Un camión con ayuda humanitaria de la organización irlandesa Concern está parado a la orilla de un río en la comunidad de Maniche, en las montañas del departamento sur de Haití, mientras una turba desvalija su interior. “Dámelo, dámelo, maldito”, le grita un hombre a otro con quien se disputa un toldo doblado, que finalmente consigue llevarse. Mientras, varios jóvenes subidos al vehículo lanzan atropelladamente los enseres de su interior: papel higiénico, compresas, cepillos de dientes, jabón, colchas y toldos para protegerse de la lluvia y el calor. Los conductores, impotentes, se limitan a esperar a que el saqueo acabe en su cabina para después cerrar las puertas y seguir su camino.
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A pocos minutos de ahí, en una escuela rural de esa zona en la montaña, a unos 40 minutos de Los Cayos, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas ha montado un gran operativo para entregar sacos de 50 kilos de arroz y guisantes, y latas de aceite a más de 5.000 supervivientes del terremoto del pasado 14 de agosto que ha dejado solo en ese pueblo al menos 177 muertos y decenas de agricultores desaparecidos cuando los terrenos en los que trabajaban se deslavaron. La entrega, en la que también participan Unicef y la Organización Mundial de Migraciones con contenedores de agua, cobertores y kits higiénicos, está escoltada por una decena de agentes armados de la policía.
“¿Tú ves qué contento está el pueblo?”, dice Ruben Saint Louis, uno de los jóvenes contratados por el PMA para la distribución de la ayuda, mientras el primer grupo, el de los ancianos, carga la comida en motos, burros y carretillas para que se la lleven a sus casas o, en muchos casos, a las carpas que han tenido que levantar delante de los escombros de sus viviendas. “A mí el terremoto me ha afectado mucho porque mi madre ha muerto”, cuenta el joven de 22 años. “Pero Dios sabe lo que hace. Mi casa se ha roto y yo estoy durmiendo en la calle y estoy aquí para darles de comer a mis hermanos que son chiquitos. Tienen 5 y 7 años. Son niños”, explica.
Una avanzadilla del Programa Mundial de Alimentos que llegó a su comunidad el fin de semana se encontró a Saint Louis jugando un partido de fútbol con amigos y le ofreció trabajar con ellos por un día. Su misión debía ser descargar la comida, entregársela a sus vecinos y ayudar a quienes no pudieran con los sacos de 50 kilos a salir de la escuela. “Me preguntaron si quería ayudar y yo les dije que sí porque no hay nada. No hay trabajo. Yo solo les tengo que dar comida a los dos [hermanos]. Por eso he venido. Y además estás ayudando a la gente”.
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Estas dos escenas, desarrolladas simultáneamente este lunes a pocos metros de distancia, reflejan los problemas que enfrenta Haití para distribuir la ayuda para quienes lo perdieron todo en el terremoto. El potente sismo de magnitud 7.2 ha dejado al menos 2.207 muertos y más de 12.000 heridos, además del cerca del 40% de la población de los departamentos Sur, Grand’Anse y Nippes, en el sureste de Haití, con necesidades humanitarias urgentes. Los retos van desde cómo enfrentar la inseguridad que hay en la carretera que une la capital, Puerto Príncipe, con esa península del suroeste para enviar ayudas y equipos, a cómo protegerse frente a los saqueos de vecinos desesperados por una ayuda que sienten que no llega y, también, cómo enfrentar el fantasma que surgió tras el terremoto de 2010, cuando algunas organizaciones internacionales fueron acusadas de despilfarro de las donaciones y sembraron la desconfianza en algunos sectores de Haití.
“La seguridad obviamente es una preocupación”, explica Alexis Masciarelli, portavoz del PMA al referirse al asalto de varios camiones de otras organizaciones en los últimos días. “Nosotros estamos trabajando con las autoridades. Hemos venido los últimos dos días para hablar con el alcalde y explicarle todo lo que teníamos previsto hacer y a cuántas personas podíamos ayudar, para asegurarnos de que se habían organizado y que no se iba a botar comida por el camino”, explica. Este lunes, su organización entregó ayuda a un cuarto de la población, a 5.000 de los 20.000 habitantes de Maniche que llegaban con un ticket que les habían entregado previamente para recoger la comida.
La canadiense Morgan Wienberg, cofundadora de la ONG para la protección a la infancia Little footprints Big steps, que tiene su sede en Los Cayos, también cree que para no repetir los errores del pasado es fundamental trabajar con las autoridades y las organizaciones locales. “Las grandes ONGs, si se conectan con la gente que ya conoce esas comunidades, pueden movilizar la ayuda a través de los líderes comunitarios y serán capaces de llegar a los más vulnerables y hacerlo de manera más organizada”.
Además, Wienberg propone que las organizaciones extranjeras compren productos locales para fortalecer la economía. “Después del terremoto de 2010, uno de los problemas fue que la ayuda se extendió mucho tiempo y que muchos de los productos se importaban de otros países y muchos negocios aquí se vieron afectados por eso. Así que, si hay productos aquí, es importante comprarlos aquí, porque estás ofreciendo lo que se necesita y estás ayudando a reconstruir la economía”, asegura.
María José Venceslá, coordinadora de la misión española de Médicos del Mundo en Haití, asegura que los principales problemas que está enfrentando su equipo, que está operando en varios centros de salud en Nippes, son a nivel logístico. El domingo, su organización recibió kits higiénicos en un contenedor de 30 toneladas de ayuda de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid). La principal preocupación era cómo enviarlo desde Puerto Príncipe al suroeste ante el temor de pasar por Martissant, en la periferia de la capital, tomada en los últimos meses por bandas armadas que perpetran ataques y secuestros. Este fin de semana, las dos principales pandillas dijeron haber alcanzado una tregua para dejar pasar los convoyes humanitarios, pero la población no se acaba de fiar de su palabra.
A los problemas de seguridad, hay que sumarle los saqueos y que algunas carreteras quedaron cortadas por deslaves dejando a comunidades remotas aisladas. “La ayuda no está llegando al ritmo que querríamos todos como una respuesta urgente. Hay temas de carreteras están bloqueadas”, añade Venceslá, quien cree que las autoridades locales no tuvieron en cuenta algunas limitaciones y no pidieron ayuda exterior, lo que está ralentizando la respuesta.
“Haití lleva mucho tiempo siendo una crisis humanitaria olvidada”, afirma la jefa de la misión de Médicos del Mundo. “Parece que solo nos acordamos cuando pasan cosas de estas y luego vuelve a desaparecer, pero la situación lleva mucho tiempo muy precaria y por mucho tiempo. El punto de partida no es el mismo que pudiera haber en otro país con otras condiciones”, advierte.
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