La vida imita al ciclismo, que hace todo lo posible por llevarle la contraria, y lo viejo se hace nuevo con Mark Cavendish, que lleva la contraria a la vida y al ciclismo y gana en Fougères su 31º sprint del Tour de Francia, al que ha llegado a última hora encabezando un equipo, el Deceuninck, que le cobra por correr (y le paga un sponsor privado). Por un día, los periodistas ingleses vuelven a sentirse los reyes de una rueda de prensa que se desarrolla en susurros de confesionario. Su resurrección es la muerte de Brent van Moer, un joven fugado belga que se convierte en lanzador ideal de todo el pelotón de llegadores, con Sagan herido, con Ewan ausente y roto. A 150 metros de la meta, superado por los más rápidos, Van Moer se disuelve en la confusión. Cavendish le sustituye, el Tour de Francia sonríe pues ya se hablará de otra cosa, de los mitos que no deja de generar su maquinaria, y la afición aplaude y hace cuentas con los dedos. Eddy Merckx, el recordman de todo, tiene 34 victorias en el Tour. Con tres más, Cav, que ya ganó en dos Tours seis etapas en cada uno, le iguala. Con cuatro, le derrota.
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Tiene 36 años el Obús de Man, 13 más que el día de su primera victoria, en el Tour de 2008. Marcó una década con su estilo agresivo, de desprecio de todo, el hermano malo, más malo aún, de Bradley Wiggins; creó imitadores, sprinters bajitos que se aplanan contra el manillar y adelantan la cabeza, casi hasta ser capaces de sacar la lengua y humedecer la rueda delantera. Su última victoria en el Tour ocurrió hace cinco años; hace tres llegó fuera de control un día de los Alpes. Nadie se atrevió a apostar por su regreso a un ciclismo que parecía cambiar a tanta velocidad como la que alcanzaba en sus sprints arrolladores, y menos aún cuando llegaron noticias de sus depresiones, del mal ánimo que le había invadido. Sin arriesgar nada, el patrón Patrick Lefévère le hizo un hueco en el equipo. Como dicen ellos, era una decisión win-win. No le iba a costar un duro tenerlo y le venía muy bien para provocar al irlandés Sam Bennett, el irlandés que ganó el último verde con el equipo y al que tachó de la lista del Tour una semana antes de empezar porque había decidido irse a otro equipo. Su vida, la vida de todos, la vida, claro, es un continuo regreso. Gana en Fougères Cavendish, el mismo pueblo bretón en el que ganó hace cinco años, y ganará, quizás, el jueves en Châteauroux, el mismo pueblo de la planicie francesa y paleta en la que logró su primera victoria, el 9 de julio de 2018.
No muy lejos de Fougères, en Laval, nació Alfred Jarry, poeta patafísico que mantiene que para narrar la Pasión de Cristo en su Evangelio, Mateo imitó a los cronistas del ciclismo, pues el Viacrucis no deja de ser, como todo el mundo sabe, más que una etapa de montaña del Tour. En Laval, campos de colza y gallineros, no hay montañas, pero el Tour que no es insensible e imita al arte ha organizado lo más parecido a un día de Alpes, una contrarreloj muy llana (27 kilómetros, 32 minutos de esfuerzo) que marcará las primeras diferencias no accidentales entre los favoritos.
A Jarry, feroz amante de los viajes en bicicleta, muerto tan joven, a los 34 años, con precisión el día de Todos los Santos, en el París de 1907, cuando el Tour solo había cumplido cuatro, le habría encantado la reducción al absurdo a que se ha sometido el ejercicio en solitario: ciclistas como ciborgs, piernas de acero que mueven desarrollos antes tenidos por imposibles (de hasta 60 dientes) y en el cerebro, implantada, la voz de un gurú que desde el coche que le sigue abre una App que le dice qué cadencia, cuántos vatios, qué velocidad debe mantener en cada metro del trazado para alcanzar el objetivo fijado, sin gastar ni una gota de energía de más ni de menos, y cómo plegar las escápulas y doblar la cintura. Es la unión de la vanguardia y la ciencia ficción en el deporte más humano, representado por el autoapodado La Momia, el Primoz Roglic vendado hasta las cejas después de su caída el lunes que ha decidido que la ironía es la mejor arma para combatir la depresión y la constatación de que quizás ha perdido el Tour antes de llegar a las etapas decisivas. Todas las caídas que ha sufrido en el último año, en la Dauphiné del 20, en la París-Niza del 21, le costaron la carrera y una merma grande en sus capacidades, aun sin romperse nunca ningún hueso. 48 horas después de las últimas caídas de su compatriota y del otro peligroso, Geraint Thomas, Tadej Pogacar, el ciclista que ganó el Tour del 20 en una contrarreloj, ganará quizás sin rival.
“Es la evolución”, explica Patxi Vila, director de rendimiento del Movistar, que mantiene una estrecha relación de investigación con Telefónica Tech, el departamento de bigdata e inteligencia artificial del gigante tecnológico español. “Los desarrollos serán cada vez más grandes solo por cuestión de eficiencia mecánica. Todo contribuye mucho, rozamiento, llantas, aerodinamismo, posiciones. Un buen contrarrelojista de los de entonces hoy en día no hace ni entre los 20. Se ha afinado mucho todo eso. La eficiencia que tenemos ahora con muchos menos vatios es tremenda”.
En el coche, Vila, gracias a Telefónica, podrá comparar instantáneamente los datos de un corredor que haya hecho antes la crono, y que le servirán de referencia, con los de los ciclistas a los que sigue, Superman y Enric Mas. “Así puedo decir cómo vamos y si va en el target que yo creo”, dice el técnico navarro, que considera exagerados los 51 kilómetros por hora de media que el Tour calcula que hará el ganador. “Con 50 por hora yo creo que se acercaría más. Los nuestros no llegarán a eso, por desgracia, estaremos por 48 o 49. Mas saldrá con un plato de 56 y 54 Superman. Mueve más, por peso y talla, Mas, pero Superman es más eficiente”.
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