Perú vota este domingo con la sensación de encontrarse en el momento más trascendental de su historia reciente. Los dos candidatos a presidir el país durante los próximos cinco años son percibidos por parte de la sociedad como un peligro para el inestable sistema político peruano. El Gobierno ha tenido cinco presidentes distintos en el último lustro, uno por año. Todos los jefes de Estado electos desde 1986 han pasado un tiempo en prisión por casos de corrupción. En este punto, ahora toca elegir entre Keiko Fujimori, la hija del autócrata Alberto Fujimori, una política conservadora y populista cuyo partido y ella misma están involucrados en corruptelas, y un profesor radical de izquierdas, Pedro Castillo, conservador en lo social e imprevisible en lo demás. Llegan empatados en las encuestas después de una campaña áspera y agresiva. El vencedor, previsiblemente, lo logrará por un puñado de votos.
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La elección llega en un momento de crisis. Perú ha registrado más de 185.000 muertes por la covid-19, lo que le coloca como el país con más fallecidos per cápita del mundo. La pandemia ha evidenciado los fallos del sistema de salud público. Mucha gente ha muerto sin supervisión médica ni tanques de oxígeno. Los que han acudido a la sanidad privada en ocasiones se han endeudado para siempre. Hay casos de peruanos que no recogen el cadáver de sus familiares porque no pueden afrontar los gastos de la clínica, de hasta 300.000 dólares.
La economía no va mejor. Dos semanas después de la primera vuelta electoral, el 26 de abril, Perú registró el máximo histórico del tipo de cambio interbancario -3.84 soles la venta por dólar-. Cifras similares se han repetido en la semana previa a las urnas. El 3 de junio la moneda nacional se depreció hasta llegar a 3.86 soles por dólar. La economía peruana cayó 11% en 2020 -el mayor retroceso en tres décadas- debido al confinamiento estricto por causa de la pandemia entre marzo y junio, y causó además un incremento de 10 puntos porcentuales de pobreza respecto de 2019: actualmente casi 10 millones de personas no pueden cubrir sus necesidades esenciales, es decir el 30% de la población.
Las dos opciones de voto parecían las más improbables cuando arrancó la campaña de la primera vuelta. Keiko Fujimori había dilapidado casi todo su capital político en los últimos años después de que en 2016 asegurara que le habían robado las elecciones y desde entonces, con mayoría en el Congreso, dificultara la gobernabilidad del país. En paralelo le rodearon casos de corrupción, que sumados a su nombre, ahondó en la idea de que es la cabeza de una cleptocracia. Sin embargo, el voto estuvo tremendamente fragmentado y ella sobresalió, con un 13% de votos, sobre el resto de opciones de derecha.
El más votado entonces, por sorpresa, fue Castillo, que se hizo conocido en 2017 al liderar una huelga de maestros. Cuatro años después no muchos lo recordaban. Pero Castillo, con un discurso en beneficio de los pobres y la desigualdad histórica que existe en el país, en contra de las oligarquías empresariales y el sistema de castas, se recorrió el país, de punta a punta. Exhibió un desacomplejado discurso contra libertades como el matrimonio homosexual o el aborto, y llegó a decir que implantaría la pena de muerte. Después rectificó. Esa ha sido una constante en su campaña. Está adscrito a un partido marxista-leninista que lidera un político muy dogmático, pero él no se dice comunista aunque abraza muchas de sus tesis. En ese enredo de sí, pero no se ha pasado el último mes. Fue a depositar su voto en la urna subido a un caballo que se asustó al ver a la multitud que esperaban al candidato.
Así, quedaron los dos, frente a frente. La campaña ha sido durísima. El establishment peruano se ha decantado masivamente a favor de Keiko. Las grandes ciudades se han llenado de paneles alertando de la llegada del comunismo, de un Perú chavista en el horizonte, de que nos encontramos a las puertas de ver a peruanos huyendo en balsa como en Cuba. No hace falta explicar que eran indirectas contra Castillo, cualquier transeúnte se pispaba. Casi a cualquier hora que se encienda la televisión aparece Keiko, en programas de magazines y en realities. Se la ha visto a mediodía cocinando una receta de seco, un plato típico; por la tarde en un programa con sus hijas y una celebridad. Dos días antes fue entrevistada durante dos horas por Magaly Medina, quien conduce el programa de mayor audiencia. En otros programas los presentadores, aunque ella no estuviera, vestían la camiseta de la selección peruana de fútbol, que ha sido la indumentaria de Fujimori. Llamaban a pensar “en la libertad, en la inversión y contra el comunismo”.
Castillo no ha dado apenas entrevistas a los medios. Cuando quiere hacer alguna precisión sobre alguna polémica entra brevemente en una cadena de radio que se llama Exitosa. Su campaña ha sido más clásica. Como sus adversarios lo quieren emparentar con Maduro, retransmitió en vivo una entrevista con José Mujica, el expresidente uruguayo convertido en santo laico de la izquierda democrática y austera. El poder financiero no termina de convencerse. Algunos comercios de Lima tapiaron sus tiendas por miedo a que haya saqueos y vandalismo si Castillo cae derrotado. Hay quien interpreta esos gestos como una forma más de propaganda a favor de Fujimori.
Las encuestas favorecieron a Castillo durante todo el mes. En la última semana Fujimori le ha alcanzado. Hay un empate técnico. La foto finish decidirá cuál de los dos se hace con el poder.
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