Cae fuego en la calle, y en casa del músico Eliades Ochoa los ventiladores no dan abasto. Este verano hace un calor de espanto en La Habana, pero Eliades está ahí, con su sombrero negro de ala ancha, su humor oriental y el mismo talento sonero de siempre, que fue una de las claves del éxito del disco Buena Vista Social Club, igual que lo fueron el carisma de Compay Segundo, las elegantes voces de Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo, la personalidad de Pío Leyva y Puntillita, la sabiduría del pianista Rubén González, el contrabajo de Cachaíto, los timbales de Amadito Valdés, el laúd de Barbarito Torres o la trompeta del Guajiro Mirabal. “La verdad es que le dimos la patada a la lata”, recuerda con orgullo Ochoa, un cuarto de siglo después de la grabación de aquel legendario álbum producido por el guitarrista estadounidense Ry Cooder y Nick Gold, dueño del sello discográfico británico World Circuit.
El trabajo fue merecedor de un premio Grammy, vendió ocho millones de ejemplares y se convirtió en un fenómeno artístico global que dejó una secuela de una docena de discos, un documental del mismo nombre realizado por Wim Wenders y más de 15 años de giras por todo el mundo. Los participantes, varios de ellos músicos septuagenarios que habían caído en el olvido o estaban jubilados y sobrevivían como podían, se convirtieron de la noche a la mañana en estrellas internacionales aclamadas donde se presentaban. “Además de ser un gran reconocimiento a la trova tradicional, aquello abrió las puertas a la música cubana en el mundo entero. Cuba se puso de moda en todas partes”, señala Ochoa (Santiago de Cuba, 75 años).
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“Fue algo tremendo”, cuenta de aquellos días, “es el proyecto más grande en que he estado y en el que me he sentido embajador de la música cubana allá donde iba”. El momento es propicio para el recuerdo, pues en septiembre World Circuit conmemorará el éxito de Buena Vista Social Club con el lanzamiento de una edición de lujo del disco remasterizado, acompañado de nuevas fotos, biografías y textos, y un segundo disco con canciones que fueron grabadas en los estudios habaneros de la Egrem en la primavera de 1996, pero que no fueron publicadas. Son 12 temas, algunos de ellos simples sugerencias de repertorio o improvisaciones que quedaron registradas, pero también hay versiones diferentes de las canciones famosas del original (Chan Chan, El carretero, Dos gardenias, Orgullecida) y temas inéditos y absolutamente terminados, como Vicenta o La Pluma, ambos de Compay Segundo, interpretadas por el trovador junto a Eliades Ochoa, que ya han salido como adelantos.
La mayoría de las figuras principales de Buena Vista han desaparecido. Compay, que en el momento de la grabación tenía 89 años, falleció en 2002, a los 95. Rubén González se fue en 2003, a los 84. Ibrahim Ferrer dos años más tarde, cuando tenía 78, y Orlando Cachaíto López en 2009, a los 76. Pío Leyva, Puntillita y el guitarrista Manuel Galbán tampoco están ya. Omara Portuondo sigue activa a los 90 años y este verano ha dado varios conciertos en España y fue condecorada por los Reyes. Eliades Ochoa, que tenía 50 años en 1996 ―”me llamaban el niño del Buena Vista”―, promociona ahora su último disco, Vamos a bailar un son, y el exdirector de la orquesta Sierra Maestra, Juan de Marcos (La Habana, 67 años), figura imprescindible del proyecto, reside en EE UU y sigue componiendo.
“Sin Juan de Marcos no hubiera sido posible. Fue él quien buscó a la mayoría de los músicos y los convenció para que participaran. Sin él, Ibrahim probablemente hubiera muerto en el olvido y en la indigencia”, apunta Ochoa, recordando que “desde el primer momento hubo magia en el estudio”. Lo corrobora todo el que estuvo allí, también Salvador Repilado, el hijo de Compay, que participó en aquella histórica sesión de siete días de grabación en los estudios de la Egrem: “Cuando escuché los primeros acordes fue como si viera la luz. Había caras sonrientes. Aquellos viejos trovadores y soneros que llevaban tiempo sin verse estaban como despertando, regresando a un sueño que creían que no iba a suceder”.
Juan de Marcos, desde EE UU, dice que Buena Vista Social Club “ha sido probablemente el disco más importante de la música cubana de finales del siglo XX, y definitivamente el que reabrió las puertas del reconocimiento internacional del son cubano. Veinticinco años después todavía puedo sentir las vibraciones del estudio. Me siento muy satisfecho por haber contribuido al disco que rescató la música de mi país y a muchos de sus grandes intérpretes de las sombras”.
La historia de cómo surgió Buena Vista, y de las circunstancias que lo convirtieron en un éxito, es ya una leyenda. En realidad, la idea de Nick Gold no era hacer un disco, sino dos: uno de descargas que recuperarían el sonido de las grandes orquestas de la época dorada de la música cubana (la de Benny Moré o Chapottin), con arreglos y música escrita por Juan de Marcos, y otro disco de fusión en el que participarían soneros cubanos y músicos africanos, con Ry Cooder como maestro de ceremonias. Sería una especie de continuación del camino abierto por Cooder en 1993 con Talking Timbuktu, cuando se asoció con el maliense Ali Farka Touré.
Pero las cosas no salieron como estaban previstas. Los músicos africanos no pudieron viajar a la isla por un problema de pasaportes, y el segundo disco se transformó rápidamente en un homenaje al son y a la música tradicional cubana. Cooder siguió ejerciendo de cerebro, pero dejó en un segundo plano el slide de su guitarra, si bien su sonoridad está ahí y aporta un toque muy especial a Buena Vista Social Club. “Estoy contento de que no haya salido como esperábamos, porque eso me dio la oportunidad de juntarme con estos maestros del son. Uno no tiene muchas oportunidades de encontrar un equipo como este”, diría Cooder después.
De Marcos hizo su disco de descargas (A todo el mundo le gusta, nominado al Grammy) y luego se convirtió en el sherpa de aquella aventura. Él era quién conocía a la mayoría de las viejas glorias olvidadas y a los trovadores de talento, empezando por Compay, que era vecino de su madre en Centro Habana. Compay no estaba en el proyecto original, y cuando fue a buscarlo le dijo que no, aunque luego accedió. Ferrer, que limpiaba zapatos y hacía anotaciones de la bolita, una lotería clandestina, no quería volver a la música pues su nombre siempre había quedado relegado y estaba frustrado. Cuando lo localizó, casi le tuvo que rogar y obligar a ponerse una camisa para ir directo al estudio. Al verlo llegar, Eliades Ochoa comenzó el punteo de Candela, un tema que Ferrer había popularizado en los años cincuenta. Al escucharlo cantar, Cooder y Gold decidieron grabar inmediatamente la canción ―después World Circuit haría dos discos más en solitario a Ibrahim―.
Omara Portuondo fue la voz femenina de Buena Vista de pura casualidad. Estaba grabando en otro estudio de la Egrem con Amadito Valdés, y De Marcos le pidió que fuera a hacer una prueba: “Hizo Veinte Años, salió a la primera”. Uno de los pocos que estuvieron en el disco desde el principio fue Ochoa, a quien Nick Gold ya conocía y valoraba mucho. El músico bromea con que aquella grabación fue un “ven tú”: “No había nada muy organizado ni repertorio definido, iban llamando a los músicos, entraban e improvisábamos”. Hay que recordar que el disco se grabó en medio de la crisis del Periodo Especial, provocada por la desaparición del campo socialista, y la gente estaba lampando. “Se corrió la voz entre los músicos de que había un americano haciendo un disco y que pagaban bien, y algunos llegaron sin ser convocados”, cuenta Ochoa. “Pío Leyva tenía loco a Juan de Marcos. Cada vez que salía, le decía: ‘Oye, déjame hacer algo”.
Así describió Cooder el ambiente que reinó aquellos días: “Ellos se sentaban a cantar sus melodías, casi jugando, y yo mantenía una grabadora andando todo el tiempo. En un momento, por ejemplo, les hice escuchar una melodía: ‘Esto lo hicieron cinco canciones atrás’, les dije. ‘Oh sí, es Murmullo. ¿Te gusta?, hagámosla’. Era así de sencillo”.
Las características de los estudios de la Egrem fueron fundamentales para que aquello cuajase. El viejo estudio construido en los años cuarenta por el sello Panart estaba forrado de madera y tenía una amplia capacidad, lo que permitió a los músicos interrelacionarse y grabar como si estuvieran tocando en directo. “Eso fue clave”, recuerda Juan de Marcos, que destaca que fueron varios los factores que hicieron de Buena Vista un disco mágico. “Estaba la fuerza de la música tradicional cubana, y sobre todo el carisma de los protagonistas, que a su venerable edad transpiraban elegancia y cargaban a sus espaldas toda una fabulosa historia musical”.
La gente se enamoró inmediatamente de aquellos veteranos músicos a los que la fama les llegaba al final de sus días y la disfrutaban como niños. Se convirtieron en un símbolo. El cineasta alemán Wim Wenders viajó a la isla para documentar su historia, y filmó también el gran concierto que dieron en el Carnegie Hall de Nueva York en julio de 1998, que fue apoteósico. La película fue candidata al Oscar y contribuyó en buena medida a visibilizar e impulsar el fenómeno Buena Vista, que cambió la vida de aquellos entrañables interpretes, a quienes en los años siguientes World Circuit grabó varios discos en solitario (dos a Ibrahim, Omara y Rubén González, uno a Cachaíto, Amadito Valdés y el Guajiro Mirabal).
En 1996 Cuba se acaba de abrir al turismo para paliar la crisis del Periodo Especial, y ello también contribuyó a que muchos viajeros se reencontraran con la poderosa música tradicional cubana. Tras el éxito de Buena Vista Social Club comenzaron las giras, y las caras de Compay, Ibrahim, Omara, Pío y del resto del grupo se hicieron famosas en el mundo entero. Compay Segundo, que era muy sobrado, regresó en febrero del 2000 de un viaje por el Vaticano, adonde fue invitado a tocar. “Óyeme, al papa Juan Pablo II le ha encantado Chan Chan, la pone todas mañanas”, dijo al llegar a La Habana.
Dieciocho años después de su muerte, Vicenta, otro tema suyo, grabado en los estudios de la Egrem en 1996, será protagonista de las celebraciones por el 25 aniversario del disco que llevó a la música tradicional cubana hasta el último rincón del planeta. La canción cuenta la historia de un famoso incendio que el 1 de abril de 1909 devoró casi todo el pueblo de La Maya, en el oriente de Cuba, muy cerca de donde nació Eliades Ochoa. “Sin platanar no valgo na / no valgo na sin platanar”, dice el estribillo, que es un lamento muy zen del que lo ha perdido todo. Y he ahí la magia y el poder del son cubano.
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