Los maristas se han visto obligados a emprender una investigación interna de abusos de menores en el pasado que ya llega a 20 colegios de toda España, desde los años cincuenta hasta los noventa. Parte de testimonios contra 22 maristas y un seglar recabados por EL PAÍS, que ha verificado la información y la ha entregado a los maristas. La congregación, tras examinar su verosimilitud, ha comenzado a investigarlos, según ha confirmado a este periódico. La orden indagaba ya desde junio en cuatro colegios de Galicia, tras publicar este diario denuncias contra 13 religiosos, pero las acusaciones ahora se extienden a otros 16 centros más en toda la península. Hay al menos 18 víctimas contabilizadas por este diario. Los nuevos episodios se sitúan en León ―hay cinco acusados en un solo colegio―, Madrid, Barcelona, Valencia, Granada, Bilbao, Erandio (Bizkaia), Artziniega (Álava), Pamplona, Toledo, Badajoz, Málaga, Murcia y Elche. Abusos durante las clases, en aulas vacías, en los dormitorios de los internados. Del entrenador de baloncesto, el enfermero, el tutor o el sacerdote que prepara para la comunión. Profesores con fama conocida durante años, como el hermano Esteban Villalba, en Bilbao y Erandio (Bizkaia), apodado El Pelamingas. Protestas de padres y quejas de los alumnos que no servían de nada, si acaso solo para un traslado a otro centro. Los testimonios son de personas de hasta 74 años —médicos, profesores, empresarios…— que han guardado el secreto toda su vida. Algunos aún no se lo han contado ni a su familia.
En los últimos años habían salido a la luz 36 casos de maristas acusados, la mayoría en Cataluña, gracias a una larga investigación de El Periódico iniciada en 2016. Finalmente, la orden pactó en esta comunidad el pasado mes de diciembre una indemnización sin precedentes en España de 400.000 euros con 25 familias, por abusos de al menos 18 hermanos. La investigación de EL PAÍS dobla los casos conocidos hasta ahora y eleva ya el total a 71, localizados en 29 colegios (y un centro de colonias) de los 54 que posee la congregación en España. Es decir, en más de la mitad de los centros de esta orden hay acusaciones de pederastia. Hasta ahora solo los jesuitas habían realizado una mínima investigación interna, que el pasado enero admitió 81 víctimas desde 1927, aunque no dio nombres ni especificó el lugar de los hechos. De este modo, el total de los casos de abusos conocidos en la Iglesia española asciende a 353, con al menos 877 víctimas, según la contabilidad que lleva EL PAÍS ante la ausencia de datos oficiales o de la Iglesia, que se sigue negando a investigarlo.
Los maristas piden perdón a las víctimas y se ponen a su disposición a través de los correos electrónicos que cada una de sus cuatro provincias tiene para denunciar abusos, pues cada una investigará los casos que le corresponden. “Ante cualquier tipo de abuso o maltrato que se haya podido producir en nuestros centros, pedimos perdón a las víctimas por haberles fallado y no haber sido capaces de protegerlas y cuidarlas. Además, condenamos enérgicamente estos hechos, que nos entristecen y lamentamos profundamente, sean de donde sean y de cuando sean”, señala uno de los comunicados, todos de parecidos términos.
Sin embargo los maristas se han negado a dar información sobre los casos y el historial de los acusados, incluso algunas provincias ni siquiera aclaran si han fallecido o no. Alegan que se lo impide la ley de protección de datos. Es más, la provincia catalana afirma que no tomará medidas y admite que, en realidad, no ha investigado ninguno de los casos que ha conocido hasta ahora, a pesar de que los maristas de Cataluña han sido el mayor foco de casos de abusos conocido en España. Esta provincia asegura que hasta ahora ha denunciado los casos a las autoridades y que la comisión que creó en 2020 solo se ha centrado en escuchar a las víctimas y pactar compensaciones. No obstante, esta política desobedece al Papa y sus instrucciones sobre cómo abordar los abusos, que siempre deben investigarse. Al margen del acompañamiento a las víctimas, se debe abrir un proceso eclesiástico, según el canon 1717 del código de derecho canónico. Lo precisa aún más para las órdenes religiosas el canon 695. Por otro lado, el motu proprio Sacramentorum sanctitatis tutela, actualizado en 2010, ordena informar de inmediato al Vaticano. Los maristas catalanes admiten que no han hecho nada de esto. Preguntada al respecto, la provincia solo responde que “como instituto religioso laical y de derecho pontificio nos ajustamos a lo prescrito por el derecho canónico”.
Las provincias maristas son Compostela (Galicia, Asturias y Castilla y León), Ibérica (resto de la mitad norte de la península, salvo Cataluña), Mediterránea (mitad sur) y L´Hermitage (Cataluña). Sus correos electrónicos para atender a las víctimas son: protecciondelmenor@maristasiberica.es, contigo@maristascompostela.org, atulado@maristasmediterranea.com y existe un formulario en la web de los maristas de Cataluña. Precisan que sí darán a las víctimas la información que deseen de cada acusado y que luego son libres de hablar con los medios, pero la orden como tal no la va a hacer pública.
Consulta la primera base de datos de pederastia en la Iglesia
EL PAÍS contabiliza por primera vez los casos de abusos conocidos, lo que incluye sentencias, investigaciones periodísticas y denuncias públicas que hayan destapado los posibles delitos de un religioso español.
El colegio donde han aflorado más casos es el de San José, en León. Están siendo investigados cinco hermanos maristas. El escritor Luis González, de 69 años, cuenta que el hermano Isidro abusó de él en dos ocasiones en el curso de 1965 a 1966. “Me pedía que me quedara después de las clases con la excusa de repasar la lección y me pedía que me acercara a su mesa para leer cerca de él. Entonces, comenzaba a tocarme”, relata. Poco después, descubrió que el religioso también hacía lo mismo con dos compañeros suyos. “No fuimos capaces de denunciar en su momento. Hubiésemos cometido un sacrilegio”, explica. “He intentado escribir sobre ello, pero nunca he logrado acabar nada. Es un tema complicado, pero que tiene que salir a la luz. No me importa dar la cara y contarlo para que la gente sepa lo que sucedió allí”, dice. En el San José también trabajaron como profesores tres maristas investigados por abusos en los colegios gallegos: el hermano Primitivo Castellanos, el hermano Agustín y el hermano Miguel. León forma parte de la misma provincia marista y era frecuente que, dentro de ella, se trasladaran de un centro a otro.
Juan Pérez (nombre ficticio) también estudió en ese colegio una década después. Asegura que entre 1977 y 1983, tres religiosos abusaron de él: los hermanos Antonio María, El Pilila, uno al que llamaban Bos y el hermano Onofre. Este último, asevera, le pidió que se quedase después de un examen: “En la clase, solos, empezó a abrazarme y sobarme. Me decía que me había visto copiar en el examen y que igual no lo tendría en cuenta. Hasta intentó tumbarme haciéndome una zancadilla”. El hermano Onofre, fallecido en 2018, pasó por centros de la orden en Madrid, Toledo, Ourense, Brive (Francia), Oviedo y La Coruña.
El hermano Antonio María, El Pilila, era el encargado de la enfermería. Allí, según el testimonio de Pérez, pedía a los alumnos que se quitasen las ropas y les tocaba: “Siempre que ibas por alguna lesión o dolor, todo se focalizaba en un masaje en la zona de los testículos. Incluso con esguinces de tobillo o dolores de cabeza. Era vox populi”. El hermano Bos, que según la orden es el único que sigue vivo de los acusados en este colegio, era profesor de Matemáticas y Música, además de responsable del grupo scout. “En clase, pensando que no se veía lo que pasaba detrás de su mesa, se acariciaba los testículos y el pene sin bajarse el pantalón. Además, durante los exámenes, a cambio de caricias ‘te ayudaba’ a resolver los ejercicios”, relata la víctima. Este exalumno también relata que el hermano Juan José, apodado El Tomate, visitaba las habitaciones de los internos con una linterna por las noches. “Se le sorprendió acariciando a algún interno. Por ello se le destinó a otro sitio”, cuenta.
En León, pero en otro colegio de la orden, el internado Champagnat, otro exalumno, J. R. V., de 60 años, fue testigo en 1976 de los abusos del hermano José Luis, también en el dormitorio común. “Era nuestro tutor y dormía al fondo. Allí estábamos 80 o 90 niños. A veces salía por las noches y tenía elegidos a dos. Se acercaba a tocarles, pero una vez se los llevó a su habitación. Salieron llorando, se metieron en sus literas llorando. Luego nos lo contaron. Era algo sabido y un día tuvo una discusión a voces con otro fraile, que le dijo: ‘¡Nunca más, me oyes, que ya te echaron de Tui por eso!”. Pero, según su relato, no cambió nada. Este clérigo, fallecido en Valladolid en 2016, había estudiado para ordenarse en Tui, y luego pasó por Salamanca, Villarrín de Campos (Zamora), Oviedo, A Coruña, Ourense, Lugo y Vigo.
“El Pelamingas siempre se metía en los vestuarios”
El caso que ha hecho salir a la luz más víctimas es el del hermano Esteban Villalba Astarriaga en el colegio Fundación Jado de los maristas en Erandio (Bizkaia) y en El Salvador de Bilbao. Era profesor y entrenador de baloncesto y balonmano, y su mote era El Pelamingas. Este diario ha hablado con tres antiguos alumnos que le acusan, pero al menos nueve más han denunciado abusos en redes sociales. Álvaro de la Puerta dice que le ocurrió en el curso de 1977 a 1978 en Bilbao: “Siempre se metía en los vestuarios después del entrenamiento”.
En Erandio, J. B. R. tenía 11 años cuando el hermano Esteban se cruzó en su infancia en 1964. Era su tutor y único profesor de todas las materias en segundo de bachiller: “Tuve la inmensa desgracia de padecer sus abusos sexuales. Te tocaba el pene metiendo la mano por debajo del pantalón corto, y presionaba mi mano en el pupitre con su pene erecto a través de la sotana. Nunca lo hablé con nadie, fue un trauma muy fuerte. Para mí lo más vergonzoso es que la orden no reaccionara para nada, su pasividad ante unos hechos que todo el mundo conocía. Cuando dejé el colegio, cinco años más tarde, seguía impartiendo docencia y con la misma fama”.
Villalba, que falleció en enero de 2021, pasó por colegios de los municipios vizcaínos de Durango y Zalla, por Burgos, Logroño, Pamplona, Valladolid, Arre (Navarra), Laredo (Cantabria) y Artziniega (Álava). Otro exalumno de Bilbao entre finales de los sesenta y principios de los setenta, que no desea ser identificado, asegura que sufrió sus tocamientos en el cine: “Estaba yo solo en mi butaca, apareció este personaje y aprovechó la ocasión. Enhebró su brazo con el mío, tiró hacia él y se puso mi codo en su pene y así estuvo un buen rato frotando y frotando hasta que se cansó o se corrió, no lo sé”. Pero es que además este antiguo alumno señala a otro marista del colegio, el hermano Francisco: “Hacía tocamientos por debajo del pantalón. Era un tipo joven, rubio, bastante sádico a la hora de atizar a los alumnos. Te llamaba a su mesa para leer y allí empezaba a meter mano. Yo tenía en aquella época cinco o seis años”.
En Madrid los maristas investigan al hermano Marino. Este docente pasó por el colegio de Chamberí y el de San José del Parque. Un exalumno de este segundo centro en los años ochenta cuenta que “iba de psicólogo”. “Te citaba en su despacho para ver si tenías problemas de relajación… Y aprovechaba. Yo le paré los pies y me costó más de un disgusto. Mi padre intervino. Fue la primera vez que mi padre me dio la razón frente a un profesor”. En Pamplona, en el colegio San Luis, I. Miqueleiz, que ahora tiene 74 años, recuerda: “Me pasó con ocho años, en el curso 1955-1956. Éramos 40 o 45 niños en clase y el hermano Julián, que era nuestro único profesor, nos tocaba a todos, delante de todo el mundo, durante las clases, pasaba por los pupitres, se inclinaba y te metía la mano por el pantalón corto, te tocaba los genitales. Yo cambié a partir de ahí, sacaba sobresalientes y matrículas y empecé a suspender”. En Toledo la orden ya investigaba, por la denuncia de una víctima, otro caso de abusos cometido presuntamente por el hermano Javier entre 1974 y 1977. Esta persona también aportó su relato a este periódico, pero tras informar a los maristas expresó su deseo de que no se publicara su testimonio.
La provincia marista Ibérica, que investiga los casos anteriores (Erandio, Bilbao, Madrid, Pamplona y Toledo) se niega a aclarar qué ha sido de los religiosos acusados. Solo apunta que dos han fallecido (Villalba es uno de ellos), dos han sido apartados (uno es el hermano Marino, según los datos de este periódico) y uno dejó la orden, pero no aclara quiénes. Asegura que, salvo el caso de Toledo, no tenía constancia hasta ahora de ninguno de ellos.
En los casos de la provincia marista Mediterránea, que se detallan a continuación, la congregación se ha negado siquiera a aclarar si los acusados siguen vivos o no y, si es así, qué medidas ha tomado. Uno de los casos más antiguos es de 1961, en el juniorado de la orden en Artziniega, Álava, un internado donde los alumnos se preparaban para ser ordenados maristas. Está acusado otro hermano llamado Francisco, que no es el mismo señalado en Bilbao. Un exalumno relata: “Yo tenía 10 añitos, venía de Madrid. Había un dormitorio y algunos se hacían pis en la cama. Con esa excusa nos llamaban, yo era el último y este hermano me esperaba en la puerta, me llevaba a un cuarto que se llamaba la ropería. Y empezaban las caricias, los abrazos, los toqueteos, una noche y otra noche, un año. ¡Y esta gente al día siguiente comulgaba! Me ha jodido mucho. Es como si estuviera manchado, solo lo sabe algún amigo, no se lo he dicho ni a mi mujer. Luego seguí la formación para ser marista, en Villalba, Sigüenza, tuve la sotana e hice mis primeros votos con 15 años, lo que era la profesión temporal, pero a los cuatro meses lo dejé. Me dejaron solo en el tren de Sigüenza con 50 pesetas, llegué a Atocha y aparecí en casa”.
Hay casos en que las personas no recuerdan el nombre de quien abusó de ellos, como le sucede a Francesc Xavier Mas-Masiá Sierra. Se ha borrado de su memoria. Estudió en el colegio de los maristas en Valencia y cuenta que le ocurrió en 1972, con nueve años: “Había un hermano que nos preparaba para la comunión y te decía: ‘quédate luego al salir’, y estabas solo con él en una clase vacía. Conmigo se masturbaba apretándome contra él. Mi desconcierto era total. Recuerdo la imagen de cinco o seis de nosotros comentándolo en el patio, muchos de nuestra clase sufrimos los abusos. Ahora tengo 57 años y veo que toda mi vida he ocultado los hechos y el efecto que ha tenido en mi desarrollo”. Algunos de sus compañeros lo dijeron en casa y luego este profesor desapareció del colegio de repente. “Yo se lo dije a mi madre y ella me respondió que no se lo comentara a mi padre, que si no lo mataría. Y se estableció el silencio”. Mas-Masiá escribió a EL PAÍS conmocionado por las noticias sobre los abusos en Galicia, al verse reflejado. Luego escribió al correo electrónico de la asociación de antiguos alumnos del colegio, disponible en la web del centro, pero más de un mes después no ha recibido respuesta.
En el mismo colegio de Valencia, pero en los años sesenta, otro exalumno acusa al hermano Félix, su profesor de Matemáticas en quinto de bachiller: “Violento hasta el sadismo y manoseador. Me sentaba en sus piernas mientras me acariciaba y me besaba en la boca con un nauseabundo aliento a tabaco negro, Ducados, para más señas, y eso en un cuartito al que te llevaba para hablar de tu vida. Según él, yo necesitaba cariño dado que mis padres se habían separado. Fue doblemente traumático. El hermano Félix sabía elegir sus víctimas. Acabó trasladado a África”.
“Un padre fue al colegio con una navaja para matarlo”
Javier Jiménez, de 54 años, estudió en el colegio marista de Badajoz y aún recuerda cómo a finales de los setenta el padre de un compañero se presentó con una navaja en el centro llamando a gritos al hermano Elías. “Quería matarlo porque había abusado de su hijo. Se escapó por la azotea. Al final lo trasladaron a Huelva”, cuenta Jiménez. Este religioso también era el encargado del cine y la cafetería. “Era el proyeccionista y yo a veces le acompañaba, pero nunca me tocó”, relata Jiménez.
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No obstante, también hay casos en los que alguien advirtió al colegio y no sirvió de nada. Manuel Garach Gómez, exalumno de los maristas de Granada, sufrió tocamientos en un campamento del colegio en torno a 1984. Acusa a Guillermo González, alias Willy, un seglar que era el profesor de música y coordinador de campamentos con la asociación Ademar en la Alpujarra. “Fue en mi verano de tercero de EGB, yo dormía en mi tienda y de repente me desperté con su mano en mis partes, me revolví, y volvía a intentarlo. Fue horroroso”. Afirma que este profesor tenía una casa en un pueblo donde también llevaba alumnos los fines de semana. Muchos años después, en 2010, Garach se enteró de que este docente seguía en el colegio y organizando campamentos. Relata que fue al centro e informó de lo ocurrido al director y al jefe de estudios. “Me sorprendió que solo me preguntaron qué es lo quería, como si hubiera ido a pedir dinero”. Asegura que también lo denunció en la policía y los agentes fueron al colegio, pero el caso se archivó por prescripción. Pese a todo, asegura que los maristas no tomaron ninguna medida y el profesor continuó en su puesto. Consultada al respecto, la orden se niega a explicar nada y a aclarar si investigó el caso y qué medidas tomó.
También en el colegio de Granada, pero años antes, durante el curso 1965/66, otro exalumno relata abusos del hermano Clemente, apodado Don Quinito, que daba clase de dibujo en el primer curso del Bachiller Elemental, con niños de 10 y 11 años: “Habitualmente utilizaba mi mano para masturbarse en medio de la clase, mientras los más de cuarenta niños del aula estaban con las tareas. Nunca me atreví a comentárselo ni a mis padres. Pero la rabia todavía me dura 53 años después”. Los recuerdos también le revuelven el estómago a R.C.H., psicólogo y exalumno del colegio marista de Málaga, que aún recuerda después de 60 años cómo el hermano Prudencio acercaba sus labios a su rostro cuando le obligaban ir a confesarse. “Era un terror delictivo”, cuenta.
“Por denunciarlo me pasé casi un año de trabajos forzados”, dice una víctima
Un profesor ya jubilado, de 62 años, recuerda su experiencia cuando llegó, en 1968 o 1969, al colegio La Merced de Murcia. Tenía nueve años: “Todavía tengo en la cabeza cómo el hermano Millán nos llamaba a su mesa, en unas clases que teníamos después de la comida, el estudio. Allí, mientras nos preguntaba cosas, nos desabrochaba el pantalón y nos tocaba los genitales. Lo hacía con varios alumnos y vinieron algunos padres a hablar con el director. Luego lo trasladaron”. Tras ver en este periódico el artículo sobre los casos de abusos en los maristas de Galicia buscó a este religioso y se llevó “una desagradable sorpresa”: sigue activo y está en otro colegio de los maristas. La orden no aclara de momento si lo apartará o tomará medidas.
En el caso de un exalumno que estudió de 1970 a 1973 en el seminario Santa María del Mar, en La Marina-Elche, Alicante, fue él mismo quien lo denunció a la dirección, pero sufrió duras represalias: “Me castigaban los fines de semana. El último año me hicieron la vida imposible, me lo pasé casi de trabajos forzados en la granja de pollos y conejos, en las tierras, limpiando retretes, me explotaron con 10 años, como en una prisión. Luego les dijeron a mis padres que me portaba mal y no podía seguir, encima ellos pensaron que yo era mala persona. No se lo conté a nadie. Ahora tengo 60 años, pero sigo viviendo y padeciendo con el trauma de entonces”. En su caso acusa al hermano Joaquín, que era uno de los profesores y también el organista. Le asaltó varias veces tras los ensayos del coro, junto al órgano y en una sala para retiros: “Se subía la sotana, se la enganchaba en el cordón y se restregaba, te tocaba. Se ponía contra la puerta para que no entrara nadie. Una vez le sorprendí en la sala de profesores enganchado con otro chico. Por las noches salía a buscar a sus víctimas en el dormitorio, era un depredador”.
Por último, en la provincia catalana de la orden hay tres maristas señalados. En Barcelona, en el colegio marista de La Inmaculada, una presunta víctima afirma haber sufrido abusos de dos clérigos a comienzos de los ochenta. En una ocasión, relata, su tutor le castigó tras una clase de natación y le agredió sexualmente. Su nombre era Ángel Benedé, uno de los abusadores del caso que destapó en 2016 El Periódico de Catalunya. “Era como vivir en un campo de concentración con un psicópata nazi”, relata. El segundo episodio, describe, fue en 1984, cuando otro religioso, el hermano Bermúdez, le hizo llamar a su despacho para que se bajase los pantalones delante de él.
Otro exalumno de Barcelona, pero en este caso del colegio de Sants Les Corts, acusa al hermano Víctor, su profesor de historia en 1968, cuando tenía 11 años. “Nos llamaba al pupitre y te tocaba los genitales. Lo dije en casa y en el colegio dijeron que eran inventos de niños. Debo decir que otro marista, el hermano Ramón Rabasa, nos defendió y le paró los pies. A varios nos sacó de esa clase a mitad de curso y nos metió en otra”. Luego, en el colegio de La Inmaculada se topó con otro marista cuyo nombre también ha salido ya a la luz en el escándalo, Lucio Zudaire: “Pero ya me pilló mayor, le di un guantazo y me expulsaron”.
Si conoce algún caso de abusos sexuales que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a abusos@elpais.es
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