recovecos de la ruta de peregrinación más importante de Europa”. Juntos han alumbrado el Camino Confort —“no dormiremos en albergues, lo haremos en hoteles de tres estrellas”—, una ruta personalizada en la que, junto a otros 15 peregrinos, completarán los últimos 100 kilómetros del Camino Francés, distancia mínima exigida para obtener la compostela, el documento eclesiástico que certifica que se ha completado la singladura.
Con inicio en Sarria (Lugo) y final ineludible el domingo 25 de julio en la catedral de Santiago, serán ocho días de caminatas entre bosques de eucalipto, pinos y robledales conectados entre sí por puentes medievales, como el de San Xoán de Furelos, y senderos rurales que en muchos de los casos son viejas calzadas romanas que perduran intactas al paso de los siglos. Ese regreso “a lo que siempre ha estado ahí pero nunca hemos tenido tiempo de fijarnos”, es el objetivo que se ha marcado López con su primera peregrinación a la tumba del apóstol. Es una manera, asegura, de viajar a la antigua usanza, “que paradójicamente conecta con el concepto moderno de slow travel, paseando y deteniéndose cada poco a admirar lo que te rodea”.
Será también su primer viaje de autor: “Me gusta contar historias a través de imágenes. Y en este viaje realizaré un corto documental sobre la experiencia que vivamos juntos”. Un formato inédito con el que grabará en vídeo las conversaciones y vivencias de los peregrinos en su tránsito por pueblos como Portomarín, a orillas del rio Miño, donde visitarán las ruinas de Castromaior, el único castro de la Edad de Hierro en el Camino Francés. También dejará constancia del encuentro con paisanos en aldeas como Eirexe, Ligonde (Lugo) o la parroquia de Santa María de Leboreiro, en Melide (A Coruña), cuya iglesia del siglo XIII es un hito histórico del Camino.
Para López este peregrinar de pueblo en pueblo, además de un reto y una aventura, es también una salida al encuentro de “la España vaciada que languidece” y una forma de poner en valor “las tradiciones que perduran gracias a las familias que resisten en esas pequeñas comunidades”. Y añade una última reflexión: “La gente se flipa con ir al Taj Majal o hacer el Camino Inca, en Perú, cuando aquí en España tenemos una ruta de peregrinación que es patrimonio mundial”. Este emprendedor turístico también tiene espacio para la autocrítica. “Muchos viajeros hemos denostado el Camino por considerarlo poco ambicioso, un poco de andar por casa”. Pero si de algo ha servido la pandemia, asegura, es para mirar hacia dentro y poner en valor el patrimonio cultural de nuestro país. “Por algo somos una potencia mundial del turismo”.
Julio Llamazares. Ruta sentimental por Teruel y Castellón
Será su primer viaje literario después del paréntesis obligado de la pandemia y de los 17 años que dedicó a recorrer todas las ciudades episcopales españolas y sus catedrales, que plasmó en Las rosas de piedra (2008) y Las rosas del sur (2018). Julio Llamazares (Vegamián, 1955) tiene esta vez una misión “más humilde y sentimental”: atravesar los mismos lugares que pisó su padre cuando fue llamado a filas en la Guerra Civil. Un penoso periplo de León a Castellón que marcaría para siempre a este maestro de pueblo porque, entre otras cosas, fue la primera vez que pudo ver el mar. Y también la primera que vio un cadáver. “Mi padre apenas viajó. Pero con 18 años realizó un viaje que le llevó a cruzar la península Ibérica para ir a la guerra, de la que volvió milagrosamente, puesto que le tocó participar en las peores batallas: la de Teruel y el frente del Ebro y la de la toma de Castellón de la Plana y de la Sierra de Espadán, cerca de Sagunto”.
Cuando su padre le contaba las penurias de la guerra, él no le hacía demasiado caso. Aunque sí recuerda escucharle hablar del frío de Calamocha y de unos huevos fritos en Toledo que le supieron a gloria de vuelta a casa. Y ahora se arrepiente. “Por suerte para mí, un amigo suyo, Saturnino, con el que salió de León —los dos se alistaron juntos para poder elegir destino, el del Regimiento de Trasmisiones de Carrión de los Condes, en Palencia, y no acabar de carne de cañón en Infantería—, le sobrevivió hasta hace pocos años y le pude grabar sus recuerdos”, que por fuerza serían los mismos que los de su padre.
El camino que recorrieron estos dos hombres por medio país coincide, en buena parte, con el que trazó el Cid por Soria, Teruel y Castellón en su lucha contra los reinos de taifas, lo que para Llamazares lo hace aún más interesante. Aunque el verdadero motivo del viaje es rendir merecido homenaje a su padre, también lo es recorrer “un paisaje que sintetiza como muy pocos la esencia de España: Carrión de los Condes, el trayecto por la vía del antiguo tren de Valladolid a Ariza (hoy desaparecido), Teruel y el valle del Ebro, El Maestrazgo y el Mediterráneo“. Algo que deseaba haber realizado en junio de 2020 y que pospondrá hasta que sea posible hablar con los lugareños sin distancias ni mascarillas. “La naturalidad es importantísima a la hora de viajar y de escribir”. Todas estas vivencias las plasmará después en un libro que ya tiene título: El viaje de mi padre.
Guadi Galego. Acordes y melodías al sur de Inglaterra
Aunque viaja con niños, en Londres pasará por alto la visita a los estudios de la Warner en los que se rodaron las películas de Harry Potter —“no nos llama la atención, somos de otra onda”— y acudirán directos al paso de cebra más famoso y fotografiado del mundo, el de Abbey Road, la calle donde posaron los Fab Four para la portada de su último disco de estudio en 1969. “Si no hacemos la foto, no volvemos a casa”, ironiza. Cerca de allí está el barrio de Camden Town, un hervidero del punk en los años setenta con salas como Roundhouse, en la que tocaron, entre otros, los Rolling Stones, archirrivales de Lennon y McCartney, y que este año cumple medio siglo. Galego confía en que durante esos días haya programado algún concierto.
Más al sur de la ciudad despunta la exclusiva zona de Kensington, acorde con la atmósfera del Royal Albert Hall, uno de los teatros más emblemáticos del Reino Unido, al que piensan acudir “para saciar al mitómano de la familia”. Si no hay espectáculos programados, se conformarán con un tour por sus instalaciones. Allí tocaron los de Liverpool el 4 de noviembre de 1963, cuando John Lennon espetó al auditorio una frase para la historia: “El público de las butacas baratas puede aplaudir; el de los palcos basta con que haga sonar sus joyas”.
Galego dice que lo que más disfruta de viajar, además de la música, es integrarse en el día a día de las comunidades que visita. Y un barrio ideal para eso es Camberwell, donde proliferan las galerías de arte y los edificios georgianos con aspecto de casa de muñecas. Y tiendas como Rat Records animan el barrio desde 1988 con un nostálgico negocio de compra y venta de viejos vinilos. Y por supuesto, con mucho fondo de The Beatles.
Una vez dejen Londres pondrán rumbo al condado de Wiltshire, al suroeste de Inglaterra, quizá la postal más perfecta de la campiña británica. Visitarán la ciudad de Salisbury y su catedral anglicana, cuya aguja (123 metros) es la más alta de toda Inglaterra. Con suerte, podrán escuchar al angelical coro de voces que con frecuencia interpreta piezas de Bach y Händel. A 13 kilómetros de allí se alza el conjunto megalítico de Stonehenge, donde la música muta en silencio. “Es un lugar cargado de misticismo que me conecta con la Galicia más pura y ancestral, la de mi pueblo, Cedeira”.
Andrea Fernández Benéitez. Cuba: el reto de ir sola y con mochila
“Me gusta viajar, no hacer turismo”, dice. Y en Cuba, un país que como mejor se recorre es precisamente improvisando cada parada, lo hará “en rollo mochilero”. En La Habana quiere impregnarse de esa atmósfera decadente y revolucionaria que aún perdura en rincones y murales de la parte vieja de la capital cubana, mientras escucha de fondo sones, guarachas y boleros, músicas que marcan el ritmo de esta ciudad de cócteles y santeros. Se moverá a pie, y cuando las fuerzas le flaqueen recurrirá a los clásicos cocotaxis o, con suerte, a algún almendrón, los coches norteamericanos de los años cincuenta que aún circulan por el Malecón. También probará el arroz congrí (con judías coloradas), ropa vieja o yuca con mojo en alguno de los más de 500 paladares (restaurantes particulares) de la ciudad. Luego pondrá rumbo a Santa Clara (centro del país), donde visitará el mausoleo del Che Guevara, el revolucionario que cambió para siempre la isla, antes de recorrer el paisaje aterciopelado de Viñales (oeste), con sus característicos mogotes (formaciones rocosas) que despuntan entre orquídeas y palmeras. Por último, aparcará la mochila y se entregará a la mansa calma del Caribe en Cayo Santa María, con sus espléndidas playas abrigadas por una vegetación exuberante. En este año marcado por la pandemia, asegura que un viaje así tiene más sentido que nunca: “Viajo para superar, para avanzar, para cambiar y para crecer”.
Marta Borrachero. Chicas en ruta por un Perú alternativo
La pandemia fue el impulso que necesitaba Marta Borrachero (36 años, Madrid) para dar un giro a su vida. El confinamiento le hizo reordenar prioridades, y durante el último año combinó su trabajo en remoto como experta en marketing digital con la puesta en marcha de una agencia de viajes, Bolleras Viajeras, orientada a mujeres LGTBI. “El proyecto nació para dar visibilidad a las mujeres lesbianas que viajan por el mundo en grupo. Un activismo viajero en el que, además de moverse de una forma más segura y de conocer a otras chicas con la misma esencia aventurera, intenta fomentar el turismo responsable, el intercambio cultural y las experiencias genuinas”, explica. El primer destino, si la situación sanitaria lo permite, será Perú, al que acudirá junto a su pareja, Regina, y un grupo de amigas. “Es un país fascinante que tiene mucho que ofrecer y con una riqueza gastronómica, de biodiversidad y cultural prácticamente desconocida que va más allá de Machu Picchu”. Ella, que vivió siete años en el país andino, hizo la promesa de volver coincidiendo con la celebración, el 28 de julio, de los 200 años de independencia. ”No hay nada más peruano que vivir unas Fiestas Patrias brindando con un pisco sour desde cualquier rincón del Perú”.
Para sacarle todo el jugo a este país mestizo, según Marta, hay que conocer “sus tres esencias”: la costa, la sierra y la selva. En 15 días de aventura recorrerán estos escenarios comenzando por el desierto costero de Ica, al sur de Lima, cuyo mar de dunas es escenario del mítico rally Dakar. Ellas se perderán por esas montañas de arena infinitas hasta llegar a Huacachina, un oasis inesperado. “Su nombre en quechua significa ‘mujer que llora’ y cuenta la leyenda que su laguna está formada por las lágrimas de una doncella inca por la muerte de un joven guerrero. Dicen que lloró tanto que acabó convirtiéndose en sirena y que las noches de luna llena se puede escuchar su cántico”.
Después seguirán hasta Chincha, la capital de la música y la cultura afroaperuana. Sus habitantes son descendientes de esclavos africanos traídos por los españoles en la época colonial. Marta confía en tener tiempo para aprender a tocar el cajón, introducido en Perú por aquella población subyugada y que mucho más tarde fue incorporado a la cultura flamenca por Paco de Lucía.
Y aunque se salga un poco del espíritu del viaje, “sería un delito ir a Perú y no visitar Machu Picchu y Cuzco (Qosqo, que en quechua quiere decir ‘el ombligo del mundo’)”. Aunque lo que más ilusiona a esta trotamundos es visitar “uno de sus lugares que no aparece en las guías y a los que llegas solamente en canoa”: el lago Sandoval, en el corazón de la selva amazónica, en el departamento de Madre de Dios (el nombre lo dice todo). “En este paraíso de biodiversidad podremos navegar entre caimanes, nutrias gigantes y pirañas, avistar guacamayos, tucanes y toda clase de monos, ver tarántulas, murciélagos y ranas y, con un poco de suerte, hasta jaguares y anacondas. Todos en su hábitat, a salvo de la civilización”.
Para redondear una experiencia peruana completa es necesario entregarse a su gastronomía, probablemente la más variada y exquisita de América Latina. Y en este país, al margen de chefs afamados, se puede comer rico y barato. Así, en cada región visitarán los mercados para conocer con el paladar el principal reclamo de su cultura moderna: “desde el ceviche de la costa, los postres limeños y los puestos callejeros, pasando por las especias y potajes de la sierra (como el cuy o cobaya) y terminando en la selva con una cata de frutas exóticas de nombres tan sugerentes como el mamey, el camu camu o el aguaje“.
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