Eso parecía un estreno de Hollywood o algo así, sin alfombra roja pero con el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach ―niqui gris pese al frío con el aire acondicionado a tope―, en primera fila del córner de la barra de equilibrio. Ahí actuaba Simone Biles, la estrella que regresaba después de una semana de recuperación de una crisis ―”un bloqueo mental”, explicó ella, que le impedía orientarse en el espacio: se “perdía en el aire y no sabía diferenciar techo de suelo”―. Los chillidos de fans alocados resuenan cuando la presentan.
Simone Biles ha vuelto, respira el mundo que tan preocupado ha estado por ella y por las consecuencias para la salud del deporte de élite, la locura de la competición, la presión, la depresión, la ansiedad. En el pabellón suena Colegiala, la cumbia de Walter León, la de la carita de coqueta, y es inevitable seguirle el ritmo, la alegría.
Y ella no para de sonreír desde el comienzo de la competición hasta el último segundo, apenas 15 minutos, ocho actuaciones de 70 segundos, y, entremedias, minutos de angustia a la espera de la puntuación. Sonríe con su gran sonrisa de grandes dientes felices cuando se quita la mascarilla para la foto, sonríe con los ojos hasta el último segundo en el podio con la medalla de bronce al cuello, sonríe hasta mientras suena el himno de China en honor de la nueva campeona olímpica de barra de equilibrio, una niña de apenas 16 años, Guan Chenchen, que clava un ejercicio más arriesgado, más difícil; y, como se esperaba, como Biles sabía, china es también la segunda, Tang Xijing.
“Ya estaba orgullosa de mí misma simplemente por haber logrado estar ahí después de por lo que he pasado”, dijo luego. “Ni esperaba ni buscaba una medalla. Solo quería estar aquí por mí, y eso es lo que hice”. Su sitio era el tercero, y lo acepta como un triunfo, como habría aceptado ser la octava, porque su victoria es otra, y ya lo dijo hace nada cuando superaba su crisis entrenándose en un gimnasio de Tokio, dejándose caer en colchonetas blandas, dejando que el tiempo y la calma la curaran, y por la tarde, animando a sus compañeras, su fan más devota: “Pensé que se me admiraba por las medallas, pero he comprobado que se me quiere por ser la persona que soy”.
Necesitaba volver. Ella, la más grande, no podía dejar que su última actuación en una competición de gimnasia fuera la del salto que no supo volar el martes pasado en el campeonato por equipos. Un aterrizaje forzado que acabó milagrosamente de pie tras abortar su vuelo al sentirse perdida en el espacio.
Biles, voluntariamente discreta, estrella a su pesar estos días, no piensa en las gradas, repletas de compatriotas con acreditación al cuello. Se olvida de las cámaras clavadas en su cabeza, vigilantes de cada uno de sus movimientos. Se diluye, una más, entre sus gentes, las suyas. Su entrenadora, Cecile Landi, que la abraza; la campeona del concurso completo, su amiga Sunisa Lee, a la que abraza y con la que choca los cinco. Llega dos horas antes al pabellón y calienta sin que las demás le presten la menor atención. No es especial. Es una más. Es como ellas. Y eso le hace feliz a Biles. Todos sus gestos se dirigen a sus compañeras gimnastas, a las siete con las que se disputará la victoria en la última prueba del programa de gimnasia artística femenina, la barra de equilibrio. Antes de empezar se acerca a la barra. Extiende los brazos, la medida de todas las cosas, y marca sus límites con tiza en la madera.
Sabe que no ganará la medalla de oro como tampoco la ganó hace cinco años en Río de Janeiro, la única medalla no de oro de su cosecha de cinco que la elevó al trono de figura máxima de los Juegos Olímpicos. La victoria es el regreso. Un acto de coraje único para una persona cuya ausencia de la competición hasta el día undécimo ha sido la gran noticia. Vuelve sin ser la Biles de siempre, la gimnasta única que llevó su deporte a una nueva dimensión y a una popularidad única. En sus 70 segundos sobre la barra hace su gran cosaco triple, cumple todos los requisitos, el flic flac y la serie acrobática, la combinación de saltos gimnásticos, y hace una salida con un doble carpado de espaldas. La adrenalina, en suspenso. Pero no incluye las piruetas que la hacen especial, los elementos que aún le dan vértigo. No es la Biles que deseaba el público que fuera, es la Biles que quiere ser en la que quizás sea su despedida de la gran competición. Su último vuelo.
El espectáculo ha terminado. Thomas Bach se levanta y se va del pabellón. Salen a la tarima los hombres de la barra fija. La gimnasia continúa.
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