El año es 2004. María Oruña, la futura dama del crimen cántabro, ya ha leído más de la cuenta a Agatha Christie pero aún no se ha atrevido a sentarse ante el ordenador a contar sus historias. Acaba de casarse. Está paseando por una ciudad europea cuyo nombre no puede desvelarse para que todo en su nuevo libro, un whodunnit a la altura de los clásicos, siga siendo un misterio. Da con una placa en alguna parte. La placa habla de una muerte extraña. Se dice: “Aquí hay una historia”. Luego el tiempo pasa. Aprovechando el despido improcedente del bufete de abogados para el que trabaja cuando se queda embarazada, empieza a escribir. Publica su primer libro, Puerto escondido, en 2015. Seis años más tarde, ha vendido más de 300.000 ejemplares de aquel y los otros tres libros de la serie. Decide que está lista para contar aquella historia.
¿Por qué tanto tiempo? Porque “era un reto”, dice Oruña. Está sentada a la mesa de una cafetería con vistas a la bahía de Santander, el lugar en el que se desarrolla la acción de Lo que la marea esconde (Destino), la quinta novela protagonizada por la teniente de la Guardia Civil Valentina Redondo, esta vez, más Hércules Poirot que nunca. ¿Por qué? Porque la historia está construida como lo haría Agatha Christie, en concreto, una de aquellas que imitaban El misterio del cuarto amarillo, de Gaston Leroux, es decir, un misterio de cuarto cerrado, que aquí, “es un misterio de camarote cerrado”, como apunta Oruña. ¿La asesinada? Judith Pombo, una aborrecible magnate local. ¿Los sospechosos? Todos los que viajaban en la goleta en la que se ha cometido el crimen. ¿La ocasión? Una cena homenaje a una vieja gloria deportiva.
Una guardia civil curranta
“Quise un ambiente que recordase al ambiente burgués de las historias de Agatha Christie, y pensé que el Real Club de Tenis de Santander podía dármelo”, recuerda. Como Asesinato en el Orient Express, clásico entre los clásicos de Christie, los pasajeros y parte de la tripulación de la goleta tienen motivos para querer ver muerta a Pombo. Ha sido mezquina con todos ellos. Por muy diversas razones. Pero la estructura de la historia permite al lector observar de qué forma se distorsiona la realidad cuando solo hay una parte del relato, es decir, cuando solo se escucha una voz. Y también, de qué forma esa voz cambia su versión cuando no está ante Valentina Redondo, la investigadora, que atraviesa su peor momento: ha dejado a Oliver Gordon, ha sufrido una pérdida horrible, “está en un punto de no retorno”, dice la escritora.
“¿Hasta qué punto los demás, todos ellos, en realidad, tienen cierta responsabilidad en la manera en que se comporta Pombo, y han desencadenado el crimen? ¿Podemos evitar ser lo que somos?”
“Valentina nunca ha sido infalible, no es Sherlock Holmes. Es una curranta. Cuando me preguntan qué tiene de mí, digo que quizá yo tenga eso de ella. Porque en lo demás no nos parecemos mucho. Pero en esta ocasión además está en un proceso de duelo. Ha perdido algo y va a tener que vivir con la idea de que es irreparable. Ciertas cosas son irreparables, y hay quien opta, como ella, porque ese es su carácter, por alejarse de aquello que quiere, antes de empezar a empozoñarlo todo. Se ha roto, y no quiere que su amargura contamine a Oliver. Cree que lo libera castigándose a sí misma. No podía ser de otra manera. Así es ella. Ese sentido de la rectitud que tiene no la dejaría seguir como si tal cosa, por más que su pareja insista”, explica Oruña. Al día siguiente dará algunos más detalles, a bordo de un crucero turístico, no una goleta.
El mar está ligeramente picado y el crucero se tambalea, pero consigue llegar a la isla de Mouro, sobrevolada por incontables gaviotas, y de camino pasa por el Palacio de la Magdalena, y el embarcadero en el que se amarra la goleta La Giralda cuando se descubre el cadáver en su interior. “¿Merecía Judith Pombo morir como murió? ¿Era tan odiosa en realidad? ¿No era su comportamiento una manera de defenderse de los ataques que recibía? Quizá había aprendido que esa era la única manera en que se hacía escuchar”, dice. Habla Oruña de cierta “idiosincrasia del crimen”. “¿Hasta qué punto los demás, todos ellos, en realidad, tienen cierta responsabilidad en la manera en que se comporta Pombo, y han desencadenado el crimen? ¿Podemos evitar ser lo que somos?”, se pregunta la escritora, que ya cuenta con una red de colaboradores en morgues y comisarías.
“Bueno, yo lo preparo siempre todo antes, y luego escribo o llamo al forense de turno, o al teniente de la Guardia Civil, y le pregunto si es verosímil. Primero leo muchísimo, investigo, y luego monto la escena y a veces les mando un whatsapp a ver qué les parece”, cuenta. Ha publicado cinco libros en seis años, así que escribe más o menos un libro al año, ¿cómo lo hace? “Pues reúno información, leo muchísimo, entrevisto a gente y construyo la trama durante unos siete meses y luego paso tres o cuatro escribiendo”, contesta. Hace tiempo que dejó de ejercer de abogada. Además de escribir, estos días, juega al tenis. “Soy malísima, pero lo pasamos muy bien”, dice. Hay en la novela una infinidad de datos curiosos sobre este deporte, y también sobre la propia ciudad de Santander. “Sí, esta es mi novela más urbana”, admite.
Lo es porque la idea de ambientarla en un entorno burgués le pidió, dice, que estuviese en la ciudad, porque era allí donde estaba el Real Club de Tenis y el Club Náutico, que hoy, dice, “son carcasas vacías” pero que en su momento fueron centros de poder. “La novela trata, en realidad, de ese poder”, cuenta.
¿Y ha sido difícil elaborar un misterio a lo Agatha Christie? “Sí, pero no por el asesinato. El asesinato era lo que tenía desde aquel día de 2004 en que di con aquella placa en una ciudad europea. Lo difícil ha sido construir a los personajes y darles motivos. Crear esa red de intereses en la que se cuestiona la monarquía, el ecologismo, la política… Un poco todo. Pero sin aleccionar a nadie, solo mostrando. Eso ha sido lo difícil”, responde.
Sin embargo, ha repasado uno a uno muchos de los misterios de cuarto cerrado que se han escrito. Y están citados en la novela. “El mejor resuelto de todos es el de Leroux, porque los de Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle son del todo inverosímiles por casi imposibles. ¿Una serpiente? ¿Un orangután? El mejor de todos ellos, aunque no es exactamente un cuarto cerrado, pero sí una isla, es Diez negritos, de Agatha Christie, que te dice claramente quién es el asesino en las primeras páginas sin que te des cuenta”, explica. La tirada inicial de Lo que la marea esconde es tan ambiciosa como la idea del whodunnit cántabro que contiene: 50.000 ejemplares. ¿Vértigo? “Empecé desde tan abajo, y ha sido todo tan progresivo, que nunca acabo de creerme que esté pasando”, dice. También dice que ya la reconocen por la calle los forenses, como a Agatha Christie.
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