Cuando en abril de 2018, Junot Díaz (Santo Domingo, 52 años), Premio Pulitzer por La maravillosa vida breve de Oscar Wao, contó en un artículo que había sido violado a los ocho años, se armó un revuelo tremendo. A los pocos días, una exalumna suya, Zinzi Clemmons, le acusó de haberla forzado a besarlo en una ocasión. El escritor admitió haber hecho su confesión precisamente “animado” por el movimiento feminista y se prestó, en público, a hablar del tema, y de las actitudes “misóginas” que le reprocharon escritoras con las que se había cruzado a lo largo de su carrera. También dimitió como presidente del Premio Pulitzer, y accedió a que se le investigara. “Yo acababa de sacarme un cuchillo y me estaban clavando otro”, dice, “pero lo importante era que yo me había sacado aquel cuchillo, que llevaba matándome desde niño”. Las dos investigaciones que se pusieron en marcha, la del Pulitzer y la del Massachusetts Institute of Technology, donde Díaz aún trabaja, concluyeron que no había pruebas suficientes que probaran los hechos que contó Clemmons.
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“La rehabilitación no es posible en el mundo de hoy. Es decir, la ferocidad con la que se me ha acusado no va a ser reparada porque, de alguna forma, se busca la culpa. Ha habido periodistas que se han acercado a mí, y sé que han hablado con todas las partes, pero nunca han publicado nada porque lo que se encontraron no era lo que esperaban. Eso sí, me han pedido que vuelva a escribir en su diario, que supongo que es su manera de decirme que no era culpable”, dice. Se refiere a The New York Times, donde publicó en febrero. “Pero no me preocupa. Me gusta esa idea de frontera. En el fondo, como emigrante, es donde vives siempre. Estás acostumbrado a no ser aceptado, o a no serlo del todo. Joe Biden ha sido acusado públicamente de cosas mucho peores, y es presidente de Estados Unidos. Al final, es una cuestión de raza, y de cultura. No sé qué impacto tendrá en mí como escritor todo esto, pero estoy preparado para cualquier cosa”, añade.
“La ferocidad con la que se me ha acusado no va a ser reparada porque, de alguna forma, se busca la culpa”, afirma después de que dos investigaciones le exoneraran
Díaz está en Avilés, tomándose un café. Desde que ocurrió lo que ocurrió, no acostumbra a dejarse ver. O tal vez es que no hay festivales que se atrevan a invitarle. El Celsius 232, el festival de ciencia ficción y fantasía que se celebra estos días en la localidad asturiana, lo ha hecho. Como nerd, admite, se siente como en casa. “Escribí Oscar Wao en un momento en que la cultura del nerd aún no había sido descubierta por el capitalismo. Como una forma de reivindicación. La ciencia ficción me ha explicado el mundo. Desde el principio. Pero durante años viví en una especie de armario al respecto. Fingía que podía boxear, como mi padre, pero lo único que quería era jugar a juegos de rol. Aún sigo jugando. De hecho, es lo que más me gusta hacer. Admiro a esos escritores que no pueden evitar escribir. Yo tengo que forzarme a hacerlo”, confiesa. Lo último que publicó, Así es como la pierdes, es de 2012.
Se estrenó con Los boys, en 1996, una antología de relatos sobre tensas experiencias de emigrantes dominicanos en Estados Unidos que tienen mucho de autobiográfico pero no exactamente lo que parece. “Yo me escondo cuando escribo. Me oculto a simple vista. Mis hermanos me preguntan, ¿pero quién es toda esa gente? No saben que hablo de nosotros a través de otros”, cuenta. En el apartamento de dos habitaciones donde vivía con 11 personas de niño empezó a apartarse del mundo para observarlo. La familia se mudó a Estados Unidos cuando él tenía seis años, a vivir con su padre, exmilitar a las órdenes de la dictadura de Trujillo, que tenía un trabajo allí, pero que los abandonó al poco de llegar. “Me hice escritor para entender a mi padre”, asegura.
“Vivimos hoy una distopía a distintos niveles. La pandemia es el más evidente. Pero lo peor es la precariedad. La vulnerabilidad”, asegura
Empezó a verlo como un personaje que no tenía otro remedio que ser así. Y a su madre también. Y lo mismo con sus hermanos. “Cuando llegué a Nueva York en 1974 ni siquiera había visto una fotografía de Estados Unidos. Iba a instalarme en otro planeta. Y era un planeta que no me quería. Yo vivía dentro de una novela de ciencia ficción. Para mí, el aeropuerto era el armario del clásico de C. S. Lewis”, dice. Es decir, algo que cruzas para llegar a un reino de fantasía. La máquina del tiempo, de H. G. Wells “es un manual de instrucciones para emigrantes”, dice también. Le gusta la idea de estar escribiendo para el futuro. Para alguien que ni siquiera imagina, pero al que puede echar una mano. “Tolkien no podía imaginar a nadie como yo mientras escribía y, sin embargo, me salvó la vida”, asegura. ¿Que qué está escribiendo desde hace casi una década? “Una novela de ciencia ficción”, contesta. ¿El protagonista? “Un marciano caribeño”.
Pero no uno cualquiera. Uno con superpoderes. El villano, Estados Unidos. El de hoy, y, dice, “el de siempre”. “Siempre ha sido una dictadura oculta, la de Estados Unidos”, sentencia. “Vivimos hoy una distopía a distintos niveles. La pandemia es la más evidente. Pero lo peor es la precariedad. La vulnerabilidad. Lo que viví con las acusaciones fue el segundo round de un ataque que verdaderamente me destruyó. No sé dónde estaría sin mi terapeuta. Cuando manifesté mi opinión contraria al régimen dominicano recibí miles de amenazas de muerte. Decían que iban a descuartizar a mi familia. Sabían dónde vivía cada uno. Y nadie movió un dedo. Ni siquiera mis amigos”, considera. ¿Quiere eso decir que no importa los premios que tenga, tal vez no vuelva a publicar? “No. Aunque estoy en otro lugar. Y es uno más libre. Más parecido al que tenía cuando empecé”, responde.
Su último libro es de 2012 y, aunque prepara una novela, no tiene claro si volverá a publicar
“La vida es corta y es superferoz. Y la injusticia es la norma. Pero los hechos son los hechos. Y tengo suerte. Como profesor universitario soy un privilegiado. Cuando alguien dice algo de mí, antes tiene que comprobarse que es cierto. Tengo amigos que lo han perdido todo por firmar una carta de apoyo a la causa palestina. Yo podría firmarla y no perder mi trabajo”, insiste.
Sabe a ciencia cierta que en el comité del Pulitzer había quien le quería fuera. “Porque en ocasiones he sido crítico”, dice. “Pero no lo consiguieron”, añade. Ya ha alcanzado la página 500 de su novela sobre el marciano caribeño, pero aún queda, porque “tendrá alrededor de 800”.
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