Enrique Bustamante, incansable defensor de los medios públicos de comunicación

Enrique Bustamante, en una imagen de 2005.
Enrique Bustamante, en una imagen de 2005.J.L. Pino

El domingo murió Enrique Bustamante bajo la luz del cielo que le vio nacer en su Málaga natal. Me consta que era feliz allí en sus últimos años. Era un hombre extraordinario. Trabajador incansable y de fuertes convicciones. Llegó en los años setenta a Madrid a estudiar Sociología. Su tesis y sus primeros trabajos en el periodismo le llevaron a la comunicación. Trabajó para Cuadernos para el Diálogo y colaboró con revistas de gran compromiso político como El Viejo Topo.

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En los ochenta nos fascinó a muchos de sus alumnos con su afilada perspectiva: esas “voces múltiples: un solo mundo” del informe McBride, la defensa a ultranza de los medios públicos de comunicación, de la diversidad cultural y del pluralismo. Ese fue siempre su eje de preocupación en la investigación. No le interesaba demasiado el dinero ni los coches. Iba a clase en un Renault 4L. Defendió su tesis, Los amos de la información en España, su primer trabajo sobre la concentración de la propiedad de los medios. Con ese libro le llegó la fama y el reconocimiento en los círculos académicos e intelectuales de aquella época.

Llegó a Telos, una revista que supuso un gran revulsivo, una mirada distinta del cambio social. Visto con perspectiva, fue algo increíble para ser verdad. Llegó la primera Asociación de Investigadores de la Comunicación, el embrión de la AE-IC del que era actualmente su presidente. Recuerdo el primer congreso en el centro Conde Duque de Madrid. Un éxito total. Él invitó a los que se convirtieron para generaciones en unos de los nuestros: Mattelart, Richeri, Flichy, etcétera. Dio un salto a la aldea global pasando por la sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Cuenca. Importantes seminarios, grandes debates, tiempos de ocio. Se convirtió en alguien influyente, un catedrático de referencia.

Luego se fue a Santander a dirigir la UIMP con su amigo Ernest Lluch. Vivió como una tragedia su muerte en un atentado terrorista. No entendía cómo podía haber pasado. En Fundesco [Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las Comunicaciones] era la persona a la que todo el mundo preguntaba por el Minitel, por el videotex, por las televisiones privadas, por la RDSI, por la telefonía sin hilos, por eso de internet, etcétera. Demasiadas cosas para ver, como él veía, los verdaderos problemas del advenimiento de la sociedad de la información. Nunca creyó en ella. Un título demasiado ambiguo para un hombre pragmático.

En el camino, dos preocupaciones existenciales: América Latina y las industrias culturales. Vivía con pasión lo que sucedía en ese continente, esa mirada hacia los desfavorecidos, esas venas abiertas del continente. Estaba obsesionado con la cooperación para la creación de un verdadero espacio audiovisual latinoamericano y con el papel de las industrias culturales, tanto como motor del crecimiento económico como por su efecto dinamizador y transformador en favor de las sociedades igualitarias.

Esa preocupación le hizo dar el salto al observatorio de la Fundación Alternativas. Otra vez, una nueva mirada. Preocupado porque la transformación digital fuera más democrática, por el acceso a un servicio público universal, por la construcción social de un contrapoder. Los dos libros en Gedisa sobre las industrias culturales ante la globalización y el reto digital fueron un éxito increíble. Llegó su defensa a ultranza de la reforma de la televisión y radio pública. Lo público como el necesario equilibrio de un sector desbocado por la red, el poder de las plataformas y el empoderamiento de la gente. “¿Por qué solo piensas en internet?”, me decía.

El domingo pasado fue un día triste. Nos ha dejado un profesor serio y honesto con lo que estaba pasando en ese ecosistema mediático que tanto le preocupaba. Miles de alumnos y cientos de doctorandos saben que atiendo a la verdad. Nos quedará su obra extensa y brillante. Y a otros, además, un recuerdo entrañable de una persona con tres vicios: el trabajo, el tabaco y el marisco. Descansa en paz, que tu obra y tu recuerdo permanecerán. Hasta siempre, maestro.

José María Álvarez Monzoncillo es catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos.

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