Han pasado ya 60 años desde que Viridiana, de Luis Buñuel, ganara la Palma de Oro (compartida con la francesa Una larga ausencia) del festival de Cannes. Es el único largometraje en español que ha logrado el galardón, y lo hizo con bandera mexicana: la mayor parte de la financiación la puso el productor Gustavo Alatriste, marido de la protagonista, Silvia Pinal; una pequeña parte procedió de Laponia Films, una empresa montada por Elías Querejeta con excompañeros de sus tiempos como futbolista en la Real Sociedad, y otra la desembolsó Pere Portabella. Desde entonces, el cine español solo alcanzó en 2016 una relevancia parecida con la Palma de Oro a mejor cortometraje para Juanjo Giménez por Timecode. Y en esta edición no habrá cambios: en la sección oficial no hay ni una película en español (en el jurado solo hay un latino, el cineasta brasileño Kleber Mendonça Filho), tampoco en Cannes Première, y hay que mirar otros apartados del certamen para encontrar cine en español.
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Si en la sección Una Cierta Mirada se ha estrenado este jueves Noche de fuego, de la mexicana Tatiana Huezo, en la Semana de la Crítica participaron la española Libertad, de Clara Roquet (que logró buenas críticas) y la colombiana Amparo, de Simon Mesa Soto. El festival ha decidido hacerle un guiño al aniversario de Viridiana con la proyección este viernes, en la sección Cannes Classics, del documental Buñuel, un cineasta surrealista, del historiador cinematográfico Javier Espada, que durante 16 años dirigió el Centro Buñuel de Calanda.
“Lo bonito”, cuenta Espada en Cannes, “es que el estreno se realizará en la sala Buñuel del Palais des Festivals. El filme, que cuenta con fotos inéditas realizadas por el padre de Buñuel, que confirman que el surrealismo venía de familia, bucea en la obra de un creador que consideraba el cine, según sus propias palabras, “como provocador de expresiones artísticas”, y “un arma maravillosa si la maneja un espíritu libre”.
Espada va más allá: “Hay secuencias en sus filmes que hoy no podrían ni plantearse, como el disparo a un rosario y el sueño del fusilamiento del Papa en La vía láctea, o el Cristo mártir riéndose a carcajadas de Nazarín. Hemos perdido muchas libertades”. Además de aportar la restauración de numerosas secuencias y fotografías, y de situar esas ideas en su preciso contexto, el documental realiza un lúcido viaje a través del surrealismo cinematográfico, un movimiento al que Buñuel, al final de sus días, miró con cierto desencanto: “Los surrealistas queríamos cambiar el mundo y solo hemos cambiado los escaparates de las tiendas de moda”.
Para Buñuel, “las dos obras que creé con mayor libertad fueron La edad de oro y Viridiana”. Mucha, porque con la segunda logró incluso saltarse la censura. Jose María Muñoz Fontán, entonces director general de Cinematografía, recogió en nombre de Buñuel, enfermo en París, el premio, y a su vuelta a Madrid al día siguiente, fue cesado fulminantemente de su cargo: L’Osservatore Romano, el periódico oficial del Vaticano, había calificado de “blasfema” la película.
Viridiana no se estrenó en España hasta abril de 1977. “La Palma la conserva Pinal”, recuerda Espada, cuyo documental —el primero español en esta sección— nace de una conferencia que dio en la Cineteca mexicana hace una década. “Como cineasta, Buñuel fue siempre fiel a sus obsesiones”, señala. En Cannes Classics, además, se proyecta una versión restaurada de El camino (1969), de Ana Mariscal, extraña decisión solo explicable porque esa nueva copia tiene distribuidora francesa y por la obnubilación de Marc Cousins, el divulgador cinematográfico de moda, por Mariscal.
La Quincena de Realizadores ha estado en cambio más atenta a las voces latinas, con dos largos y dos cortos latinoamericanos en su programación. Si El empleado y el patrón, del uruguayo Manuel Nieto, ha gustado mucho, Clara Sola, de la suecocostarricense Nathalie Álvarez Mesen, ha impactado por su retrato de una mujer distinta, poseedora de “una conexión especial con Dios”, según su creadora, en una zona agreste de Costa Rica. “Yo nací en Suecia y crecí en Costa Rica, pero esta película se ha hecho gracias al productor sueco, hemos batallado mucho y la hicimos por tercos”, recuerda la cineasta en el certamen.
Sobre su protagonista, Álvarez tiene una respuesta directa: “Me gustan los personajes que viven en un momento de cambio, o que habitan entre dos mundos, en este caso, entre lo físico y lo sobrenatural. Por eso me interesa trabajar con movimiento, también porque yo me he movido mucho en la vida”. De fondo, una reflexión sobre la imposición del patriarcado, “que hace que escondamos cosas tan naturales como la menstruación. Ese es el motivo de que en la película hayamos decidido subir el volumen en ciertas cosas a través de la poesía y el realismo mágico para llamar la atención sobre esa violencia”. El final acerca su personaje a la protagonista de Carrie. “Me gusta, es un honor, porque Carrie es superpoderosa. Ahora bien, ¿somos luchadoras o brujas?”.
De brujas va el cortometraje Sycorax, codirigido por el cineasta gallego Lois Patiño (Lúa Vermella, Costa do morte) y por el argentino Matías Piñeiro (Isabella, La princesa de Francia) que revisan La tempestad, de Shakespeare, antes de lanzarse a un largo, Ariel, sobre el mismo tema, que filmarán el año que viene. “Ha sido un laboratorio para ver cómo rodábamos juntos”, cuenta Piñeiro, que ya lleva tiempo explorando los roles femeninos en Shakespeare. “Hemos fusionado universos”, confirma Patiño, “y llevamos cinco años con el proceso, que se ha superpuesto a otros trabajos”. Y como director de fotografía, Mauro Herce, estupendo responsable de imagen del último cine gallego. “Ha aportado mucho en la construcción porque todas las voces suman”, explica Patiño.
Sycorax se rodó en las islas Azores, donde encontraron un paisaje y una atmósfera adecuada para indagar en una bruja que Shakespeare menciona en su obra, pero que nunca aparece. “Hemos tocado ideas y conceptos que no estarán en el largo, que será La tempestad vista desde el espíritu de Ariel”, asegura Patiño. “Y hablamos sobre ecos y subjetividades, porque lo que sabemos de Sycorax sale de la boca de Próspero. ¿Por qué tenemos que hacerle caso? Investiguemos”. Sobre el festival, lo tiene claro. “Cannes vale para mucho. A nosotros nos sirve como espaldarazo, como confirmación de que el experimento ha salido bien y no se ha quedado en el cajón, e incluso para acceder a otras financiaciones”, asegura el argentino, que se confiesa “muy emocionado”.
En la Quincena también se proyecta el corto de animación The Windshield Wipe, una indagación sobre el amor obra de Alberto Mielgo, creador con mucho trabajo a sus espaldas, y que, por ejemplo, dirigió La testigo en la primera entrega de Love, Death & Robots, de Netflix. “Como lleva el mismo tiempo hacer un corto que un largo, no lo diferencio”, aclara por teléfono. The Windshield Wipe viaja por distintas ciudades, muestra variados pensamientos sobre el amor y la pareja, juega con la animación para sumergir al espectador en ese mundo globalizado. “He ido dibujando los sitios en los que he estado, de ahí nace la composición creativa, que suma fotografías. Y después voy a los personajes, cada uno distinto, con su propia personalidad”, explica Mielgo. “Yo cierro el guion en el storyboard, ahí soy yo, está mi obra”.
Aunque reconoce que su trabajo en Netflix “ha abierto todas las puertas”, para Mielgo, proyectar su obra en Cannes es “un sueño hecho realidad”, porque siempre le ha gustado el cine francés. En The Windshield Wipe hay algo de “Rohmer, que pensó mucho en el amor”. Y subraya el éxito de estrenar un corto de animación, un género que, a pesar de los grandes avances en los últimos años, aún necesita “reivindicación, especialmente la adulta”, entre los cinéfilos. Mielgo trabaja ahora en un proyecto del que no puede hablar. Pero estará en consonancia con sus premisas creativas: “Siempre lucho por hacer algo diferente, y si Cannes da la bienvenida a un proyecto así, es espectacular”.
Pero no hay filme español ni en la sección oficial ni en Cannes Première, aunque sí se escucha el castellano en Memoria, del tailandés Apitchapong Weerasethakul, que se ha llevado a Tilda Swinton a Colombia y allí ha rodado con el mexicano Daniel Giménez Cacho. Ha habido contactos con una película española, que ha preferido otro certamen, más cercano a su lanzamiento en salas comerciales. El año pasado, Thierry Frémaux, delegado general del festival, decía a EL PAÍS: “Luchamos porque el cine español esté en Cannes, pero ustedes tienen una tradición de ir antes a la Berlinale. En todo caso, Pedro Almodóvar es un habitual. Y creo que en los últimos años ha aumentado la presencia del cine español en las salas francesas. Hay una nueva generación de creadores que se suma a los grandes autores. Que eso se refleje en Cannes es uno de mis objetivos”. Buñuel sigue esperando.
Una cantera para los estudiantes
El festival de Canes cuida todas las escalas de cine. Por supuesto hay alfombra roja para las estrellas, pero también laboratorio de guiones o un apartado creado para estudiantes y jóvenes cineastas: Cinéfondation. Y en su selección ha entrado ‘La caída del vencejo’ (en la imagen), de Gonzalo Quincoces, producido por la ESCAC, la escuela de cine de Cataluña, en la que Quincoces ha acabado Dirección de Fotografía. Es la segunda vez que la ESCAC ha participado en esta sección. “La primera fue en 2015, con el corto ‘Víctor XX’. Y es curioso, porque cuando entré a estudiar en la escuela, mi primer día asistí a una proyección de ese filme, y ahora soy yo quien está en Cannes”, recuerda Quincoces.
‘La caída del vencejo’ nace de una “relación secreta” que vivió el director. “Tenía muchas ganas de ambientarlo en una época y un lugar en los que encaja esconder un amor homosexual”, es decir, Bilbao, años ochenta del siglo XX. Hasta allí se llevó, desde Barcelona, al equipo técnico. “Lo tenía claro”, resume. Sobre su experiencia, solo tiene palabras buenas. “Estamos en desayunos de trabajo, presentaciones con festivales y productores, y otros eventos”, confirma. “Y por supuesto, nuestras proyecciones. Nos cuidan”.
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