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“Tres días después de llegar a Kenia, pregunté dónde podía conseguir buena comida a un precio económico y todos me dijeron que era imposible”. Esta fue la frase que soliviantó a una parte de la comunidad tuitera keniana y del ecosistema digital del país. Eran las palabras en una entrevista publicada por TechCrunch de Robin Reecht, un emprendedor de origen francés que decidió montar una empresa de reparto de comida a domicilio en Nairobi. Reecht estaba siendo entrevistado porque, en menos de seis meses y con su empresa todavía en fase de incubación, había recaudado casi un millón de euros en inversiones extranjeras.
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Las palabras de Reecht han sido interpretadas como una muestra de arrogancia y de ignorancia. La empresa pidió disculpas en nombre de su fundador y reconoció lo inapropiado de sus declaraciones, pero este incidente ya había puesto de manifiesto una de las denuncias recurrentes en el entorno de las start-up africanas: que la mayor parte de las inversiones va a parar a emprendedores extranjeros y que en muchas ocasiones las ideas están desconectadas de las realidades locales.
Kellie Gatwiri Murungi fue una de las usuarias que a través de Twitter criticó vehementemente las palabras de Reecht. Su opinión tiene un peso considerable porque es experta en financiación de inversiones. Sin embargo, no podía aceptar ni el punto de partida del fundador de Kune, ni lo que su actitud transmitía: “Cualquiera que haya viajado por el continente sabe que los kenianos se enfrentan a serias dificultades estructurales: falta un sistema de direcciones, los precios del combustible son muy altos, la infraestructura, en general, es escasa. Y a pesar de eso, Nairobi es la única capital de África en la que puedes pedir comida o ropa y tenerlo en tu casa en menos de dos horas. Fue arrogante cuando habló de la cultura gastronómica en Kenia”.
Sin embargo, seguramente la soberbia del empresario francés no fue lo único que había levantado tantas ampollas. La aparente facilidad con la que Reecht había recaudado ese millón de euros para poner en marcha su idea era también un motivo de hartazgo. Hace tiempo que el sector de la innovación tecnológica en África advierte de la discriminación en las inversiones.
El año pasado, The Guardian publicó un artículo que se ha convertido en la más sólida denuncia de esta desigualdad entre los emprendedores africanos y extranjeros, a la hora de conseguir financiación, para sus negocios en el continente. Entre testimonios y experiencias personales, el reportaje hacía referencia a un estudio que la consultora Viktoria Ventures hizo en 2019 y arrojaba una conclusión lapidaria sobre las empresas de riesgo que habían conseguido atraer una inversión de más de un millón de dólares: “Los fundadores expatriados se llevaron la mayor parte de los fondos recaudados, mientras que los locales obtuvieron un mísero 6%”.
Stephen Gugu es el fundador de Viktoria Ventures y apunta a un cóctel de factores para explicar este desequilibrio. Una combinación en la que intervienen las redes en las que se mueven los emprendedores: “Los expatriados tienden a frecuentar a otros expatriados. Más del 70% de los fondos recaudados entre 2015 y 2018 en África Oriental procedían de Europa y Estados Unidos. Esto ha significado que los extranjeros, debido a sus contactos, son capaces de acceder a las redes correctas más fácilmente que los locales”. Otros elementos son la calidad de la idea de negocio y la capacidad de atracción del mercado al que se dirige, la propia experiencia del emprendedor y su disponibilidad para dedicarse a la búsqueda de fondos.
Las únicas personas que tienen los recursos para iniciar lo que yo llamo empresas audaces son los niños blancos ricos
Kellie Gatwiri Murungi, experta en financiación de inversiones
Kenia se ha consolidado como el segundo mercado que más inversiones ha atraído para este tipo de empresas, solo superado por Nigeria. Las cifras varían según las fuentes, pero, el informe de Partech, uno de los más solventes del sector, sitúa en 304 millones de dólares (273 millones de euros) la financiación recaudada por empresas tecnológicas kenianas en 2020; la Association of Countrywide Innovation Hubs (ACIH) hablaba de 198 millones de dólares de inversión. Unos 177 millones de euros. Más allá del baile de cifras que responde a matices en las clasificaciones, Kenia es uno de los mercados más sólidos del continente y Nairobi palpita con esa efervescencia del sector tecnológico. Pero la situación está muy lejos de ser ideal.
Kellie Gatwiri Murungi realiza un análisis muy similar, aunque sus valoraciones son más contundentes. “El capital discrimina”, sentencia la experta keniana. “Esto es una evidencia no solo en África, sino también en América y en Europa, donde los emprendedores negros obtienen menos capital”. Y coincide con Gugu en que “puede ser una cuestión de redes”, pero no lo desvincula de la cuestión racial: “Por ejemplo, muchas de las redes que dan acceso al capital están vinculadas a la Ivy League (el nombre que recibe una red de selectas universidades privadas estadounidenses) y sabemos que estas son predominantemente blancas”. Murungi refuerza la idea de los “factores estructurales” en la búsqueda de financiación, pero también con matices particulares. “Las únicas personas que tienen los recursos para iniciar lo que yo llamo empresas audaces son los niños blancos ricos. Ellos saben que si el negocio no funciona, siempre pueden volver a casa y estarán bien, así que sus planes de negocio pueden ser atrevidos y no necesitan centrarse en generar beneficios para pagar las facturas”.
Las desigualdades en el acceso a la financiación no termina ahí, según esta experta, sino que según su experiencia hay diferencias incluso en “los requisitos previos”. “Cuando estás trabajando como asesor en la búsqueda de inversión para la empresa de un emprendedor blanco te das cuenta de que los requisitos previos son más livianos que los que se plantean a un fundador keniano. Se presupone, sin evidencias, que los fundadores africanos harán un mal uso del dinero o que no saben lo que hacen”, se lamenta Murungi.
El episodio de Kune, la empresa impulsada por Reecht, ha evidenciado las desigualdades en el acceso a la inversión, pero también una actitud en los emprendedores extranjeros que generan malestar en las comunidades locales. “Hay una cantidad desproporcionada de capital que va a las empresas africanas y kenianas que tienen detrás caras blancas, es decir, que han sido fundadas por expatriados, pero que se presentan como kenianas y que se supone que resuelven un problema en África para recaudar dinero en el extranjero”, se queja Murungi, insistiendo en que, como en el caso de Kune, ni siquiera responden a un problema real. “Cuando lees los proyectos de muchas start-up, –explica esta experta en financiación–, tienes la sensación de que África es ese continente salvaje donde no hay emprendimiento, no hay negocios, y en el que ellos vienen a traérnoslos a nosotros y a hacer que los mercados sean eficientes, a arreglar la pobreza”.
Cuando lees los proyectos de muchas start-up, tienes la sensación de que África es ese continente salvaje, donde no hay emprendimiento
En el mundo de la empresa tecnológica, esa sensación tan próxima al complejo del blanco salvador “ignora que hay gente haciendo negocios en el continente y haciéndolos de forma rentable; y que si hay un problema para escalar esos negocios, no es porque los africanos sean estúpidos, sino porque hay graves problemas sistémicos como la apertura de fronteras, la circulación de divisas y la estabilidad política”, sostiene Kellie Gatwiri Murungi.
La valoración de Murungi es clara: “Si el capital se desplegara en el continente de una manera más inteligente, haría cosas más útiles de lo que hace actualmente. No hay ningún indicio de que esos emprendedores expatriados comprendan los problemas del continente y sean capaces de darles solución mejor que los fundadores locales, así que hay que trabajar para aumentar el capital que se asigna a los emprendedores locales”, expone el responsable de Viktoria Ventures.
La estrategia para conseguir ese equilibrio, según Gugu, pasa por conseguir más inversores (los conocidos como ángeles) y fondos comunitarios, también por que los emprendedores locales acudan a “las mismas redes que los expatriados para conseguir financiación”, por que establezcan colaboraciones entre emprendedores africanos y extranjeros y, finalmente por que se articulen programas específicos como el Google – Black Founders Fund, que tiene un apartado dedicado a África y que se orienta a la financiación de start-up creadas por miembros de la comunidad negra. “No me gustan las cuotas porque a largo plazo no resuelven el problema, pero es necesario que los inversores sean más proactivos al abordar este reto”, concluye Gugu.
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