Fundamental reabrir escuelas | Artículo

Carlos Herrera de la Fuente

El presidente tiene razón: Es fundamental reabrir las escuelas de México. No es una necedad; no es un tema en el que prive el interés político por encima del bienestar y la salud pública; es una necesidad de primer orden. Mantener cerradas las escuelas tras un año cuatro meses de haber comenzado el proceso de confinamiento significa continuar provocando un perjuicio mayor a las actuales generaciones de niños, adolescentes y jóvenes; un perjuicio de una magnitud más grande que la que pudiera ocasionarles, en la absoluta mayoría de los casos, cualquier infección del virus Sars-Cov-2.

Tal es el despropósito de mantener cerradas las escuelas, que, como lo explicó con claridad el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, tan sólo México y Bangladesh las han tenido clausuradas tanto tiempo. En la máxima expresión de la irracionalidad mediática y colectiva (de derechas y de izquierdas), se acusa al presidente de ser un necio, un aferrado por mantenerse firme en el proyecto de reabrir las escuelas, cuando, en los hechos, la realidad ha sido justo la contraria: se trata del presidente más cauteloso y prudente (incluso en exceso) en este rubro a nivel mundial. A pesar de que en todo el mundo (¡en todo el mundo!) se reabrían las escuelas, México las mantuvo cerradas para no arriesgar en lo más mínimo a sus maestros, trabajadores y alumnos.

Pero las condiciones epidemiológicas han cambiado (en gran medida, por el proceso de vacunación en curso), y el grado de afectación a los niños y jóvenes supera con mucho, con muchísimo, los beneficios que acarrearía mantener las escuelas cerradas. Para entender esto, es necesario dar una serie de argumentos y exponer datos con la finalidad de demostrar que es un absurdo mayúsculo insistir en la cancelación indefinida de la educación presencial, y que, a diferencia de lo que se cree, el presidente no está sólo en este propósito, sino que es apoyado por las instituciones internacionales más serias, que insisten en la importancia de retomar urgentemente la educación presencial.

Por el contrario, son los medios masivos —la mayoría de ellos—, los sectores de derecha, las instituciones educativas (como la propia UNAM y el IPN, tristemente representadas por sus autoridades), los conservadores padres de familia, los sindicatos magisteriales (de derecha y de izquierda) e, incluso, los profesores autodenominados “críticos”, los que están poniendo todo de su parte para acabar de destruir la maltrecha educación en México. Ante esto, no debe caber la menor duda: abrir las escuelas lo más pronto posible es una necesidad de primer orden para defender lo poco que queda de la educación pública y gratuita en nuestro país. Hacer lo contrario es estar del lado de los sectores más retrógrados y reaccionarios de la sociedad.


 

1. No es una necedad del presidente
“La pandemia de Covid-19 constituye el peor golpe a los sistemas educativos en un siglo, ya que las escuelas han estado cerradas durante más tiempo que nunca, a lo que se ha unido la peor recesión de los últimos decenios”, sostiene la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, https://es.unesco.org/news/mision-recuperar-educacion-2021).

“Las escuelas deberían ser las últimas en cerrar y las primeras en abrir”, dice la UNICEF (Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, https://www.jornada.com.mx/2021/07/29/politica/012n1pol). Y en su típico lenguaje, el Banco Mundial secunda: “Actuemos ya para proteger el capital humano de nuestros niños” (https://openknowledge.worldbank.org/handle/10986/35276, en este link se encuentra un libro completo, en inglés, francés, español y portugués, dedicado a los costos de la pandemia en la educación de América Latina y el Caribe). Estas tres declaraciones forman parte de un esfuerzo conjunto por dar cuenta de la grave afectación a los sistemas educativos y a la infancia a lo largo de la actual pandemia, así como por contribuir a la reapertura todos los centros educativos a escala global de inmediato.

Esto es lo que declaran, de manera coordinada, la UNESCO, la UNICEF y el Banco Mundial. Pero, de forma irracional, absurda, comprometida con los peores intereses (de manera consciente o inconsciente), muchos sectores de la realidad mexicana, sean de izquierda o de derecha, acusan al presidente López Obrador de ser un “necio” por insistir en reabrir las escuelas lo más pronto posible. De ninguna manera: el esfuerzo del presidente hace eco de esa campaña internacional por reabrir los centros educativos a la luz de los severos daños y perjuicios que se han generado a la educación y a la infancia en todo el mundo como consecuencia de las exageradas medidas para combatir la pandemia.

En su hoja de ruta para impulsar la reapertura de los centros educativos a escala global, la UNESCO resume en tres prioridades la estrategia conjunta de las instituciones mencionadas:

1) “Todos los niños deben volver a la escuela en un entorno seguro y propicio”;

2) “recuperar el aprendizaje perdido”;

3) “preparar y empoderar a los docentes” (https://es.unesco.org/news/mision-recuperar-educacion-2021).

 

Sobre la prioridad 1, la UNESCO es muy clara: deben abrirse las escuelas incluso en el caso en los que no se haya cortado el contagio comunitario. O para que se entienda en el lenguaje pandémico mexicano: no se tiene que esperar a semáforo verde para regresar a clases (y eso lo sostienen desde abril de este año). ¿Cómo es que se atreve a decir algo semejante? Porque, como nosotros afirmamos antes que nadie en nuestro país, desde agosto del 2020 (https://aristeguinoticias.com/1009/kiosko/el-severo-dano-a-la-infancia-en-tiempos-del-covid-19/), los niños y adolescentes ni se enferman tanto ni son “supercontagiadores” (la peor fake news de toda la pandemia).

Esto es lo que dice literalmente la UNESCO en el sitio ya referido más arriba: “La experiencia de las escuelas que han vuelto a abrir en todo el mundo muestra que volver a abrir es posible, y que se pueden adoptar todas las medidas posibles para hacerlo de manera segura, incluso en los casos en los que la transmisión comunitaria no se haya cortado completamente y la cobertura de vacunación sea baja. Los niños no solo presentan una menor transmisión del virus SARS-CoV-2 que los adultos, sino que tienen menos probabilidades de padecer los síntomas graves de la Covid-19 cuando se contagian. Además, las medidas de mitigación como las mascarillas, el distanciamiento físico, la ventilación y el lavado de manos pueden minimizar eficazmente la transmisión de la enfermedad”.

Por lo demás, señala correctamente que la escuela no sólo representa un espacio de educación, sino todo un universo de convivencia que impacta directamente en el bienestar y desarrollo de los alumnos, y tiene una importancia especial para aquellos que viven cotidianamente violencia doméstica.

Respecto a la prioridad 2, la UNESCO dice que es necesario generar mecanismos de apoyo para la recuperación del aprendizaje perdido, haciendo uso de las herramientas digitales como complemento, mas no como sustituto de la educación presencial. En este punto, cabe resaltar su atinada recomendación de crear una red institucional, de índole estatal, para impulsar el fortalecimiento de los sistemas educativos con mayor capacidad presupuestal. Señala que, así como tras la época de la Gran Depresión, a finales de los años 20 del siglo pasado, se creó una red de seguridad social para proteger a los trabajadores, así se debería crear un nuevo refuerzo educativo público para apoyar a los sectores más débiles de la población, en especial en las áreas relacionadas con la alfabetización y la enseñanza de la aritmética.

Finalmente, con relación a la prioridad 3, afirma que la recuperación del proceso educativo en cada país es impensable sin la colaboración docente, y que para su participación es indispensable pensar en protegerlos y tratarlos como sector prioritario en las campañas de vacunación, con la finalidad de que no corran riesgos de enfermarse gravemente de Covid-19.

¿No son precisamente estos tres puntos los que ha seguido el gobierno federal mexicano, encabezado por el presidente López Obrador, en lo referente al proceso de reapertura de las escuelas? Por ello mismo, insistimos: lo que hace y dice el presidente, en estos momentos, en relación con la educación no es algo improvisado ni producto de una simple necedad: está coordinado con la estrategia mundial de reapertura de los centros educativos.


 

2. El bajo impacto de la pandemia en la infancia
Antes de dar cuenta de la tamaño de la catástrofe educativa provocada por la respuesta exagerada a la pandemia, es necesario repasar las cifras de afectación a la infancia y a la adolescencia, para comprender la forma en la que se ha dañado a este sector a pesar de ser el que menos se contagia y menos contribuye a transmitir el Sars-Cov-2. En este sentido, podemos adelantar una conclusión desde el arranque: fuera de las personas que lamentablemente han fallecido, la infancia y la adolescencia han sido las más perjudicadas de todo el periodo pandémico, tanto en términos sociales, culturales, educativos, psicológicos como económicos (considerando las perspectivas de desarrollo a futuro, alteradas seriamente por el cierre prolongado de los centros educativos). Así, mientras menos perjudicado, directamente, se halla un grupo etario por la pandemia de Covid-19, más perjudicado será por las medidas implementadas para combatirla.

Veamos. Para el 13 de junio (cuando había pasado poco más de 1 año 3 meses desde que se anunció el primer muerto por Covid-19 en México), se habían confirmado oficialmente 52 mil 816 casos de contagio entre la población de 0 a 17 años, lo que representó tan sólo el 2.1% de los contagios totales (que para esa fecha ascendieron a 2 millones 454 mil 176 casos). Por su lado, el total de infantes y adolescentes muertos por la pandemia ascendió a 569, lo que representaba, para ese mismo día, en el que el número total de fallecimientos llegó a 230 mil 148, tan sólo el 0.24 %. Una cifra muy baja, relacionada, principalmente, con niños y adolescentes muy gravemente enfermos de ciertas afecciones crónico-degenerativas. (Datos proporcionados por SIPINNA, Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes).

Estas cifras, que consideran un periodo mayor a un año tres meses, son muy bajas, pero no basta mencionarlas en sí mismas para darse cuenta de ello. Es necesario hacer una comparación con alguna otra enfermedad de origen contagioso. Tomemos el caso de la neumonía. En este caso, el INEGI aporta las cifras de muertos por dicha causa para las edades de 1 a 4 años (se toman estadísticas publicadas por dicha institución en el año 2017, acompañadas de cálculos propios. Ver: https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2017/muertos2017_Nal.pdf). Se toma como periodo de consideración un año. Así, los muertos de 1 a 4 años por neumonía, en el año 2015, ascendieron a 729. Esto es, tan sólo en un año (menos del periodo considerado para el caso del Covid-19), el grupo etario de 1 a 4 murió más por neumonía que todo el grupo de los fallecidos por Covid (569) de 0 a 17, considerados además en un periodo mayor a 1 año. ¿Por qué nunca se cerraron las escuelas por los casos mortales de neumonía, que, por lo que se ve, son muchísimo mayores a los de los fallecimientos por Covid-19?

Tomemos ahora un caso de muertes que no tienen que ver con enfermedades contagiosas, pero que están relacionadas con actividades ineludibles de la vida cotidiana: los accidentes de transporte. Todos los niños y todos los adultos necesitan transportarse para llegar a sus lugares de aprendizaje y trabajo. ¿Cuántos niños mueren por esta causa? En relación con este dato, el INEGI, en el enlace citado más arriba, ofrece estadísticas del grupo etario de 1 a 14 años, que totaliza mil 963 muertes al año. Esto es, al año, en el grupo etario de 1 a 14 años, mueren casi cuatro veces más que los que fallecen de Covid-19 en el grupo de 0 a 17 años. ¿Por qué no se suspende el transporte privado y público indefinidamente hasta que ya no haya más muertes infantiles? Nadie se lo ha planteado y, probablemente, nadie se lo planteará nunca.

Segunda conclusión: el cierre prolongado de las escuelas no está fundamentado en la protección de vidas infantiles y adolescentes, sino en la histeria colectiva y mediática desatada por el Covid-19, que impidió, desde el comienzo, reflexionar con seriedad y racionalidad las gravísimas implicaciones, a corto, mediano y largo plazo, de cerrar los centros educativos a escala nacional y mundial.


 

3. La dimensión de la catástrofe educativa
Las medidas exageradas de combate a la pandemia de Covid-19 han provocado un daño brutal en el sector educativo a escala global, principalmente en los países menos desarrollados económicamente y, dentro de éstos, en los sectores más desfavorecidos y pobres. Esto es lo que, de manera irresponsable, irracional y cobarde, no quieren ver las instituciones, autoridades, sindicatos, profesores, trabajadores, padres de familia y todos aquellos personajes que forman parte de la red educativa nacional.

De acuerdo con el informe del Banco Mundial titulado Actuemos ya para proteger el capital humano de nuestros niños (el cual se encuentra completo en el enlace citado más arriba), antes de la pandemia de Covid-19, a comienzos de 2020, la “pobreza de aprendizaje” (la incapacidad de leer y entender un texto simple a los 10 años) ascendía a 48% a escala mundial (promedio global). Para los países de ingreso bajo, la cifra era de 53% en promedio. Por su parte, en la región de América Latina y el Caribe, esa cifra representaba el 51% (p.19).

Para entender el impacto de las medidas para combatir la pandemia en este rubro, el Banco Mundial recupera un estudio que analiza posibles escenarios de la duración del cierre de los centros educativos. En el peor escenario, el que los países de América Latina ya han rebasado, se consideraba tan sólo un cierre de siete meses. Por eso, sin el menor prurito metodológico, podemos considerar este escenario catastrófico como el más real en la actualidad. Esto es lo que dice el estudio del Banco Mundial:

“En el escenario más pesimista […] (donde las escuelas están cerradas durante siete meses y no se ofrecen opciones de remediación o mitigación), la “pobreza de aprendizaje” podría incrementarse en 10 puntos porcentuales, de 53 a 63 por ciento. Esto aumentaría el número de niños y niñas en edad de asistir a la escuela primaria con “pobreza de aprendizaje” de 382 millones a 454 millones, es decir, un aumento de 72 millones. […] En el escenario pesimista, ALC [América Latina y el Caribe] es la región con el segundo mayor aumento absoluto de “pobreza de aprendizaje” (11,5 puntos porcentuales) partiendo de una línea de base de 51 por ciento, lo que representaría aproximadamente 7.6 millones adicionales de niños y niñas con pobreza de aprendizaje” (p. 36).

 

Así, por las medidas exageradas para combatir el Covid-19, habrá alrededor de 7.6 millones más de “pobres de aprendizaje” en nuestra región, un 62.5%. Por otro lado, el tiempo de escolaridad podría descender entre 1.5 y 1.7 años (p. 37), y el porcentaje de los alumnos que se hallan por debajo del nivel mínimo de rendimiento escolar pasaría de un 55 a un 71% (p. 39). Esta situación significaría un retroceso de décadas en los avances educativos de la región e impactaría más en las zonas y grupos más pobres.

Ante estos datos, se podría pensar que el sustituto de “educación digital a distancia” es muy efectivo, y serviría para mitigar los efectos dañinos de la suspensión de la educación presencial. Pero, según lo comenta y lo explica el propio Banco Mundial, esto no es así, en gran medida por la falta de cobertura integral de servicios de internet a escala regional, así como por las carencias psicosociales vinculadas con el aprendizaje digital doméstico. El apoyo digital a distancia tan sólo lograría mitigar entre el 12 y 30% de las pérdidas de aprendizaje.

“En el caso de ALC, incluso en un país como Chile, donde muchos colegios pueden ofrecer educación a distancia, un reciente estudio realizado conjuntamente con el Banco Mundial estima que la educación a distancia solo lograría mitigar entre 12 y 30 por ciento de las pérdidas de aprendizaje asociadas al cierre de escuelas (dependiendo de la duración del cierre) al considerar factores como la cobertura de la educación a distancia, el acceso a dispositivos y la capacidad de los estudiantes de estudiar independientemente” (p. 32).

Así, la conclusión es obvia: “Los resultados muestran que la educación a distancia no puede remplazar la educación presencial, ni siquiera en el mejor escenario donde se cuente con niveles altos de participación estudiantil, aulas virtuales con comunicación en dos vías y contenido personalizado, y resultados prometedores documentados previos a la pandemia”.


 

4. Reabrir las escuelas es urgente
Es de esperarse, sinceramente, que con los datos aportados, tanto en relación con el bajo impacto de la enfermedad Covid-19 en la infancia y adolescencia como en lo que corresponde a la catástrofe educativa provocada por la clausura de la educación presencial, no quepa la menor duda de que es urgente reabrir las escuelas en México (y en todo el mundo). Y esto vale también para las universidades. En este caso, para finales de agosto y principios de septiembre, estarán ya vacunados, con primera dosis, casi todos los jóvenes mayores de 18 años, por lo que, tomando en cuenta que ya están vacunados también profesores y trabajadores, no habría ningún impedimento para regresar a clases, independientemente del semáforo epidemiológico.

Sin embargo, la mediocridad abrumadora de las autoridades universitarias (el caso de Graue es pasmoso), así como la comodidad que les da el no enfrentar las problemáticas cotidianas de la vida estudiantil, han hecho que prefieran la salida fácil del cierre absoluto, en lugar de considerar las necesidades de los estudiantes y su formación a corto, mediano y largo plazo.

 

El cierre de escuelas pudo haber tenido sentido en un comienzo, pero lo dejó de tener cuando se hizo evidente que los niños, adolescentes y jóvenes no eran, de ninguna manera, ni los que más se contagiaban ni los que más contagiaban, sino al contrario. A partir de ese momento, el costo de cerrar las escuelas fue mucho más lesivo que el de mantenerlas abiertas. Cuando, antes del final del pasado ciclo escolar, se reabrieron por dos semanas las escuelas en la Ciudad de México, de decenas de miles de alumnos que asistieron a ellas, tan sólo se reportaron entre 8 y 10 contagios, ninguno de gravedad. En sí mismo, el “experimento” fue un éxito, pero el escándalo mediático fue tan desproporcionado, que las autoridades cedieron y volvieron a cerrar equivocadamente.

La escuela es mucho más que puro aprendizaje mecánico. Por ello mismo, la educación digital a distancia tan sólo puede ser una herramienta complementaria, jamás un sustituto efectivo de la enseñanza presencial. La escuela es interacción y comunicación en varios niveles: intelectual, corporal, gestual, anímica, vivencial, etcétera. Asistir a la escuela significa convivir, intercambiar experiencias, dudas, alegrías, tristezas, hacer amistades, aprender a conversar, a preguntar, a cuestionar, a respetar, a tolerar; significa, también, separarse de la familia, ser más independiente, conocer espacios nuevos, aprender reglas sociales y culturales, construir una realidad distinta, tanto para uno como para los demás. Significa abrirse al mundo. Por ello mismo, la monótona conversación con una pantalla, casi siempre dominada por el silencio oscuro, es un pobrísimo trasunto de esa realidad compleja. Al haberles quitado eso durante más de un año, al haberles transmitido a nuestros hijos que el contacto social es malo y contaminante, los hemos perjudicado más de lo que estaríamos dispuestos a admitir. Una generación entera de niños, adolescentes y jóvenes ha quedado seriamente afectada. Esperemos que se pueda recuperar.

No hay nada que sustituya a la educación presencial. Ése sea, tal vez, el mejor aprendizaje que podamos extraer de esta dura experiencia histórica. Nunca más una clausura prolongada de las escuelas y universidades en México y en el mundo.

Twitter: @CarlosHF78
Nota bene: texto publicado originalmente en Salida de Emergencia, revista digital semanal de periodismo cultural.


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